CUANDO LAS PIEDRAS LAS CARGA EL DIABLO
Decía Quevedo «una sola piedra puede desmoronar un edificio», y la piedra que nos ocupa, que se lanzó con muy mala leche, desmoronó la Iglesia y descalabró a su cabeza visible… el Papa Lucio II.
Como en demasiadas ocasiones ocurre en este libro, el Papa se vio involucrado en una lucha de poder contra un rey —del estilo a ver quién mea más lejos—. En esta ocasión, el Papa Lucio II y Roger II de Sicilia eran los que se disputaban la titularidad de Capua. Al final, al Papa se le fue la fuerza por la boca y tuvo que olvidarse de sus pretensiones. No había ganado nada pero tampoco había perdido nada… eso pensaba él. Esta situación de debilidad fue aprovechada por el pueblo de Roma para solicitar al Papa que dejase en sus manos el poder temporal y se ocupase, como debería ser, únicamente del poder espiritual. Las exigencias estaban encabezadas por los artesanos y comerciantes de la ciudad, quedando la nobleza urbana en una posición de neutralidad a la espera de acontecimientos. Todo cambió cuando las primeras exigencias no fueron escuchadas por el Sumo Pontífice y los revolucionarios constituyeron la Comuna de Roma en un intento por restablecer un gobierno al estilo de la República de Roma en oposición al poder temporal de nobles y Papas. La cosa se ponía fea. Los nobles, que en un principio no veían mal que al Papa se le restase poder, ahora veían como ellos también se encontraban en peligro. Los nobles y el Papa, otrora enfrentados, se unieron para velar por sus intereses. Las calles de Roma se convirtieron en una batalla campal entre partidarios de unos y otros. Un pequeño ejército, con el Papa a la cabeza, se dirigió al Capitolio donde los republicanos se habían hecho fuertes. Estos consiguieron rechazar la ofensiva papal y, además, Lucio II recibió una pedrada en la cabeza de la que no pudo reponerse… en 1145, días más tarde de la pedrada al más puro estilo Fuenteovejuna, fallecía el Papa. Nunca se encontró al culpable.
Su sucesor, el Papa Eugenio III, fue consagrado en el monasterio de Farfa, a unos 40 km de Roma, ya que la Ciudad Eterna estaba tomada por los republicanos. Finalmente, se llegó a un acuerdo con la autoridad civil y pudo regresar en la Navidad de ese mismo año… el hecho es que durante su pontificado fue un ir y venir.