Tic tac
DELILAH COMPRENDIÓ AL MISMO TIEMPO que lo hacía Lis. Saltó de la cama con la cara colorada, pues se sentía descubierta con las manos en la masa. Se agachó para esconder el libro, pero Lis lo cogió rápidamente de su sitio, en la cúspide de la torre, y no lo soltó.
—¿Por qué tienes este libro, Delilah? —preguntó.
Delilah refunfuñó:
—Ah, Lis, ya sé lo que parece…
—¿De verdad? ¿Qué es lo que parece? ¡A mí me parece como que me mentiste con todo el morro! —soltó Lis.
—Bueno, ¿qué iba a hacer? —dijo Delilah, otra vez a punto de llorar. Intentó coger el libro, pero Lis no se lo entregó—. Después de la muerte de Laura, los periódicos dijeron que parecía algo ritual, ¡y me entró terror! Me refiero… ¿qué habrías hecho tú?
—Eh… ¿decir la verdad, tal vez? Delilah, ¿qué es lo que tengo que pensar? Tú tienes el libro y tú estabas en el bosque. ¿Seguro que tú no…?
Delilah se dejó caer sobre el colchón. Entonces se hizo una bola, y se balanceó hacia delante y hacia atrás.
—No, por supuesto que no lo hice yo. ¡No seas loca!
—Vale… pero voy a necesitar algún tipo de explicación en los próximos cinco segundos…
—No sabes lo que me pasa, Lis. Siempre meto la pata. Todo lo que toco lo echo a perder. Siempre ha sido así. No tienes más que preguntarle a mi madre. Salió de aquí disparada. Tú me dejarás. Kitty me dejará cuando se entere de lo que hice con Cameron. Todo el mundo me deja antes o después.
Lis observó a aquella niña perdida encima del colchón, y le dio mucha pena. Parecía bastante frágil, como un pajarillo recién nacido que se cae del nido. Se agachó junto a Delilah, sin soltar el libro.
—Nadie te va a dejar, ¿vale? Pero sería mejor que me dijeras ahora mismo lo que estás haciendo con este libro. Delilah, no estoy bromeando.
Encogida como estaba, Delilah miró por encima de las rodillas.
—¿Qué voy a decir…? Soy una bruja.
—¡Pero… qué… dices…!
—Una bruja moderna. ¡Sin escoba, sin sombrero en punta, sin rituales de sacrificio! ¿Es tan difícil de entender? Mi madre era wiccana[13], igual que mi padre y mi madrastra. Es magia de la Tierra, con canciones y salmodias y hechizos, nada que ver con Buffy. ¡Yo no puedo descargar rayos, ni volar! Y es una cosa pacífica. Lo que le ocurrió a Laura no tiene nada que ver con la Wicca. Eso fue otra cosa, algo mucho, mucho más siniestro.
Lis examinó los libros de los estantes: La bruja adolescente, Guía moderna para la práctica de la Wicca, Velas para principiantes… Parecía todo bastante inocente. Sin embargo, tenía que asegurarse:
—Delilah, ¿cómo puedo creer una palabra de lo que me dices? ¡Me mentiste!
Agotada, Delilah puso los ojos en blanco.
—Lis, cielo, no es más que un librito tonto al fin y al cabo. Lo cogí para leerlo. ¡Te aseguro que no lo he estado usando como manual de instrucciones para un asesinato ritual!
Una sonrisa sardónica apareció en el rostro de Lis.
—Está bien, Delilah. Piensa en cómo murió Laura. Fue un acto ritual. Vimos las fotos.
—Y te aseguro que está muy por encima de mí. Ni siquiera sé qué tipo de magia es esa.
—¿Qué piensa Kitty?
—Kitty ni siquiera sabe que lo robé —confesó Delilah.
Lis sentía que aquello sí era verdad.
—Bueno. ¿Te ha aclarado algo el libro sobre lo que pasó?
Delilah adelantó la mano, y esta vez Lis se lo entregó.
—Es realmente fascinante. —Delilah lo abrió por una página que había marcado previamente—. No sabía hasta dónde llegaban las leyendas.
—¿Sobre Hollow Pike?
—Exactamente. ¿Sabías que los soldados romanos no atacaron el pueblo porque pensaban que estaba protegido por los dioses?
Lis negó con la cabeza.
—¿Y que las mujeres estériles solían venir aquí para ver a médicos hechiceros? Los druidas venían aquí en peregrinación en el solsticio de verano… ¡casi nada!
—¿Qué pasó?
—Los juicios del siglo XVII —dijo Delilah, y sus ojos parecieron más oscuros a la luz de las velas—. Todas las brujas de Hollow Pike fueron colgadas, quemadas o ahogadas. —Delilah pasó a otra página marcada que mostraba un viejo grabado, que representaba a una joven atada a un poste, mientras las llamas le lamían los pies. A su alrededor, los aldeanos de Hollow Pike contemplaban cómo ardía.
Lis resopló.
—Bueno, parece que al menos se olvidaron de una, ¡porque alguien en este pueblo sigue haciendo extraños sacrificios rituales!
—Eso parece —corroboró Delilah con tristeza.
Un silencio cordial se hizo en la habitación. La idea de que la pequeña Delilah tuviera algo que ver en lo de Laura era ridícula, eso lo comprendía bien Lis, pero ¿cuándo llegaría el día en que pudiera sentir que estaba metida en el ajo igual que los demás? Porque no acababan de salir misterios de los armarios (o de las taquillas).
—Mañana le llevaremos ese libro a la señora Gillespie, ¿vale? Está bastante cabreada.
Delilah abrió la boca para discutir, pero al ver aquella expresión en el rostro de Lis, tan parecida a la de Kitty, se dio por vencida.
—Vale —dijo con un suspiro.
A la mañana siguiente, Lis y Delilah se saltaron la primera clase para ir a devolver el libro robado a su legítima dueña. Tenía algo de tabú aquello de estar en el pueblo durante las horas de clase, y Lis se sentía más cercana a Delilah ahora que las dos estaban haciendo novillos juntas. El hecho de compartir secretos también había producido entre ellas una extraña sensación de hermandad.
Lis veía Hollow Pike de un modo completamente distinto ahora que la ficción de la brujería se había convertido rápidamente en un hecho. No había rincón oscuro, ni estrecho callejón que no estuviera poblado de brujas y asesinos imaginarios. El mercado estaba muy bullicioso. Parecía animado y entrañable pero, a los ojos desconfiados de Lis, adquirió repentinamente un aire siniestro. Vio a uno de los vendedores meter mano bajo una cortina para entregarle a un cliente un sencillo paquete marrón. ¿Sería simplemente fruta, o algo mágico y misterioso?
Había un puesto en el que vendían cosas para mascotas, y algunos animalitos pequeños como hámsteres y jerbos. Al pasar, Lis pensó que veía, solo por una fracción de segundo, que el vendedor le entregaba a una mujer una delgada culebra verde, que se enroscaba un instante en la muñeca de la señora antes de caer en su bolso. ¿En qué clase de pueblo estaba viviendo? ¿O era todo producto de su desbocada imaginación?
Dejaron la calle principal y tomaron el serpenteante callejón adoquinado que llevaba a la tienda de los Amigos de la Iglesia. Lis estaba nerviosa, pero le alegró dejar atrás el claustrofóbico mercado.
—¿Qué vamos a decir? —le preguntó Delilah al llegar ante la puerta.
—Creo que deberíamos decir la verdad. No creo que ella sea tan mala, al fin y al cabo —respondió Lis.
—Cuidado, Lis: estás hablando como en Barrio Sésamo.
Lis se rió, y las dos pasaron la puerta a la de tres.
Se quedaron paralizadas al instante. Acababan de meter la pata bien hondo. Ante el mostrador se hallaba la señora Dandehunt, la directora del instituto. Y lo más extraño de todo era que la expresión de su rostro sugería que era ella la que había sido pillada in fraganti. Lis y Delilah no sabían de qué estarían hablando las dos, pero el caso es que la conversación se frenó en seco, y las dos se quedaron tan rígidas como los viejos maniquíes del escaparate.
—¡Hola, chicas! —dijo alegremente la señora Dandehunt, saliendo de su momentánea parálisis—. ¿Qué tal os encontráis en esta preciosa mañana?
Lis no sabía muy bien cómo responder, así que permaneció en silencio. Por desgracia, Delilah hizo lo mismo. Lis intentó sonreír, pero la atmósfera de la tienda era tan tensa que apenas pudo mover los músculos faciales.
—La señora Gillespie y yo estábamos terminando de planificar unas cosas para la Feria de Navidad —siguió diciendo la señora Dandehunt—. La señora Gillespie siempre nos da algunas cosas para el puesto de las baratijas.
—Eso es. Baratijas —añadió la señora Gillespie, tocándose los labios rojos con una mano enguantada.
—Ah, vale —dijo Lis.
La señora Dandehunt se subió la cremallera del chubasquero y se puso un gorro de lana sobre el pelo cortado a tazón.
—¡Bien! Mejor me voy, aunque siempre es un placer veros, chicas.
Y la directora salió tambaleándose de la tienda. Sin duda, aquel había sido uno de los encuentros más extraños que había tenido Lis en su vida. La señora Dandehunt no había visto el momento de salir de la tienda, y ni siquiera había hecho alusión al hecho de que, evidentemente, ellas estaban haciendo novillos. Lis hubiera querido saber de qué hablaban las dos mujeres, pues realmente dudaba de que fuera sobre las baratijas. Encontró difícil imaginar que aquellas dos señoras fueran amigas. Las dos estaban chifladas, desde luego, pero la señora Dandehunt era del tipo chiflada adorable, y la otra era chiflada siniestra.
Mientras Lis se preguntaba sobre ello, Delilah se acercó al mostrador.
—No sabía que usted conociera a la señora Dandehunt —le dijo a la tendera.
—En un pueblo como Hollow Pike, todo el mundo se conoce —dijo la vieja bruja cogiendo una etiquetadora de precios—. Bueno, supongo que habréis venido a devolver algo que os llevasteis sin querer…
—«Quisiera tres pestilis, poo favoo». —Una vez más, el acento de Jack masacraba la lengua española.
—¿Quieres tres «pestilis»? —le preguntó Lis.
—«Tres pasteles» —se corrigió Jack.
—Ah, vale.
Lis y Delilah habían vuelto al instituto antes de la segunda hora, y se encontraban sanas y salvas en su clase de español. Le habían dicho al profesor Gray que necesitaban ir a la clínica de planificación familiar, y él les había franqueado la salida sin preguntar ni media palabra más. Los profesores hombres siempre resultaban muy fáciles de convencer de ese modo, se les mencionaba el sexo o la regla y se convertían en estatuas de piedra: aquello funcionaba como una moderna Medusa.
Kitty miró por encima del hombro y susurró:
—Entonces ¿qué decía el diario de Laura?
—Nada sustancial —respondió Delilah entre dientes—. Pensaba que su padre mantenía una relación con alguien del trabajo. Los vio cenando juntos. Una cena muy picante, por lo visto.
—Eso puede explicar lo del hotel de Birmingham —observó Jack.
—Y también por qué la señora Rigg no le apoyó en su coartada —añadió Kitty—. Pero no me parece que tuviera que arrancarle el corazón a Laura por eso. ¡Un poco exagerado!
Delilah les contó entonces lo del pájaro muerto que Laura había encontrado en su cama. A Lis volvió a helársele la sangre. Demasiadas coincidencias: los sueños, los pájaros… ¡hasta el mismo enamoramiento! Y la madre de Laura había comentado cómo se parecían las dos.
Lis se atrevió a echar un vistazo por encima del hombro, y vio que Danny la estaba mirando. Se puso rojo y apartó la mirada, haciendo como que estaba muy interesado en el ejercicio de español. Pero a continuación volvió a mirar, y se quedó con los ojos fijos en ella más tiempo del prudente, y entonces le tocó el turno a Lis de ponerse colorada.
—Tal vez deberíamos buscar el quinto diario —terminó Delilah—. Seguramente seguiría escribiendo en él hasta el último día.
—No —dijo Jack—. Podría estar en cualquier parte. ¡Y no pienso volver a colarme en su cuarto de baño!
Lis se pasó los oscuros rizos por encima del hombro.
—No. Tengo la sensación de que está en el instituto. Laura estaba escribiendo en él cuando yo fui a enfrentarme con ella. Eso fue el día en que ella… en que nosotros…
—Pero la policía vació su taquilla —comentó Jack.
Los amigos se miraron unos a otros, completamente perplejos.
Desde el otro lado del pasillo central, un Cameron Green muy sonriente se inclinó hacia Kitty:
—Eh, Monroe. Cuando te canses de las chicas, te dejo «que me comas el pollo» —le dijo en español.
—Gracias, Cameron. Me encantará «comerte el pollo» —le respondió Kitty sin ambages—. Pero supongo que lo que querías decir era «polla», capullo.
Hasta Harry y Nasima se rieron cuando Cameron se volvió a sus compañeros avergonzado. Danny le gesticuló a Lis un «lo siento».
Lis miró de reojo a Delilah, que se había quedado blanca como un cadáver. Lis sabía por qué. Pobrecita… ¡menudo error, pegarse el lote con semejante orangután!
Sonó el timbre del recreo de la mañana, y todo el mundo empezó a recoger sus libros.
—¡No salgáis corriendo! —rogó el profesor Gray mientras los estudiantes embestían contra la puerta—. Lis, ¿puedo hablar contigo un segundo nada más, por favor?
Lis asintió con la cabeza, echándose al hombro la mochila.
—Te esperamos en el patio —le dijo Jack, saliendo en fila con sus amigas.
—Vale. —Lis se dirigió a la mesa del profesor y se quedó por allí hasta que todos salieron por el pasillo—. ¿Hay algún problema?
El profesor Gray frunció el ceño en una mezcla de preocupación y fastidio.
—No lo sé. ¿No hay nada que me quieras contar, Lis? ¿Sucede algo…?
Sucedían un millón de cosas, pero ninguna que quisiera contarle. Desde luego, era un profesor muy majo, pero ella nunca había sido una de esas chicas sensibleras que se lo cuentan todo a los profes. En el anterior instituto, los profesores no habían hecho más que empeorar las cosas.
—No, todo está bien, gracias —dijo con cautela.
—En ese caso, ¿me podrías explicar lo de tu trabajo de casa, por favor?
¿Su trabajo de casa? ¿La redacción sobre la moderna ciudad de México?
—No entiendo. Lo entregué ayer.
—¡Eso ya lo sé! —El profesor Gray abrió el cuaderno de ejercicios de Lis y se fue hasta la última página, donde estaba la redacción. Solo que ahora, encima de su pulcra letra bastardilla, figuraban tres palabras furiosas, garabateadas en algo que solo podía ser sangre: «YA FALTA POCO».