Y después…

A LA MAÑANA DEL LUNES SIGUIENTE, aquella decisión de volver a empezar en Hollow Pike había perdido el relumbre de la novedad, y Lis sentía que odiaba el centro. Había seguido en la cama mucho después de que sonara la alarma, y en aquellos momentos se daba toda la prisa que podía, porque iba a llegar tarde. Acarició la idea de convencer a Sarah de que estaba enferma, pero sabía que la respuesta de su hermana sería el dejarle que tomara ella misma la decisión sobre si estaba o no lo bastante mala para faltar a clase, como una persona adulta y madura. Y entonces ella se sentiría demasiado culpable si decidía quedarse en casa.

Los copos de maíz formaban en su boca una masa seca y pastosa, imposible de tragar.

Sarah la escudriñaba con perspicacia desde el otro lado de la mesa de la cocina, mientras le daba el pecho al pequeño sobrino de Lis, Logan.

—¿Qué pasa, compañera?

—Nada. —Respuesta automática.

—No te creo… —repuso su hermana con una sonrisa.

—Estoy bien. Es que es muy temprano.

—¿Se trata del insti?

—Para nada.

—¿De esa tal Laura…?

«Sí».

—Qué va.

—De tu profe… el señor Gray. ¿Es eso?

Lis se permitió una carcajada. Sarah no se iba a dar por vencida.

—Sarah, ¡no pasa nada! El profesor Gray es encantador… ¿satisfecha?

—Parece majo… Y está muy bien, además. A lo mejor podría apuntarme a sus clases de español para adultos…

—¡Si lo haces, me emanciparé de ti! —repuso Lis sonriendo.

Sarah soltó una fuerte risotada mientras Lis tiraba el contenido de su cuenco por el fregadero y abría el grifo para que se llevara por el desagüe los copos de maíz.

Después de un segundo para procesar la imagen que tenía ante ella, dio un paso atrás.

—¿Sarah…? —dijo.

—¿Qué?

—Mira esto.

Sarah se colocó a Logan en la cadera y se acercó al fregadero arrastrando los pies.

—¿Qué pasa? Y, por favor, no tires la comida al fregadero, porque se va a atascar.

—Vale, pero mira.

Lis hizo un gesto indicando el agua que borboteaba por la boca del desagüe.

—Ya estoy mirando, pero no veo nada.

—¡El agua baja por el desagüe al revés! ¡Está bajando en el sentido de las agujas del reloj, y debería hacerlo al contrario!

Sarah la miró con fraternal desdén.

—¡Ja! Eso es un cuento de los tiempos de Maricastaña. ¡O a lo mejor es magia!

Lis no pasó por alto aquel comentario:

—¿Qué…?

—Ya sabes… la bola esa de las brujas de Hollow Pike.

—¿Acabas de pronunciar la palabra «bola»?

—Sí, todavía estoy en la misma onda que los niños —dijo Sarah guiñándole un ojo—. Cuando Max y yo nos vinimos aquí, hicimos esa ruta de las brujas, por Halloween. Es cierto, ya sabes, que había brujas en Hollow Pike. Se supone que el pueblo está maldito o algo así.

—Pero de eso hace una porrada de años, ¿no?

—Bueno, claro… En cuanto a la ruta que hicimos, el montaje era tan cutre que daba la risa. Creo que deberíamos volver a hacerlo este año.

Lis no había hecho ningún caso de lo que le contaron Harry y Laura, dando por supuesto que eran tontadas, pero viniendo de su hermana, las leyendas de brujas resultaban de repente reales. Y fascinantes. Sarah salió de la cocina con Logan, y dejó a Lis meditando sobre el agua que giraba en remolino para sumirse en el desagüe, solo que en el sentido equivocado.

Lis había perdido el autobús por un minuto, pero Max se ofreció amablemente a llevarla al instituto. En aquel momento, la furgoneta Transit se detuvo justo delante de la cancela principal del centro. Lis respiró hondo, deleitándose en el olor a barniz y astillas de madera de la furgoneta.

—¿Estás segura de que te encuentras bien? —le preguntó Max, cuyos grandes ojos azules parecían buscar información.

—Estoy bien, lo juro. —Y logró esbozar una leve sonrisa.

—Vale. Que pases un buen día.

Su cuñado le dio un beso en la frente antes de que ella se dejara caer de la furgoneta.

Una vez más, el instituto aparecía envuelto en un velo de fina llovizna que amenazaba con convertir su cabello en un revuelto de pelos encrespados antes de que consiguiera ponerse a cubierto en los pasillos del edificio. Le dirigió a Max una solemne despedida, y se fue hacia la entrada arrastrando los pies.

El enorme y antiguo reloj que dominaba el salón principal le indicaba que, siendo las ocho cincuenta y cinco, había llegado después del timbre que advertía a los estudiantes que debían ocupar sus aulas inmediatamente. Se echó la bolsa al hombro, y se dirigió cansinamente hacia la G2.

Su «sentido arácnido» la avisaba: algo no iba del todo bien. Era exactamente la misma sensación que la había asolado durante su primer día en el instituto. Pero era raro, porque la sensación de ser la nueva debería habérsele pasado ya, y ¿por qué la miraba todo el mundo? ¡El pelo no podía habérsele encrespado hasta tal punto! Había abandonado la fiesta la noche del sábado poco después de que Laura y Kitty cayeran por la escalera, así que estaba segura de no haber hecho nada que la pusiera en evidencia.

Cada vez más consciente de que otros la señalaban y cuchicheaban a su alrededor, se fue a toda prisa a la G2 y se sentó en su sitio, al lado de Harry. Pero se horrorizó al comprobar que proseguían los cuchicheos y las miradas de soslayo. Lis se volvió hacia Harry, que parecía evitar el contacto visual con gran habilidad. La paranoia se apoderó de ella.

—¿Qué está pasando, Harry? ¿Tengo monos en la cara?

Una sensación de terror le subía por las tripas, y lamentó no haberse hecho la enferma delante de Sarah.

—Pues no.

—Entonces, ¿por qué me mira todo el mundo?

Harry se encogió de hombros y trató de adoptar una expresión de inocencia. El efecto resultaba falso, como de dibujos animados.

—No tengo ni idea, preciosa. La gente debe de estar hablando de lo que pasó en la fiesta.

Lis repasó el aula. En su lugar acostumbrado, al fondo de la clase, se sentaban Jack, Delilah y Kitty, que presentaba un feo moratón amarillento debajo del ojo. Nadie les prestaba más atención de lo normal. Aquello era absurdo.

—¡Harry, a mí no me ocurrió nada en la fiesta! Estuve presente durante la pelea, nada más.

Al sonar el timbre de las nueve en punto, entraron pausadamente en el aula Laura y Nasima, en su habitual formación de pasarela: Laura ligeramente por delante, flanqueada por su centinela. Al pasar, Laura le dirigió a Lis la mirada de odio más intenso que hubiera visto en mucho tiempo.

Lis no comprendía nada. ¿Qué había hecho para enfadar a Laura? Y lo más raro de todo era que, pese al modo en que Laura se había comportado en la fiesta, Lis no podía soportar la idea de que Laura estuviera enfadada con ella. Un diminuto rescoldo del deseo de pertenecer, de encajar con aquellas chicas populares, seguía encendido en su interior. Lis se sacó aquella idea de la cabeza: ella ya había superado toda aquella mierda.

—Mira, Lis —le dijo Harry entre dientes—. Laura me contó lo que pasó con Danny.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lis—. ¡No pasó nada de nada! Estuve hablando con él un minuto, más o menos. Eso es lo que pasó.

Harry le puso mala cara y se volvió.

—¡Por favor, Harry! —susurró Lis poniendo mucho énfasis—, ¡no es culpa mía que a Danny Marriott no le guste Laura!

Harry hizo un brusco movimiento con la cabeza para apartarse el pelo de delante, y se volvió hacia Lis con una sonrisa muy desagradable en la cara.

—Todo lo que tú quieras. Eres una mentirosa y una putilla, y a mí no me gustan las mentirosas ni las putillas. Y ahora, si eres tan amable, ¿podrías dejar de hablarme? Si no, le diré al señor Gray que me estás acosando.

Mientras Harry echaba atrás su silla para buscar el consejo de Laura, Lis se quedaba con la boca abierta. ¿Qué demonios había hecho para merecer aquello?

Durante toda la clase de Matemáticas, Lis intentó motivarse imaginando que era una futura científica que algún día necesitaría saber trigonometría. No sirvió de nada. No podía quitarse de encima la idea de que la clase entera estaba hablando sobre ella. Había hecho esfuerzos tremendos desde el día de su llegada a Hollow Pike, teniendo mucho cuidado de no poner un pie fuera del tiesto, y ahora los comentarios de Harry demostraban que todos sus esfuerzos no habían servido para nada.

Mientras hablaba el profesor, Lis se esforzaba por contener las lágrimas y las imprecaciones. ¿Para eso se había ido de Bangor? ¿Para encontrar más de lo mismo? Al menos, en Gales había mantenido la cabeza alta hasta el final.

Metiendo todas sus cosas en la bolsa, se apresuró a salir de clase en el mismo instante en que sonó el timbre. Siguiendo su instinto, esquivó a Fiona y a Nasima y se dirigió al patio exterior, sin preocuparse ya en absoluto por el efecto que la lluvia pudiera producir en su pelo. Echaba pestes de su anterior vanidad, pensando que en cierto modo había sido infectada por los valores del «equipo Laura».

El pecho le ardía con una determinación recién surgida. Ya había superado la fase de las lágrimas, y ahora solo quería saber de qué iba todo el puñetero embrollo. Vio a la persona que necesitaba en aquel momento, y que se encontraba a cubierto bajo la marquesina, y se fue directa para allá, hacia donde estaba sentado Jack Denton en compañía de otros empollones, pelando una satsuma.

—Hola, Jack —dijo ella con una amplia sonrisa, pese a la furia que la embargaba. Se recordó que Jack no había hecho nada malo. Jack la miró con recelo, y la conversación en el grupo cesó completamente.

—Hola —respondió él, suave como la seda.

—¿Dónde están Kitty y Delilah?

—No lo sé. A lo mejor en el aseo…

Apenas había intercambiado alguna palabra con Jack hasta entonces. La suavidad de su voz le hacía casi imposible de entender. ¿Podía confiar en él? Había algo en sus enormes ojos castaños que le recordaba el otoño y le sugería cierta calidez interior. Lis miró a su alrededor, y vio a Harry, que mientras cruzaba el patio la observaba con frialdad.

—¿Podría hablar contigo, por favor? —le preguntó a Jack, tratando, sin éxito, de que su voz no trasluciera un tono de súplica.

—¿A solas?

—Si eres tan amable.

Los dos se separaron y se fueron al rincón más apartado de la marquesina, y Jack siguió comiéndose su satsuma mientras Lis le explicaba su paranoia matutina. Cuando acabó, Jack sonrió y se sentó en un banco de madera húmedo.

—Vale —empezó a decir—. Bueno, la buena noticia es que no estás completamente paranoica. —Tenía una voz ligera, casi musical, y un acento que, como el de Lis, no pertenecía a Yorkshire. ¿Tal vez fuera de Newcastle? No estaba segura, pero se daba cuenta de qué era lo que había originado los rumores sobre su homosexualidad: la voz de Jack era lo bastante peculiar como para levantar comentarios.

—¿Qué es lo que ha pasado, entonces? —preguntó Lis.

—Por si te sirve de consuelo, está claro que todo es una mierda que se han inventado… —siguió Jack.

—¿De qué se trata?

Y entonces él le contó…

Exactamente dos minutos después, Lis llegaba al borde de los árboles pisando fuerte. Aunque los zapatos se le hundían en el barro del campo de rugby, su determinación la impulsaba a seguir adelante. Se echó el pelo hacia atrás, preparándose para la batalla. En el interior de la cabeza resonaban voces que le decían que se diera la vuelta y evitara la confrontación, que fuera en busca de la ayuda de Kitty o del profesor Gray.

Sin embargo, siguió andando. Aquellas cuatro cerdas se habían resguardado bajo los árboles, aunque parecía que ninguno de los chicos se encontraba con ellas, cosa que le venía bien a Lis, decidida como estaba a no permitir que se salieran con la suya. Ya había tenido que abandonar un instituto, y no estaba dispuesta a dejar que la historia se repitiera.

—¡Ah, qué bien! —exclamó Nasima con sorna—. ¡Mirad quién viene ahí!

Lis siguió camino hacia las chicas. Se paró justo delante de ellas, y se llenó los pulmones con una honda bocanada de aire húmedo. Estaba resuelta a no chillar ni gritar. Además, sabía, por lo que había visto en la pelea del sábado, que tampoco tenía nada que hacer contra Laura si la cosa llegaba a los puños.

—Laura, quiero hablar contigo —dijo con tranquilidad.

Laura sonrió y susurró algo al oído de Nasima, provocando que se riera con una risa cruel.

—He dicho que quiero hablar contigo, Laura. ¿O es que necesitas el apoyo de tu equipo de animadoras?

Tirando el cigarrillo a una cuneta que tenía detrás, Laura se separó de las otras. Lis empezó a hablar en tono bajo, sin alterarse:

—¿Estás inventando rumores sobre mí? ¿Qué edad tienes, en serio?

—Eres muy rara. Eres tú la friki que me ha mandado un correo. —Laura hablaba en voz bastante alta, en atención a la audiencia.

—¡Mientes!

—Pobre imbécil. Tú debes de ser bipolar o algo así. —Las demás miraban. Laura metió la mano en su bolso Louis Vuitton y sacó una tira de papel blanco brillante. Se lo entregó a Nasima, que clavó en él sus preciosos ojos, mientras Harry y Fiona se reían por lo bajo, tapándose la boca con la mano.

—¡Ya podéis dejar de reíros, imbéciles! —les soltó Lis—. ¡Y dadme ese papel ahora mismo!

—¿Estás buscando pelea? —preguntó Fiona.

De repente, Lis comprendió que podía haber sido un grave error ir sola a aquel rincón alejado de los terrenos del instituto.

—Dadme ese papel.

—Dádselo —dijo Laura—. Al fin y al cabo, es suyo.

Nasima se lo ofreció alargando la mano, pero cuando Lis fue a cogerlo lo retiró.

—¿De verdad eres tan infantil? —le preguntó Lis, poniendo los ojos en blanco.

Nasima sonrió y le entregó el papel. Era exactamente como lo había descrito Jack: un mensaje de correo electrónico proveniente de una tal lizlondon15@hotmail.com y dirigido a la dirección de Laura. Ni siquiera se trataba de la verdadera cuenta de correo de Lis, pero se imaginó que habría sido suficiente para engañar a cualquiera que lo hubiera visto esa mañana. Leyó:

Hola, Laura:

Gracias por todo lo de ayer. Yo estaba muy hecha polvo y necesitaba hablar. Ha sido muy duro mantenerlo todo en secreto, se lo tenía que contar a alguien. Dar el bebé fue la cosa más difícil que he hecho nunca, pero sé que fue lo correcto. No podía criarlo yo sola, sin saber quién es el padre. Me merezco poder empezar de nuevo en Hollow Pike.

¡Eres tan buena amiga! Gracias por escucharme.

Liz xxx

—No es posible que nadie se crea esto —dijo Lis con frialdad.

—Eso lo dices tú, Conejito Loco —dijo Laura con voz dulce, arrancándole el papel de la mano a Lis.

Lis negó con la cabeza, en un gesto que era casi de compasión.

—Laura, este es el rumor más malo que he visto nunca. Creía que una zorra tan astuta como tú sería capaz de inventar algo mejor. ¿Que di mi bebé en adopción? ¿Cuánto tiempo necesitaste para inventarte eso? ¿Qué pasa, es que no sabías escribir la palabra sífilis?

Harry avanzó un poco.

—Tú lo enviaste, Lis. No puedes negarlo ahora.

—¿De verdad? ¿No me digas que te la ha colado? Laura se lo envió a sí misma. Esa no es mi dirección de email, ¡y ni siquiera ha sido capaz de escribir mi nombre correctamente!

La sonrisita de suficiencia de Laura se borró de repente. Una fuerza inusitada brotó de dentro de Lis. Por lo visto, Laura esperaba que Lis se desmoronara mucho antes.

Su rival cogió un encendedor de su bolso y prendió el papel por una esquina, hasta que cayó al suelo convertido en negra ceniza.

—¿Quién te crees que eres tú? —La voz de Laura temblaba ahora de furia—. Te crees muy divertida y muy lista. Todo timidez y dulzura. Vas por ahí en plan: «No me mires, yo solo soy Lis, la nueva», ¡cuando en realidad eres una guarra robanovios!

—Eso es una repugnante ment…

—¿En serio, Lis? ¿No te crees mejor que nosotras? ¿No piensas de nosotras que no tenemos en la cabeza más que chicos y pelo?

—¡En eso tienes razón!

Laura se rió con una risa nueva, casi demoniaca. Solo por un instante, sus ojos dieron la impresión de ser de un negro azabache. Clavó un dedo en el pecho de Lis, empujándola con él hacia atrás.

—Me parece que tendrías que cerrar la boca. Eres una creída y una esnob y no tienes ni idea de con quién estás tratando. Yo mando en este instituto, ¿lo sabías? Ahora escucha con mucho cuidado… voy a hacer que lamentes haber puesto el pie en este instituto. Tendrás que venir aquí cada día, y yo te estaré esperando. Cada día. Todos y cada uno de los días de clase.

Muda de repente, Lis retrocedió ante la intensidad de la mirada de Laura. Detrás de ella, hasta sus monos voladores[8] se habían quedado mudos de asombro.

Laura parecía haberse sorprendido incluso a sí misma. Dio un paso atrás, tomando aire y alisándose la chaqueta del uniforme.

—Y ahora será mejor que eches a correr, Lissy, no vayas a llegar tarde a la clase de español.

Sin decir una palabra, Lis se volvió y empezó a subir la cuesta, de camino hacia el campo de rugby.

—Y, por cierto, Lis, saluda al profesor Gray… Le he dicho a todo el mundo que estás enamorada de él.

Lis cerró los ojos y echó a correr. No quería llorar delante de Laura.

No acudió a clase de español. Había salido del campo de rugby empapada y, apenas capaz de respirar, buscó refugio en la biblioteca. Allá en Gales, ella se había dicho a sí misma (no, más aún: se había aferrado firmemente a la creencia) que nada de lo que le pasaba era culpa suya. Ahora le estaba volviendo a pasar lo mismo. Solo que peor. Así que tal vez sí que fuera culpa suya. Tal vez hubiera algo en Lis London que decía sencillamente «VÍCTIMA». Vaya, estaba pensando sobre sí misma en tercera persona: un síntoma claro de colapso mental inminente.

Sentada en el rincón más apartado de la biblioteca, levantó las rodillas hasta el pecho. Daphne, la anciana bibliotecaria, había colocado contra las tuberías algunos cojines bien mullidos, creando un cálido espacio en el que leer.

Para sí misma, Lis no era ninguna víctima: era una chica madura y refinada que leía el Vogue italiano y veía cine francés: cosas guay, maldita sea. Le faltaba mucho para ser la chica más guapa del mundo, pero pensaba que su aspecto resultaba… aceptable. Pero en aquellos momentos se veía obligada a aceptar que para el resto del mundo ella no era ni guay, ni refinada ni elegante. Solo era débil. Un blanco. Una presa fácil.

«Pero, por qué yo», se preguntaba con rabia su voz interior. «¿Qué he hecho yo para merecer nada de esto?».

—Te has fumado mi clase —fue la respuesta.

La sombra del profesor Gray cayó sobre ella. Lis bajó el libro y levantó la mirada hacia la figura que se cernía sobre ella.

—Lo siento, profesor.

—¿Es porque diste en adopción a tu ilegítimo hijo? —preguntó él, con una voz cargada de humor.

Sin querer, Lis soltó un bufido, y el señor Gray se sentó junto a ella.

—No es que yo pretenda ir de megaguay, Lis, pero si quieres puedes hablar conmigo.

—Es una mentira.

El profesor Gray se rió, frotándose la áspera barbilla.

—¡Bueno, eso está bastante claro! No me cabe duda de que una cosa así hubiera aparecido en el expediente de traslado.

Lis sonrió un poco, ya más cómoda.

—¿Usted sabe que Laura está mintiendo?

—¡Por supuesto! Los profesores lo sabemos todo. Los jóvenes os pasáis mucho tiempo diciendo que no os escuchamos, pero créeme, ¡nosotros lo escuchamos todo! Sabemos quién ve a quién, quién deja a quién, quién dice que sale con tal otro pero no lo hace. Esto es un pueblo, todo el mundo conoce a todo el mundo, y la mayor parte somos parientes. El Hola no es nada al lado de esto.

Lis elevó una ceja.

—Me alegro de que sea tan divertido para usted.

El profesor abrió las manos, en gesto de paz.

—Lo siento, no quería tomármelo a broma, solo quería animarte un poco. Somos conscientes de que hay varios problemas con la señorita Rigg en este momento.

Lis dejó caer la cabeza sobre el cojín. Aquel era el momento en que él le iba a decir que todo se arreglaría.

—Sé lo que estás pensando: que no puedo hacer nada, que no haré más que empeorar las cosas.

«¿Y se supone que me equivoco…?», pensó Lis.

El profesor Gray prosiguió:

—No necesitas hacer ni decir nada. Como te he dicho, somos muy conscientes de cómo se comporta Laura Rigg, y todo queda anotado. Hasta la última cosa. La señora Dandehunt está reuniendo todas las pruebas necesarias. Pero es cierto que se trata de una situación delicada, porque la madre de Laura está en el Consejo Escolar…

—¡Ah, ya veo…!

—Tú no ves nada. —El profesor cruzó las piernas y se apretó contra los cojines para crear más efecto—: Pero, escucha: nos estamos encargando de este asunto. Lo solucionaremos.

Lis miró al interior de sus sinceros ojos verdes. Eran unos ojos cansados, pero resueltos. Su profesor estaba seguro de que podía ayudarla. Al menos aquel aplomo le daba un leve rayo de esperanza. Tenía a alguien de su lado.

—Gracias.

—Pero si faltas a más clases de español, hablaré con tu hermana.

Y diciendo esto, se fue.

Lis aspiró hondo e intentó pensar racionalmente. Laura y sus seguidoras casi vivían al borde de la floresta. Ese lugar sería fácil de evitar. Lis sabía que esas chicas no se acercarían a menos de diez metros de una caloría, así que la cantina parecía un lugar muy seguro contra ellas. Se echó al hombro la bolsa con los libros, y empezó a andar a través de la jungla de estanterías.

Sin previo aviso, Kitty Monroe salió de detrás de una librería y le cortó el paso. Lis soltó un grito de sorpresa puramente instintivo. Un poco más allá, siguiendo el pasillo, se encontraban Jack y Delilah. ¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Habrían oído la conversación que acababa de mantener con el profesor Gray?

Kitty hizo una leve pausa antes de sonreír con una sonrisa electrizante, muy a lo gato de Alicia en el País de las Maravillas.

—Esta noche decidimos cómo matamos a Laura Rigg. ¿Quieres venir?