Evacuación del Atica
Al ver que sus aliados pensaban sólo en proteger el Peloponeso y que su intención era reunir sus fuerzas más allá del Istmo y cerrar éste con un muro de mar a mar, los atenienses se sintieron indignados por esta traición y desalentados y abatidos por verse abandonados. La idea de enfrentarse contra un ejército de tantos miles de hombres ni se les pasaba por la cabeza. La única posibilidad que les quedaba —abandonar la ciudad y confiar su destino a los barcos— no convencía a casi nadie: no entendían cómo se iban a salvar si abandonaban los templos de sus dioses y los sepulcros de sus padres.
Temístocles, desesperado ya de persuadir a la multitud con argumentos humanos, actuó como en las tragedias, y por medio de tramoya les hizo ver oráculos y señales de los dioses. Así, se sirvió como presagio de la serpiente del santuario de la Acrópolis, que desapareció en aquellos días. Los sacerdotes, al encontrar intactas las ofrendas que le dejaban cada día, anunciaron a la muchedumbre —siguiendo instrucciones de Temístocles— que la diosa había abandonado la ciudad y que les señalaba el camino hacia el mar[…]
Cuando toda la ciudad de Atenas se echó al mar, unos sufrían viendo aquel espectáculo y, en cambio, otros se sentían maravillados por la audacia que les hacía enviar a sus hijos a otro lugar mientras ellos mismos, insensibles a lágrimas y lamentos, cruzaban hacia la isla de Salamina. También movían a compasión muchos ciudadanos a los que habían tenido que abandonar por su avanzada edad. Algunos animales domésticos y de compañía, mostrando un cariño conmovedor, corrían junto a sus amos aullando de pena al verlos embarcarse. Entre éstos, se cuenta que el perro de Jantipo, padre de Pericles, no pudo soportar que su amo lo abandonara y, arrojándose al mar, llegó nadando junto al trirreme hasta Salamina, donde no tardó en morir de agotamiento. Y se dice también que el lugar que hasta hoy día se llama «túmulo del perro» es su tumba.
Plutarco, Vida de Temístocles, VIII-XI
Avance de Jerjes hasta Atenas
Jerjes partió de las Termópilas y avanzó a través del territorio de los focios, saqueando las ciudades y destruyendo fincas y granjas. Los focios habían abrazado la causa de los griegos, pero al ver que eran incapaces de ofrecer resistencia, toda la población abandonó sus ciudades y se refugió en las alturas más escarpadas del monte Parnaso. Después el rey atravesó el territorio de los dorios sin causarles daños, ya que eran aliados de los persas. Allí dejó tropas a las que ordenó que se dirigieran a Delfos para quemar el santuario de Apolo y llevarse las ofrendas sagradas, mientras él avanzaba hasta Beocia con el resto de los bárbaros y acampaba allí.
El contingente enviado para saquear el oráculo había llegado a la altura del santuario de Atenea Pronaya, cuando, de repente, estalló una gran tormenta acompañada por continuos relámpagos. Para colmo, la tormenta arrancó grandes peñascos de la montaña que cayeron sobre las tropas bárbaras. Como resultado, muchos persas murieron y todo el destacamento, aterrorizado por la intervención de los dioses, huyó del lugar.
Así fue cómo el oráculo de Delfos, con la ayuda de alguna divina providencia, se salvó del saqueo. […]
Mientras atravesaba Beocia, Jerjes devastó el territorio de los tespios e incendió Platea, que estaba abandonada. Pues la población de ambas ciudades había huido en masa al Peloponeso. Después de esto penetró en el Atica y se dedicó a devastar los campos. Después arrasó Atenas y prendió fuego a los templos de los dioses. Y mientras el rey estaba ocupado con estos asuntos, su flota navegó de Eubea al Atica, saqueando de paso la isla y toda la costa del Atica.
Diodoro Sículo, Biblioteca histórica, XI, 14
La flota aliada se reúne en Salamina
Cuando los efectivos que venían de Artemisio pusieron rumbo a Salamina, el resto de la flota griega, al saberlo, hizo lo mismo acudiendo en masa desde Trecén, ya que previamente se les había dado orden de congregarse en Pogón, el puerto de Trecén. Se reunió de ese modo un número de naves mayor que el que había combatido en Artemisio y que procedían además de un número superior de ciudades.
El almirante al mando de la flota era el mismo que en Artemisio: Euribíades, hijo de Euriclides, un espartiata que no tenía sangre real. Sin embargo, los atenienses eran quienes aportaban las naves más numerosas y también las más marineras. […]
Una vez reunidos en Salamina, los generales estudiaron la situación, ya que Euribíades había propuesto que todo el que lo deseara manifestase su opinión sobre qué lugar de los que estaban en poder de los griegos era más apropiado para presentar una batalla naval. Como el Atica había sido abandonada, se refería con su propuesta a las demás regiones de Grecia.
La mayoría opinó que debían zarpar con rumbo al Istmo y combatir frente al Peloponeso. El argumento era el siguiente: si combatían en Salamina y resultaban derrotados, se encontrarían bloqueados en una isla donde no podrían recibir ayuda. En cambio, en las inmediaciones del Istmo podrían alcanzar territorios controlados por ellos.
Heródoto, Historias, VIII, 42-49