En la boca del lobo
—¿TÚ QUÉ, CIELO…? —le preguntó la señora Dandehunt, esperando que terminara la frase que había empezado.
Lis apartó los ojos del cuaderno. Era el diario de Laura. La había visto con él aquella mañana, en el campo de rugby, y era el mismo. «¿Por qué estaba en poder de la señora Dandehunt? ¿Por qué no se lo había entregado a la policía? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no he respondido yo a su pregunta?», pensó Lis, horrorizada.
—Solo iba a decir que el instituto Fulton me ha encantado —farfulló Lis—, pero no me daba cuenta de lo mucho que iba a echar de menos Gales. Soy galesa de pura cepa, supongo.
Sabía que tenía que parecer un poco loca, pero tenía la sensación de que necesitaba salir del despacho en los siguientes diez segundos, o el grito que se incubaba en su pecho estallaría allí mismo. Pues el único motivo por el que la señora Dandehunt podía estar escondiendo aquel diario era que tuviera un secreto que guardar.
Y fue entonces cuando Lis lo vio: en el segundo estante empezando por arriba, casi oculto en el museo de esferas de nieve, había un discreto ramito de espliego atado con una cinta negra.
Lis casi se cae de la silla. ¡La directora era una bruja! Por muy demencial que sonara, aquello cobraba de repente sentido. Después de todas aquellas semanas de susurros, rumores e historias de fantasmas, Lis se veía viviendo en un mundo lleno de brujas: una realidad nueva, imposible.
—Lis, ¿te encuentras bien, cielo? —le preguntó la señora Dandehunt, mirándola con ojos de halcón desde detrás de los gruesos cristales de sus gafas.
—Sí. Yo, eh… es que he mirado el reloj y he pensado que sería mejor que volviera al aula —respondió Lis—. No quisiera perderme la clase de Matemáticas.
—Buena chica. ¡Qué estudiante tan seria! ¡Si fueran todos como tú!
Sin perder más tiempo, Lis saltó de la silla y se fue hacia la puerta, casi tropezando de la prisa.
—Gracias, señora Dandehunt, hasta luego.
—Ten cuidado, Lis —exclamó como despedida la directora. Y casi parecía una advertencia.
En cuanto salió del despacho, Lis vio el pelo morado de Kitty, que se meneaba en dirección a la salida, al final del pasillo G y, abriéndose paso entre el río de alumnos, corrió para alcanzarla. Al apartar del camino a un grupo de chicos de octavo, Lis se alegró de ver que Jack y Delilah iban con ella.
Al llegar junto a ellos, Lis le tiró de la manga a Kitty para que se fuera a un lado antes de entrar en la clase de Matemáticas.
—Ay, Lis, ¿qué estás haciendo? ¿Me quieres arrancar el brazo?
—No podéis entrar en clase, ninguno de vosotros. ¡Tenemos que hablar AHORA MISMO!
La biblioteca estaba casi vacía, salvo por Daphne, que pasaba el plumero a los estantes. Los cuatro amigos se metieron en su rincón habitual, por el que pasaban las cañerías, que estaba siempre calentito.
—¿Estás segura de que era el mismo diario? —preguntó Jack, arremetiendo contra un bocadillo de jamón.
—Completamente segura. El mismo libro —le dijo Lis.
Delilah miró a Kitty y comunicó telepáticamente con ella, al modo en que lo hacen las parejas.
—Dios mío… Eso significa…
—¡… que ha tenido algo que ver con la muerte de Laura! —concluyó Kitty—. De no ser así, ¿por qué no lo iba a entregar a la policía? Sabía que lo estaban buscando, el expediente policial decía que habían contactado con la directora para preguntarle por él.
Lis habló en voz muy baja:
—Lo que voy a decir ahora puede parecer completamente demencial, pero escuchad un minuto: creo que es una bruja.
Jack casi se ahoga con el bocadillo.
Delilah levantó una ceja bien perfilada.
—¡Ah, ahora crees en las brujas! —le dijo.
—¡Lo sé, lo sé! —Lis miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie en la vieja biblioteca escuchando—: Tiene un gato negro, y las mismas flores de espliego que alguien me puso debajo de la almohada.
—El modo tan siniestro en que mataron a Laura tenía más de sacrificio que de ataque —admitió Kitty, razonando.
—Y vivimos en Hollow Pike —añadió Delilah—. Puede que los juicios contra las brujas no acabaran con todas. Tal vez siga habiéndolas, a escondidas.
Jack se terminó el bocadillo.
—¿Os estáis oyendo? A Laura la mató un psicópata con un cuchillo bien grande. Y no hay más vueltas de hoja.
—Pero, Jack, mira la manera en que la mataron… —dijo Delilah impetuosamente, mientras la imagen tomaba forma en su mente.
—Vale, pues la mató una psicópata con cuchillo que se cree que es una bruja —se corrigió Jack—. ¿Hay algo más psicópata que eso? ¡Nada en absoluto! —Entonces él mismo se quedó pensativo—. La señora Dandehunt está bastante pirada. La verdad es que pudo ser ella.
Lis tenía que admitirlo, Jack tenía su punto de razón. Ella no creía en brujas que volaran en escoba mágica, pero sí que creía en gente a la que se le iba la olla. A fin de cuentas, ¿no es por eso por lo que la gente hace cosas terribles? ¿Porque albergan oscuras creencias? Un escalofrío le subió por la espalda.
—Tenemos que coger ese volumen del despacho de la señora Dandehunt. Si encontramos pruebas en él, se lo daremos a la policía, y… colorín colorado, se acabó la bruja.
—¿Cómo vamos a cogerlo? —preguntó Delilah.
—Eso da igual —dijo Lis con total rotundidad—, el caso es que tenemos que cogerlo. Y después de eso podremos descansar tranquilos para siempre. Danny y yo, tú y tú, Jack y… quien demonios se le antoje.
—Bueno, muchas gracias, Lis —dijo Jack riéndose.
—De nada. Así que necesitamos un plan…
Todos los ojos se volvieron hacia Kitty, su intrépida líder.
—¿Quién os creéis que soy yo? ¿El número de teléfono gratuito para encontrar planes? —preguntó Kitty gruñendo. Los demás asintieron con la cabeza, y Kitty puso los ojos en blanco—. Bueno, vale. ¡Pero nos vamos a ver metidos en un buen lío si nos pillan!
El reloj tenía que ir mal. Corría a la mitad de la velocidad de un reloj normal; cada minuto parecía que duraba una hora. Agitada, Lis tamborileaba con el lápiz en su cuaderno de ejercicios, deseando que el tiempo transcurriera. Cuanto antes sonara el timbre de las tres, antes llevarían a cabo aquel plan desquiciado, y terminarían con él.
Kitty le lanzó una dura mirada desde el otro extremo del aula de Tecnología de los Alimentos, haciéndole una seña para que se relajara, pero Lis no podía. Se había visto incapaz en todo el día de sentarse tranquila, y había puesto todo su empeño en evitar a Danny. No hacía ninguna falta que él la viera hecha una calamidad.
Miró la página en blanco que tenía delante. La receta para un postre apto para diabéticos tendría que esperar, pues de ninguna de las maneras lograba concentrarse. No había nada que hacer. Aquel era el último intento de resolver el misterio. Si no funcionaba, lo único que quería era pasar sus últimas semanas en Hollow Pike con Danny antes de volver a Gales.
Al final, la profesora Paniagua (sí, en serio: la profesora de Tecnología de los Alimentos se apellidaba Paniagua), anunció que todo aquel que no hubiera terminado el trabajo (y, claro está, también todo aquel que no lo hubiera empezado) tendría que acabarlo en casa, y entonces les mandó recoger sus cosas.
«¡Al fin! ¡Pongamos manos a la obra!», pensó Lis. Metió sus cosas en la mochila atropelladamente, y corrió al lado de Kitty.
—¡Por lo que más quieras!, ¿es que no te puedes calmar un poco? —le soltó Kitty.
Lis hizo un mohín.
—¿Y tú no podrías convertirte en humana?
Kitty se ablandó y le frotó el brazo.
—Lis, esto va a salir bien, en serio. Vamos.
Deseando que pudiera tener una pequeña parte de la valentía que tenía Kitty, Lis salió de la cocina detrás de su amiga, y bajó con ella la escalera que llevaba al patio, donde ya las estaba esperando Jack. Su expresión estaba mucho más cerca del terror de ella que de la seguridad de Kitty, y eso a Lis le resultó reconfortante.
—Bueno, ahora sí que estoy nervioso —les susurró.
—¡Gracias! —exclamó Lis—. Yo también.
Kitty no les hizo caso:
—Aprisa, Delilah nos está esperando.
Nadando contra la corriente de alumnos que bajaban por el camino que llevaba a la cancela, los tres se escondieron en la biblioteca. Pasaron al lado de Daphne, que estaba en el mostrador, y atravesaron la puerta interior que daba a la sala de informática de Bachillerato. Durante las horas de clase, aquello pertenecía al exclusivo dominio de los últimos cursos pero, después de las clases, aquella aula más pequeña de informática se convertía en zona de trabajo para los chavales que no tenían ordenador en casa. Como casi todos tenían, la sala nunca estaba llena, y menos aún desde octubre, cuando un alumno de noveno se había visto metido en serios problemas por descargar pornografía.
Delilah ya estaba allí, mirando algo en Internet.
—¡Eh, chicos, rápido, mirad esto! —les dijo.
Ellos bordearon la pequeña isla de ordenadores para ver el monitor de ella. Delilah estaba contemplando una especie de grabado de la Edad Media, que representaba a un viejo grotesco rodeado de gatos e inclinado sobre un caldero burbujeante.
—¿Qué se supone que es eso? —preguntó Jack, frunciendo el ceño ante la imagen.
—Se llama «Mago con familiares» —explicó Delilah.
—¡Eso no nos va a servir de nada! —dijo Jack.
—He estado pensando en Laura —siguió diciendo Delilah.
—Eso sí que es una deliciosa novedad —bromeó Kitty.
Delilah no le hizo caso:
—Le arrancaron el corazón, ¿verdad? Bueno, en el siglo XVI, se ofrecía a menudo un corazón de oveja o de cabra al dios astado. Las brujas pensaban que él satisfaría sus deseos si se le ofrecía un buen sacrificio.
Jack hizo una mueca ante el grabado.
—¡O sea que la señora Dandehunt buscaba el corazón de Laura como sacrificio! —exclamó. Entonces añadió bromeando—: La señora Dandehunt es una persona felina, y yo nunca he confiado en la gente felina.
—Eso es lo que yo estaba buscando.
—¿Gente felina que además estuviera pirada?
—¡No! —dijo Delilah con un resoplido—. Familiares. Estaba tratando de enterarme de por qué Laura y Lis recibieron los cuervos. Pienso que tendría que tener alguna relación con el hecho de que esas aves fueran familiares de las brujas.
—Eso es lo que dijo la señora Dandehunt —añadió Lis pensativa.
Los patios del instituto ya estaban vacíos, y el cielo de diciembre iba adquiriendo un tono malva. Lis estaba nerviosa, y las siniestras teorías de Delilah no le servían de ayuda. En muy poco tiempo, estarían a punto de arriesgarlo todo para conseguir el diario.
—¿Cuándo podremos dejar esta sala? —preguntó Lis.
—El entrenamiento de rugby es hasta las cinco, el club de español hasta las seis. Entonces entraremos en acción —sentenció Kitty.
—Bien —dijo Lis inclinando la cabeza—. Y ahora, mientras esperamos, ¿quién me ayuda a escribir una receta para diabéticos?
Un centro educativo oscuro y silencioso era algo que resultaba sumamente extraño. Era una contradicción. Ni gritos, ni timbres, ni vida… Al aproximarse las seis en punto, Lis se encontró extrañamente tranquila, resignada a acometer lo que hubiera que acometer.
Daphne se había ido de la biblioteca hacía tiempo, instruyendo a los «majísimos alumnos de undécimo» de que cerraran bien la puerta cuando terminaran de hacer los deberes.
Los cuatro pasaron ostentosamente por delante de las cámaras de vigilancia que enfocaban el mostrador y la salida de la biblioteca. Tenían que quedar grabados saliendo. Lis tenía que admitirlo: el plan de Kitty estaba bien pensado. Era un desperdicio tenerla en el instituto: los servicios secretos la necesitaban.
En cuanto salieron del campo de la cámara, al frío helador, el grupo se detuvo.
—Vale —dijo Kitty con autoridad—, ¿todos habéis entendido cuál es vuestro puesto?
—¡Todos preparados y a sus órdenes, mi capitán! —dijo Jack haciendo el saludo militar.
—Esto debería resultar relativamente sencillo —siguió Kitty—. Entrar y salir en diez minutos. Si el diario no está allí, se acabó.
Lis asintió con la cabeza, tratando de no pensar en los diez mil millones de cosas que podían ir mal. Kitty prosiguió:
—Cada uno a su puesto, y si alguien ve acercarse a quien sea, que envíe un SMS a los demás. ¿Están los móviles en modo vibrador?
Cada uno comprobó su móvil. Lis se volvió hacia Kitty:
—¿Estás segura de que esto va a funcionar?
Kitty asintió con la cabeza.
—Las cámaras de vigilancia son como cámaras de vídeo normales. No hay más que darle al «stop».
Kitty se había inventado antes un recado para ir al despacho de la directora. Por supuesto, había ido para reconocer el terreno, y se había enterado de todo lo que necesitaba saber sobre la deficiente seguridad del instituto.
Las cámaras de seguridad eran un sistema de grabación de vídeo del año de la polca. Nadie se extrañaría de que se hubieran estropeado. Lo más peliagudo eran las alarmas antirrobo, pero la clase de español para adultos que se impartía en la G2 no terminaba hasta las ocho, así que no conectarían las alarmas hasta entonces. El plan consistía en coger el diario durante esa clase de español, de modo que tendrían que preocuparse de las cámaras, pero no de las alarmas.
—Recordad —dijo Delilah—: no os acerquéis por la G2, o la habremos pifiado.
—Muy bien —dijo Lis, que hubiera creído que tenía el estómago lleno de ácido—. ¡Vamos allá!
Llegaron a lo alto de la escalera, y echaron un vistazo con cautela al oscuro pasillo que se extendía ante ellos, y cuya única luz salía de la G2, ya al final. Allí eran vulnerables: si alguien salía de la clase de español para adultos, estaban perdidos.
—No hay moros en la costa —musitó Lis desde su puesto.
—¿Y qué nos dices de la clase de español? —preguntó Delilah entre dientes.
—Parece que están todos dentro —respondió Lis.
—Vale. Ahora, pegadas a la pared y agachadas —ordenó Kitty.
Jack ya se había ido a ocupar su puesto como vigía más distante. Su lugar se encontraba ante la entrada principal al pasillo B, que era el único acceso al corredor G, aparte de la escalera principal, que tenía que cubrir Delilah. Lis bordeó el pasillo, sin atreverse apenas a respirar y sin apartar los ojos del aula del final. Sus suelas de goma hacían un ruidito casi inaudible, pero ella lo lamentó de todas formas. Tres chicas raras que se arrastraban con sigilo por los pasillos del instituto tendrían que parecer algo cómico, pero aquel momento era tan serio como un funeral. Los latidos del corazón los notaba retumbando en el cráneo, pero Lis no se dejó asustar, y se apresuró hasta alcanzar el empalme del bloque en forma de T, donde se encontraban las taquillas y la sala de profesores.
Doblando la esquina, se encajó lo mejor que pudo al lado de las taquillas metálicas. Kitty y Delilah se le juntaron. En aquel escondite no las podía ver nadie de la G2.
—¡Dios! —A Delilah le brilló el blanco de los ojos—. No sé si esto es para mí.
Kitty le dio en los labios un beso lento y firme.
—Ya casi lo tenemos. Lo más difícil ya ha pasado. Tu puesto es este: si alguien sale de la G2, comunícanoslo.
Delilah se metió entre las filas de taquillas, desapareciendo en la oscuridad.
—Por favor, ten cuidado. Te quiero.
—¡Lo mismo te digo!
Kitty sonrió y Lis tomó fuerzas de su afecto.
—Lis, la secretaría está justo bajando por esta escalera.
—Vale —susurró Lis.
Lanzó un último vistazo a las sombras que pululaban por la G2, y empezó a bajar la escalera que llevaba al vestíbulo. Al llegar al final de la escalera de piedra, el antiguo y grandioso reloj sonaba más fuerte de lo que parecía posible. Una vez en el vestíbulo, a su derecha quedaba la salida que daba al camino por el que entraban los vehículos, y a la izquierda estaban los aseos de los chicos: dos posibles rutas de huida en caso necesario. Pegada a la pared, evitando las zonas de luz en el suelo, atravesó el vestíbulo de puntillas y entró en la breve escalera que llevaba a lo que era esencialmente el sótano del instituto. En aquel nivel solo estaba el despacho del subdirector, el del administrador, y la secretaría, donde se encontraba el equipo de vigilancia del centro.
Aunque su papel no fuera tan esencial como el que jugaba Kitty, Lis sabía que no podía fallar. Ellos cuatro no deberían encontrarse en el instituto de ningún modo, y si las cámaras mostraban a Kitty entrando en el despacho de la señora Dandehunt, entonces se armaría la marimorena. Era misión de Lis asegurarse de que la cinta de las cámaras no los mostraba en ningún momento después del instante en que habían salido de la biblioteca.
«No tiene por qué ser difícil», pensó Lis. «No es más que un aparato de vídeo, por lo que más quieras. Detenerlo, rebobinar, y llegar al final. ¡Es fácil! En teoría».
Tal como había predicho Kitty, la puerta de la secretaría estaba abierta. Lis la empujó con suavidad, maldiciendo el estridente chirrido que producía. A través de la penumbra, pudo ver tres mesas sucias y numerosos archivadores. Encima de uno de ellos había un simple grabador de vídeo y un aparato de televisión. La luz del grabador de vídeo indicaba que estaba grabando, pero la televisión no estaba encendida.
Lis se fue hasta allí como una flecha, y apretó el botón de encendido del monitor. La luz roja del stand by se encendió, pero la televisión no lo hizo. O sea que necesitaba el mando a distancia. Estupendo. ¿Dónde estaría? Se giró hacia la mesa que tenía detrás y empezó a revolver por entre todos los chismes que había amontonados sobre ella: tazas sin lavar, impresos, calendarios, alfombrillas de ratón, un teléfono, una grapadora, ¡pero ningún mando a distancia! Estaba empezando a perder la paciencia cuando sus manos encontraron un delgado artilugio de plástico escondido debajo de una arrugada revista de cotilleos. Lis encendió el monitor.
La televisión se encendió con un zumbido, mostrando doce recuadros granulosos que transmitían las imágenes tomadas por las distintas cámaras de seguridad del instituto. Cada una de ellas tenía una etiqueta que decía: «cámara 1», «cámara 2», y así sucesivamente. A Jack se le podía ver en la cámara 4, aguardando junto a un contenedor de basura a la entrada del pasillo B, y saltando de un pie al otro para combatir el frío. Delilah y Kitty seguían escondidas junto a las taquillas, en la cámara 6.
Lis estudió el mando a distancia y encontró el botón de parada del grabador de vídeo. Apuntó con el mando hacia el aparato, y apretó el botón. Una lucecita roja se encendió inmediatamente. Trabajo hecho. Las cámaras seguían mostrándole lo que sucedía en los distintos puntos del instituto, pero ahora ya nada de eso se grababa. Lis resopló como no había resoplado nunca en su vida.
Sacando el móvil del bolsillo, le escribió un mensaje a Kitty con toda agilidad: «Cámaras apagadas, ¡¡¡adelante!!!». Un par de segundos más tarde, Lis vio a Kitty mirar su móvil, dirigirle unas palabras a Delilah, y salirse fuera de campo de la cámara 6. Un poco después, su sombra entró en el campo de la cámara 5, que abarcaba toda la longitud del pasillo G. Aquel trozo era arriesgado, porque el despacho de la señora Dandehunt se encontraba solo a dos puertas de distancia de la G2. Incapaz de apartar la mirada, Lis observó la delgada figura que bordeaba el pasillo. Aquello sí que era un programa imprescindible. Tragó saliva: tenía la lengua y la garganta tan secas como un desierto de arena.
Y esperar. Algo se movió en la última fila de cámaras. Por una fracción de segundo, algo atravesó la cámara 9, atrayendo la atención de Lis. Se levantó de la mesa, en la que estaba medio sentada, para mirar más de cerca. La cámara 9 enfocaba el atrio al que daban las aulas de humanidades, en el bloque T. No debía haber nadie allí, así que ¿qué podía haber sido aquello? Hacía años que habían visto irse a su casa a los de la limpieza.
Y allí estaba otra vez: ante la cámara, una silueta pasó en la oscuridad. La imagen era tan pobre que parecía un espectro que atravesara el vestíbulo, pero no había confusión posible: alguien más se encontraba en el instituto.
Instintivamente, Lis cogió el móvil mientras la silueta salía de campo en la cámara 9. Echó una maldición en voz muy baja. ¿Dónde iría después? ¿Debía avisar a Kitty? ¿Suspender la búsqueda? Se dio una palmada en la sien, intentando poner algo de lógica en su cerebro. El bloque T… ¿adónde llevaba? A mitad del pasillo, a la sala de profesores, al pasillo G… Observando atentamente las cámaras, Lis localizó la sala de profesores en la cámara 7. Por supuesto, la misteriosa silueta apareció en la esquina más oscura de la pantalla. Aguzando la vista delante de la imagen, Lis podía ver ahora que el extraño llevaba capa y una capucha sobre la cabeza. Aquello no resultaba precisamente tranquilizador.
De repente, comprendió que la cámara 7 estaba justo a continuación de la cámara 6. ¡Delilah! Su amiga vigilaba desde las taquillas, esperando a que volviera Kitty, que, según podía ver Lis por otra cámara, acababa de llegar al despacho de la directora. Delilah daba la espalda a la sala de profesores, y estaba claro que no sospechaba que alguien pudiera estar llegando por detrás.
Lis observaba horrorizada como la sombra se deslizaba hacia su amiga, como un tigre que salta sobre su presa.
—¡Delilah! —gritó Lis, quebrando el silencio con su voz aguda. Demasiado tarde. Mientras su grito resonaba en el instituto, el encapuchado tapaba con una mano el pequeño rostro de Delilah, sellándole la boca con fuerza. En un movimiento simple y fluido, el atacante sacó a su amiga de la vista.
Tenía que ayudar a Delilah. Al ir corriendo hacia la puerta, Lis se perdió lo que sucedía en la cámara 11: otra silueta caminaba por el pasillo inferior hacia la secretaría donde estaban las cámaras de vigilancia, y donde se encontraba ella.
—¿Lis?
Lis gritó, dejando caer el móvil y viéndolo rebotar bajo la mesa. Danny Marriott estaba en la puerta, bloqueándole el paso.
—¿Danny? ¿Qué estás haciendo aquí? —Tenía que ir al encuentro de Delilah, pero aquello no tenía sentido. Danny había surgido de las sombras, como algo propio de una película de terror.
—¡Precisamente, yo iba a preguntarte lo mismo! ¿Por qué estás en el instituto a estas horas?
Ella empezó a farfullar la disculpa que tenían preparada:
—Delilah piensa que las llaves de su casa tienen que estar en objetos perdidos. En realidad, no importa… ¿Por qué estás tú todavía aquí?
Él se puso rígido y dio un paso atrás. La sombra ocultó sus hermosos rasgos.
—Yo pregunté primero.
—Danny, no tengo tiempo para juegos, simplemente dime por qué estás aquí. ¡Delilah está en apuros! Y ¿qué es lo que escondes detrás?
—¡Nada! —dijo él demasiado rápido, retrocediendo otro paso.
Las alarmas empezaron a sonar en la cabeza de Lis, pero de todos modos avanzó hacia él. Él estaba en la puerta y ella necesitaba salir de allí para socorrer a Delilah.
—En serio, ¿qué tienes en las manos?
—Lis… —empezó a decir él, pero antes de que pudiera acabar, ella se abalanzó. Corrió hacia él, y él instintivamente levantó las manos para evitar que ella pudiera alcanzar aquello que escondía. Lis había jugado al netball suficientes veces para contrarrestar su defensa, y con un simple golpe, le arrancó aquello de la mano.
Un cuaderno cayó al suelo: un cuaderno de tapa dura, decorado con pequeñas flores de albaricoque y atado con una cinta amarilla. Lis lo reconoció al instante: era el diario de Laura.
El cerebro de Lis empezó a funcionar a toda velocidad. Había dado por hecho que la señora Dandehunt era la asesina porque tenía el diario y no lo había entregado a la policía. Si contenía claves para encontrar al asesino de Laura, entonces obviamente el asesino tampoco querría que lo tuviera la policía. Pero ahora Danny tenía el diario. ¿Danny o Dandehunt?
«El asesino tiene el diario».
—Lis… no es lo que estás pensando —dijo Danny.
—¿Qué es lo que estoy pensando? —preguntó ella, con el corazón golpeándole en las costillas.
Danny abrió los brazos y dio un paso hacia ella. Lis, por puro reflejo, retrocedió para mantenerse a distancia de él.
—¡Dios mío, ya sé que parece sospechoso! —rezongó Danny.
—¿Por qué tienes ese diario? —preguntó Lis, tratando de que el pánico no aflorara a su voz. Había estado tan ciega… Laura le había dicho que Danny y ella estaban enrollados, pero ella lo había ignorado, deseosa de creerse cualquier cosa que le dijera él. ¿Él había matado a Laura con sus manos, o lo había hecho su cómplice enmascarado, el que ahora acababa de atrapar a Delilah?
—Yo lo… lo he encontrado —tartamudeó Danny.
—¡Sí, claro! —Entraron en liza el impulso de luchar y el de huir, y ganó claramente la posibilidad de huir, especialmente porque, justo en aquel momento, Delilah la necesitaba. Lis pasó al lado de Danny hacia la puerta abierta, pero él la cogió en un segundo. Como era el doble de grande que ella, Danny no tuvo problemas para inmovilizarla contra el marco de la puerta. Su columna vertebral chocó contra la madera. Lis gritó de dolor.
—¡Espera! —le dijo él—. ¡Tengo que explicártelo, Lis!
—¡Apártate de mí! —gritó Lis, pero él no la soltó.
A la desesperada, Lis le dio una patada en la espinilla. Profiriendo un alarido, Danny la soltó al instante, y Lis salió corriendo por la escalera. Por muy dolorida que tuviera la pierna, Lis comprendía que un jugador de rugby no iba a pararse tan fácilmente. De hecho, podía oírlo detrás de ella, tan veloz cojeando como ella corriendo. Ella subió a saltos el primer tramo de escalera, y fue entonces cuando se encontró ante la necesidad de elegir si salir por la puerta principal, meterse en los aseos de los chicos, o subir la escalera hasta la G2. A Danny le costaría tan poco esfuerzo alcanzarla en el camino de fuera como en la escalera, según comprendió. Su única posibilidad estaba en alcanzar a los alumnos de la clase de español, así que se encaminó hacia la G2.
Iba por la mitad del vestíbulo cuando Danny la alcanzó. Estiró el brazo y la agarró por la chaqueta. Lis chilló y se desprendió de la chaqueta, dejándole con ella en la mano. Un poco más despacio, pero ardiendo de adrenalina, Lis empezó a subir corriendo el tramo más largo de escalera.
—¡Para, Lis! —la llamó Danny, tirando al suelo la chaqueta. Corrió hacia ella, tratando de agarrarle las piernas en uno de los peldaños inferiores—. ¿Es que no me vas a dar una oportunidad?
Ella subió la escalera corriendo, pensando solo en llegar arriba. Sin embargo, los pasos de Danny estaban cerca, y más cerca a cada segundo que pasaba.
—¡Maldita sea, Lis, eres condenadamente difícil! —le soltó Danny, volviendo a estirarse para alcanzarla.
Esta vez Lis sintió su mano aferrándole el tobillo. Instintivamente, ella sacudió una patada hacia atrás, y se desprendió de él. Oyó un ruido tras ella, y al mirar atrás vio a Danny cayendo por la escalera. Golpeó el suelo con un ruido sordo. La fuerza de la caída le hizo girar la cabeza hasta un ángulo doloroso, y le cerró los ojos. Se quedó allí tendido, flojo e inerte, como una muñeca de trapo. De la nariz o de la boca, Lis no sabía, manaba un hilo de sangre carmesí que le caía por la barbilla.
Lis lo miró, incapaz de respirar. Aquel era el momento en que sabía que tenía que escapar. Él se levantaría y correría tras ella. Siempre hacían eso los asesinos en las películas. Y, sin embargo, se sintió incapaz de moverse. Era como si la lucha le hubiera extraído toda la energía del cuerpo. Lo miró, esperando cualquier leve movimiento procedente del pie de la escalera.
—¿Qué demonios pasa aquí? —preguntó una voz seria que retumbó desde lo alto de la escalera.
Lis se volvió, para ver al profesor Gray que bajaba hacia ella corriendo.
—¿Lis? —preguntó con preocupación—. ¿Lis? ¿Qué ha ocurrido?
Le pasó el brazo alrededor, y entonces ella sintió que su mente se calmaba: estaba a salvo, estaba bien, no estaba sola. Lis se desplomó en sus brazos, como una marioneta con los hilos cortados.
—¡Señor Gray, Danny es el asesino! —sollozó Lis—. Él mató a Laura. Venía a por mí. Y Delilah… ¡alguien ha cogido a Delilah! —Las palabras se atropellaban unas con otras.
—¿Qué…? —El profesor Gray se echó hacia atrás—. ¿Estás bromeando?
—¡No! ¡Es verdad!
Él la miró a los ojos, intentando comprender, y entonces miró a Danny.
—¡Por Dios, Lis! ¿Está bien?
El profesor Gray la colocó tras él, y empezó a bajar la escalera hacia su alumno inconsciente.
—¡Deténgase! —le rogó Lis—. ¡Es peligroso!
—¡Tú quédate ahí! —le ordenó el profesor Gray. Entonces se inclinó cautamente sobre Danny. Lis vio la sangre, pero ¿respiraba? ¿Había matado a su novio?
—Está vivo —anunció el profesor Gray. Danny se movió y el profesor retrocedió, asustado.
Lis no pensaba esperar al segundo asalto. Bajó corriendo la escalera, y tan solo fue ligeramente más despacio al pasar con cuidado alrededor del cuerpo de Danny.
—¿Adónde vas? —le preguntó el profesor Gray.
Lis siguió corriendo por el vestíbulo, de vuelta a la secretaría.
—¡A llamar a la policía! —le gritó—. ¡Y todo esto habrá acabado! ¡Ahora tenemos pruebas!
Bajó al trote los últimos peldaños y entró en la secretaría, ya familiarizada con el entorno. Acercando el teléfono de la primera mesa que encontró, levantó el auricular y empezó a marcar el número. Nunca lo había hecho hasta aquel día. Esperaba que todo resultara muy claro. Así era la cosa. Tras aquella llamada, todo estaría fuera de sus manos para siempre. Podría ver a sus amigos, asegurarse de que Delilah estaba bien, y vivir feliz para siempre.
Una mano cálida le quitó el auricular de la mano y tranquilamente volvió a colocarlo en su sitio. Se volvió y encontró su rostro a unos centímetros del profesor Gray.
—¡Solo estaba llamando a la policía! —exclamó, completamente confusa.
—¡Ah, Lis! —le dijo el señor Gray en un tono distinto, condescendiente—. No puedes llamar a la policía.
—¿Por qué?
—Porque Danny no mató a Laura.
Entonces él dio un paso atrás, y le propinó un puñetazo tan veloz que Lis ni siquiera tuvo tiempo de pestañear. El puño hizo contacto en su rostro y, tras una fracción de segundo en que sintió el dolor más aplastante de su vida, Lis perdió la consciencia.