SABIENDO IDIOMAS SE PUEDE LLEGAR MUY LEJOS
No estoy descubriendo nada nuevo si os digo que el hecho de hablar una segunda lengua —no hace falta ser un Giuseppe Mezzofanti— te puede abrir muchas puertas y puedes llegar más lejos. Por ejemplo, Carlos V que llegó a ser Emperador…
Hablo francés a los hombres, italiano a las mujeres, español a Dios y alemán a mi caballo.
Ante la pasividad de Francia y Gran Bretaña, el 25 de agosto de 1939 los ministros de exteriores ruso, Molotov, y alemán, Ribbentrop, firman un pacto de no agresión y se reparten Polonia. Más tarde, se rompe esa alianza y Polonia queda bajo la ocupación alemana. En 1945, el avance del Ejército Rojo libera Polonia del yugo alemán… para imponer el de la dictadura comunista. Entre los oficiales del Ejército Rojo que toman Cracovia (Polonia) está el mayor Vasily Sirotenko, un joven estudiante de historia y futuro profesor. Sirotenko fue uno de los encargados de liberar la fábrica Solvay, donde los alemanes se habían hecho fuertes y tenían prisioneros polacos. Cuando se enteró de que entre los prisioneros había un grupo de 18 seminaristas, preguntó si alguno de ellos podría traducir unos textos clásicos que había recuperado de entre los escombros. Y aquí aparece el protagonista de nuestra historia… alguien sugirió el nombre de Karol Wojtyla. Lo localizaron y Wojtyla le dijo que sí podía hacerlo. Sirotenko pensó que lo traduciría al polaco, para luego buscar a alguien que lo hiciese al ruso, pero cuál fue su sorpresa cuando lo hizo directamente al ruso —lo conocía porque su madre era de ascendencia rusa—. Más allá de ideologías y cuestiones de fe, aquellos textos crearon un vínculo de amistad entre los dos jóvenes. Incluso algunos compañeros de Sirotenko le advirtieron que aquella camaradería sería peligrosa para él si llegaba a oídos de sus superiores. Nada le importó. Todos los seminaristas fueron enviados a los gulag siberianos de donde ya no regresaron… todos no, gracias a Sirotenko, y a los idiomas, el futuro Papa Juan Pablo II salvó la vida.
Nada más se habló de aquella historia… hasta que en el 2000, un colega del profesor Sirotenko, sin que él supiese nada, escribió una carta al Vaticano en la que le preguntaba al Papa por aquellos hechos. Al año siguiente, en su 85 cumpleaños, Sirotenko recibía una carta en su casa del número tres del Vaticano, Pedro López Quintana:
Su Santidad me encargó asegurarle que rezará por el doctor Sirotenko y que solicitará para él la bendición de Dios.