Aunque te de lo mismo, la Vida
Continua
—Bien, a la de tres lo hago, ¿vale?
—Que sí.
—¿Estás lista?
—Hazlo de una vez.
Se produjo la acción sin conteo alguno. Eso la pilló desprevenida. Aguantó el grito y le dieron ganas de atacar. Se contuvo, apartada de la percepción por cómo había sonado el crujido al lado de su oreja. El chico parecía impresionado de haberlo logrado a la primera.
Elis giró el hombro con calma, torciendo la boca por cada pinchazo. Tenía el hueso donde debía, ¿cuál era el siguiente paso en su lista de tareas pendientes?
Ah, sí.
Propinó un puñetazo en la cara de Gigi, arrepintiéndose al haberlo hecho con el brazo que acababan de arreglar. El chico no llegó a caer, tocándose la cara con las manos, enrojeciendo enseguida. Una lágrima se derramó:
—¿¡Qué cojones haces!?
Se dejó llevar y se abalanzó sobre ella, donde la tumbó y pelearon en serio. Él le propino un par de golpes en el costado, insistiendo ella en golpear su cara, amortiguadas las sacudidas al ladear el chico la cabeza.
Se fueron tranquilizando, calmado el niño al percatarse de la mirada de Elis. Se apartó y se dio la vuelta sentando para darle la espalda, respirando tenso mientras se tocaba la mejilla con insistencia.
Ella se incorporó, delatando jadear. Descansó los brazos en las rodillas y observó el cuerpo del caído, ignorando a Gigi. Se percató entonces y se ajustó la ropa para taparse.
El chico se dio la vuelta, y conteniendo la rabia dijo:
—Estás loca, te salvo la vida y mira qué haces.
—Sabes bien por qué lo he hecho.
La niña insistió en estirar hacia abajo su ropa de hospital. El chico siguió hablando. Se le notó insistir en mirar el cuello de ella:
—Cada vez te da una neura, qué voy a saber qué coño te pasa ahora…
—Míralo, qué mayor, como dices palabrotas como los mayores…
—¡Ya vale!
Elis se calló, quedando seria.
—A ver —dijo Gigi y respiró hondo—. ¿Qué te pasa, Elis? No soy adivino.
—Lo sabes bien —dijo y estiró la ropa con más fuerza. Se notó entumecida la mano y la elevó para girar la muñeca.
El chico quedó analizando. Entonces su cara fue transformándose. Apartó la cara y con voz algo temblorosa dijo:
—¿Estabas despierta?
—No. Menos cuando estabas en el baño.
—Ah.
La atmosfera se condensó. El aire pareció más viciado, pareciendo que se enalteciera con el olor de aquel momento:
—Pues, pues también tienes culpa —dijo Gigi y se reafirmó mirándola.
Elis abrió más los ojos, quedando boquiabierta.
—¿De qué vas?
—No has parado de tontear desde que nos conocemos para luego ni un beso…
—Anda, por supuesto —alargó—. ¿Sólo me buscabas por eso, Gigi? —pausó—. Dime, ¿eh? ¿Me estás escuchando? ¿Eh? —gritó—. No eres diferente a los tipos que he detenido, ¿cómo crees que me siento?
Apartó la cara y resolló.
—Mal —la voz de Gigi sonó débil.
—No sirve de nada decirlo. Te odio.
Se giró con pena y entonces lo descubrió llorando. Su rostro delataba sentirlo de verdad, pero ella no lo sentía igual.
—Aun sabiéndolo, te volvería a salvar la vida.
Ella resopló y cerró los ojos. Respiró por un momento y al fin dijo:
—Gracias.
Él sonrió de forma triste.
—Supongo que estamos en paz —afirmó Elis.
El chico abrió la boca un momento. La cerró y luego los ojos para poder centrarse en lo que decir. No paraban de caerle lágrimas:
—Creo que no funciona así —los abrió—, pero tratándose de ti…
—Sí.
Elis ocultó su cara entre las rodillas. Volvió a resoplar y tembló un poco. Alzó la cara y analizó a Gigi. Parecía otro, como si le hubiesen dado una paliza. Miró hacia la navaja en el suelo situada entre los dos. Estaba roja, casi negra. Alzó la vista y comprobó que por la pared detrás de Gigi se vislumbraba su mochila.
—Menos mal que estabas por aquí —dijo a Gigi sin mirarlo, analizando aún la mochila. Al estar más calmada, notó su voz algo afectada. Se frotó el cuello e intuyó dolor. Debía de tener esa zona morada, por eso Gigi miraba ahí a menudo.
—Quería visitarte para hablar. Lo he conseguido, pero con qué añadido —rió de mala gana—. No estabas en tu cuarto, pero sí lo estaban tus cosas, por lo que pensé que ya la estabas liando...
—¿Perdona?
—No lo quería decir así, pensé que te habías fugado a la azotea, o algo. El caso que me costó encontrarte, pero vi un enano grotesco huyendo de esta dirección, lo juro, y supe que algo pasaba, que a la fuerza estaría relacionado contigo, que el Polilla te estaba haciendo algo muy malo, o peor…
—Pues casi. No me van a dejar en paz —giró hacia el derribado. De tener ganas, habría sentido un escalofrío.
—Estoy yo aquí para protegerte…
Gigi calló al comprobar la mirada que le devolvió Elis. Torció la boca y se limitó a mirar su navaja. La toqueteó con el dedo. Después se miró la yema y se limpió la gota de sangre con el pulgar.
—¿Por qué lo hiciste? —dijo Elis rompiendo todo trance.
—¿Te refieres a…? Lo de anteanoche —cambió su postura—. ¿Por qué insistes? —analizó el rostro de Elis y suspiró—. Ya te lo he dicho mil veces. Me gustas.
Le dieron ganas de estrangularlo.
—Eh, eh, que apenas te toqué. Sólo mire…
—No quiero saberlo.
—Sí, perdona.
—Pero, Gigi, ¿por qué piensas en esas cosas?
—No, no lo sé. Es lo que me toca, ¿no?
—Venga, va.
—Pues —cortó—. Joder, te vas a enfadar.
—No creo que se pueda más. A menos que quieras matarme —señaló al cuerpo y sonrió fría.
—Es que, bueno, siempre que he ido detrás de alguna he conseguido lo que quería. Eres la primera que me rechaza tanto tiempo. Supongo que eso ha hecho que cada vez te quisiera más.
Elis no dijo nada, analizando las frases del chico. Al final dedujo y arqueó las cejas:
—¿Eso quiere decir que no eres…? —cortó. Pareció indignada.
—Virgen. ¿Ves? No pasa nada por decirlo —dio una sacudida con el pecho—. Pues no. No lo soy. En los Rulez Boys hay una chica con la que estuve saliendo…
—Gigi, que tienes doce años.
—¿Y? Mientras sea con alguien de mi edad, ¿cuál es el problema…?
Al decirlo delató una sensación que llamó la atención de Elis. Apartó de nuevo la cara.
—No, no es normal —continuó la niña acercando un poco su cuerpo—. Aunque —titubeó— tampoco sé cuándo se empiezan a hacer esas cosas.
Por un momento se intuyó algo de inocencia real en ella. Eso hizo sonreír a Gigi.
—A tu edad está claro que no —la miró—. El que se ha excedido he sido yo.
—Al menos lo reconoces.
El chico rió.
—Mira —dijo Gigi más calmado. Había dejado de llorar—, para empezar este no es sitio para discutir. Vamos a buscar por alguien…
—¿Tu padre no te enseñó que eso no está bien?
—Tía, suenas estúpida —dijo y se arrepintió al ver la reacción. Asumido, exhaló aire—. Perdona, no quería sonar ofensivo.
—Cuántos perdones en un momento.
—Suele pasar —dijo resoplando—. Elis —centró—, él no es un buen ejemplo, ya lo sabes. Cuando era niño me dejaba mirar sus revistas.
—Por favor…
—Pues sí.
Ambos se miraron y no supieron cómo reaccionar. Él mantenía su sonrisa, sosa tras tanto rato. Elis se notó forzada en cada movimiento, insistiendo en frotarse el cuello. El chico se acercó y ella reaccionó a la defensiva en un primer momento. Se relajó dejando que la mano de Gigi elevara su barbilla para que observara cómo tenía el cuello. Su cara lo explicó todo.
—Oye —inició Gigi y alejó su mano de la barbilla—, ya que estamos con confesiones…
Las palabras parecieron incomodarla.
—No, no, espera a escucharme antes de empezar a exagerar, ¿vale? —dijo mientras agitaba la mano.
La pequeña pareció más predispuesta.
—Tus misiones como poli…
—Sí.
—Sé que lo haces por lo de tu hermana. Pero, leí rumores por Internet y… —se detuvo a ver la reacción, pero continuó hecha una estatua de hielo—. ¿Te sucedió algo… malo?
—No, por favor. No —dijo frunciendo el ceño. Parecía decir la verdad.
—Vale, es que tenía mi duda y siempre tuve miedo a preguntártelo. Espero no tener que esperar a una situación similar para tener que preguntarte otra vez.
Eso la hizo sonreír, con lo que se mostró más animada.
—Lo más raro que me ha pasado, sin contar lo tuyo —lo miró mal un segundo—, fue con un detenido, que consiguió tocarme y acabó con la mandíbula rota —al confesarlo, Gigi tensó la espalda.
—¿No te cayó una buena?
—No eres el único que se aprovecha de las leyes, Gigi. Sólo que mi caso es superior.
Gigi pareció pensativo. Se levantó con la intención de acercarse a los lavabos y lavarse las manos. Ella de mientras miró a la navaja manchada, intentando ubicarse dentro de aquellos baños que ya estaban ordenados tras el caos.
Sintió venir de golpe el cansancio. Le pesaron los párpados, pero no quería romper el momento que estaba viviendo con Gigi:
—Oye.
—¿Sí?
—¿Qué se siente?
Eso hizo girar la cara del chico. No dijo nada hasta que no terminó de lavarse las manos. Aún le quedaron restos rojos. Regreso donde ella y alargó la mano para tocar su hombro.
—No sabría decirte porque no lo he hecho por amor. Imagino que en ese caso será muy diferente.
—Ah —se mantuvo atenta a sus ojos. Regresó con ímpetu a otra pregunta que sonó con un tono de disculpa—. ¿Serías capaz de esperarme?
—¿Y tú?
La respuesta pareció molestarla, por lo que intentó incorporarse, recordando tarde lo de sus piernas.
—Elis, Elis, tranquila, ya estás malinterpretando —mientras lo decía su mano era apartada por sacudidas de hombro, pero insistió—. Tranquila, eh, escúchame. Mírame.
Le hizo caso.
—Me refiero a esperar sin encontrar otra persona, ¿comprendes? Nunca se sabe, porque puede que yo mañana encuentre a alguien que me quiera. Después de lo sucedido, es normal que pienses que puedo no ser el indicado.
—A veces siento que sí, pero otras…
—¿Aún me tienes miedo?
Apartó la mirada y calló. Eso no pareció preocupar a Gigi:
—Elis, debes aprender a no sacar las cosas de sitio. No te das cuenta pero todos se preocupan por ti. Debes dejar de creer que la gente va con segundas. Cuando alguien tiene un problema contigo, se nota.
—¿Ahora te da por los sermones?
—Mírala, qué orgullosa.
—¿Cuál es el problema?
—Nada, nada.
—¿Te digo yo a ti lo que tienes que hacer?
—En parte…
—¿Eso piensas? —dijo Elis e intentó acercar su cara para encaramarlo. Como no lo consiguió, agitó su hombro para que dejara de tocarla.
—Tranquila —alargó—. A esto me refería.
—Siempre estás igual, déjame un rato, ¿vale?
El chico resopló y dio un paso hacia atrás. Miró a los espejos sin saber qué hacer ni decir. Elis quiso añadir algo más:
—Y ni se te ocurra mirar cuando no me dé cuenta, ¿eh?
—Joder.
—Deberías enderezar un poco tu vida en lugar de marearme —fue diciendo. En el interior se percató que estaba hablando como su madre cuando discutía—. Piensas como tu padre, que en la cárcel te lo darán todo hecho. Y de mientras, ale, a costa de otros que no tienen culpa.
—¿Y a ti qué más te da?
La niña resopló y se apartó lo que pudo.
—Yo también me canso, Elis. Me dices qué tengo que hacer cuando tú haces lo que te da la gana. ¿Te juzgo por las veces que has metido la pata o por la brutalidad policial de la que abusas?
Elis no se dignó a mirarlo.
—Es que asumes que todos tienen que entenderte, y eres un maldito enigma. Tú estás loca —dijo y se alejó de nuevo hacia los lavabos.
La pequeña giró y lo observó. Poco a poco sintió un malestar que la obligó a actuar:
—Gigi…
—No, me canso —su voz retumbaba. Se apreció el enfado contra el espejo—. Te quería como novia y lo único que has conseguido es que te esté cogiendo manía.
—Pero Gigi, si ya lo hemos hablado.
—¿Y entonces por qué metiste tu mano bajo mi blusa? ¿Por qué tu cara siempre está cerca de la mía? —esperó en vano por alguna respuesta—. ¿Por qué tonteas con frases estúpidas desde que nos conocemos?
—Yo, eso no significa nada, es —sacudió la respiración—. Jugaba.
—Encima lo reconoces.
Sonó como una sentencia. Elis le dio la espalda sin poder quitarse de la visión el rostro del espejo. Cambió de postura y se tumbó boca abajo ocultando la cara entre los brazos. Se encontraba cansada y apenas tenía fuerzas para pensar qué decirle. Prefirió ignorar al mundo.
Se escuchó pulsar con fuerza y luego correr al agua, lo que pareció relajar un poco el ambiente. La niña respiraba ruidosa contra sus brazos, delatando el peso en sus pulmones condensados. Tosió un par de veces, lo que le hizo pensar que Gigi interpretaría que estaba llamando la atención. A lo mejor un poco, sí. No sabía cómo arreglar esa discusión, nadie le había dicho cómo se hace.
Otro golpe. Volvió a abrirse el grifo. Al menos el golpe había sido más flojo.
Elis siguió perdida en el laberinto de sus pensamientos. La bola de nieve estaba atascada, pocas veces le había pasado. Sentía como si pudiera abrir su cabeza para que saliese a presión toda clase de formas. Había escuchado de una especie de operación que aliviaba al cerebro cuando se apretaba contra las paredes del cráneo. Se convenció que necesitaba eso.
El creciente cansancio ayudó a parar un poco sus pensamientos.
Se concentró en su respiración.
—Gigi.
Pero el chico no respondió. Siquiera se escuchaba volver a abrirse el agua. Elevó un poco la cara:
—Gigi —insistió.
Su amigo debía pensar que estaba usando los típicos trucos para dar pena, por eso no respondía.
El agua tampoco se escuchaba. Tampoco respondía.
El agua.
Elevó la cara y centró en escuchar. Sonaba un eco lejano y extraño, estremecedor por lo desconocido.
Se incorporó y se dio la vuelta.
Lo vio.
El hombre de la máscara estaba frente a los lavabos alzando del cuello a Gigi. Lo agarraba con sus enormes manos, quedando la impresión de que sus largos dedos blancos eran capaces de dar una vuelta entera alrededor del fino cuello.
La mirada de los niños se cruzaron en el espejo. Elis vio el horror rojo en la mirada de su amigo, un reflejo fiel por el detalle de la boca abierta que comenzaba a enrojecerse.
La heroína gritó quebrando la voz. Alargó la mano y cogió la navaja. Se lanzó y comenzó a arrastrarse alternado gritos y gruñidos:
—¡Déjalo en paz!
Su avance era rápido, pero el hombre y el ahorcado parecían lejanos por culpa de la tensión. Se esforzó por romper la realidad; al espacio tiempo.
Otra vez.
Los huesos de los codos comenzaron a doler, pero eso fue un chute de energía para impulsarse. Llegó a la altura de las piernas y clavó la navaja. Un grito fue la respuesta. Se escuchó mejor el gemido ahogado de Gigi.
—¡No!
Clavó los dedos gracias a su poder, chocando las yemas con hueso. Fue escalando por las piernas y enseguida llegó a la espalda, obteniendo ésta una ventilación macabra por donde avanzó la niña. El ser se retorció sin llegar a soltar al chico, aullando un sonido alienígena. Se giró contra la pared que hacía y esquina y arremetió con su espalda para aplastar a la cría.
—¡Que lo dejes!
Se impulsó arriba con energía y el último cuchillazo fue contra el hombro, cerca del cuello. Eso produjo el mayor grito jamás escuchado por Elis. Las manos se aflojaron y el chico cayó inerte encima de los lavabos. Elis siguió otro camino de caída contra el suelo del baño. Se esperó un ataque, pero que le pisaran el tórax de esa forma fue inesperado, lo que logró nublar su mente.
Mientras las luces parpadeaban y se fundían, lo último que recordó era una amenaza hacia la criatura de que si hiciera falta lo mataría con su propio esternón. Le dolía, por lo que creyó que se refería al suyo propio, al de ella. Luego una última imagen idílica se mostraba entregando una costilla a Gigi. ¿Qué significaba eso…?
Ya no lo podría saber.
Le costó percibirlo, pero sus ojos siguieron sintiendo luz. Más allá de los párpados sucedía una vida llena de ruidos y gruñidos, de gritos familiares; reconoció hasta el sonido de esos zapatos pisando con fuerza, la violencia de esos puños...
—Charles.
El jefe de policía propinó otro puñetazo en el hombro sangrante del enorme tipo, lo que fue efectivo. Aprovechando, sacó el arma para apuntar, pero un manotazo la envió lejos con la fortuna de no dispararse. Charles, apretó los dientes y los puños y se lanzó en placaje agarrando al gigante por los flancos, sin darle opción de bloquear la embestida.
Elis comenzó a moverse en el suelo, pero le pesaba hasta el último átomo. Escuchó un golpe, lo siguiente otro mayor contra una superficie, seguido de una conclusión sonora contra el suelo. Sintió daño en el oído que tenía más cerca del suelo. Apenas pudo reaccionar, pero pudo apreciar antes de sumergirse en una neblina cómo un príncipe acudía a ella. Elis le dedicó la mejor sonrisa que pudo antes de caer inconsciente.
No quedan asesinos… puedes intervenir…
Que así sea.