El destino de los eretrios

Cuando Datis y Artafernes llegaron con sus barcos a Asia, llevaron a Susa a los eretrios que habían apresado. Al ver Darío que los habían traído a su presencia y estaban en su poder, no les causó ningún daño y tan sólo los instaló en Arderica, a doscientos diez estadios de Susa y a cuarenta de un pozo que produce tres tipos de sustancias.

De este pozo se extraen asfalto, sal y aceite. Su contenido se saca con un cigoñal que en lugar de un cubo tiene atada la mitad de un odre. Con este recipiente remueven el producto, lo extraen y lo vuelcan en una cisterna. Aún líquido, lo trasvasan a otro depósito de donde salen tres conductos.

La sal y el asfalto se solidifican enseguida. En cuanto al aceite que obtienen, es un líquido negro que despide un fuerte olor y al que los persas denominan radinake.

Fue en este lugar donde el rey Darío deportó a los eretrios, que en mi época todavía seguían habitando este lugar y conservaban su antigua lengua.

Heródoto, Historias, VI, 119

El fin de Milcíades

Tras la derrota de los persas en Maratón, Milcíades, que ya antes tenía una gran reputación en Atenas, la vio muy acrecentada. Pidió a los atenienses barcos, un ejército y dinero sin revelarles cuál era el destino de su expedición. Simplemente alegó que si le hacían caso obtendrían grandes beneficios, pues iba a llevarlos contra un país tan rico que podrían traer de allí una ingente cantidad de oro. Tras hacerse cargo de las tropas, zarpó para atacar Paros con la excusa de que sus habitantes habían apoyado con un trirreme a los persas en el ataque contra Maratón.

Cuando Milcíades llegó con la flota, asedió a los parios y mediante un heraldo les exigió cien talentos, diciéndoles que si no se los entregaban, no retiraría sus tropas hasta destruirlos. Pero a los parios ni se les pasó por la cabeza entregarle a Milcíades el dinero que les pedía, sino que aseguraron las defensas de su ciudad doblando la altura de la muralla en los lugares más desguarnecidos.

Los parios dan esta versión de los hechos:

Cuando Milcíades no sabía qué hacer, una cautiva de guerra paria, llamada Timo y que trabajaba en el templo de las diosas infernales, acudió a él recomendándole que siguiera sus consejos para tomar Paros. Tras escucharlos, Milcíades fue a una colina situada frente a la ciudad. Como no conseguía abrir las puertas, saltó la cerca del santuario de Deméter Tesmófora y se dirigió al templo para llevar a cabo una acción determinada, bien fuera mover un objeto sagrado de los que no se debían tocar o cualquier otra cosa. Cuando estaba ya en el umbral, un estremecimiento de terror se apoderó de él, por lo que volvió corriendo por el mismo camino. Pero, al saltar de nuevo el muro, se hizo una herida en el muslo.

Debido a su mal estado de salud, Milcíades regresó con su flota sin conseguir el dinero para los atenienses y sin haber conquistado Paros. Muchos empezaron a criticar a Milcíades, y sobre todo Jantipo, que lo denunció ante el pueblo y pidió para él la pena de muerte por engañar a los atenienses. Milcíades se presentó en el juicio, pero no se defendió en persona, ya que, debido a la gangrena que le corroía la pierna, no podía. Fueron sus amigos quienes, mientras él estaba tendido en una camilla ante el tribunal, lo defendieron con abundantes menciones a la batalla de Maratón. El pueblo lo absolvió de la pena capital, pero le impuso una multa de cincuenta talentos por el delito que había cometido. Poco después, Milcíades murió a causa de la gangrena, y su hijo Cimón tuvo que pagar los cincuenta talentos.

Heródoto, Historias, VI, 132-136

Temístocles prevé una nueva guerra

Se cuenta que la obsesión de Temístocles por conseguir fama era tal y que su anhelo de gloria lo hacía tan amante de las grandes empresas que cuando los atenienses libraron contra los bárbaros la batalla de Maratón, y todo el mundo alababa las virtudes de Milcíades como general, podía verse a Temístocles la mayor parte del tiempo entregado a sus pensamientos. Además pasaba las noches en vela y rechazaba las invitaciones a los banquetes a los que antes solía acudir.

Si alguien le preguntaba intrigado por este cambio en su forma de vida, le respondía que el triunfo de Milcíades no le dejaba dormir. Aunque la mayoría de la gente creía que la derrota de los bárbaros en Maratón había sido el final de la guerra, para Temístocles no era más que el preludio de pruebas aún mayores. Por ello, previendo el futuro con mucha antelación, a la vez que intentaba preparar a los atenienses, se ungía a sí mismo para estas pruebas como campeón de toda Grecia.

Plutarco, Vida de Temístocles, III

La muerte de Darío

Un año después de la revuelta de Egipto, a Darío le sobrevino la muerte mientras hacía preparativos para entrar en campaña, después de haber reinado durante treinta y seis años. Por ello le fue imposible tanto aplastar la sublevación de los egipcios como vengarse de los atenienses.

Al morir Darío, el trono pasó a su hijo Jerjes.

Heródoto, Historias, VII, 4

Subida al trono de Jerjes

Jerjes el rey dice: Mi padre fue Darío. El padre de Darío se llamaba Histaspes, y el padre de Histaspes se llamaba Arsames. Tanto Histaspes como Arsames seguían vivos en la época en que Ahuramazda hizo rey de esta tierra a mi padre Darío, pues así era su deseo. Cuando Darío se convirtió en rey, construyó muchos y magníficos palacios.

Jerjes el rey dice: Otros hijos tenía Darío. Pero mi padre Darío me nombró a mí el más grande por detrás de él, pues así lo quiso Ahuramazda. Cuando mi padre Darío dejó vacante el trono, por voluntad de Ahuramazda yo me convertí en rey sobre el trono de mi padre. Cuando me convertí en rey, construí muchos y magníficos palacios. Los que había construido mi padre, ésos los conservé, y aún construí otros edificios. Lo que yo construí y lo que mi padre construyó, todo eso lo hicimos gracias al favor de Ahuramazda.

Xpf 15-43. Inscripción grabada por Jerjes en Persépolis