EL CUADRO QUE DESCANSABA
En 1649, Felipe IV, Rey de España, envió por segunda vez al pintor Diego Velázquez a la Península Itálica para comprar distintas obras de arte, entre las que había algunas de Tintoretto o Veronés. Aprovechando la ocasión, Inocencio X le encargó al genial pintor un retrato suyo y otro con su cuñada. Cuando terminó la obra y se la enseñó al Papa, dijo:
Troppo vero (Demasiado real).
El Papa mostraba su admiración por el realismo de la obra y, con cierto sarcasmo, le reprochaba que no le hubiese dado una mano de Photoshop. En reconocimiento a su trabajo, le entregó una medalla y una cadena de oro. Del nivel de realismo casi fotográfico, tenemos la anécdota de un cardenal que junto a un grupo de clérigos se acercó a la habitación en la que pensaban que estaba el Pontífice. Miró a través de la puerta entreabierta y dijo:
Bajad la voz, pues Su Santidad parece estar descansando.
Lo que había visto era el cuadro de Inocencio X. Por cierto, el cuadro de Velázquez fue una de las cosas que Olimpia se llevó y el de ella… desapareció. Sus enemigos podrían haberlo utilizado contra ella.