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...Elis.

La pequeña heroína se encontraba de vuelta a su hogar. Crujió el cuello al mismo tiempo que se frotaba los laterales de las piernas. Se creía en forma, y sintió que tendría que aumentar el tiempo de los ejercicios.

No quiso saber qué hora era, pero debía de llegar antes del amanecer si no quería encontrarse con otra confrontación contra sus padres. En esos minutos podrían haberla descubierto si por casualidad asomaron por su cuarto. No solían hacerlo... ¿...verdad?

Decidió pedir al nano-iPod la hora con un “Tempus”:

—Te —tragó—. Te mato como mientas.

El día, con la misma y exacta paciencia, no tardaría en comenzar a sustituir a la luna por la otra clase de ojo celestial.

Aceleró el paso hasta iniciar una nueva carrera igual de intensa que las anteriores en el museo.

Su pecho tendría derecho a explotar por el esfuerzo cotejado, convenciéndose que todo ese sudor siendo devorado por la tela de su traje merecería la pena.

Mantuvo el paso sorprendida de la nueva fuerza surgiendo por una voluntad engañada por creer seguía persiguiendo al sospechoso.

Tal fuerza interior y mental le sirvieron para recordar un atajo, no importando si apenas era de cinco minutos. El camino más corto sería la línea recta, y podía llegar a su barrio atravesando una pequeña extensión sin urbanización. Se desvió entonces por otro camino que la alejaba de las únicas calles de la zona.

Visualizó la parte superior de la nave industrial abandonada, situada y alejada de iguales en un enorme solar de tierra pobre y hierbas muertas. Pareció ser una especie de antiguo almacén o pequeña fábrica.

Comenzó a bajar por un desnivel con decisión, afirmando la vista al objetivo. Sus botas especiales se aferraron al terreno, donde pudo alternar derrapes para acelerar la bajada.

No aminoró conforme se acercó a la enorme puerta herrumbrosa, de tonos verdes y marrones que una vez fueron metálicos. Se convirtió a último momento en la forma líquida para pasar por debajo del portón, produciéndose un ruido de succión. Notó más viscosa aún a su esencia, quizás por culpa del agotamiento o del uso constante.

No recordaba el interior tan peleado con las luces. Era un lugar de barriles destrozados moteado por restos de botellas, adornada una esquina por antiguos lechos de hombres que, al contrario que ella, no tuvieron un hogar al que regresar. El olor de excrementos de animales imperaba, y le pareció visualizar nuevas clases de desechos orgánicos que no quiso identificar de qué ser procederían.

Conocía el lugar de hace tiempo. Había vuelto allí un mes antes a jugar con sus amigas, rompiendo sin compasión todo lo que se prestara a ello. Por el día el lugar era feo y armonioso, pero por la noche mostró bajo la piel herrumbrosa un rostro verdadero como el de un nuevo amigo sin pasado claro.

Un ruido la alertó, aunque disimuló que estaba concentrada en la carrera, esquivando con saltos los obstáculos tumbados. El ruido avanzó casi al tiempo que ella, y un reojo no pudo decir mucho salvo la certeza de la presencia de alguien. Un último ruido la desesperó y, aprovechando la fuerza de la carrera, propinó una patada a un bote vacío de cerveza que se interpuso como forma de ataque al lateral. No pareció dar en ningún blanco.

La niña aceleró sin saber en cuántos kilómetros superaría su récord habitual; superado o no, no pensaba volver a correr en una buena temporada, lo juró por el dolor abdominal… el ruido se delató en el otro lado. ¿Cómo había llegado ahí? Debía moverse en eses como extraña estrategia de persecución.

Asegurándose antes que no había nada delante, miró hacia atrás para comprobar una ausencia verdadera y opresiva. Gruñó y se centró en analizar el portón de salida situado más cerca.

Saltó otro barril derrumbado. Los mismos ruidos sonaron en los mismos lugares, como si ella no hubiese avanzado nada. Rabiosa, aminoró aun sabiendo que podía ser un error. Vigiló los laterales en busca de las respuestas que atormentaban.

Conforme decreció su velocidad, fue que los pudo ver por delante:

Eran hombres idénticos en ropas y nuca, con el pelo rapado y un tono de piel que destacaba en la oscuridad. Siguió aminorando y vigilando la agilidad, por lo que viró al lado derecho para colocarse detrás del de ese lado. Sólo hizo falta otro bote lleno de casualidad para propinar el patadón protegido por el calzado, advirtiendo que el hombre a la carrera esquivó a tiempo como si tuviese ojos en la nuca.

Ambos hombres desaparecieron entre obstáculos sin dejar rastro de explicación.

Elis ya tendría tiempo de pensar, así que volvió al centro y esquivó a último momento un barril de madera, la oveja negra entre tanto acero y hojalata industrial.

Su corazón pidió prórroga, y prometió darla una vez saliera por el portón con otro deslizamiento transformado con estilo. Nuevos ruidos a la carrera delataron más presencias.

No quiso mirar, dejándose llevar por la siempre fiel inercia antes de disolverse por debajo de la salida. La oscuridad fue sustituida por la claridad de la noche bañada en luces artificiales y el azul de lo que se avecina.

Volvió al estado sólido y un dolor por el cuerpo la obligó a aminorar, deteniéndose casi en seco por culpa del agotamiento, del dolor y del pálido hombre trajeado que se interpuso en su camino.

Las miradas se cruzaron. El tiempo también aminoró al percatarse de una nueva verdad; por lo tanto realidad.

Elis no pudo concentrarse. Se apoyó en aquella mirada, fascinaba sin importar. Una sonrisa inversa se dibujó en la cara de Elis en comparación a la del hombre, satisfecho de abarcar sin tregua al silencio.

...Elis.

—Eres... eres tú. El asesino.