A VER QUIÉN MEA MÁS LEJOS
El enfrentamiento entre el Papa Gregorio VII y Enrique IV —la eterna disputa de la época por ver quién mea más lejos— tuvo su origen en la promulgación por parte del Papa de un Dictatus Papae por el que se proclamaba soberano del mundo… Humilde, lo que se dice humilde, no era.
Son 27 normas que se puede resumir en tres:
El Papa es el soberano absoluto de la Iglesia.
Sólo el Papa tiene el poder de nombrar obispos, así como emperadores y príncipes, quienes le deben sometimiento y a quienes puede deponer.
La Iglesia Romana nunca ha errado, ni va a errar por toda la eternidad.
Claro está, Enrique IV se sintió ninguneado y comenzó la llamada querella de las investiduras por ver quién ponía y deponía obispos. Y así estuvieron Papas y Emperadores durante cincuenta años hasta el Concordato de Worms (1122) donde decidieron repartirse cada uno su terreno: los obispos se debían al Papa en lo religioso y al Emperador en lo civil. Esto es lo que se firmó; la realidad es que durante mucho tiempo, unos y otros, estuvieron metiéndose en terreno ajeno.
Y respecto al tema de que la «Iglesia nunca ha errado, ni va a errar por toda la eternidad», fue sólo un anticipo de la Doctrina de la Infalibilidad aprobada en el Concilio Vaticano I (1870) convocado por Pío IX. Lógicamente, no significa que todo lo que sale por su boca es verdad absoluta; cuando habla de fútbol o política en medio de una partida de cartas y acompañado de una copa de vino, por ejemplo, eso vale tanto como este libro… el valor que tú, querido lector, le quieras dar. Para que se pueda calificar de infalible se tienen que cumplir dos requisitos: que el Papa hable como cabeza de la Iglesia universal y que su enseñanza se refiera a una doctrina sobre la fe o las costumbres como verdad que no se puede cambiar. Y en palabras de la Iglesia:
El Romano Pontífice, cada vez que habla ex cathedra; es decir, cada vez que, cumpliendo con su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define en virtud de su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe o las costumbres debe ser creída por toda la Iglesia, goza, por la divina asistencia a él prometida en la persona de San Pedro, de aquella infalibilidad con la cual el Divino Redentor ha querido dotar a Su Iglesia, cada vez que ella define una doctrina sobre fe o costumbres. En consecuencia, estas definiciones del Romano Pontífice son irreformables en sí mismas y no en virtud del consentimiento de la Iglesia.