La historia se repite. Primero una y ahora ella...
—Justo ahora, joder. Quien haya sido ha aprovechado el momento.
Las amenazas de los pederastas eran ciertas. Siempre son ciertas.
La historia está destinada a repetirse.
Continuó conduciendo, alejándose de la cordura para acercarse a la verdadera locura que había surgido sin avisar; rió en silencio por la obviedad. La locura va de incógnito, y cuando quieres darte cuenta ya es tarde para corregir lo que ha provocado a tus espaldas.
Lamentó acelerar: a la mierda su seguridad. Hasta no encontrarla no tendría derecho a morir.
Se sabía que la pequeña vigilante corría peligro desde la muerte de su hermana, así lo imaginaban y esperaban sin querer acertar. Cazar a una red de criminales siempre es peligroso, pero que fuera una red de pederastas atrapados por una menor iba más allá de la ironía o la provocación... ¿qué nuevo concepto o demencia se rozaba con ello? La pregunta era tan esclarecedora que a Charles se le habían desgastado los nervios por lo ignorada que había resultado.
No se trataba de irresponsabilidad, iba más allá del concepto.
—Nunca se le ha hecho caso al jodido jefe de la policía —esgrimió Charles al aire—. Un alto cargo es sólo para aparentar cuando interesa...
Y para tener a alguien a quien señalar cuando se anda falto de imaginación y control.
Malditos poderes sobrehumanos, malditas casualidades... —la mente de Charles se repitió con liturgia, erosionándose como un desierto— ...putos alien, malditos vigilantes y sus derechos. A la mierda con los River, y maldita tu puta testarudez...
Ella no hizo caso a nadie y su don le dio los derechos. Las leyes nunca han sabido regular lo nuevo o diferente.
Tomó una curva doble casi a la perfección y descansó la adrenalina. Siguió recordando qué le había llevado hasta allí. Había sido la sociedad, podrida en conjunto por culpa de unos pocos.
De unos pocos como el sujeto que trajeron dos de los agentes para el interrogatorio.
Varias horas antes que la niña descubriera un nuevo sentido del dolor, el jefe se encontraba en una sala típica con pared de espejo para los interrogatorios. No durmió ni dormiría por la promesa al espejo de no volver a hacerlo hasta encontrarla.
“Billy”, el último hombre que la niña había atrapado en sus misiones sin ánimo de lucro, el método que usaba para purificar y convencerse por lo ocurrido con su hermana.
“La historia se repite”. Charles tuvo ganas de un trago. En su lugar se encendió otro cigarro apenas unos segundos después del anterior.
Antes del interrogatorio, pidió a un agente al cargo información sobre cómo iba el asunto. Éste no supo decirle cuántos llevaban interrogados en las otras oficinas. La operación de emergencia resultó lenta, pero gracias al F.B.I. —que el alcalde consiguió convencer casi de rodillas— la tarea se agilizó al encargarse de sujetos encarcelados fuera del estado.
El agente informó que también se estaba visualizando los vídeos que habían poseído los interrogados por si reconocían al propio Billy junto a otros hombres que pudieran estar relacionados. Con lo que dijera el chico en ese interrogatorio, podrían corroborar y saber qué información tener en cuenta.
Afirmó por el buen informe del agente. Le pasó el cigarro y se dirigió a la sala una vez la vio ocupada.
Rezó porque la palabra enviada no estuviese equivocada. Se centró en el tan famoso Billy.
Habían varias clases de pervertidos: los de constante mirada huidiza, los impasibles, los nerviosos y/o devoradores de uñas y carne. Aquel era de un tipo menos común pero igual de despreciable: los de sonrisa engreída. Que fuese como quisiera, todos ardían por igual en la hoguera de la ley.
—William Black —inició el jefe una vez sentado al otro lado de la mesa—. ¿Cuál es tu problema?
Billy no se lo esperó y sacudió la cabeza con diversión. Miró alrededor de la sala de interrogatorios. Ladeó y quedó mirando al espejo detrás del jefe de policía.
—No lo sé. Dímelo tú —se dignó en percibir a Charles. A su vez se mostró indignado.
El jefe repasó la prepotencia natural que blandía el sujeto. Le dio lástima.
—Ha desaparecido una buena amiga —dijo Charles con calma—. Fuiste el último que la vio. ¿Comprendes?
El jefe ignoró la mirada de duda enfadada que lanzó el agente del F.B.I., de pie en la esquina opuesta.
—¿Fui el último...? ¿De qué hablas? —Billy se encogió de hombros—. El caso de Carol se demostró que... —se detuvo y sonrió—. Espera, ¿no me jodas que...?
Al chico le costó disimular la extraña expresión en su rostro, y Charles supo que había dado de pleno con la pregunta: Billy ya no se escaparía alegando que no sabía nada.
—No me jodas, joder —concluyó.
—¿No te jodo qué? —dijo el jefe con decisión e incorporación.
—Me gusta tu estilo de poli malo. Pero sé que eres el bueno.
—Soy el bueno por culpa de los demás. Pero ahora que estamos tú y yo cara a cara... —apoyó con lentitud la espalda contra el respaldo sin dejar de arquear una ceja. Continuó impasible.
—Tu compañera se va a glorificar. Así que no te preocupes por defender tu puesto, malote.
—Explica eso a la de ya.
—No puedo ni ocultar lo envidioso que me siento. ¡Qué suerte, re-joder! —exclamó como si se lo dijera a sí mismo.
—Qué te expliques —dijo el jefe elevando el volumen.
—Si no me equivoco, el rey lo ha vuelto a hacer.
—¿Amigo tuyo?
—Sí y no —Billy miró a un lado fascinado. Su expresión estaba desbordada—. El rey es el rey —lo miró—, pero nadie está obligado a darle pleitesía.
—Bien que me parece. ¿Sabes dónde encontrarlo?
—Imposible. Por eso te estoy contando todo esto.
El jefe no pudo disimular sus puños apretándose por un instante.
—Tranqui, gran jefe.
—Mejoremos tu estancia en la cárcel, ¿qué me dices? —dijo Charles convencido. El agente del F.B.I. a las espaldas de Billy reforzó su mal ojo para Charles.
—Pues gracias.
Al jefe le molestó el silencio que se formó. Acercó su cuerpo para dirigirse mejor al chico.
—A ver, amigo. Te ofrezco eso a cambio de información.
—Del rey se pueden encontrar vídeos. Los mejores —exclamó—. Pero no da forma de contacto —señaló con el dedo—. Él te llama a ti.
—Si eres digno.
—Supongo.
—Y por lo que he comprobado en tu ficha tú has sido digno.
—¿Tú crees? —dijo Billy mejorando su expresión de ego sobre-mesurado.
—En uno de los vídeos más vistos —el jefe no pudo evitar la cara de asco— apareces tú. Así que ése vídeo es del rey.
—Podría ser. Tiene buena competencia.
—Ya. El que ahora jode eres tú.
El jefe ocultó bajo la mesa el puño apretado y temblando de rabia. Sintió dolor.
—Conexión exclusiva —inició el policía—. Y a mano tu colección privada.
El interrogado gesticuló un segundo. Se relamió los labios antes de hablar:
—¿En la cárcel?
—Claro. Además de un mejor trato por parte de los guardias.
—¿Te tomo la palabra? —dijo Billy vibrando la voz. Charles no supo si acaso estaba imitando a algún personaje.
—Tú verás.
Podía conseguir que lo tratasen mejor, por supuesto, pero los demás presos lo iban a golpear hasta la inconsciencia nada mas descubrieran el trato que iba a recibir y, sobre todo, por el material que iba a tener a mano. Todos los vicios crean ingenuos, y el delincuente gesticuló indeciso antes de abrir la boca y demostrar si lo era:
—No lo sé —concluyó Billy.
El jefe se preguntó si acaso había subestimado su inteligencia.
—Seré sincero —prosiguió el jefe—. El juez no creo que pueda cambiar la sentencia como para dar tales privilegios. Pero como es amigo del alcalde, y el alcalde quiere a la desaparecida como a una hija —Charles golpeó la mesa con la suavidad de un dedo—, hará lo posible por contentar a todo el mundo. Sin excepción.
A pesar de hablar como en un tópico, era bien sabido que lo que decía el jefe podía ser cierto.
—¿La quiere como a una hija? —alargó Billy—. Eso está bien.
Charles torció un poco la boca.
—Pero que muy bien…
Calló y se incorporó un poco mejor en el asiento. Los agentes lo observaron. Entonces quedó pensativo. Un poco más de silencio se sucedió. Billy salió de su ensimismamiento y chasqueó la lengua haciéndose de notar:
—La que ha desaparecido es la que me detuvo —recordó Billy sin dejarse impresionar.
“Mierda” sonó en la mente de cada uno de los presentes que observaban el interrogatorio.
—Pero —continuó—, como sé que el rey nunca falla —acercó el cuerpo—, quiero gratis el vídeo que distribuya —se acomodó en el asiento dejando caer su espalda—. Suelen ser muy caros. Bueno, eso, y todo lo que me has prometido, negrito.
—Muy bien —dijo el jefe aguantando el puño apretado fuera de la vista.
—Guay, sabía que al final me saldría con la mía. Siempre lo consigo.
Volvió a brindar una sonrisa. Se mantuvo y miró alrededor. Después se enfocó y borró el orgullo de su cara para decir:
—De todas formas os digo que perdéis el tiempo.
—¿Por qué?
—Es alguien inmaculado porque consigue lo que quiere. Hace copias limitadas y las vende todas. Si no, las entierra. Él disfruta más rodando que viendo o vendiendo. Prefiere la filosofía del momento y el recuerdo, ¿estamos?
—Ve directo al grano, por favor.
—Un gran porcentaje de desaparecidos en la ciudad son suyos, y no sólo niños —señaló—. Su problema es que no se conforma con poco —repasó con la cabeza la sala—. Como si fuera poco este mundillo, no te jode —dijo bajando la voz—. Además —regresó a Charles—, es un poco impaciente si su objetivo es de calidad.
El jefe de policía afirmó con la cabeza.
—Digo esto porque suele hacer snuff con sus obras maestras. Así que… —pausó y sonrió—. Lo siento —agitó la mano—. Ella ya está muerta.
El jefe aceleró la respiración. Logró disimularlo.
—La pequeña héroe es la obsesión de muchos —continuó—, y de él debe de ser la mayor; la primera de su lista desde hace tiempo —miró a un lado como si hablara con alguien que le entendía—. Por fin uno ha conseguido a un sobrehumano —bajó el tono con admiración—. Y ha tenido que ser el rey —torció la boca a un gesto de desagrado— Por supuesto. Cómo no —miró al jefe para concluir— Larga vida al rey.
Antes de que se llevaran a Billy, comentó con mucho convencimiento varias direcciones donde se solían grabar películas ilegales, lugares que no había confesado a la policía debido a que se mantuvo callado durante su detención. Una vez terminó de cumplir su parte, cayó inconsciente por el puñetazo que recibió del jefe de policía. Al despertar se vería en una cama con la cara vendada, produciendo chasquidos con la mandíbula. Días después intentaría denunciar, pero nadie apoyaría su testimonio. Indignado, volvería a la cárcel donde le esperaría su nefasto destino conforme se propagara el rumor del privilegio.
A Charles aún le dolía la mano, pero agarraba con decisión el volante. Su cuerpo iba siendo decorado, ambientados sus pensamientos por el paisaje derretido al conducir a gran velocidad.
De los detalles que había dicho Billy Cañón, se quedó con que el rey era impaciente según el grado de su obra. Si era así, debía de estar en uno de los refugios más cercanos de la lista obtenida. Apretó el acelerador.