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Con frecuencia, una alianza es más una obra de arte que una simple transacción empresarial.
MADRE SUPERIORA DARWI ODRADE, registros privados, archivos Bene Gesserit
Finalmente, el navegador de la Cofradía acudió a Casa Capitular en respuesta a la llamada de la madre comandante. Aunque Murbella se sentía impaciente y frustrada, el navegador no explicó dónde había estado ni por qué había retrasado su visita tantos días.
Entretanto, Janess, Kiria y otras diez valquirias escogidas —en su mayoría antiguas Honoradas Matres que habían superado el adiestramiento Bene Gesserit— habían sido trasladadas en secreto a Tleilax. Su misión era infiltrarse en la última plaza fuerte de las rameras rebeldes para minar sus defensas y plantar la semilla de la destrucción, al tiempo que preparaban el terreno para un ataque sorpresa. En cierto modo a Murbella le habría gustado estar con ellas, vistiendo de nuevo las ropas tradicionales de las Honoradas Matres, y permitir que la parte predadora de su naturaleza dual aflorara.
Pero confiaba en Janess y sus compañeras. Por el momento, ella debía ocuparse de los otros detalles y asegurarse la cooperación de la Cofradía, bien mediante sobornos o con amenazas. Tenía que ser la madre comandante, no una guerrera normal.
El navegador mutado flotaba en su tanque de especia, con expresión muy poco impaciente o interesada, y eso inquietó a la madre comandante. Había insinuado que lo recompensaría bien si accedía a hablar con ella, pero el navegador no parecía especialmente entusiasmado.
—No veo mucho gas en tu tanque, navegador —dijo.
—Se trata solo de una escasez temporal. —No parecía un farol.
—Si la Cofradía acepta colaborar y ayudarnos en la lucha contra el Enemigo que se acerca quizá podríamos aumentar vuestro suministro de melange.
La voz metálica de Edrik salió a través de los altavoces del tanque.
—Vuestra oferta llega demasiado tarde, madre comandante. Durante años habéis tratado de asustarnos con la presencia de ese Enemigo fantasma y nos habéis seducido prometiéndonos melange. Pero vuestro tesoro ha perdido lustre. Nos hemos visto obligados a buscar otras alternativas, otras fuentes de abastecimiento.
—No hay otras fuentes de melange. —Murbella se adelantó para acercarse al plaz curvado y miró dentro.
—La Cofradía Espacial está en crisis. La grave escasez de especia (perpetuada por vuestra Hermandad) nos ha dividido en dos facciones. Muchos navegadores han muerto por el síndrome de abstinencia, y los otros no tienen suficiente melange para percibir caminos seguros a través del tejido espacial. Una facción de la Cofradía dirigida por administradores humanos ha contratado clandestinamente a los ixianos para que desarrollen sistemas de navegación mejorados. Y pretenden instalarlos en todas las naves de la Cofradía.
—¡Máquinas! Ix lleva siglos hablando de estos artefactos. En la Dispersión la gente utilizó sistemas de navegación mecánicos, y también se utilizaron en Casa Capitular. Pero nunca habían sido del todo fiables.
—Después de años de investigaciones intensivas, parece que podrían haber encontrado una solución viable al problema. En mi opinión son sustitutos inferiores, en modo alguno comparables con los navegadores. Pero funcionan.
La mente de la madre comandante se puso a trabajar, tanteando diferentes posibilidades deseables que hasta entonces no había considerado. Si los ixianos habían desarrollado aparatos fiables para guiar a las naves por el tejido espacial, la Nueva Hermandad podría utilizarlos para su flota. Y, si no necesitaban forzar la cooperación de los navegadores, eso significaba que no estarían a merced de una base de poder tan voluble e impredecible como la de la Cofradía.
Eso si Ix aceptaba vender esos sistemas a la Hermandad, claro. Seguramente la Cofradía tendría un contrato en exclusiva…
Y entonces se dio cuenta de que incluso la solución a corto plazo de utilizar aparatos de navegación para su flota de guerra tenía sus inconvenientes. Consecuencias de segundo y tercer orden. Solo había especia en Casa Capitular. Y con ella podían pagar y controlar a los navegadores, de modo que ninguna otra facción podría competir con ellas. Si la melange se convertía en algo innecesario, entonces el valor y la fuerza de la Nueva Hermandad disminuirían considerablemente.
Y todo esto pasó por la mente de Murbella en un instante.
—Esos aparatos de navegación significarían el fin de los navegadores como tú.
—Y también os haría perder a los principales clientes de vuestra melange, madre comandante. Por eso buscamos una fuente fiable y segura de especia, para que los navegadores podamos seguir existiendo. Vuestra Nueva Hermandad nos ha llevado a esto. No podemos depender de vosotras para conseguir la especia que necesitamos.
—¿Y habéis descubierto otro lugar donde abasteceros? —Su voz adoptó un tono de burla—. Lo dudo. Si ese lugar existiera, nosotras lo sabríamos.
—Tenemos una gran confianza en nuestra alternativa. —Edrik se alejó flotando, regresó.
Murbella se encogió de hombros con indiferencia.
—Os ofrezco un aumento inmediato en el suministro de especia. —Con un gesto, indicó a tres de sus ayudantes que entraran una pequeña carreta suspensora; estaba cargada de paquetes de especia, tanta como la que podría utilizar un navegador durante casi un año estándar.
Los altavoces del tanque permanecieron mudos, pero Murbella veía hambre en los extraños ojos de Edrik. Por un momento, temió que el navegador rechazara su oferta y que sus cuidadosos planes quedaran en nada.
—La especia nunca sobra —dijo el navegador tras una pausa interminable—. Hemos aprendido la dolorosa lección de que no debemos depender de una única fuente. Lo mejor para los navegadores, y para la Nueva Hermandad, sería que llegáramos a una suerte de acuerdo.
Tenía razón, pensó Murbella.
—Vosotros necesitáis nuestra especia y nosotros vuestras naves.
—La Cofradía escuchará vuestra propuesta, madre comandante… siempre y cuando haya conversaciones, y no amenazas. Una propuesta comercial entre socios que se respetan, no el látigo de un avasallador.
Murbella miró el tanque, sorprendida ante tanto atrevimiento. Ciertamente, debe de tener otra fuente de especia, o la posibilidad de tenerla. Pero parece que tiene dudas y prefiere ir a lo seguro.
—Necesito dos cargueros de la Cofradía para transporte a Tleilax. Una equipada con un campo negativo y la otra no, un carguero tradicional.
—¿A Tleilax? ¿Con qué propósito?
—Vamos a destruir el último enclave importante de las Honoradas Matres de una vez por todas, la última amenaza viable que tienen.
—En dos días todo estará preparado. Ahora me llevaré la especia.
— o O o —
Honoradas Matres renegadas. El misterioso Enemigo. Danzarines Rostro. Murbella no podía evitarlos a todos, pero el ejercicio físico —correr, sudar, forzarse— la ayudaba a pensar mientras planificaba su ataque final sobre Tleilax.
Ataviada con un ceñido traje de una pieza, Murbella corrió por un sendero pedregoso hacia una colina cercana a la torre de Central. Se forzó hasta que cada aliento fue como una cuchilla en sus pulmones. Algunas de sus voces interiores la reprendieron por perder el tiempo de aquella forma cuando había tanto que hacer. Murbella corrió con más empeño.
Quería estimular y provocar a sus Otras Memorias, necesitaba que estuvieran despiertas. El mar clamoroso de vidas pasadas siempre estaba ahí, pero no siempre estaba disponible, y desde luego no siempre le ayudaba. Extraer algo con sentido de aquel saber colectivo era un desafío constante, incluso para la más influyente de las hermanas.
Cuando pasaba por la Agonía de Especia, una nueva Reverenda Madre era como un bebé en un vasto océano: si quería sobrevivir tenía que aprender a nadar entre el oleaje de las Otras Memorias. Con tantas hermanas en su interior, siempre podía hacer preguntas, pero también corría el riesgo de quedar anulada en el torbellino de sus consejos.
Las Otras Memorias eran una herramienta. Podían ser una bendición o un gran peligro. Las hermanas que se adentraban demasiado en aquella reserva del pasado corrían el riesgo de perder el juicio. Tal había sido el destino de la madre kwisatz, dama Anirul Corrino, en tiempos de Muad’Dib. Era como estirar la mano y coger la espada por la hoja en lugar de la empuñadura. Cuestión de equilibrio.
Las almas flotantes veían la mente de Murbella desde dentro, y algunas creían conocerla mejor de lo que se conocía ella misma. Pero aunque Murbella veía a las hermanas Bene Gesserit del pasado, las antepasadas que tenía entre las Honoradas Matres permanecían ocultas tras una pared negra.
De pequeña, Murbella había sido capturada en una de las incursiones de las Honoradas Matres. Fue apartada de su familia y adiestrada en la crueldad y la dominación sexual. Como ramera. Sí, el nombre que les habían buscado las Bene Gesserit era muy apropiado.
Aquellas terribles mujeres de la Dispersión tenían sus oscuros secretos, su vergüenza, sus crímenes ignominiosos. En algún lugar del pasado fueron conscientes de sus orígenes, sabían qué habían hecho para provocar al Enemigo. De haber podido encontrar esa información en su interior, Murbella habría sabido la verdad sobre las perversas mujeres a las que estaba a punto de enfrentarse.
Cuando alcanzó la zona de hierba y rocas marrones y planas de la colina, trepó hasta la cima salpicada de rocas y se sentó en el punto más elevado. Desde allí podía ver la torre de Central hacia el este y las dunas que iban ganando terreno hacia el oeste. El corazón le latía con violencia por el esfuerzo, el sudor le caía por la frente y las mejillas. Había llevado su cuerpo al límite físicamente; ahora tenía que hacer lo mismo con su mente.
Había logrado grandes cosas como madre comandante. Había conseguido evitar que los dos polos opuestos de la Nueva Hermandad se arrancaran los ojos, pero las cicatrices seguían siendo profundas. Había aplastado o consolidado todos los enclaves de las Honoradas Matres… excepto uno.
Necesitaba saber más, necesitaba comprender a los Danzarines Rostro que se habían infiltrado en el Imperio Antiguo, al Enemigo…, y a las Honoradas Matres. Necesito tener esa información antes de partir hacia Tleilax.
Murbella abrió un pequeño paquete que llevaba sujeto a la cintura y sacó tres obleas de melange fresca concentrada traídas de lo más profundo del desierto. Sostuvo aquellas obleas de un color rojizo en la palma de la mano y notó un ligero hormigueo cuando la especia se mezcló con el sudor de su mano. Comió las tres, con la idea de que actuaran a modo de ariete mental.
Esta vez quiero sumergirme muy adentro, pensó. Guiadme, hermanas, y traedme luego de vuelta, porque tengo una importante información que descubrir.
La especia empezó a hacer efecto. Murbella cerró los ojos y se dejó llevar por el sabor de la melange. Veía el amplio paisaje de los recuerdos de las Bene Gesserit extendiéndose hasta el horizonte infinito de la historia humana. Era como correr por un pasillo caleidoscópico de espejos, de una madre a otra y otra y otra. El miedo amenazaba con abrumarla, pero las hermanas de su interior se abrieron para acogerla entre ellas y absorber su consciente.
Sin embargo, Murbella exigió conocer la otra mitad de su existencia, descubrir lo que había detrás de aquella pared negra que bloqueaba la senda al pasado de las Honoradas Matres. Sí, los recuerdos estaban ahí, pero empantanados, desorganizados, y parecían llegar a un punto muerto tras un puñado de siglos, como si hubieran surgido de la nada.
¿Descendían las rameras de un grupo perdido y corrompido de Reverendas Madres como se había postulado? ¿Habían formado su sociedad asociándose con las Habladoras Pez que quedaban de la guardia personal del Dios Emperador, con una burocracia basada en la violencia y la dominación sexual?
Las Honoradas Matres rara vez miraban al pasado, salvo cuando atisbaban temerosas por encima del hombro porque el Enemigo las perseguía.
La especia impregnaba el organismo de Murbella y la sumergió cada vez más adentro en sus abarrotados pensamientos, haciendo que se estrellara contra la barrera de obsidiana. En trance en lo alto de la colina de piedra, Murbella se remontó a una generación tras otra. Su respiración se volvió trabajosa, su visión externa se nubló hasta desaparecer por completo; oyó un murmullo de dolor que brotaba de sus labios.
Y entonces, como un viajero que sale de un estrecho desfiladero, divisó un claro mental y unas mujeres fantasmales que la ayudaban a avanzar. Ellas le enseñaron dónde mirar. Una grieta, en la pared había una grieta, y Murbella pasó. Sombras profundas, frío… y entonces… ¡Puedo ver! La respuesta la hizo tambalearse.
Sí, durante los tiempos de la Hambruna, un grupo disidente de arrogantes Bene Gesserit, unas cuantas Reverendas Madres agrestes y sin un adiestramiento apropiado y Habladoras Pez fugitivas huyeron en medio del alboroto que se produjo tras la muerte del Tirano. Pero eso solo era una pequeña parte de la respuesta.
En su huida, aquellas mujeres se encontraron con mundos tleilaxu aislados. Durante más de diez mil años, los fanáticos bene tleilax habían utilizado a sus hembras como máquinas reproductoras y tanques axlotl. Mantenían a sus mujeres ocultas, inmovilizadas, en coma, sin alfabetizar, como simples matrices. Ninguna Bene Gesserit, ningún extranjero había visto nunca a una hembra tleilax.
Cuando las Bene Gesserit y las combativas Habladoras Pez descubrieron aquella terrible realidad, su reacción fue inmediata e inflexible: no dejaron a un solo varón tleilaxu con vida en aquellos mundos remotos. Luego liberaron los tanques, se llevaron a las mujeres tleilaxu con ellas y las cuidaron en un intento por recuperarlas.
La mayoría de aquellos tanques descerebrados murieron, simplemente porque no querían seguir viviendo, pero algunas mujeres tleilaxu se recuperaron. Cuando recobraron las fuerzas, juraron vengarse por los monstruosos crímenes que los varones habían cometido contra ellas durante mil generaciones. Juraron no olvidar.
¡La esencia de las Honoradas Matres eran hembras tleilaxu deseosas de venganza!
Y así fue como las Reverendas Madres renegadas, las soldados Habladoras Pez y las mujeres tleilaxu que se recuperaron se unieron para crear las Honoradas Matres. Después de estar perdidas durante más de doce siglos, sin acceso a la melange, ya no podían pasar por la Agonía de Especia y no encontraron una alternativa que les permitiera acceder a las Otras Memorias. Con el tiempo, empezaron a procrear con los machos de las poblaciones que iban encontrando, empezaron a dominarlos y acabaron convirtiéndose en algo totalmente distinto.
Y ahora Murbella sabía por qué la cadena de sus predecesoras se acababa en un negro vacío. Retrocedió en el tiempo, generación tras generación, hasta una hembra tleilaxu que había sido un tanque de procreación, una matriz sin cerebro.
Murbella reunió valor y concentró su rabia, empujó con fuerza y se convirtió en ese tanque que la hembra tleilaxu había sido. Y se estremeció cuando aquella amortiguada sensación de indefensión penetró en ella. Ella fue esa niña criada en cautividad, sin entender apenas nada del mundo que había más allá de su lastimoso confinamiento, sin saber leer, y casi ni hablar. El mes de su primera menstruación, se la llevaron, la sujetaron a una mesa y la convirtieron en una cuba de carne. Sin una mente consciente, aquella mujer sin nombre no podía saber cuántos hijos había producido su cuerpo. Y luego la despertaron y la liberaron.
La madre comandante comprendió lo que significaba haber sido esa mujer tleilaxu y otras, entendió por qué las Honoradas Matres se habían vuelto tan fieras. Jamás volverían a ser las madres degradadas y despreciadas de los machos tleilaxu, y exigieron que se las reverenciara y que en lo sucesivo se las conociera como «Honoradas Matres». A través de sus ojos de Bene Gesserit, Murbella reconoció finalmente que eran humanas.
Con el conocimiento, llegó la liberación, y todo lo que había en su línea de Honorada Matre volvió a ella como una marea. Murbella despertó y se encontró de nuevo sentada en la roca, pero el sol ya no estaba. Mientras ella viajaba por sus otras vidas, habían pasado horas. El viento seco de la noche le dio frío.
Temblando por efecto de la melange y de su devastador viaje, Murbella se puso en pie de un salto. Por fin tenía la respuesta. Ahora compartiría aquella importantísima información con sus asesoras.
Oyó gritos lejanos y miró hacia Central. De la fortaleza empezaron a salir haces de luz: su gente salía a buscarla. Ella también había buscado, y ahora tenía que contar al resto de la Nueva Hermandad lo que había encontrado.
Las valquirias estarían preparando el ataque en Tleilax.