LA CUÑADÍSIMA

Olimpia Maidalchini, que así se llama la protagonista de esta historia, nació en Viterbo en 1594. Desde muy joven, comenzó a mostrarse rebelde con la sociedad que le tocó vivir, en la que otros decidían el futuro de las mujeres. Su familia, acomodada que no rica, decidió que su futuro pasaría por servir al Señor… sería monja. Desde el momento que entró en el convento como novicia, tomó las riendas de su destino y se marcó el camino a seguir: salir del convento y conseguir dinero y posición social. En el convento acusó a su confesor de hacerle proposiciones indecentes que, aunque eran falsas de solemnidad, sirvieron para que la echasen a la calle.

Aprovechando sus dotes interpretativas, su hermosura y el magnetismo que provocaba entre los hombres, supo embaucar a Paolo Pini, un hombre muy rico y también muy importante, muy mayor. Se casaron y el buen señor tuvo el detalle de fallecer a los tres años, dejando a la pobre viuda una considerable fortuna. El siguiente objetivo de su lista era emparentar con algún apellido ilustre y conseguir una buena posición social. Y tuvo la suerte, por decirlo de alguna forma, de que se cruzase en su camino Pamphilio Pamphili, miembro de una noble familia de Umbría instalada en Roma. Había dos detalles más que hacían de Pamphilio el candidato perfecto: tenía 30 años más que Olimpia y tenía un hermano cardenal, Giovanni Battista Pamphili. Se casaron y, al igual que su primer marido, Pamphilio tuvo el detalle de morirse pronto —¡qué detallistas eran sus maridos!—. Esta vez, dejando un hijo, Camillo. Olimpia había conseguido todos sus objetivos, ahora podía dedicarse a la vida contemplativa y a disfrutar de los placeres terrenales. Pero, sobre la marcha, surgió un objetivo impensable…

Desde su boda con Pamphilio, la relación con su cuñado Giovanni, nuncio en Madrid, se había estrechado y se habían convertido en muy buenos amigos —la prensa rosa de la época hablaba incluso de que eran amantes—. La buena posición que tenía Giovanni dentro de la Iglesia y el dinero de Olimpia sirvieron para que Giovanni fuese nombrado Papa en 1644 como Inocencio X.

El trono de San Pedro fue ocupado por una especie de matrimonio, en el que él es el que dice llevar los pantalones, y así lo hace notar fuera de casa, pero que cuando llega a casa de su boca sólo sale: sí, cariño; lo que tú digas, cariño… Lógicamente, la primera medida fue nombrar a un cardenal nepote, al hijo que Olimpia había tenido con Pamphilio y, por tanto, sobrino de Inocencio X —la prensa rosa, volvió a la carga, y dijo que Camilo era su hijo—. Inocencio se ocupó de los temas internacionales y Olimpia de las cuestiones de casa y las finanzas. Muestra de lo buena administradora que era fueron los pingües beneficios obtenidos del entramado que creó para dar asistencia a multitud de peregrinos que acudieron al Jubileo de 1650 —y otra vez la prensa rosa, se habló de que incluso proporcionaba prostitutas— e, igualmente, de las donaciones recibidas para el recientemente creado Instituto de Viudas en Duelo. Como recompensa, su cuñado la nombró Princesa de San Martino al Cimino (Viterbo) y feudataria de diversas localidades.

El Papa cayó enfermo y durante varias semanas, antes de morir, Olimpia tomó las riendas. Durante este tiempo, hizo y deshizo a su antojo hasta que Inocencio X falleció en 1655. En aquel momento, supo que sus días de vino y rosas habían terminado, abandonó el cadáver de su cuñado y puso tierra de por medio. Eso sí, llevándose todo lo que pudo.

Cuando en esta historia hablo de la prensa rosa, como símbolo de las habladurías y las críticas a personajes públicos, me refiero a los pasquines. El pueblo romano expresaba sus ingeniosas críticas poniendo los textos, escritos en papel, en una estatua llamada Pasquino —de aquí el origen del término pasquín—. Más tarde, esta práctica se extendió a otras estatuas y al grupo de todas ellas se les llama estatuas parlantes de Roma. Las críticas hacia Olimpia, la Dona de Roma, eran del estilo:

En otro tiempo piadosa, ahora impía.

Dona es daño, Olimpia Maidalchini es Dona, daño y ruina.

De lo humano y lo divino
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