Querido diario

EL SMS DECÍA SENCILLAMENTE «¿Nos vemos en el parque?». Una oferta demasiado interesante para resistirse. Así que había dejado a Delilah examinando los diarios, y se había ido a ver a Danny. Se hacía de noche cerrada cuando atravesaba la verja del parque infantil de Hollow Pike. Danny estaba solo, balanceándose en un columpio.

—¡Eh…! —A Danny se le iluminó la cara al verla, y una vez más la sonrisa de él la dejó a ella sin respiración.

—¿O sea que esto es lo que haces por las noches? ¿Meterte en los columpios a esperar que pasen chicas? —se burló Lis.

—Por supuesto. ¿Te gustaría acompañarme?

—¿Cómo podría resistirme? —Se colocó en el columpio que había al lado del de él—. ¿Alguna novedad?

Él empujó con la punta del pie el suelo acolchado.

—Mi hermana, la que está en Oxford, que ha venido a pasar unos días. ¡Necesitaba salir de casa! Tú me has salvado.

—Pues te volveré a salvar siempre que quieras. —Se impulsó con una patada en el suelo, y empezó a columpiarse, recordando cómo era lo de desafiar la gravedad en aquellos chismes, alcanzando un punto muy alto en el que el asiento se detiene un instante, antes de volver a caer.

—Sin embargo, no era solo eso. Ya ha pasado un tiempo, y lo de mandarse mensajes por el móvil no es lo mismo que vernos. Pensé que estaría bien que nos dejáramos caer por aquí —siguió Danny.

—¡Bueno, espero que no literalmente!

—¿Más migrañas? —preguntó él.

A Lis le costó un momento recordar a qué se refería él. Pero se dio cuenta justo a tiempo:

—¡Ah, sí! Quiero decir… no, no he vuelto a tener. Siento mucho aquello. No sé por qué me puse así.

—¿Ahora todo va bien?

—Sí, todo va bien. —Más mentiras. ¿Cuánto tiempo se pasaba últimamente contando aquellas mentiras llamadas inocentes pero que, al fin y al cabo, no dejaban de ser mentiras?

—Bueno. ¿A qué te has estado dedicando?

«A allanar el cuarto de baño de una chica asesinada para robarle los diarios».

—A poca cosa.

—Siempre dices lo mismo. —Danny se echó hacia atrás hasta que apenas alcanzaba el suelo con las puntas de los pies, y entonces empezó a columpiarse.

—¿Qué quieres decir?

—Que eres muy misteriosa. ¡Y eso resulta bastante sexy!

—¡Ah, bien, vale!

Danny se rió.

—¿No serás una especie de espía?

—Nah.

—¿O tal vez un superhéroe, como Clark Kent, con una identidad secreta?

—Sigue intentando.

—Ya sé, apuesto a que eres una testigo reubicada… ¿O eres una amish y lo mantienes en secreto?

—¿Qué?

—Ya sabes, como esa peli del chico amish.

—¡Me has pillado! Mi nombre real es Eduvigis. ¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?

Danny dejó de balancearse y cogió una de las cadenas del columpio de ella para detener también su movimiento. En cierto sentido tenía razón. El hecho de mudarse allí le había conferido un aura de misterio. De hecho, en Bangor ella había sido un libro abierto, pero ahora tenía secretos de verdad. De verdad, no tan solo chismorreos de instituto. Hubiera querido poder contárselos a él, pero eso hubiera sido completamente egoísta, y ella no quería arrastrarlo al lío en que se hallaba metida. Tal vez hubiera sido mejor que le hubiera hecho caso a la cabeza, no al corazón, y no hubiera accedido a quedar con Danny. Con todas las chicas majas y normales que había en Fulton, Danny había tenido que elegirla a ella: qué mala suerte la de aquel muchacho.

—¿Por eso me pediste salir? ¿Porque soy un enigma? —le preguntó, envolviendo aquella última palabra con una voz profunda, espeluznante.

—¡Nah!

—¡Me alegro, porque te ibas a decepcionar mucho!

—¿Y qué se supone que quiere decir eso? —preguntó con una sonrisa—. ¡Estás volviendo a ser enigmática!

Ella no dijo nada, consciente de que no estaba ayudando a su causa. El silencio resultó cálido y denso, cargado de expectación. La puntera de la Adidas de él la alcanzó, propinando a los zapatos del uniforme de ella una patadita juguetona. Lis le dirigió a Danny una mirada tímida, y un codazo suave. Aquello era coqueteo: ¡algo infantil, pero electrizante!

Danny tiró de la cadena del columpio de ella para acercarla a él. Con una mirada traviesa, la besó en los labios, y un estremecimiento de placer recorrió el cuerpo entero de Lis. De repente se encontró a kilómetros de distancia del parque infantil, en algún lugar luminoso y tranquilo. Durante un instante de éxtasis, Lis se olvidó de todo. No había allí nada más que el beso.

A lo lejos sonó un teléfono que la hizo volver al mundo real. Cada vez que hablaba con Danny, aquel chisme tenía que interrumpirlos.

—¡Lo siento!

—No te preocupes.

Él sonrió y se relamió los labios. Lis cogió el teléfono del fondo del bolso.

—¿Diga?

—Hola, guapa, soy yo —le dijo Delilah.

—Hola. —Retorciendo el cuerpo, Lis se separó un poco de Danny para que este no oyera lo que no debía.

—¿Podemos vernos? ¿Podrías venir a mi casa?

—¿Ahora? —preguntó Lis.

—Sí, es importante. No te lo pediría si no lo fuera.

Lis lanzó un suspiro, levantó los ojos hacia Danny, que en aquellos momentos apartaba la vista hacia el horizonte, y cuyo hermoso perfil destacaba a la luz de las estrellas. Hubiera querido quedarse con él todo el tiempo. Pero Delilah, la lectora más rápida del mundo, tenía unos diarios de enorme atractivo también.

«Podría terminar todo esta noche», pensó Lis.

—Vale. ¿Cómo hago para llegar?

La «Hacienda de Fulton» era algo muy distinto del resto de Hollow Pike. La cancela de aquel complejo residencial presentaba los restos de un minibús quemado debajo de un alegre cartel que daba la bienvenida a los residentes. Las casas con acabado en gravilla tirada estaban viejas y grises, muchas completamente decrépitas, con ventanas de metal selladas para evitar a los ocupas. Algunos miembros orgullosos de la comunidad habían tratado de mantener un jardín bonito en la parte de delante, pero estaban en flagrante contraste con la mayoría, que contaban con una selva desbocada que invadía la acera. Lis no pudo evitar preguntarse por qué tantas de aquellas casas tenían una bañera en el jardín, y por qué había tantos coches sin ruedas aparcados en el camino que llegaba a la casa.

Se sorprendió de que aquello pudiera existir a solo cinco minutos de autobús del palacio que tenía Kitty en la colina. La penuria y el peligro parecían colgados de las rotas farolas. La casa de Delilah estaba hacia el medio de la gama. No había en ella bañeras ni coches quemados, pero el jardín no era más que una frontera boscosa. Sin embargo, de algún modo funcionaba: las más hermosas flores silvestres crecían a los lados de la casa, y unos árboles de hoja esbelta enmarcaban la casa como una cortina de encaje.

Entró empujando la cancela oxidada, se acercó a la puerta principal, y llamó. Dentro atronaba una televisión. Entonces se abrió la puerta para mostrar a un hombre alto, de elegante perilla y largo pelo gris recogido en una coleta. Llevaba puesto un mono lleno de manchas de aceite.

—Hola —dijo él, mostrando un diente de oro al sonreír—. Debes de ser esa Lis de la que he oído hablar. Vamos, entra. —A Lis le cayó simpático inmediatamente. Parecía un pirata amable.

Entonces llegó Delilah.

—Hola, Lis. Sube a mi cuarto —le dijo, agarrándole la mano y arrastrándola al interior de la casa.

El apretado salón estaba lleno de muebles que no casaban entre sí, y olía fuerte a cigarrillos y marihuana. Lis vislumbró vagamente la silueta del hermano de Delilah, que estaba jugando con una consola, pero Delilah tiraba de ella demasiado rápido para hacer las presentaciones.

Subieron corriendo por una escalera llena de tazas y guías de teléfono, hasta que llegaron a un rellano. Había un dormitorio que una cortina dividía en dos por algún motivo, pero Delilah la hizo seguir y entrar en la siguiente habitación. Seguramente era una habitación pequeña, aunque Lis no estaba segura del todo, pues el espacio estaba casi por completo abarrotado de libros. Cada una de las superficies, llena de montones de literatura, de todas las formas y tamaños. Delilah había renunciado incluso a una cama y un armario para poder tener más sitio para sus novelas. Había un simple colchón encajado en una esquina, y una barra en la que colgaba la ropa. La habitación reverberaba a la luz de velas de té encendidas dentro de tarros de mermelada y colocadas encima de las torres de libros. Aquella habitación era Delilah en estado puro.

—¡Vaya, es increíble!

—Gracias, guapa. Y gracias por darte tanta prisa en venir.

—No hubo problema. —Lis se preguntaba dónde tendría que sentarse—. ¿Qué ha pasado?

Delilah le hizo un gesto a Lis para que se sentara a su lado en el colchón.

—Me va a dar un ataque, Lis.

—¿Por qué? —Lis vio que Delilah no estaba exagerando, parecía que estuviera a punto de vomitar, estaba aún más pálida de lo normal—. Si te cuento una cosa, ¿me prometes que no se lo dirás a nadie? Esto es realmente serio, es una catástrofe.

—Vale… —accedió Lis, preguntándose qué sería aquel secreto. Porque en aquel pueblo los había bien gordos.

—El verano pasado, antes de que llegaras, me emborraché en la barbacoa que hicieron en la casa de Rachel Williams. Kitty no estaba invitada porque, ya sabes, ella piensa que son un montón de gilipollas con ínfulas…

Lis sonrió a su pesar.

—¿Y…?

—Y terminé engañándola.

—¡Vaya! ¿Con quién?

—Eso es lo peor de todo. Fue con Cameron Green —se lamentó Delilah.

—¿Qué…? —Lis estalló como fuegos artificiales—. No me digas que tú…

A Delilah le cayeron lágrimas por el rostro.

—¡Dios, no! No fue más que un achuchón en realidad. Encima de un montón de anoraks. Yo estaba muy borracha. Me arrepentí enseguida, fue una imbecilidad.

Lis no encontraba palabras: ¿qué tenía en la cabeza aquella criatura?

—¡Por favor, no se lo digas a Kitty!

—No lo haré, no lo haré —prometió Lis—. Pero eso ya es pasado, ¿por qué te preocupas ahora?

Delilah cogió uno de los diarios, el azul.

—Porque aparece en el diario de Laura. Por eso fue por lo que dejó a Cameron. Si Kitty lo ve…

Lis le dio un abrazo a Delilah.

—¿Qué vamos a hacer contigo, eh?

—No sabía a quién contárselo —explicó Delilah sollozando.

Lis le cogió el cuaderno.

—Mira, ¿y si arrancamos esa hoja? ¿No podríamos hacerlo sin que tuviera importancia para el resto?

Delilah se secó los ojos con el forro polar de la pizzería.

—Pienso que no pasaría nada, pero ¿no está feo? Esta es la última palabra de Laura, ¿comprendes? Sin embargo, no creo que tenga ninguna relación con lo que ha pasado, ¿tú que piensas?

—No lo sé. A Cameron no le gustó que ella lo dejara.

Lis abrió el libro y empezó a pasar páginas escritas a mano. Con su peculiar inclinación, la escritura alocada e infantil de Laura recorría todo el diario.

—¿De verdad? Bueno, mira: es poco probable que Kitty quiera leer estos diarios palabra por palabra. Podemos contarle simplemente lo más importante, sin mencionar lo de Cameron y tú. ¿Qué más había en los diarios? ¿Alguna otra pista?

—No realmente. —Delilah se recobró, y ya parecía más contenta—. Los tres primeros libros son una tontada, más que nada listas de personas que le gustaban y de personas que no le gustaban.

—Yo antes llevaba una lista de gente que tenía que morir —admitió Lis—. Pero ya no, ¡eso que quede muy claro!

Delilah consiguió esbozar una leve sonrisa.

—En este había un par de cosas interesantes. Escucha esto: «Querido diario, bla bla bla, no me entra en la cabeza lo que Cameron hizo con esa guarra muerta de hambre». Gracias, Laura, ha sido muy bonito. «He acabado con los chicos de Fulton. Bueno, quitando a Danny, él es distinto».

—No se acostó con Danny, ¿o sí? —Si lo hubiera hecho, Lis pensaba que no sería capaz de soportarlo.

—No creo. Pero si lo hizo, no está en este volumen.

—¿Dónde está el siguiente?

—No lo sé. Este es el último de los cuatro y acaba en julio —dijo Delilah—. Pero las cosas parecen cambiar en este.

—¿En qué sentido?

—Bueno, Laura pensaba que su padre tenía una aventura, por un lado. Y además ella no se encontraba muy bien. Iba al médico por un problema de sueño.

El aire escaso y viciado que había en aquella habitación diminuta parecía haberse escapado a través de las paredes. Lis hacía esfuerzos por respirar.

—¿Qué… era lo que le pasaba? —Pero en realidad, ya conocía la respuesta antes de que Delilah abriera la boca.

—Tenía pesadillas. Escucha: «Querido diario: estoy muy cansada, pero tengo miedo de cerrar los ojos. ¿Por qué no puedo soñar con Taylor Lautner, como hace todo el mundo? No, tengo que arrastrarme por la floresta. Eso es una idiotez. Ahora, por el día, ni siquiera me da miedo, pero no se me ocurren palabras para describir lo que sucede en cuanto me quedo dormida. ¡Estoy agotaaaaaaada! Mamá dice que el médico me ayudará, pero yo no sé cómo va a hacer el médico para cambiar mis sueños». —Delilah se interrumpió—: ¿Estás bien, Lis?

El cuarto daba ahora vueltas alrededor de Lis.

—No, realmente no estoy nada bien.

—Amiga mía, me estás asustando. ¿Has tomado algo?

—No, Delilah… Es que yo tengo la misma pesadilla.

—¿Eh? No sé si eso es…

—¿Posible? Bueno, parece que lo es —dijo Lis.

Delilah posó el diario, pero no tuvo valor para mirar a Lis a los ojos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lis.

—Bueno, si tienes los mismos sueños…

—¡Termina de decirlo, Delilah, por favor!

—Bueno, escucha la última entrada: «Querido diario: No es posible este horror. He llegado a casa y me he encontrado un pájaro muerto en la cama. ¿No es macabro? Ha tenido que entrar volando por la ventana del dormitorio, o algo así, ¡y después morirse! Es asqueroso. Mi madre lo está quitando de ahí ahora, pero ella está igual de extrañada que yo». —Delilah se quedó callada y miró a Lis de soslayo—: Otro pájaro. ¿Qué piensas que puede querer decir?

Lis se puso de pie y caminó por la habitación. La cabeza le daba vueltas.

—Laura encontró un pájaro en la cama, y murió. Delilah, yo también he encontrado un pájaro…

Delilah negó con la cabeza.

—¡No, yo no estaba pensando en eso!

—¿Es una señal? ¿Quiere decir que voy a ser la próxima?

Su amiga no encontró respuesta a aquella pregunta. Para no caerse, Lis se apoyó en una de las torres de libros que descansaban contra la pared. Empezó a notar que el corazón se le tranquilizaba. Entonces vio el libro en el que tenía apoyada la mano: La historia oculta de Hollow Pike.