—Escucha el cuento que tengo que expulsar, pequeño y bonito caracol. Desenrolla tu cuerpo y préstame atención. Bien, ¿has oído hablar de esas muñecas que, de tan reales, parecen que respiren entre segundos perdidos? No es por su calidad, me temo, es por un origen que vas a descubrir, corazón. Corazón, sí. ¿A que me comprendes?

 

Riiisss

 

Un padre tuvo el error de enamorarse de su hija. Era tan bella y coqueta. Se pasaba el día jugando y saltando, bostezando y anhelando caprichos. Como tú. ¿A que me comprendes?

 

Chas

 

—Pasó el tiempo y ella fue creciendo. Su belleza seguía siendo un sin igual: ojos de mermelada y labios como miel recién extraída. ¿Cuál era el problema? Porque siempre lo hay, claro. El problema, mi vida, fue que creció, y parte de su encanto infantil se fue perdiendo, desperdiciado y vaciado en lo sutil... ¿Qué acaso ella quería crecer? Qué poco. Qué esencial. ¿A que me comprendes?

 

Raaasss

 

Así que el padre, lleno del amor más sincero, permitió a su hija ser una con la belleza gracias a la inmortalidad. La durmió con la ayuda de una almohada y entonces...

 

Clonk

 

...la vació...

 

Pock

 

...le extrajo todo menos el corazón...

 

Pock

 

...y la rellenó de algodón y amor. Quedó tan perfecta, mi pequeño, tan definida y lisa como sólo en un sueño se puede ver. ¿A que me comprendes?

 

Chas

 

—Una muñeca de párpados temblorosos. De esas que seguro has visto alguna vez. ¿A que...? Uy, perdona caracol, siento haberte aplastado, no era mi intención, lo juro. ¿Vosotros os regeneráis? Porque no es la primera vez ¿verdad? Ya estarás acostumbrado a que destrocen tu hogar... yo también lo tuve, créeme; yo también, allí en la lejanía, en la cima que supone el monte del pasado... ¿ah, que me comprendes?

 

Ras

 

 

El hombre se alejó de la mesa y observó su obra. Quedó satisfecho y la cogió. Recorrió el sótano y tras una sombra de pilar agarró y manejó una línea alargada que rozaba el suelo. La ató a su trabajo. Después giró la cabeza y alternó la vista. Cortó con navaja parte de esa línea que se descubrió adaptable. Se acercó a la mesa y recogió unos pequeños puntos junto a lo que se intuyó como una gruesa varilla de hierro.

Se giró con decisión y se acercó a la silla donde seguía con poca alternativa la capturada. Se la notó más delgada, lo que indicaba que ese tiempo juntos ya resultaría inolvidable. Se percibió en el reflejo de los ojos a un alma hastiada, y el rey lo disfrutó en silencio. Por su parte, ella no apartó la mirada de lo que tenía el secuestrador en las manos.

El hombre sostenía una especie de correa ancha de cuero, atado un cordel de un extremo a otro para cruzar por agujeros diminutos. Atravesaba su centro una fina cuerda que casi llegaba al suelo. Confirmó que se trataba de una especie de antifaz por cómo el hombre se acercó y lo puso sobre la cara de ella. Cubría de nariz para arriba, resultando bastante apretado. Ella dejó de ver, acentuándose sus otros tres sentidos y medio.

En la nueva oscuridad, comenzó a sentir las cosquillas muertas por su cara y el pelo mecido por lo que creyó que eran las manos del adulto. Como acto reflejo escupió y no necesitó ver para saber que había dado de lleno.

Escuchó cómo el hombre se alejaba y se limpiaba sin articular palabra. Oyó manejar la navaja.

—Tú —reaccionó la pequeña. Intuyó que el hombre se giró—. Si me haces algo tendrás a la ciudad sobre ti. Piensa bien qué vas a hacer.

—Con tu hermana no fue así.

La niña no supo qué responder.

—Insisto que estoy incluido entre los que quieren coger y rajar a ese afortunado —su voz cambió de lugar durante pocos pasos—. ¿Nunca te has preguntado por qué no resuelven lo de tu hermana?

La chica no se pronunció.

—Fue un sobrehumano —consiguió la reacción—. ¿Tú sabes la repercusión que traería en los medios?

—No, no puede...

—¿No puede ser? ¿Y por qué no? —el hombre bufó y disimuló una risa—. Imagina que eres alguien que por naturaleza está por encima de la media y que un día te tocan los ovarios a un nivel extremo —explicó y entonces soltó una expresión que sonó falsa—. Ay, qué cosas digo, tía, ¡si tú eres así! —fue diciendo con un tono divertido, para nada gracioso—. Lo de la autopista trajo más cola de lo esperado, ¿eh? Todo el tiempo buscando y cazando a mis amigos para luego, tachan —se intuyó realizando un gesto con las manos—, resultar que el culpable se entiende con el mismo loquero que tú —concluyó y calló. Al rato se produjo un sonido metálico—. Ese cabrón se me adelantó, joder que sí —continuó. Su voz pareció resentida—. Chafó la obra maestra que podía haber creado con las dos. Por separado; juntas. Un sin fin de posibilidades.

—Eres un monstruo —dijo la niña sin inspiración, coaccionada por los deslizamientos de acero y decisión.

—Bueno, listo —no necesitó verle para saber que la miraba. Creyó notar pasos calmados—. Terminemos de hundir a tu familia.

La pequeña no se esperó el tirón que doblegó su cuello hacia atrás y que la forzó a quedar cara hacia arriba. Escuchó golpes acometiendo al suelo. Cada acometida la forzó hacia atrás, impulsado el cuello como si quisiesen descorchar su cabeza. Escuchó la varilla arrastrarse contra el suelo. Se iniciaron nuevos golpes. Pararon. Regresaron.

Terminó y ella permaneció en esa nueva postura de la que tendría que hacerse a la idea. Su espalda crujió donde la primera vértebra. Notó a los hombros durmiéndose y a las manos desprendieron nueva sangre por culpa de más roces contra las cuerdas.

—Te voy a dejar así unas horas, ¿vale? No sabes tú lo que venden las cintas de sufrimiento lento. No sólo los chinos entienden de eso.

—No-no, no me... —pero apenas pudo hablar al atragantarse con su propia saliva.

—Imagino que tienes alguna objeción —sopló aliento en la cara de ella—, pero a la muerte le dan igual las excusas. Además, no voy a permitir que mueras de ésta forma.

Notó un leve contacto en su mejilla. De repente su boca se vio asaltado por líquido. Identificó la boca de una botella de plástico: le estaba dando de beber agua.

—Ahí, con calma. Me gusta verte mojada pero no la tires toda fuera.

Bebió tosiendo; escupiendo chorros cada poco, pero eso no cambió la inclinación de la botella. El agua terminó, y con ella la lluvia contra el suelo. Quedó respirando agitada, ronca por la dificultad. Notó el hormigueo descendiendo por el cuerpo.

Fue escuchando los pasos que se alejaron hasta la escalera, golpeado con toques el plástico de la botella. Cada escalón pisoteado sucedió al son de la vena palpitando en el costado de su cabeza. Lo último fue el sonido de una puerta cerrándose. Al quedarse sola, volvió a notar el ojo brillante observando, atento tanto a la fisionomía física como a la del sufrimiento.

 

 

?????? ??

 

Los pasos regresaron. El hombre silbaba y describió la trayectoria para llegar a ella con misma manía que las otras veces. Lo notó observando. Después escuchó un toqueteo de botones.

—¿No me preguntas por qué estoy tan contento, cariño?

La niña prefirió no reaccionar: el dolor de cuello resultaba tan presente que no cabía otra realidad. Por culpa de sus últimas aventuras había olvidado qué significaba el dolor real; o incluso ser real. Al principio el dolor fue invisible, pero el peso de las horas lo habían hecho consciente, transformada la incomodidad en averno.

—Voy a filmar mi obra maestra —entonó divertido—. Una donde incluso van a haber efectos especiales reales. ¡Chúpame ésta, Hollywood! —se escucharon gestos contra el aire—. Encima tu aspecto es lamentable, bombón. ¿Antes de quedar conmigo te atropellaron cien veces o qué? —dio una pequeña palmada—. No pasa nada, es un detalle por tu parte. Eso pondrá mucho a mis clientes —calló un rato—. Perdona, quería decir a nuestros clientes.

Hubo un silencio, apenas perceptible los pasos. Entonces la boca de la apresada volvió a llenarse de agua. Esta vez escupió más, tragando con dolor, rompiendo la cascada con tenues gritos de angustia.

Se movió, escuchándose la botella chocar contra el fondo. Volvió a trastear con los objetos sobre la mesa, lugar familiar hasta para la pequeña.

—Tengo curiosidad por ver cómo reaccionan tus poderes —dijo el secuestrador. Pareció gesticular—. Estoy convencido que puedo llegar a sacarte más de un poder distinto si atravieso lo suficiente —siguió moviéndose—. He dejado pasar el tiempo porque no quería tu poder de luz. Comprende que me fastidiarías la toma. Además, tómalo como un pequeño castigo.

La pequeña siguió inmóvil, casi apenas escuchando por culpa del agobio con la forma exacta de su cuello y espalda. Se notó empachada.

—Ey, no te pongas así —resultó imposible que el hombre bromeara—. A mí no me importa tu aspecto. Como si te quiere faltar algo.

Hubo un largo silencio. El corretear de algo pequeño por las paredes se adueñó del momento hasta que regresó la voz del perturbado:

—Ya veremos luego cómo queda en cámara —toqueteó de nuevo el aparato con botones—. Por ahora tú limítate a gritar. No te cortes, ¿eh? Grita todo lo que puedas.

Un escalofrío se paseó por la presa. Empezó a sentirse de verdad a merced del vacío, ubicada en el centro de un ambiente que se tornó palpable.

—Cuanto más, mejor. ¿Vale?

¿Vale?

La pequeña reaccionó y se antepuso al dolor. Tiró hacia arriba la cabeza para lograr soltar la sujeción del suelo. Intuyó que allí habría alcayatas o pequeños garfios, más aflojados gracias a las horas que había estado intentado liberarse. Quedó jadeando, viva aunque ausente del alivio por regresar el cuerpo a su postura, palpitante y perceptible como un tono rojo oscuro en la mente.

Escuchó los pasos acercarse. Eso animó a su esfuerzo a acometer. Sintió un calambre que la obligó a detenerse. El momento fue breve cuando su cabeza se vio forzada de nuevo hacia atrás. Regresaron los mismos golpes que clavaron las alcayatas y forzaron la cabeza con misma fuerza de convencimiento físico.

—Me llaman rey, mi princesa; también inmaculado, mi pureza. Da igual los nombres —los golpes se detuvieron. Se hizo notar el aliento a una nueva bebida—: lo importante es que tenemos talento.

Debido a estar de nuevo presa del dolor de postura, la pequeña pudo sentir algo recorriendo su cuerpo, iniciando por el pecho para bajar por el ombligo. Intentó intuir en vano de qué se trataba. Tampoco se percató que la nula reacción enfureció al rey. El algo siguió paseándose en vano por el cuerpo. En uno de los roces le pareció un objeto plano, por lo que dedujo que sería la navaja.

Un pequeño gruñido ahogado sonó de la boca del hombre.

Intuyó el arma en el pezón izquierdo. Al ser una zona más sensible sí pudo reaccionar para satisfacción del depravado que sonreiría en lo invisible; afilada mueca transportada a la mano del captor.

El objeto se paseó por su pequeño punto y pudo confirmar que sí se trataba de un filo. Si la había cortado, no lo sentía. No creyó que así hubiera sido, aunque no pudo imaginar a su propia imagen sentada y presa, impregnada quizás de líneas carmesí surgiendo y definiéndose sin control.

Sintió una ira (herida) en la inmutabilidad del tiempo y en la oscuridad dueña de sus ojos. Notó la mano del hombre forzar su pierna para separarla. Intuyó que quería que se meara por el miedo.

No entendía de esas cosas; pero sí de otras.

Cuando notó que se alejaba el cuchillo, saltó hacia un lado para propinar otro intento de ataque con la silla. Confió que la sujeción se soltara, pero no fue así y cayó de espaldas provocándose un dolor sordo que la hizo gritar.

El hombre corrió alejándose. Escuchó cómo regresaba al momento.

Lo tenía cerca, moviéndose con pasos sistemáticos que delataron que la estaba grabando en el suelo. Notó el dolor de espalda, pero agradeció destensarse de la tortura.

—Gracias por tu colaboración —dijo el rey—. Tendré que recortar y editar mucho. Pero sigue así, encanto.

—Ój... ojalá revientes. Dios.

—Ey, ¿qué clase de educación es esa con un adulto?

—Mue... muérete.

—Cuando me toque y me venga bien. No como tú.

No cómo tú.

El hombre se alejó y dejó al ojo donde le correspondía, con su papel de mudo confidente. Al regresar, con mismo ánimo, la agarró y levantó para colocarla como antes, un tanto preciso y quisquilloso. Un pequeño silencio y entonces el dolor de cuello arremetió sin compasión, cada golpe innecesario de martillo contra la sujeción como si se lo propinaran a ella.

El tipo pareció percatarse de una sacudida y aprovechó para apartar de entre sí las piernas de la pequeña. Ella deseó que siguiera decepcionado.

Su nariz fue aplastada por una presión comedida. Analizó y supuso que era el plano de la navaja contra su cara.

—Abre la boca.

Como era lógico, no hizo caso. El pulgar del hombre arremetió contra su barbilla. Por culpa de la postura y el regreso de la incomodidad dolorosa no pudo resistir. El filo se alejó de su cara. Un segundo después lo escuchó decir:

—Muerde.

De nuevo fue forzada tras un momento de piedra y maldijo tener aún sensibilidad en los dientes. La mano del hombre contra su barbilla obligó a que mordiera la parte plana de la hoja afilada. Una impaciencia atacó por querer saber dónde quedaba el lado cortante, si contra su lengua o labios.

La otra mano le fue acariciando la nuca. Los dedos se introdujeron en el pelaje con una suavidad y delicadeza que la hizo apretar los dientes sin quererlo. Notó un chispazo en la mandíbula.

—Suelta, ansiosa.

A esa orden sí obedeció apenas terminó la frase. Se tocó con la lengua las comisuras, resoplando aliviada como consecuencia.

Escuchó moverse al hombre colocándose a su espalda. El borde no afilado de la navaja se paseó por su cuello. Sintió la línea dibujarse, el leve rastro desapareciendo que deja cada momento.

Un gemido desde el psicópata la hizo sentirse enferma, sensación que fue a intimar con la angustia actual; rezó porque de ello no se engendrara nada.

La cuchilla se alejó y pudo presenciar y vivir un momento de tranquilidad. Tal calma la fue acostumbrando al dolor. En ese momento pudo analizar que su paciencia estaba muerta desde hace rato.

El rey no pareció hacer nada, siquiera estar inmóvil. Entonces fue que notó regresar la insistencia a su pezón. Esta vez no era el filo, sino un bulto. Desapareció. Entonces sintió lo mismo en el otro pezón. Era difícil apreciar... notó un movimiento rápido. Sintió lo mismo en sus labios.

La vigilante cerró con fuerza la boca e intentó apartar la cara, logrando poco por culpa de la mano del hombre forzando en la mejilla contraria.

Inspirada por el dolor, recordó lo que el secuestrador le había dicho y buscó por su poder del día. El problema radicó en su nulo movimiento, y si le tocaba un poder de gesticular o de mirar le iba a resultar imposible.

Otro recorrido de dolor le impidió concentrarse. Visualizó al hombre disfrutando con el sufrimiento, lo que le hizo insistir en poner aquel objeto en sus labios.

Notó a su muslo apretándose. Por el tipo de agarre debía ser con la mano, además de con mucha fuerza debido a cómo lo notó:

—Si modificas una pieza de coleccionista se convierte en otra, a veces de igual valor —afirmó el rey sin motivo alguno. El objeto se alejó y entonces notó el aliento en la oreja—. Sigue siendo una figura única, con la diferencia que la anterior, esa original, ha aumentado mucho más su valor —su respiración se alteró—. Aunque ya no exista, alguien se preocupara en que no sea así.

Su voz se convirtió en susurro. El aliento se le introdujo por el oído y provocó un ansia muda.

—Ahí comienzan las réplicas. Es algo pensado para los nostálgicos. Una nueva moda que exalta a todos.

Rodeó el cuello de la víctima con el antebrazo y el músculo. Apretó:

—¿A que me comprendes?

Las palabras le evocaron a la heroína un sentimiento tan gélido como dañino. Repentina, comparó el paralelismo y confirmó que la historia se repetía.

De haber seguido viva su hermana, ¿estaría sucediendo esa situación?

La pregunta no obtendría respuesta, y menos cuando lo plano volvió a acariciar el pezón izquierdo. El filo pareció más fino, e incluso helado, agresivo y contenido como el sentimiento que nunca se marcha.

Comenzó a tragar saliva con dolor y asumió su destino, tan poderoso e invencible en cada ser vivo. Pero, ¿era un ser humano? El tipo la trataba como a alguien diferente y especial. A una persona normal no le sucede nada como lo que le estaba pasando.

Le pareció imposible que el antebrazo pudiera apretar más el cuello.

Se impregnó nueva furia en él. Ella no estaba cumpliendo con lo idealizado sobre tan esperado momento que ya había llegado. No permitiría que se tratara de una de esas obras que sólo entretiene al espectador:

—Voy a modificar y hacerte mía, más aún de lo que ya eres en este momento. Serás la protagonista de mi nueva historia donde, además de ser la actriz estrella, la secundaria e incluso productora, tendrás un toque distintivo que otorgará varios niveles de singularidad inimitables de...

Simbolismo... doble fondo... hueco... —comenzó a sonar lejano—. Ahora eres pasado y yo presente... tu... gemelos... tú… Repito: imposibles de imitar —una primera gota de orina fue heraldo de la pronta victoria de lo inconfesable.

El brazo aflojó y el aire se notó fresco. Una corazonada confirmó que algo iba a suceder.

—Por favor, sé parte de este cuento tan especial —su aliento—. Narra junto a mí...

Quiso creer que el pinchazo en el pecho se trataba de su nuevo poder.

Notó el siguiente segundo en cada décima debido al corte en diagonal.

Un día perfecto para Elis
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