Habló con la comunicación de radio, donde le confirmaron que la casa que habían asaltado pertenecía a una persona con múltiples propiedades. Era dueño de varias de las casas de la lista, resultando en un empresario que ya estaba vigilado e imputado por otra clase de delitos. No creyeron que pudiera ser el rey, pero quedó claro que se conocían.
Entre las que nombraron estaba la que en ese momento se dirigía Charles. Como llamada, la vislumbró en la lejanía de la carretera. Aceleró y lució un dominio absoluto del volante.
Tenía un jardín olvidado por el frente, ralo en los bordes como si al pincel de la naturaleza se le hubiese ido acabando o secando la pintura. Tierra marrón y verde, felpudo de bienvenida a esa casa doble: una maldita casa doble por la que investigar en poco tiempo, tan sólo él y los agentes que aún no habían llegado de lo atrás que los había dejado en la carrera.
La verja de entrada era de cerradura forzada. Se lanzó a saltarla. Arriba, consiguió recuperar el equilibrio y saltar al otro lado con decisión. Cayó y se enderezó corriendo, siendo fuerte ante el dolor de pierna porque no sería nada en comparación a lo que estuviese sucediendo con su compañera. Cerca de las entradas, tuvo que escoger qué lado de la casa:
—¿Me oyes? Por favor, dime en qué parte estás...
Corrió hacia el punto central. La casa doble parecía burlarse de él con enormes bocas abiertas como porches y ojos como cruces de ventana que desvelaban ser muertos sin gracia.
—¡Dime en qué lado estás!