Gota a gota
LIS HABÍA DORMITADO DURANTE la noche con la ayuda de los calmantes que los médicos le habían introducido en el cuerpo. Había sido un sueño superficial, poco satisfactorio, cuajado de momentos de terror en los que despertaba y no recordaba dónde estaba. Era ya por la mañana, aunque por la ventana la calle parecía casi tan negra como de noche. Las nubes seguían en el cielo como gigantes de acero, un severo recuerdo de la tormenta de la noche anterior. Lis estaba en la cama, bastante incorporada, y la rubia cabeza de Sarah reposaba en un rincón del colchón.
Una enfermera alegre y regordeta entró en la habitación y en ese momento Lis distinguió el chaleco fluorescente de un policía colgado en la parte de fuera de la puerta.
—Buenos días, preciosidad —dijo la enfermera con fuerte acento jamaicano—. ¿Te encuentras mejor? Una hipotermia no es cosa de risa…
Lis se levantó un poco, despertando a Sarah al hacerlo.
—Sí, estoy bien —respondió.
La enfermera sonrió. Lis no se había visto en ningún espejo, pero si la compresa que tenía puesta en la nariz tenía el aspecto que se imaginaba, prefería no mirarse.
—Lo siento, Lis, debo de haberme quedado dormida —se disculpó Sarah.
—Me parece muy bien, no seas boba. —Lis se notó la garganta irritada. Debía de ser por todo lo que había gritado. Recordó vagamente como se había desplomado en brazos de la mujer policía que la había encontrado, aunque todo era un borrón de luz producido por las linternas y reflectores en la lluvia. Durante un rato breve pero terrible, Lis se había temido que no la encontraran en el laberinto de árboles, y que la dejaran morir allí.
La enfermera le metió entre los dedos un vaso de plástico con agua y vigiló que se tomara varias pastillas. Mientras lo hacía, la puerta volvió a abrirse y entró por ella el padre de Kitty, llenando el hueco de la puerta con su imponente estructura ósea. La última vez que lo había visto, iba con Kitty en la parte de atrás de la ambulancia, aferrado a su hija, abrazándola contra su pecho y besándola en la frente.
La enfermera se le acercó poniéndole mala cara.
—¡Debería dejarla en paz, para que descanse!
—Solo serán cinco minutos.
Lanzándole una mirada gélida a Monroe, la enfermera salió de la habitación. Sarah lo recibió con el mismo entusiasmo que la enfermera.
—¿Es necesario hacer esto ahora?
—Me temo que sí.
Esta vez se mostraba muy diferente, como ablandado.
—¿Qué tal te encuentras, Lis? Supongo que pasaste una noche espantosa. Menuda tormenta, ¿eh?
Lis apenas logró contestar con un gesto afirmativo de la cabeza.
—Bueno, ahora puedes descansar. Todo ha terminado. El señor Gray ha muerto. —¿Le diría en algún momento algo que ella no supiera?—. Eres la única persona que vio lo que sucedía… Lo siento, pero tengo que hacerte unas preguntas.
Al cerrar los ojos, Lis vio la misma imagen que había estado rememorando durante toda la noche, una y otra vez.
—La tormenta era horrible, él me perseguía y nos caímos por el borde. No podíamos ver por dónde íbamos.
—Eso fue lo que nos imaginamos. No te preocupes, Lis, no estás metida en ningún problema. La daga que encontramos en el instituto se corresponde perfectamente con las heridas que Laura presentaba en su cuerpo. No podemos estar seguros de que fuera Gray quien la utilizó, pero sí de que tenía sus huellas dactilares. La cosa parece bastante probable.
—Bueno, ¿has oído eso, Lis? —preguntó Sarah.
—Jennifer Rigg y Daphne Gray son cómplices de asesinato, claro está; ni siquiera han intentado negarlo. En cuanto se les dé el alta en el hospital, quedarán detenidas a espera de juicio.
—¿Están aquí? —preguntó Lis casi sin voz.
—No, cielo. Se encuentran en otro hospital de Leeds, y están bajo vigilancia policial, así que no te preocupes. Ni siquiera hemos empezado a interrogarlas. Dios sabe qué fue lo que se apoderó de ellas… pero llegaremos al fondo del asunto.
Pero Lis sabía que no llegarían al fondo de nada. Hollow Pike siempre guardaba sus secretos. Miró a Sarah, que le sonreía cariñosamente. Su pobre hermana, ¿qué pensaría de todo aquel follón?
—¿Y mis amigos?
—Danny, Jack, Delilah y Cat… Kitty están bien. Solo tienen heridas leves. Ya se les ha tomado declaración.
—¿Puedo verlos?
—¡No! —intervino Sarah—. Aún no. Cuando te encuentres mejor. Ahora tienes que descansar.
Lis vio lágrimas en los ojos de su hermana. ¿Sería que les echaba la culpa a sus amigos? ¿Pensaría que la habían arrastrado ellos a aquel desaguisado?
Monroe bordeó la cama con su enorme corpachón, y acercó una butaca.
—Tengo algunas preguntas más, Lis. ¿Qué sucedió en esa aula? Nunca había visto nada parecido.
Se oyó un ruido en la ventana. Los tres se volvieron para ver una enorme forma negra que golpeaba con el ala en los cristales. Las plumas del pájaro ofrecieron destellos de color zafiro al posarse en la cornisa.
Hollow Pike aguardaba su respuesta. El cuervo era su mensajero.
Lis se volvió hacia Monroe y mintió entre dientes:
—No lo sé. Mientras Jack las distraía, yo escapé corriendo.
Monroe la miró con ojos penetrantes. Ella notó que la parte blanca que rodeaba el iris tenía un leve tinte anaranjado.
—Lo siento, no sé —repitió.
—¿Y no tienes ni idea de por qué iban tras de ti y de tus amigos?
Desde luego, tenía una idea muy clara. Pero, aunque la razón fuera ridícula, sabía callar la boca.
—No. Simplemente parecían habernos elegido, por el motivo que fuera.
Monroe se dejó caer en la butaca, aparentemente exhausto.
—Bueno, última pregunta: todavía no hemos encontrado el diario de Laura Rigg. Danny Marriott dice que se le cayó al suelo de la secretaría, pero nuestros hombres no han conseguido encontrarlo. ¿Alguna idea?
—No, lo siento —susurró Lis.
—Yo también. Allí podría encontrarse la respuesta a algunas de nuestras preguntas. —Parecía triste, con la tristeza de quien está de vuelta. ¿Cuánto tiempo llevaba trabajando en aquel pueblo? ¿Qué tipo de cosas había visto? ¿Cuántos casos «sin explicación» había encontrado? ¿Cómo podría la policía abordar alguna vez la oscuridad que ella había tenido ante los ojos?
Monroe se puso en pie y le estrechó la mano a Sarah antes de darle una palmada en el hombro a Lis.
—Duerme un poco, Lis.
El inspector de la policía la miró pensativo una vez más, antes de salir sigilosamente de la habitación. Su largo abrigo se levantó ligeramente a su espalda, como una capa.
Al otro lado de la ventana, el cuervo emprendió el vuelo.
Transcurrieron un par de semanas en una mezcla entre el régimen hospitalario y el de Sarah. A Lis se le permitió leer libros y revistas, después le trajeron su Nintendo, y pudo disfrutar de la compañía de Max y de Logan. Pero no le dejaron el teléfono móvil, ni ver a sus amigos, ni leer el periódico, ni ver la tele. A los ojos de Sarah, no estaba todavía «lo bastante fuerte». Tal vez Sarah tuviera razón. Las pesadillas dejaron de aparecer, pero fueron reemplazadas por una oscura ausencia poco natural durante sus horas de sueño, una nada pacífica que recordaba de modo inquietante sus últimos segundos bajo el agua del arroyo. Demasiado tranquila.
Tratar con su madre había resultado difícil, por decir poco. Deborah, su madre, había llegado de Bangor el día después de la muerte de Gray, con un montón de preguntas que Lis no podía responder. Su madre culpaba a Sarah por no cuidarla debidamente, se habían peleado sin parar, y Lis se había sentido peor aún. Las cosas se habían calmado para cuando Deborah había regresado a Gales por el trabajo, pero sin duda las discusiones volverían a estallar cuando volviera en Navidad.
En el lado positivo, a Lis iban a darle el alta en el hospital al día siguiente. Llegaría a casa con tiempo suficiente para preparar la Navidad. Aunque, cuando la dejaran salir, tendría que hacer frente a los periodistas, claro está. Sarah decía que se habían instalado delante de la casa.
Lis pensaba a menudo en el señor Rigg, que estaba solo en aquella enorme casa del barrio de arriba. ¿Cuántas cámaras de televisión le estarían apuntando? ¡Pobre hombre! Había perdido a su hija y a su mujer. Volvió apresuradamente la página de la revista que estaba leyendo. Cada vez que pensaba en Laura, aunque solo fuera por un segundo, le volvía a invadir una sensación de culpa. ¿Podrían haberla ayudado? ¿Podrían haberla salvado? Tal vez si Laura hubiera tenido amigos como Kitty, Jack y Delilah, gente con la que realmente hubiera podido hablar… Pero ella había mantenido a distancia a todo el mundo. Al final, aunque se suponía que los frikis eran Kitty, Jack y Delilah, seguramente Laura se había encontrado más sola de lo que ellos hubieran estado nunca.
Llamaron suavemente a la puerta.
—Adelante —dijo Lis.
La señora Dandehunt entró en la habitación detrás de un imponente ramo de flores.
—Hola, cielo. Estas vienen de parte del instituto.
—¡Gracias! —sonrió Lis. Era imposible no sonreír cuando la señora Dandehunt estaba cerca—. No tenían que molestarse…
La directora se sentó en la butaca.
—Por supuesto que sí. Creo que es lo menos que podíamos hacer, teniendo en cuenta… lo que sucedió.
Lis se miró las manos, sin saber muy bien qué decir.
Metiendo una mano en su bolso, la señora Dandehunt sacó un DVD que colocó sobre el regazo de Lis: Las brujas de Salem.
—He pensado que te podría gustar la película.
Lis se rió.
—¡Siempre he querido verla!
—No te voy a dar la lata mucho tiempo, Lis, cielo. Solo quería asegurarme de que estabas bien. Ya me imagino que tu opinión sobre el Instituto de Fulton debe de estar por los suelos ahora mismo, pero quisiera creer que una chica fuerte y valiente como tú se encontrará en condiciones de volver con nosotros después de Navidad. Sería una pena perderte.
—Yo no creo que sea fuerte ni valiente.
El rostro redondo y bondadoso de la señora Dandehunt le sonrió, y le cogió a Lis las manos. Tenía una piel suave y cálida que le recordó a Lis la de su anciana abuela Rushworth.
—Yo creo que sí —insistió la señora Dandehunt, amablemente—. Aquí en Hollow Pike hacemos a la gente fuerte y valiente. Tú y tus amigos… Lo que hicisteis… ¡fue una locura completamente espectacular! Tendríais que hacer que os miraran la cabeza, a todos vosotros… pero desde luego fue algo extraordinariamente valiente y propio de personas de gran, gran fortaleza.
A Lis le acometió un acceso de llanto. Miró fuera, por la ventana, sintiendo algunos de sus pájaros, no demasiado lejos, en los árboles más próximos. Eso era reconfortante.
—Ya, pero yo no soy de Hollow Pike, ¿o sí?
La señora Dandehunt se levantó para irse.
—Sin lugar a dudas, tú eres una chica de Hollow Pike. Lo llevas en la sangre, querida. —Le dirigió a Lis una tierna sonrisa y caminó pesadamente hacia la puerta.
—¿Señora Dandehunt? —dijo Lis incorporándose en la cama—. ¿Tuvo usted un antepasado llamado Reginald?
—Sí, cielo. Fue mi abuelo. —Ella se demoró un poco en la puerta—. Un tipo muy perspicaz.
—¿Quién… qué es usted?
La señora Dandehunt sonrió con la sonrisa vieja de alguien cansado de la vida, y volvió al lado de la cama de Lis.
—Lo más importante que tienes que saber sobre mí es que soy, primero y principal, una maestra. Como le sucede a cualquier buen maestro, mi prioridad es proteger a los niños que tengo a mi cargo. Recuerda esto: mientras permanezcas en Hollow Pike, Lis, siempre habrá alguien a tu lado.
Una vez más, metió la mano en su bolso y sacó un ramito de espliego atado con una cinta negra.
—Espliego. Para protección. El negro es el color de la protección, ya ves.
—Fue usted —comprendió Lis en aquel momento—. ¡Usted colocó el espliego bajo mi almohada!
La señora Dandehunt se echó a reír.
—Todo esto comenzó cuando tú llegaste, Lis. Yo no creo en las coincidencias, así que comprendí que, una de dos, o eras la asesina de Laura, o te encontrabas en grave peligro. Cuando apareció el pájaro en tu taquilla, comprendí que teníamos que protegerte. En el siglo XVII, los Rectos Protectores solían clavar un espíritu familiar en las casas de las mujeres sospechosas de brujería. Una costumbre bastante truculenta con la que pretendían advertir a la gente de que no se acercara.
—Pensé que había sido usted —susurró Lis—. Usted tenía el diario de Laura.
—Sí, pero quizá sea mejor que no se lo menciones al Inspector Jefe, Monroe. Yo sabía lo que significaba la muerte de Laura. Sabía más de lo que la policía podría comprender nunca, así que cogí su diario de la taquilla.
—¿Qué decía el diario?
La señora Dandehunt se volvió hacia la ventana, justo al tiempo que un débil rayo de sol se filtraba por entre las nubes que cubrían el cielo.
—¡Pobre Laura, tan perdida y sola! Loca por saber quién sería su auténtica familia, y qué significaban sus sueños. Amenazaba con escaparse.
«Con Danny», pensó Lis. «Tal como le había dicho aquel día en el campo de rugby».
—¡Pero Laura no era ninguna bruja! ¡Ninguno de nosotros lo es!
Sonriendo con tristeza, la señora Dandehunt dijo:
—¿No crees que siempre ha sido igual, Lis? —le preguntó dando unos golpecitos sobre Las brujas de Salem—. Paranoia, miedo, rumores maliciosos… Algunas personas no parecen capaces de ver quiénes son los demás, solo qué son.
—¿Por qué odiaban tanto a las brujas?
—Si los humanos no se odiaran tanto unos a otros, ¿qué iban a traer los periódicos?
Lis sintió que se ponía colorada, pero tenía que preguntar. Tenía que saber.
—O sea que ustedes son…
—¿… brujas? —terminó la frase la señora Dandehunt—. Bueno, si quieres verlo así, pues sí.
—Pero ¿brujas blancas?
—Ve usted demasiada tele, señorita London —dijo acariciándole el pelo.
Lis negó con la cabeza.
—Pero yo no creo en…
La señora Dandehunt se llevó un dedo a los labios para pedirle silencio.
—Y tal vez sea mejor así. ¿No es mejor pensar en Simon Gray como un loco simplemente, que no como un cazador de brujas? Quizá eso te ayude a dormir por las noches.
Lis no pudo responder, abrumada por todo lo que le decía. La señora Dandehunt le dio un suave beso en la frente.
—¡Felices sueños, Lis!