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Jueves 28
Cerró la puerta de casa y se adentró para comenzar a subir las escaleras. Toda la mañana había estado disfrutando de su libertad sin hospitales. En contraposición había vuelto a ser encadenada a lo habitual, pero no podía quejarse si formaba parte de ella como el apéndice, sintiendo como si la hubiesen operado para devolvérselo.
Gritó que ya había llegado y nadie respondió, con lo que lamentó recordar que mamá no estaba. Tendría que cocinar y ya de la cena que se encarga su padre o sus hermanos. Terminó de subir las escaleras y se adentró en su cuarto. Tiró la mochila contra la cama como hacía tiempo que no sentía y se sentó en su silla para dar una vuelta completa.
Daba gusto haber vuelto.
Encendió el ordenador y reprimió un primer impulso de ponerse al día con el correo. Se centró en mandar un comando almacenado a Ceberex para que se introdujera en los archivos policiales.
No supo cuánto tiempo pasó leyendo, percatada al notar su estómago rugir. Distraída minimizó la ventana del navegador y bajó con mucha calma sin salir de sus pensamientos. Se fue preparando algo de pasta sin nada, desviada la mirada en casi cada momento por lo que pensara. Miró el plato cocinado y, como no había nadie, decidió comer en su cuarto. Se arrepintió cuando tiró un poco sobre el teclado del ordenador.
Limpió con rabia y concluyó que los archivos policiales sobre el caso del asesino de las polillas se habían actualizado demasiado. Tenía que releer y analizar nuevos datos importantes, pero se notó impaciente e incapaz conforme volvieron a saltar las medidas de seguridad del servidor policial.
No quedó otra. Tendría que ir directa a la raíz del asunto: no podía ser tan maleducada con las venganzas a la espera. Supo a quién acudir.
—
—¿Y qué canción llevas ahora?
—“Memorial” de Explosions in the Sky.
—¿Post-Rock de ese?
—Post-Rock de ese.
—A mí me ha dado ahora por escuchar Blues. No está mal.
—¿No decías que eso es de viejos?
—Pues sí, me hago viejo y verde, ya ves tú. Merece la pena aguantar los comentarios por escuchar la próstata reventada de Hooker.
Se detuvieron y Gigi señaló la esquina del almacén donde terminaba el suelo de piedra y cambiaba al reflejo del océano. Allí una farola apagada pronto se encendería conforme terminara el atardecer.
Aquel momento era romántico: los dos en el puerto, el sol pintando otros colores, las olas rompiendo con calma, la gabardina de ella y la chupa de él... los dos lo sintieron a su manera. El par de amagos mal disimulados de Gigi de cogerle la mano fueron torpes y fallidos antes siquiera de planearlos, lo que provocó una sonrisa fingida en Elis expresando que el valor del chico le divertía.
—En ese punto lo encontrarás —dijo Gigi mirando la palma un tanto frustrado.
—Muy bien.
—Pues sí, muy bien —Gigi la miró con un poco de intensidad—. ¿Qué me llevo a cambio?
—Las gracias.
—Siquiera me las has dado.
Antes de que Elis reprochara de forma pasiva, el chico continuó:
—¿Qué tal lo del helado? No te enfades —adelantó una mano—, esta vez lo digo en serio. Y de paso vamos al cine.
La niña resopló y miró hacia otro lado. Tras un rato de silencio y de no saber dónde mirar, se decidió:
—Está bien. Supongo que has hecho mucho por mí.
—Por supuesto —gritó Gigi sin querer.
—Ojo, lo hago porque no quiero ver sola la nueva de Pixar.
—¿Qué es un pixsar?
Se hizo un silencio denso, casi expansivo.
—Es broma —Gigi sonrió con torpe picardía, una parodia de Carl Gable—. Todo el mundo sabe qué es Pixar. Hasta los pobres lo saben.
—Sí, hasta los pobres diablos como tú.
Sonrieron. Se formó una extraña mirada unida que no les disgustó.
—Entonces, ¿se acabó lo de Hipergirl? —el chico parecía incluso apenado—. Por Internet ya lo van diciendo.
—Sí. Apenas me nombran. La rara de los River ha vuelto.
—Nunca me has parecido tan rara, hostia.
Ella botó las cejas. Miró hacia el mar y resopló por la nariz. Abrió un poco la boca con intención de decir algo pero calló. El chico aprovechó para intentar cogerle la mano, pero la niña se volteó y esquivó la maniobra como si no lo hubiese visto.
Elis comenzó a alejarse y escuchó a Gigi decir a su espalda que mañana estuviese atenta al móvil. Ella se limitó a elevar el pulgar como aprobación.
El chico se dejó fascinar al verla alejarse. Algo había cambiado en su amiga, pareciendo más femenina; fuerte; valiosa. Su contoneo era un tesoro y se sintió afortunado.
Elis miró la farola conforme llegó. Bajó la vista y examinó el recodo lineal de detrás del almacén. No pareció haber nadie, aunque notó un aura familiar y desagradable. No era hostil, sólo conocida y relacionada con... ellos.
Se dio la vuelta y miró hasta el fondo donde los otros almacenes, hechos miniatura por la perspectiva. Volvió a analizar la farola. Quedó absorta por el ruido constante del mar y alguna gaviota. Notó las chispas iniciales que precedieron al encendido.
—¿Qué deseas?
La pequeña no se sobresaltó y volvió a mirar al horizonte que guardaba la esquina. Allí había un Perfecto puesto de una gabardina similar a la suya. Quedaba espalda contra la pared del almacén, elevada una mano con un cigarro y en la otra empezando a alzar un zippo dorado.
Ahí estaba el extraño contacto, habitante de suburbios junto al mar. En una foto de Hipergirl con Alexander —de la que no recordaba haber realizado siquiera entonces— se le confundía con un tal Fantasma. Fue coser y cantar hablar con su contacto de las calles para saber de él. Al parecer sí era de la “especie” de los que una vez llamó Perfectos.
Elis se enfocó a él y comenzó a acercarse. Observó su reacción y comprobó que no la reconoció. Ella tampoco lo reconoció, aunque entre los de su calaña a veces era difícil diferenciar.
—Alexander.
La palabra de la pequeña detuvo la acción del hombre. Con la misma pose de cigarro y mechero, la miró sin emoción.
—Fantasma —inició Elis—, seré clara en mi petición...
—¿A qué te refieres con ese nombre? Alexander —dijo y terminó la maniobra de encender el cigarrillo—. Sin embargo sé que eres Elis River. Es demasiado fácil cuando eres alguien que le gusta llamar tanto la atención.
—Prueba a ser una niña con poderes y me cuentas.
—Prueba tú a ser una aparición pálida que habita el puerto —soltó el primer humo—. Y no soy tan famoso. ¿Hablamos o no?
—Soy Hipergirl.
—Enhorabuena —la miró sin mueca, delatando sólo para Elis un poco de impaciencia—. ¿Sueles hablar con la gente a base de nombres?
—Hipergirl era una de los Perfectos.
—¿Los perfectos? ¿Qué banda se haría llamar así?
—Me refiero a una de las de Alexander. Ahora soy... —cortó—, es una ex-miembro de la maldita secta que tiene montada.
—No es una secta...
—Es un culto.
Fantasma la miró confirmando algo. Estaba tan centrado que dejó a mitad la calada del cigarro, consumiéndolo la brisa en su lugar.
—¿Cómo sabes eso? —dijo el hombre como si no le interesara.
—¿Qué no escuchas? Fui una de los tuyos.
El contacto desvió la mirada. Tras un rato, volvió a mirar con otra profundidad en sus ojos.
—No noto nada en ti, así que mientes —dio la calada que le dio serenidad—. Ya sabes a qué sensación me refiero —otra calada rápida—. Si no vas a pedir ningún encargo, te pido por favor que te marches.
—Me cargué al día perfecto.
—¿Perdón?
—Fui, vi y vencí, ¿queda claro? Alexander me contaminó pero ahora estoy bien. Ni rastro del día perfecto en mí.
El hombre se mantuvo fijo, exhalando humo y una sensación que no terminaba de creérselo al reconocer que la niña no mentía.
—En mi caso se llama de otro modo, aunque es imposible que te refieras a otra cosa...
—¿Estás con ellos?
—Ya no.
—Me es suficiente. Si me dejas, te explicaré con calma mi caso —dijo y se sentó bajo la farola—. Va para largo, pero sé que estás predispuesto a tener toda la noche y mucho más por delante.
El hombre quedó atento a la extensa explicación de la misteriosa niña. Se le intuyó fascinado aunque no le importara, una ambigüedad que llamó la atención de Elis. Los reflejos sobre cada uno eran diferentes, más realzados en el hombre. Eso fue también llamando la atención de la pequeña.
Elis terminó de explicar, inundado el entorno con las palabras que pudo. Le resultó incómodo contarlo aunque fuese a alguien que conocía bien la existencia de ellos. Ya estaba adentrada la noche y la luz sucia de la farola ahora los alumbraba como si estuviesen en un escenario, rodeados de oscuridad y una calma sólida que se expresa con olas.
El hombre se encendió otro cigarro de tantos y quedó mirando a lo distinguible del océano y su horizonte. “Sin poder ser de otro modo” dijo con misterio y sin intención alguna, con la mente alejada y los ojos apreciando en profundidad el paisaje como si pudiese verlo al detalle. Conforme ya se fueron condensando las auras, se decidió comenzar a aclarar:
—Alexander te tiene envidia.
—¿De mí? Si hizo conmigo lo que quiso.
—No todo, y lo que viste en tu última incursión lo asegura —se miraron. Ella intentó expresar cierto horror—. Eres una sobrehumana de nacimiento, además de medio alien. Eso es mucho potencial.
—Algo de eso hablé con él y, para variar, no quedó nada claro.
—Nosotros somos inducidos. Más que poderes, es...
Pausó. Siguió pensativo, enamorado del mar negro e invisible.
—Magia.
—La ciencia que aún no tiene nombre —dijo Elis sorprendiéndose al expresarlo sin pensar. Temió que aún le quedasen restos perfectos dentro de ella—. Te seré sincera y creo que algo ya me imaginaba. Investigo un caso sobre un satanista y no pude evitar ver la conexión —eso produjo una nueva sonrisa en el hombre que Elis no pareció captar—. Pero, bueno, sabiendo que Alexander invade la mente, no me resultaría extraño que fuera él quien me inculcara que todo eso es magia.
—Llámalo como quieras, sinceramente. Son otra clase de poderes basados en las emociones y, como primordial, en la voluntad. ¿No te resulta familiar como ciencia?
La niña negó con la cabeza.
—Cuántica. La física cuántica que está tan de moda.
—Creo que me gustará escuchar eso.
—No lo sé. Contigo es difícil acertar —dijo con misterio, lo que logró que la niña gruñera y vigilara un poco más sus movimientos.
Fantasma tiró el cigarro al agua. Acto seguido sacó el paquete de tabaco y se lo mostró a Elis. Ésta no tardó en comprobar que seguía lleno de cigarrillos, sin faltar ninguno. El hombre sacó y se acercó uno a la boca antes de realizar un chasquido de dedos que hizo brotar fuego de sus dedos índice y medio. Encendió el cigarro y agitó la mano para apagar. Después, tiró el paquete al aire y fue a parar al agua. Tras un rato observando tan estúpida acción, Elis comprobó que Fantasma enseñaba el bolsillo donde se situaba de nuevo el paquete de tabaco.
—Con esos poderes —inició Elis sin quitarle ojo al bolsillo— también evitarás el cáncer de pulmón, ¿verdad?
—Soy inmortal. ¿Tan pronto has olvidado la superioridad que viviste?
—Daba asco.
—Lo que no te gustó fue tu yo de otra realidad —concluyó Fantasma despertando conclusiones en su joven interlocutora—. Lo más seguro que éste poder de fuego pasajero que he invocado surja de alguien alternativo, en éste caso un sobrehumano. ¿Comprendes?
—No. Pero me va quedando más claro que antes. ¿Y los otros poderes?
—Más sobrehumanos. Supongo.
—Tres por uno —se la notó ausente, almacenando detalles—. Alexander es el más avaricioso.
—El más asesino, sí.
Una impresión golpeó a Elis. Quedó analizando sin decir nada, hasta que se animó a preguntar:
—¿Asesino en más de un sentido?
—Sin embargo tu poder de deducción es admirable —un elogio quedaba raro de él—. Asesino “temporal” —dijo afirmando con la cabeza—. Matar otros tiempos por el beneficio de nuestro presente.
—Ah.
Elis acompañó a la apreciación de la noche. Comenzó a ver la belleza oculta gracias a lejanas luces paseantes de barcos. Cruzaban la mismísima línea del horizonte como si estuviesen estáticos, movidos por una magia o cordel invisible. A la cabeza le vino el tema “Eg Anda” de Sigur Rós.
—Con todo —prosiguió Elis y comenzó a levantarse—, ¿cómo de viejo es Alexander?
—Lo suficiente como para creer en todos los cuentos e historias que conozcas —la analizó de arriba a abajo.
—Ni eso me asusta. ¿Dónde podría encontrarlo ahora que he destruido su hogar?
Hubo un silencio delator. Elis lo miró de mala manera, no terminando de creer que tuviera una objeción incluso contra eso.
—Te recomiendo que vuelvas allí —se limitó a decir Fantasma.
—¿Por?
—Han sido unas cosquillas. Con ellos siempre es así.
—¿Por? —repitió endureciendo la entonación.
Fantasma se echó atrás y quedó entenebrecido. El punto de luz anaranjado se intensificó antes de acercar su cara y regresar a la luz proyectada de farola.
—Compruebo que no lograré convencerte. Te recomiendo que vayas y lo veas. Es el único lugar que entre los dos podremos deducir. Es el cubil de Alexander —concluyó.
—Su nido.
Regresó el mismo silencio exacto. La heroína decidió no insistir, tan cansada de la actitud perfecta.
—En resumen —comenzó Elis—, para ver si así nos entendemos. ¿Cuál es el problema principal?
—Estuviste de su lado. Eso puede significar que ya es tarde.
—Esa expresión es difícil de aplicar, ¿no crees?
—Todo se mueve por el tiempo, sobre todo las acciones. Sólo podemos deducir que allí hubo una sobrehumana, muy especial —quiso remarcar—, entre sus filas. Eso le da ventaja. Poco más te puedo contar de lo que tendrá en mente —continuó Fantasma sin dejar de analizarla—. Lo que sí veo en tus ojos es el otro porqué que hizo escogerte. ¿Sabes de lo que hablo?
La niña observó muda en todo sentido.
—La eterna tristeza —no hubo calada más concluyente—. Hay gente tan sensible que son capaces de notar el peso del alma.
Elis sintió un vuelco en el corazón. No era como otros que había sentido alguna vez, y eso la confundió. Logró apartar a tiempo aquella sensación que no servía.
—El sentir cómo comprendes la vida y cómo nos apena —dijo Fantasma y enmudeció un momento antes de concluir—. Nos apresa.
—No estás siendo de ayuda, y me siento un poquitín —juntó el índice y el pulgar y los dejó saltar al aire— decepcionada.
—Qué sinceridad tan escasa —emanó—. Sólo él te podrá dar las respuestas. Nunca alcancé el rango suficiente para saber algo más sobre Alexander —se encogió de hombros—. Por lo que me has contado, y compruebo, tú sabes más que yo. Tuviste más privilegio.
—Por eso mismo se la haré pagar.
—Así me gusta. Oye, ¿te apetece cenar? O un café. Por una noche me gustaría huir del viento marino —comenzó a moverse sin esperar respuesta—. No te preocupes que invita la casa —dijo sin que cuadrara con él la expresión y tiró el cigarro al mar, algo que sí pareció practicado.
Los ignoraban. Todo el mundo actuaba como si no estuviesen allí y, como extraña guinda, la camarera se acercó trayendo lo que deseaban sin pedirlo. Era como si todo el mundo estuviese sugestionado por ellos, y eso creaba un aura propia de otra dimensión que dio comodidad, privacidad y otra clase de seguridad. Elis se sintió bien con esa soledad, como si se estuviese desahogando de un peso. Le iban gustando los poderes de Fantasma, marcados en desgracia por una maldición que ella bien conoció.
Durante la cena lo fue analizando. Lo creía de más edad por culpa de la palidez, e identificó que sería joven sin llegar a los treinta años. Por otro lado comprendía que la visita de ella debía de ser un breve momento que él recordaría como un sueño. Por último concluyó que se dedicaría a trabajos sucios para no sentir que estafaba al mundo con sus poderes. Ganaba dinero de mala forma, pero no le quedaba otra a sabiendas que por su aspecto nadie lo querría tener cerca por mucho rato. Ser sicario o recadero era lo más cercano que le quedaba de la dignidad de ser humano.
Fantasma comió con tranquilidad, aún evadido como si el mar siguiese enfrente. Aunque no reaccionara, se percató de las veces que Elis lo analizó. Se limitó a continuar la escueta conversación que a veces surgía. Aquel segundo en su vida era único, pero quedaría igual de desaprovechado.
—¿Tú por qué te alejaste de allí?
La pregunta surgió de la niña de forma inocente, espontánea. Fantasma pareció todavía más distante:
—Me cansé, al igual que tú —apretó la boca—. Sin atreverme a tanto extremo, claro —mordió la hamburguesa con mucha tranquilidad. Sus cejas intentaron expresar pena asumida.
—¿También te persiguen? —preguntó Elis. Propinó otra forma de bocado a su sándwich mixto.
—Claro. Y saben dónde estoy. Muchos lo saben, así que por lógica... —miró alrededor—. Creo que Alexander me está torturando, esperando a que me debilite antes de cazarme y colgarme en medio de los que permiten ser sus hijos.
—Tenemos un enemigo en común —deseó otra cola como bebida—. Deberíamos formar un tándem de vigilantes.
—Siempre trabajo solo, lo siento —dijo apresurado.
Dejó la comida sin quedar claro si seguía teniendo hambre; de todos modos no lo necesitaba.
—Me has dado fuerzas —confesó el hombre con extraña sinceridad.
—¿Ah, sí? —dijo Elis y observó llegar su bebida.
—Eres la prueba viviente de que ese hechizo, tu día perfecto, no lo es tanto. Voy a intentar librarme yo también.
—¿No te sorprende que una niña logre lo que parecía imposible?
—La verdad que no. Cada generación supera a la anterior.
—Por eso ya tenemos superado a Dios —dijo y dio un sorbo a su refresco—. Oye, que si puedo ayudar en algo...
—Lo harás. No ahora —remarcó—. Aún es pronto.
Elis supo a qué se estaba refiriendo. De haber sido Hipergirl, o de estar en el lugar de los Perfectos, habría visto imágenes del futuro. Quizás por eso Fantasma se mantenía tan distante analizando más allá de todas las lejanías, maravillándose u horrorizándose de lo que le podía suponer el siguiente paso. Elis se preguntó qué aventura les deparaba juntos.
—Oye —comenzó Elis—, si no te moles...
—Stevenson.
Elis sonrió. No se dio cuenta y por lo tanto jamás lo sabría, pero Fantasma sí apreció aquella sonrisa tan sincera que se guardó junto al mechero hasta el día en que volvieran a encontrarse, doce años después para romper su “mirada estática”, la forma en que llama a lo que para ella era el día perfecto. Una vez el tiempo se acordara de él, podría re-aprender la vida junto a esa futura detective que sería la madre de sus hijos.
Viernes 1
Los días de escuela resultaron enrarecidos. No recordaba haber estudiado varias de las lecciones y sin embargo las podía explicar. Conocía de vista y los nombres de compañeros que jamás había tratado, así como de un par de profesores nuevos.
Debido a ello se mantuvo distante como si hubiese cometido un crimen. Los demás niños y profesores lo notaron, pero tampoco llegaron a actuar. Nadie se metió con ella ni le hablaron más allá de lo relacionado con los estudios. En el fondo no le importó, sintió que por fin había encontrado la paz que buscaba y que tanto había deseado durante días.
Entonces cruzó su mirada con la de Janet y recordó. Se miraron como si nunca se hubiesen conocido. Se odió. Miró a los demás y comenzó a entender mejor por qué actuaban así. Se odió un poco más.
Resopló para soltar su última esperanza frente a las semanas que le deparaban en los estudios, asumiendo su condición de paria hasta la llegada del instituto, donde convencida se dijo que podría volver a empezar. No se percató de la mirada de la profesora René ofreciendo ayuda, pero hasta esa boya terminó por hundirse.
—
Al abrir la puerta de casa le sobrevino el olor de la comida. Tocaba lasaña. Asomó a la cocina y comprobó que llegaba a tiempo. Fue a su cuarto y dejó las cosas con bastante rapidez. Bajó y entró en la cocina. Se sentó mientras su hermana terminaba de preparar la mesa. Holy se la quedó observando y le gastó una broma sobre qué controlado que tenía el tiempo y lo justa que llegaba para todo. Le extrañó comprobar que a Elis no pareció haberle sentado bien el comentario. Decidió disimular y aprovechar esos momentos juntos. Desde lo sucedido, solían estar antes por casa. Elis sabía que era por ella, y eso la incomodaba.
Los cuatro miembros quedaron en la mesa comiendo en silencio. Conforme contaban qué tal la mañana, casi lo hacían murmurando, como si temieran un ataque inminente. A Elis la incomodó, no le parecía un viernes típico, tanto que gustaban, mirando de reojo por intuir que la actitud nacía de su padre. Éste no se había separado de ella en sus dos días en el hospital, sin hablar de Hala o lo sucedido, sólo sobre si Elis estaba bien. Parecía querer negar una nueva recaída en la familia, tan malditos que ya parecían.
El asunto se remarcó cuando Luk movió el cuerpo como si se acomodara. Era una señal, bien lo conocían. Se mantuvieron masticando con calma, mirando de reojo. Fue Polo quien quiso comentar:
—Creo que me ha salido muy bien el examen de hoy. La Universidad está chupada.
—Ya te lo dije.
No importó quién lo dijo, resaltó más el intento fallido de Polo por animar un poco el ambiente.
Continuaron comiendo en silencio, donde se remarcaba el masticar de Elis. Estaba nerviosa, no lo podía ocultar, dejando caer el tenedor contra el plato cuando cogía el vaso con agua.
—Elis, por favor.
Ésta miró a Holy como si no entendiese. Analizó y mostró su lengua manchada a modo de burla.
—Eres una cría para lo que quieres —dijo Holy. En verdad se contagiaba enseguida del malhumor de su padre—. Por favor, que tienes nueve años.
“Nueve…” en Elis quedó el número como si fuese algo dañino. ¿Cuándo…? Hizo un esfuerzo enorme por no analizar, por olvidar la reciente época perfecta hasta en ese aspecto y sentido. Se bebió de un golpe el vaso con agua. Los de su familia la miraron de reojo.
—Mamá ha llamado.
La frase cayó y pilló desprevenidos al resto. Luk se había pronunciado, y su tono no parecía a mal. Sin embargo nadie dijo nada. Luk no se dejó afectar:
—Dice que pronto volverá.
—¿Dónde está? —aunque ya lo supiese, Elis quiso saberlo de boca de su padre.
—Con la tía Andras.
La hermana de Hala también vino a la Tierra, pero era raro verla debido a que vivía en la otra punta del país. Era cierto que su madre quería desconectar.
—¿No dice nada más?
El tono de Elis no fue malintencionado, sin embargo así se lo tomaron los demás. Tuvo ganas de levantarse de la mesa.
—No —aclaró Luk.
—¿Qué más hablasteis? No creo que durara poco la conversación.
—Bien lo sabes, Elis —dijo Holy sin poder aguantarlo.
—Por eso insisto, listilla.
—Chicas —calmó Luk—. Hablamos que no fue normal que abusaras de la droga. Estoy con tu madre en que terminaste enganchada.
—¿Y qué si fue así?
—La culpa también es nuestra, por supuesto. Pero... —Luk resopló y se le quitaron las ganas de seguir comiendo—. Da igual, por desgracia eres demasiado madura.
—¿Por desgracia?
—Sí.
El ambiente sentenció. Elis miró impasible, pero se entendió que estaba indignada.
—Antes que te rebotes —Luk se lo estaba tomando con mucha calma—, debes recordar y ser muy consciente —hizo hincapié—, que el gobierno podría meter mano por haber gastado sin conciencia un líquido que se considera un arma.
—¿Eso no me convierte a mí en el arma? ¿Acaso no estoy bien, que es lo que importa? No soy tonta —la voz de Elis se elevó un poco—. Imagino —se interrumpió—, mejor diré que sé que mamá ya estaba peleada contigo, y que discutisteis la definitiva porque no has hecho nada con respecto a mi último comportamiento.
Nadie se atrevió a hablar. Hacía rato que se habían dejado de escuchar los cubiertos.
—Es verdad que te has quedado un poquitín —remarcó Elis— de brazos cruzados —dio un pequeño bocado. Continuó con mismo tono—. Estabas confiado en que todo se arreglaría porque soy así, que ya se me pasaría —iba alargando las última sílabas—. Que estoy en esa edad y esa otra, que no tengo arreglo...
Luk se levantó arrastrando la silla. Comenzó a salir de la cocina sin dar tiempo a ver su rostro.
—Joder. ¡Elis! —gritó Holy.
—¿Qué pasa? ¿La verdad duele? —ironizó la niña sin temor a corresponder la fiera mirada de su hermana.
—Te has pasado —añadió Polo.
—No lo creo —dijo Elis con más sorna—. De lo único que me he pasado es de listilla, ¿no? Me sé de memoria la película de esta familia. Los que tendrías que cambiar sois vosotros —señaló de un lado a otro de una forma acusadora.
La niña también se levantó y se marchó de la cocina. Ignoró todas las impertinencias con peso de su hermana, que la siguió hasta su cuarto. La moralidad indignada siguió sonando más allá de la puerta, repetida con retumbe por el eco del pasillo.
Elis agradeció tener un dispositivo musical interno.
—
Estaba lista a resolver la duda que lanzó Fantasma sobre que volviese al lugar. Fue subiendo en autobuses de manera automática hasta que llegó a la zona. Por el camino dedujo que tenía que haber avisado a Polo, desistiendo al concluir que desde un principio el asunto era demasiado personal.
Fue atravesando la periferia, habitada por árboles secos separados entre ellos como enemigos. Paseó por encima de un tronco caído haciendo el equilibrio con soltura, tan ignorante como llena de serenidad. Se cruzó con un gran charco marrón que decidió no bordear para así probar (manchar) sus botas de goma. Caminó dentro y dio un pequeño salto para crear una explosión de agua sucia. Apreció la lluvia de un segundo. Nunca entendió cómo se divertían los demás niños con los charcos, prefiriendo disfrutar del sentido de lluvia antes que maltratarla. Continuó su camino, reprimiendo sin éxito una ironía sobre que iba a ver a su abuelita, afectada de la maldición del hombre lobo. Eso le pasaba por meterse en la cama con quien no debía.
Iba con la cabeza gacha para no tropezarse con alguna piedra o rama, pero entonces la fuerza del instinto la obligó a elevar la vista con calma. Había llegado, fue imposible dudarlo.
Se detuvo frente al lugar que reconoció como el edificio de los Perfectos en toda su blasfema gloria, en perfecto estado.
Estaba en perfecto estado.
Seguía siendo un edificio bajo en mitad de la nada de un zona despoblada que, además de apartado de la vida de la ciudad, emanaba un aura de abandono propio que repelía sin atraer la atención a pesar de lo evidente. Se mantenían alejados como los delincuentes sin destino que eran. En el muro que la rodeaba seguía asomando la luz esférica similar a la de farola, su mitad oteando como una luna traidora atenta por delatar; entrometerse; inventar los pecados de quienes se acercaran.
Por eso no había nadie allí salvo ellos, esperaban al incendio. Por primera vez el fuego no había conseguido purificar nada.
Elis se dio cuenta que llevaba la misma ropa que cuando fue la primera vez. Se registró el bolsillo y la encontró. Miró de nuevo la tarjeta y gruñó afirmativa para sí. Seguía teniendo la impresión que no podía haber encontrado la estructura de tres plantas de otra forma, que otros antes se habían perdido —o sido devorados— al no ser invitados. Cuántas impresiones tontas solía tener, y encima acumulándose. Era lo que importaba —arrugó la tarjeta y la lanzó contra la puerta— puesto que hablaba de su vida.
Se acercó a la puerta enrejada entre los muros bajos. La reja seguía nueva con la capa de polvo. El timbre modelo antiguo la miró inquietante con su ojo.
Asomó la cabeza por las rejas para analizar el gris ladrillo como cemento que formaba la caja impertinente. La segunda planta completaba su presencia con las ventanas azuladas y opacas, escondiendo la indecencia y la repugnancia.
Y el silencio, el complemento final. Denso y sólido, evocador; inocuo; detestable. Ya no la inquietó, y los pies hablaron de ir dentro cuanto antes para resquebrajar de nuevo el lugar las veces que hiciesen falta aunque quedara mil veces insatisfecha.
Escuchó el chasquido en la puerta. Se abrió un poco como invitación. En lugar de aceptar, se alejó y se quedó quieta a pocos metros de la puerta. Quedó firme y observando como un centinela.
No supo cuánto pasó, y durante la espera se puso a escuchar música en su nano-iPod. Se contoneó en lo invisible y se percató entonces de un pequeño cúmulo de piedras en el suelo. Eran los restos de la figura que formó en su momento gracias a uno de sus poderes. De tener el mismo poder, se centraría en su lugar en afilar algunas piedras para formar un cuchillo tosco pero suficiente.
Elis aprovechó para sacar unos guantes de cuero negro de una pequeña riñonera que llevaba bajo la ropa. Se los fue poniendo con calma sin dejar de mirar la entrada.
Comenzó a sonar “Shake It Baby” de John Lee Hooker cuando allí apareció alguien que terminó de abrir la puerta con calma. Elis posicionó dispuesta a todo, sobre todo al comprobar quién aparecía a recibirla.
Valentine surgió desde el portal andando sin prisas. Su mirada vacía era suficiente para saber qué pensaban los desalmados sobre ella. Se detuvo:
—Elis.
—Imbécil.
En verdad lo era, porque se acercó sin saber que Elis había acudido con el conocimiento de saber cuál era su poder del día, además de una canana bajo la ropa llena de móviles relacionados con las botas de goma que llevaba. El chico notó el calambrazo en un costado del cuello, energía que le rebotaría desde la coronilla hasta los pies. Cayó al suelo fulminado al mismo tiempo que el móvil fundido.
Ya que estaba, Elis se dejó caer rodilla por delante hacia el estómago del chico. Valentine se elevó con impulso y ella aprovechó para darle con la palma en la cara, devolviéndolo a su sitio. Al chico le comenzó a sangrar la nariz, y por la posición sus ojos pronto acompañarían al reguero con lágrimas.
Un nuevo móvil en la mano de Elis se alzó decisivo. Tuvo la tentación de volver a someterlo a otra descarga. Se contuvo aunque supiera que merecía todos los rayos de una tormenta.
—Elisabeth, no seas así, yo...
Encima se atrevió a fingir que estaba postrado a sus pies, evocando una mala imitación de Alexander con misma y clara intención oculta. Fue un milagro que Elis siguiera conteniéndose frente al mini-clon.
—¿Dónde está Alexander?
A la mierda. No esperó a la respuesta y lo agarró del pelo para levantarlo y propinarle otra descarga. Disfrutó de su grito. Lanzó el móvil humeante a un lado y buscó por otro bajo la blusa.
—Co... cobarde —se atrevió a decir Valentine.
—¿Qué insinúas? Yo soy mis poderes y mis talentos —acercó la mano y jugó con el cabello de Valentine atrayéndolo por la estática reinante—. Eres de los predilectos. Lo conoces todo de él —dejó suceder un silencio dramático—. Hasta el fondo —la electricidad aumentó, sonando un chasquido que sacudió en un susto al chico.
Sin embargo siguió sin querer hablar, así que Elis se vio forzada sin importar a colocar una rodilla en un costado del chico —donde un riñón— y la otra en el cuello. Comenzó a apretar y tensar el cuerpo de Valentine. Presionó a romper; aquello ya iba siendo una tortura con todas las de la ley. Valentine retorció una mueca tras la máscara roja y brillante que impregnaba su cara.
—El edificio.
—Como que hay pocos.
—El suyo. Winstar. ¡El Winstar! —soltó un pequeño gallo—. Suele estar allí —alargó afónico.
Decía la verdad.
Elis apartó las rodillas y acercó su cara a la de Valentine. Acarició con su rostro la frente del chico para no mancharse. Bajó la cara hasta la altura de la de él. Hubo una mirada lejana de cualquier sensación: los ojos decepcionados de ella y los incomprensibles de sangre y cristal de él.
Elis se incorporó con dos movimientos secos y prácticos. Ayudó a levantarse al niño. Le sacudió el polvo con cuidado de no mancharse de sangre y, con una sonrisa que pareció natural, Elis se alejó y comenzó a adentrarse en la zona pelada. Notó que Valentine gritó algo, pero le dio igual.
Conforme se adentró para salir de ese episodio, sintió la oscuridad. Tampoco le importó; si aparecía el lobo, lo electrocutaría.