De lo sucedido
queda un informe compuesto de otros: serio y frío, poco
esclarecedor. Sin embargo nadie preguntó, la intuición no lo
necesitaba.
En el informe se indicaba que el resto de agentes que seguían a Charles encontraron su coche fuera de la carretera. Habían marcas de derrape, una gran abolladura. Ni rastro del jefe. Lo encontraron cuando avanzaron, corriendo a un lado de la carretera. El jefe presentaba magulladuras, inagotable con tal de llegar a la casa que ya se apreciaba en el fondo. Sus hombres lo recogieron para acudir allá sin demora. Se notaron confusos, el jefe parecía de hierro si sólo se había hecho eso tras el accidente, sin cuadrar la historia que contó. Sin embargo esto último no se indicó en el informe: nunca habían dudado de su superior, y tampoco lo iban a hacer ahora.
Al llegar la casa ardía. Se apreciaba un creciente humo vomitado a la inversa por las ventanas, intuición de la pronta bola de fuego que confirmara que sus tripas estaban calcinándose.
Charles y los suyos la vieron enseguida: un punto de inocencia justo enfrente de la casa. Estaba sentada, y miraba hacia el pronto estropicio. El jefe bajó con calma del vehículo y se fue acercando a la verja de entrada mientras sus hombres se encargaban de informar y pedir ayuda.
Se la quedó mirando y ésta a él. Después se dejaron llevar por la casa, que ya comenzaba a destapar llamas por algunos agujeros repentinos. Al tratarse de un edificio antiguo, la madera ya padecía de antes una lepra oculta, lo que ayudó a que se consumiera eficaz. A la casa le quedó recibir su hora comprobando la poca prisa que se da la muerte. Lo que hizo el fuego fue acabar con su sufrimiento.
Ambos compañeros fueron testigos cercanos de la caída. Durante todo el tiempo la cruz en el cuello de la niña había estado chocando contra la navaja cerrada, agarrada con fuerza entre las manos de ella. Produjo un clinck constante, relajante, como si al viento gustase de oírlo por siempre. A ellos no les hubiese importado. Cuando el calor fue insoportable, el jefe la llevó en brazos.
Cuando quisieron llegar los bomberos y el helicóptero a apagar el incendio, el lugar ya estaba irreconocible. De lo que se pudo rescatar fueron infinidad de herramientas y utensilios sexuales o de tortura. Decenas de cintas y grabaciones digitales se perdieron, pero las pocas rescatadas sirvieron para confirmar de quién eran esos restos humanos.
Del cuerpo apenas se obtuvo unos trozos sueltos ennegrecidos. Uno de los policías decidió quemar una especie de trabajo artístico hecho sobre un cartón, que le recordó a un trabajo hecho con macarrones tan propio de un niño. Fue difícil definir si estaba realizado con restos de carne, lo que revolvía el estómago. Aquel hombre tuvo una imaginación oscura. El agente hizo caso a su instinto y lo quemó en un pequeño fuego que se resistía a irse. Algunas líneas del dibujo eran uñas y pelos.
Eso fue lo sucedido, así aseguraba el informe de un modo más neutral y serio, muy alejado a lo que sintieron los presentes. Al día siguiente la policía revisitó aquel cadáver de guarida antigua, donde el fuego se llevara con fortuna los pensamientos y secretos de quien había enterrado a tanta gente detrás de la edificación. Encontraron más restos en las otras guaridas del listado. Al parecer había más implicados, entre ellos sobrehumanos. Se tuvo que silenciar el asunto.
Por otro lado se decía que Billy, de estúpido alias cañón, había muerto. Suicidio.
Quedó olvidar.
Otro informe trataba sobre un interrogatorio a la niña superviviente. Aseguró que no recordaba nada tras liberarse de la silla y tener una pelea encarnizada con el secuestrador, donde ambos quedaron derribados. Dijo que sólo hubo luz —sus ojos lo expresaron— y que cuando abrió los ojos se vio fuera, con todo ese humo empezando a cubrir el alrededor. Descubrió después a Charles acercándose. No supo si le sonrió. Se le quedó mirando sin expresión y en otro destello se vio llevada en brazos como si fuese una lisiada, así se lo reprochó a su compañero. Con otro destello se vio junto a él en el asiento trasero de un coche patrulla. Durante el camino de vuelta le habló a Charles y le contó sobre deducciones que había aprendido. Tardó en darse cuenta que estaba cubierta al completo de vendas, una manta y la gabardina del jefe. Tras ese discurso inicial apenas habló luego, como si se hubiese vaciado. Se quedó mirando por la ventana entreabierta, disfrutando de la imagen siendo borrada. Se detuvieron en un cruce y se levantó una brisa cargada y silbante. Charles no reaccionó, ni tampoco se percató de la polilla que se posó un breve momento en la ventanilla.
La niña y la polilla compartieron secretos. Recordó que estaba agotada y entonces se apoyó en Charles. Cerró los ojos. El insecto voló y desapareció en busca de un hogar donde aún estuviera atrapada la luz de un invierno que pronto llegaría a su fin. Fue la última mariposa no acorde a esa época del año. Pero ella ya estaba dormida como para analizarlo.