Teorema del Miedo
Anocheció y maldijo la lentitud para volver a casa. Quería ahorrar el combustible de sus botas y decidió andar el camino de vuelta, sin intención de coger ningún transporte público por si acaso la reconocían. Realizó otro aspaviento.
Incorporó mejor el asa de la bolsa de plástico colgando de su mano. La compra había sido una pequeña aventura cuando la reconocieron a último momento, recibiendo un descuento que no deseó por la compra de la leche y la sopa. A cambio de un autógrafo, se ganó una chocolatina que no negó y de la que aún notaba el sabor.
Llegó a un vecindario poblado de farolas de diseño antiguo. Recordó las calles de Londres a pesar de no haber estado allí. Escuchó a un murciélago, ratas voladoras portadoras de lo nefasto al igual que gatos y cuervos. Prefería una invasión de palomas antes que un único murciélago.
Lo observó cómo pasaba de luz en luz como si quisiera acompañarla en su camino. Deseó que acabasen pronto las farolas: miró el camino iluminado que quedaba. Repitió el mismo gesto al soplar.
Se percató que en las luces no había insectos. Era invierno, pero en las noches templadas solían surgir var... El animal se abalanzó y chocó contra ella. La punzada de dolor duró un paréntesis.
Se miró y maldijo el fino rastro de sangre surgiendo de su hombro. Buscó por el murciélago pero ya no estaba. No tenía tiempo para venganzas y comenzó a correr.
No dejó de maldecir durante todo el camino. En casa tendría anti-tetánica, y si hiciera falta se fabricaría en el laboratorio su propia fórmula contra la rabia. Había conseguido eliminar de raíz las alergias de todos los miembros de su hogar, por lo que no supondría un reto.
Escuchó el chillido apenas perceptible del ser volador. Hipergirl se detuvo casi tropezando y lo buscó. Comenzó a dar vueltas a la bolsa de la compra como si fuese una honda. Lo percibió por el rabillo y saltó con gran altura gracias a las botas. A una distancia cercana, usó la bolsa cargada como arma, impactando contra el animal que salió disparado contra el suelo. Ella cayó de pie a varios metros de distancia del arremetido.
La bolsa goteó leche, e Hipergirl lamentó en voz alta mientras abrió y observó el interior. Antes de acelerar y alejarse, miró al animal sacudiéndose en el suelo como si fuese electrocutado a tiempos intermitentes. Lo ignoró y continuó la carrera.
Su cuerpo parecía estable salvo por el dolor en aumento en el hombro. Se había vacunado contra todo tipo de enfermedades en el colegio y en las visitas al médico, pero no podía terminar de estar segura debido a que nunca se había fiado de la medicina de los demás.
Salió del vecindario y se adentró en el siguiente. Cruzó un par más y se percató que iba en la dirección equivocada. No comprendió un error tan básico y giró dirección a su casa. Al tercer barrio volvió al punto de la calle donde el murciélago.
Su casa no quedaba tan lejos, ¿por qué sentía que había corrido el doble o incluso el triple de la distancia...? Se sintió mareada, hecho confirmado por la inestabilidad del suelo. Deseó que el suelo se inclinase como un tobogán para facilitar el camino. Si el suelo no quería, lo haría ella.
Se dejó caer contra el suelo. Tuvo el detalle de darse en el hombre herido, pero el dolor no sirvió para centrarse. Notó el frío en su mejilla y para evitarlo comenzó a rodar. Los últimos retazos de conciencia reconocieron a lo que le dio por llamar “In-Cabal”, un sobrenombre de alter-ego para el momento.
Su mente deshecha por las vueltas le advirtió que le habían tendido una trampa. Gracias Pitágoras. Se preguntó cuánto quedaba para que terminara de lavarse la ropa.
Detuvo el giro. Se percató que su mirada estaba al revés, y sin levantarse se tumbó boca abajo y se enfocó al suelo entre las farolas. Alzó la cabeza y siguió buscando por el animal aturdido. Regresó a mirar para confirmar.
Tenía la esperanza de saber qué líquido se le había infiltrado con el mordisco, pero en su lugar ironizó que, por supuesto, el murciélago iba a seguir en el mismo lugar sólo por y para ella. Insultó con bastante cordura al gato o perro que se lo hubiese llevado.
Acompañada por el eco de la noche, gritó un improperio inventado e inocente al tipo que imaginó escondido a la espera de atacarla. Después dijo:
—¡Ya sé que el murciélago estaba impregnado de una sustancia química! —repasó una vuelta completa sin levantarse todavía del suelo, acurrucándose para poder voltear al otro lado—. ¡Todavía lo huelo! —esperó a la reacción que no llegaba—. ¿Quién toca? ¿El doctor caníbal ese de los seis dedos? —dijo y emitió una risilla forzada.
El que tenía que ser comenzó a dar sonoros pasos para llamar su atención. Lo tenía a su espalda a una distancia prudencial —a menos que fuera silencioso y hubiese dejado una grabadora con un sonido de pasos—. Se dijo que era más sencillo pensar que eran dos cojos compenetrados, y al girar la cabeza confirmó que era una resta de igual a uno.
El mundo se tornó en blanco y negro. No había castillo detrás en el paisaje pero sí rayos de una tormenta silenciosa que tampoco iluminó entorno alguno. Un hombre enorme avanzó hacia ella con pasos lentos de gigante. Vestía camisa ajustada a rayas y pantalones rasgados. Tenía la cabeza cuadrada y el mentón abultado. Tenía cicatrices por la cara, donde su sonrisa amarga se confundía entre ellas. Sus músculos abultados cubiertos de los grises de la visión hacían recordar a una caricatura pionera en busca de bronca. Le faltaba la barba, el gorro, un tatuaje y los tornillos en el cuello —o cabeza, según la versión—. Por lo demás tenía pinta de ser capaz de aplastar cráneos con la misma facilidad que un dibujo animado...
El color regresó y reconoció al típico matón gigante. Cerró los ojos apretando. Una gota de sudor le alcanzó la nariz.
—¿Cómo sobrevivieron los 60? —dijo Hipergirl a un amigo invisible—. De verdad, ¿cómo? —abrió y pestañeó fugaz varias veces.
El aspecto del intruso en la noche seguía resultando monstruoso para alguien común, evidencia que delató a qué bando pertenecía y los motivos contra ella.
Hipergirl se levantó, acción que notó haber realizado unas diecinueve veces antes. El gólem humano quedaba aún a bastantes pasos de ella, pero escasos para él. Hipergirl no quiso esperar y cargó su poder en ambos puños. Precisó y con propulsión saltó con un giro en el aire que le permitió golpear contra el pecho del nuevo rival. Durante el segundo que se mantuvo en la posición, realizó dos ganchos que estallaron en llamas contra la cara del ogro.
La heroína cayó de pie y se alejó para huir mientras se metía las manos bajo los sobacos. No se esperaba tanto dolor. De todos modos los golpes habían servido por el tambaleo y retroceso del hombre, lo que ayudó en la huida y búsqueda de un mejor plan.
Otro chispazo mental sucedió, e Hipergirl notó como si tuviese un bulto por la parte interior bajo los ojos. Un sabor inexistente insistió en que chasqueara la lengua. Se detuvo al sorprenderse virando contra una casa: el sentido de la orientación le traicionó de nuevo.
Buscó por el hombre y lo percibió más cerca de lo esperado. Se armó de lógica egoísta y se dirigió a la puerta de la casa para que la dejasen entrar.
Golpeó la madera tantas veces que ni pudo contarlas. No había nadie. Comenzó a dar patadas como forma de desaprobación. Se percató que golpeaba la pared de al lado de la puerta de entrada. Escuchó al abultado más cerca.
Hipergirl corrió hacia un lado para saltar la barandilla de madera y bajar del porche. Pies en la hierba, comenzó a correr hacia la parte trasera de la casa. Se percató y dejó la bolsa de la compra en el suelo y buscó por el canalón que sabía que habría allí. Se enganchó con agilidad y lo escaló sin problemas a pesar del mareo. Pensó que si se lo propusiera a Gigi, ambos podrían ganarse la vida robando en casas hasta que pudieran pagarse un viaje lejos del país. Una vez en un lugar que no fuese París, el ciclo volvería a comenzar. Los Bonnie y Clyde más jóvenes, le gustaba. Se apuntó la idea aunque fuese para una historia.
Miró abajo y percibió que estaba tan alta como en un edificio de ocho plantas. Cerró los ojos y soportó el mareo líquido que se movió como una bañera dentro de su cabeza. Se notó sudada, lo que significaba una buena señal para expulsar cuanto antes la droga. Eso quiso creer.
Abrió los ojos y agradeció volver a la normalidad por unos segundos. Miró a la ventana y supo que no tenía otra. Saltó envuelta en energía de color.
Entró en el cuarto como un meteorito. Rodó con una voltereta y al terminar quedó plantada sin saber bien cómo. Las piernas le fallaron un momento, pero se controló a tiempo para no perder el equilibrio.
Salió del cuarto y escuchó la puerta de entrada quebrada a golpes. Los pasos del gigante retumbaron por la casa, notando la vibración bajo los pies. Se dirigió puerta a puerta hasta que encontró el baño.
Le costó encontrar la luz y acto seguido cerró la puerta. Se acercó al grifo del lavabo y lo abrió con la intención de lavarse la cara para despejarse.
En lugar de agua surgió un líquido multicolor espeso como la pintura. Se armó de valor y se lavó con ello. No se sintió mejor, y al mirarse al espejo se vio la cara pintada como la de un payaso. Tuvo un acto reflejo y miró la boca del desagüe. Supo que si prestaba atención y esperaba lo suficiente sonaría una voz de allí. Le gustaba ese libro, pero no tenía ganas de rememorarlo en directo, así que buscó por la botella de flúor en el armarito contiguo y la dejó boca abajo dentro del lavabo para que se atragantara el feo ser de las tuberías.
Escuchó los pasos subiendo las escaleras y apagó la luz del baño. A ciegas tanteó para buscar el fondo. Ignoró los ojos como monedas de plata y agradeció a la mano que le pasó el taburete para poder sentarse en un nuevo intento por despejarse.
No controlaba sobre esos químicos y se decepcionó, pero imaginó que no tardaría en desaparecer los efectos.
Miró donde creyó que estaba la puerta. Tramó que cuando entrase el hombre —tan grande como tres— correría para escurrirse entre sus piernas. Si para entonces se encontraba mejor, le propinaría golpes de plasma —lo que era o quisiera creer que era su energía— hasta noquearlo.
Quedó escuchando cómo el matón rebuscaba por el piso. Le pareció escuchar a un loro maleducado y a Bugs Bunny alegando que llegaba tarde. Deseó que Harry el Sucio estuviese en una de las habitaciones para sorprender con un estruendo al perseguidor.
—Somos evolución, ¿no crees? —dijo un tono grave de cueva.
¿Le estaba hablando a ella? La voz sonaba con eco de pasillo, amortiguada por las paredes y la oscuridad que la ocultaban. Se quedó mirando fija a la rendija de luz de debajo de la puerta. Creyó hasta la última gota de su sangre que su corazón sería, de forma literal, lo primero en lanzarse nada más viera allí las dos sombras delatoras de unos enormes pies.
—¿Ningún sobrehumano tiene miedo, nunca te has dado cuenta? —la voz sonaba lejos, eso quería creer—. Los normales se saben frágiles. Míralos siempre escondidos, protegidos, tapados, cubiertos dentro de su ropa, sus casas y coches cuadrados, con esas miradas de desconfianza, de imaginaciones y sospechas que no saben acertar —le recordó a alguien—. Mira alrededor, todo ha evolucionado a partir del miedo —masculló—. Eso no puede ser sano.
Le recordaba al puñetero Alexander. Era lo último que necesitaba para remediar el mareo, el cual notó más extendido por su cabeza hasta el punto de sentirlo incluso más allá de la misma.
—¿Qué se puede decir de un mundo que por norma confunde a los héroes con locos? ¿Tener miedo es la ventaja, o es no tenerlo? ¿Es por una falta de cordura...?
Preguntas, preguntas, satnugerp...
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—Da lo mismo. De un día a otro los locos se alzaran como héroes.
Se masajeó las sienes. Relajó la mente y respiró hondo con los ojos cerrados. Temió delatarse con ese sonido. Pensó la posibilidad de usar su poder contra el interior. Sus manos no se abrasaban con la energía que emanaba, así que por dentro tampoco debía afectar y podría intentar quemar la droga.
Se concentró y enfocó primero el poder al interior de las manos. Lo extendió por las venas hasta los hombros, donde la energía discurrió hasta el centro del pecho. De ahí se dirigiría con calma por el organismo.
Esperó y el mareo no mitigó. Sintió una falsa sensación y resopló provocando gotas de sudor contra el suelo. Era una idea tan extraña como estúpida, y se consoló en vano.
La puerta emitió un crujido y se abrió chocando con violencia. El enorme hombre se mostró con flores largas y variopintas entre el pelo.
Hipergirl notó cómo la energía emanó de forma automática de la mano. Emitió un color anaranjado y se sintió vestida de púrpura.
“Yo una vez vestí éste color” se dijo y olvidó al instante antes de propulsarse con fuego contra el enemigo:
—Sonríe para mí —dijo la pequeña—. Lo deseo.
“Lo ansío”.
Saltó y emitió un estallido de luz que alumbró el baño. No distinguió las formas tentaculares que reflejó el espejo. Antes de comenzar a ceder por la gravedad propinó otro golpe que iluminó de igual forma. Creyó haber cerrado el grifo, descubriéndose en ese instante de rayo el baño inundado de todos los colores imaginables. Sucedió el color final que transformó la realidad en un blanco que dio paso al negro.
El rival agredido se agarró la cara sin dejar de gritar. Las paredes y el suelo retumbaron como en un terremoto de pequeña escala. Hipegirl hizo amago de terminar de escurrirse y huir, pero el dolor se lo impidió. Miró anonadada la sombra de la mano rota sobre la puerta, de dedos descolocados y deformados. Se agarró la muñeca, cayó arrodillada y acompañó al grito del enemigo.
El hombre apartó las manos de su cara y eso activó a la pequeña. Se miraron entre rabias, naciendo y muriendo una extraña mueca mezclada. Apenas podían verse, pero la tenue luz de una luna intrusa y omnipresente fue suficiente.
—¿Qué no sabes rendirte? —dijo Hipergirl imitando la mueca como una burla llena de empatía.
Percibió una intención de hablar del hombre, lo que no permitió con un ataque sorpresa con el codo del brazo de la mano destrozada. No lo pudo evitar; odiaba cuando los delincuentes se le ponían a dar explicaciones.
Tras un crujido por el golpe en vano contra el estómago, se agarró el codo que no se dislocó por poco. Se escurrió con éxito entre las piernas y fue ella la que se adelantó a hablar:
—Dile a tu jefe de los armarios que ya es suficiente, ¡que ni todos juntos podréis cogerme! Ni el tejano, ni el del ojo, ni la serpientita han podido conmigo. ¿Por qué insistís? —cambió el tono a uno más severo—. No estoy a vuestro alcance.
El matón cambió la mueca delatando no comprender. A Hipergirl le descolocó la reacción y la interpretó como una táctica para bajar la defensa y que él pudiera arremeter. La niña saltó hacia atrás y se giró para correr sin llegar a percatarse del gesto de brazo estirado que el hombre realizó para indicar que esperase.
Durante la carrera, Hipergirl escuchó los crujidos y se detuvo a mirar el suelo entablado de madera. Tuvo una impresión y se dio la vuelta para comprobar que el matón inició la nueva persecución. Hasta ese momento no había analizado la casa de diseño moderno fabricada en madera. El pasillo era extenso y ancho, con las paredes sin pintar que quedaban en ese momento blancas por la luz lunar. El suelo crujía mucho, lo que delataba que la casa tendría tiempo a pesar de haber sufrido alguna reforma.
Apoyada por el dolor en su mano, se centró en su rival y cuando lo comprobó cerca se lanzó con un derrape y volvió a escurrirse entre las piernas. Se incorporó y volvió a correr. A una distancia prudencial se dio la vuelta y esperó a que el hombre repitiera el papel de toro. Como imaginó que no volvería a funcionar, lo bordeó por un lado, casi por encima, al rebotar por la pared. Remarcó su acometida con el suelo, ejerciendo fuerza adrede. Recordó que llevaba las botas puestas —lo que explicaba en parte la dificultad de todo ese acontecimiento de huida— y las aprovechó para lo que tenía en mente. Fue acelerando las maniobras, confundiendo a su rival por la mancha en la oscuridad que se movía con cada vez más agilidad.
Era tan lento que fue fácil de esquivar las veces necesarias, y tan tonto que también insistió en seguir el juego hasta que uno de los dos se rindiera. Ella siguió en ese mundo de acrobacias y ni recordó que tenía que cansarse.
A la quinta vez de pasar y volver por el suelo con grandes pasos, el enorme ser lo terminó quebrando y hundiendo a ojos de una heroína sonriente que fue desapareciendo hacia arriba.
Se sucedieron dos golpes y crujidos de gran intensidad. Lo siguiente fue una lluvia relajante de escombros. Poco a poco se fue haciendo intermitente hasta ser nada.
Hipergirl bajó las escaleras con tranquilidad. Apartó la nube de polvo y yeso con la mano sana. Tosió un par de veces y sintió un martilleo en las sienes y ojos.
Miró dentro del agujero donde quedaba boca abajo el tipo. Se retorcía por instinto, lo suficiente para que la escuchara:
—No sentir miedo es de idiotas —culminó.
Satisfecha, se movió con tranquilidad y salió de la casa. Se dirigió a la parte trasera en busca de la bolsa con la compra, situada y empapada encima de un charco blanco.
Marchó hacia casa, sabiendo que llegaría porque la droga había desaparecido. Esperó no mear colores.
Dentro de la casa, el matón intentó alzarse dentro del agujero. Miró a las tablas de madera que atravesaban su cuerpo, las que antes habían conformado el suelo que acababa de traspasar. Escuchó un último desprendimiento crujir arriba. El golpe de lo que cayó llegó antes de lo esperado, sonando dos veces. No lo pudo analizar debido a lo que lo apretó y terminó de empalar. Quedó agonizando consciente, con manos manchadas y gemidos en vano. Tras lo que creyó que era una silueta asomándose, sucedió el soplo final.
Llegó a casa. Todo estaba a oscuras sin nadie a la vista. Se adentró a la cocina y dejó la bolsa en la encimera. Se fijó en el plato lleno que había sobre la mesa y se sentó. Se tomó la cena fría mientras la bolsa de leche terminaba de expulsar su último aliento bajo la forma de gotas blancas lloviendo sobre el suelo.
Queda un asesino...