ALAS DE MURCIÉLAGO, COLA DE LOMBRIZ, ¡QUE HOY Y SIEMPRE SEAS FELIZ!
Ojos de sapo, patas de rana, ¡que tengas suerte toda la semana! Alas de murciélago, cola de lombriz, ¡que hoy y siempre seas feliz! Muelas de hipopótamo, cuernos de dragón, ¡que nunca nadie hiera tu corazón!
Supongo que más de una bruja habrá sido quemada por alguno de estos simples conjuros. Aunque desde el siglo XIII la Inquisición ya habría tenido en cuenta lo de «haberlas haylas» y daba a las brujas el mismo trato que a los herejes, no fue hasta 1484 cuando Inocencio VIII, mediante la bula Summis desideratis affectibus, reconoció la existencia de las brujas… y los brujos:
Ha llegado a nuestros oídos que gran número de personas de ambos sexos no evitan el fornicar con los demonios, íncubos [un demonio masculino seduce a una mujer] y súcubos [demonio femenino seduce a un hombre]; y que mediante sus brujerías, hechizos y conjuros, sofocan, extinguen y hacen perecer la fecundidad de las mujeres, la propagación de los animales, la mies de la tierra…
Tras el reconocimiento oficial del Santo Padre, sólo quedaba articular el trato que se les debía dispensar… el Malleus Maleficarum (Martillo de la Brujas) publicado por primera vez en 1486 en Alemania y, más tarde, por toda Europa. Fue un manual de referencia para los cazadores de brujas y su posterior enjuiciamiento. El libro se dividía en tres partes: en la primera se probaba la existencia de la brujería, en la segunda se describen las distintas formas de brujería y termina detallando los métodos para detectar, enjuiciar, sentenciar y destruir brujas. Igual que ocurría con los herejes, el mero rumor público era suficiente para llevar a una supuesta bruja a juicio y, por tanto, muchos se sirvieron de ello para zanjar cuestiones personales (venganzas, celos…) que nada tenía que ver con cuestiones de herejía o brujería. Además, también indica qué hacer para que las autoridades implicadas en el procesos no caigan bajo los hechizos de las brujas —los clérigos, por el hecho de serlo, ya estaban protegidos—. A diferencia de lo ocurrido con la herejía, la Inquisición española no fue muy prolífica en el tema de brujería. De hecho, el último hereje ejecutado en España fue Cayetano Ripoll en 1826 y la última bruja que padeció los rigores de la hoguera fue Magdalena Duer en 1611, cuando en Europa siguieron utilizando brujas como material inflamable hasta finales del XVIII. Y si hablamos de cantidades, en Alemania se ajusticiaron unas 25 000 mujeres acusadas de brujería y en España unas 60. Los motivos… quizás tenía razón Julio Caro Baroja en El señor Inquisidor y otras vidas por oficio:
En el siglo XVII los españoles, por otra parte, no tenían mucha fama como magos y hechiceros. Alguien sostuvo —con clara animadversión hacia el país— que el diablo no se fiaba de sus habitantes.
Y según el jesuita alemán Friedich von Spee, conocedor de los métodos utilizados para arrancar una confesión…
Tratad a los superiores eclesiásticos, a los jueces y a mí mismo como a esas pobres infelices, sometednos a los mismos martirios, y descubriréis que todos somos brujos.