¿Quién está ahí?
—¡POR EL AMOR DE DIOS, LIS! ¡Solo somos nosotros! —se lamentó una voz con acento norteño—. Nos vamos a helar si no eres tan amable de abrirnos las puñeteras puertas.
Había algo en la voz de Jack que le impedía transmitir siquiera un átomo de amenaza. Y, además, ella tenía incontenibles deseos de hacerles a sus amigos algunas preguntas. Necesitaba saber la verdad.
Giró la llave en la cerradura. Los tres amigos aguardaban en el patio, apiñados para aguantar el frío, nada emocionados.
—¿Nos vas a dejar pasar, sí o no? —le preguntó Kitty enfurruñada.
—Entrad —dijo Lis—. Pero mi hermana y Max están aquí arriba…
—¿Y qué te piensas que vamos a hacer? —le soltó Kitty, empujándola al pasar.
—¡Baja la voz! —susurró Lis.
Jack y Delilah se dejaron caer en la cama, poniéndose cómodos, mientras Kitty se reclinaba despreocupadamente en la chaise longue, en plan Cleopatra o alguien parecido. Lis se sentó apenas en la silla de su escritorio, como si fuera ella la visita, en su propio dormitorio.
—¿Y bien? —preguntó Lis, haciendo esfuerzos por dominar el temblor de su voz. Era como si alguien hubiera dejado abierta la puerta de la jaula, y se hubieran escapado los leones. Tendría que andarse con mucho cuidado.
—¿Y bien qué? —preguntó Jack.
Lis abrió completamente los ojos.
—¡Ya sabéis a qué me refiero! ¿Lo hicisteis vosotros? ¿Vosotros la matasteis?
Bueno, al final no se había andado con mucho cuidado precisamente. Sus tres amigos se miraron unos a otros y pusieron los ojos en blanco.
—Por supuesto que no lo hicimos nosotros —respondió Kitty, como si estuviera declarando lo obvio—. ¿Fuiste tú?
—¿Qué? —preguntó Lis entre dientes.
Delilah se apoyó sobre los codos.
—Seamos justos. El calamitoso plan de venganza fue idea tuya tanto como nuestra.
—¡Yo quería hacerle chantaje, no matarla! —protestó Lis.
—¿Qué te crees que hemos estado haciendo nosotros todo este tiempo? —preguntó Kitty. Avanzó un dedo hacia Lis—. ¡Hemos estado googleándote para ver si te habías escapado de algún manicomio de Gales!
—¿Lo dices en serio?
—Lis —dijo Jack ladeando la cabeza—, tú tomaste en esto tanta parte como nosotros.
—¡Eso no es justo! —Pero entonces Lis comprendió que sí era justo. Lis había estado en el ajo tanto como ellos. Había estado allí, planeando y maquinando la broma, y después llevándola a cabo. Quería darle a Laura su merecido. Tal vez no era tan inocente como le gustaba creerse.
Kitty lanzó un suspiro.
—Mira: Después de que filmáramos a Laura, yo regresé a casa de Delilah y Jack se fue a su casa. No sabemos adónde fuiste tú. Cualquiera de nosotros podría haber vuelto a la floresta, pero te aseguro que ni yo ni Delilah lo hicimos.
—Y tampoco lo hice yo, le puedes preguntar a mi madre —añadió Jack.
—Bueno, tampoco fui yo. ¡Le podéis preguntar a Sarah! —exclamó Lis con vehemencia.
Delilah sofocó una risita.
—¿Así que ninguno de nosotros va a confesar un asesinato? ¡Qué decepción!
Jack se deslizó hacia el borde de la cama.
—¿Qué le has dicho a la policía? ¿Les has dicho algo de nuestros planes para quitarnos de encima a Laura? ¿Les contaste lo que hicimos?
Lis hizo un mohín.
—No. No soy completamente tonta.
Los tres suspiraron de alivio. Era evidente que habían estado tan preocupados como Lis.
—Entonces, si nosotros no la matamos, ¿quién lo hizo? Difícil pregunta, ¿verdad?
Los blancos dientes de Kitty brillaron en la penumbra del dormitorio. Lis se encogió de hombros, muy aliviada: aquellos que tenía delante no eran asesinos, eran sus amigos. Sus únicos amigos, en realidad.
—¿Le has enseñado el vídeo a alguien? —preguntó Delilah.
A Lis le costó un momento comprender a qué vídeo se refería.
—¡No, por supuesto! ¡Ni siquiera lo he visto yo! Cuando llegué a casa de la floresta, Sarah me pidió que bañara a Logan. Y creo que me olvidé del vídeo completamente.
Lis hizo girar la silla y hurgó bajo el montón de cuadernos y material escolar que tenía en la mesa para encontrar su cámara de color rosa y plateado.
—Deberíamos borrarlo ahora mismo —apremió Jack—. Si alguien ve eso algún día, estaremos tan muertos como ella.
—De acuerdo —respondió Lis.
—¡Espera! Al menos tendríamos que verlo primero —dijo Kitty—. Vamos, esta es la última película casera en la que participó Laura: alguien tiene que verla.
—Kitty, esto no es un juego —soltó Lis.
—Tranqui. Lo vemos una vez y lo borramos —dijo Kitty.
Lis abrió su ordenador portátil. El brillo blanquiazul de la pantalla iluminó el oscuro dormitorio, y el grupo se colocó alrededor de la mesa. Lis sacó un cable USB y conectó la cámara, que hizo «tin» al encenderse, mientras el ordenador empezaba a cargar.
—Vale, dadme un segundo. —Lis recorrió el escritorio para abrir el archivo pertinente—. Aquí está.
El vídeo empezó, tembloroso y con mucho grano. Delilah no iba para Spielberg, eso era seguro.
«Cuando yo era pequeña, mi padre solía contarme historias de niños que entraban en la floresta y no salían nunca. Simplemente desaparecían», decía Laura, aunque resultaba difícil oírla por encima del crujido de las hojas y de la respiración de Delilah. En el vídeo, Lis y Laura eran dos manchas borrosas que se movían en un entorno aún más borroso.
«Pero tú no te crees esas cosas, ¿no?». Lis recordaba haber dicho aquello. ¿Por qué había accedido a aquel juego? Laura ni siquiera hubiera ido a la floresta de no ser por ella.
«No… Quizá, no sé. Todo el mundo conoce esas historias. Todo el mundo sabe que no hay que entrar en los bosques cuando oscurece».
«Laura Rigg, la grande y malvada, asustada de los…».
Lo que seguía era un barullo. Como Delilah se movía, la imagen temblaba tanto que no se distinguía nada. Era como El proyecto de la bruja de Blair bajo los efectos del ácido. Sobre las pisadas y amortiguados forcejeos se oían gritos y chillidos. Se vio a sí misma cayendo al suelo mientras Jack fingía que la apuñalaba. Entonces Laura echó a correr para adentrarse en los negros abismos de la floresta, y la cámara se estabilizó a tiempo de ofrecer la imagen de Laura desapareciendo de la vista. Y de la vida.
—¡Dios mío! —murmuró Delilah, aún más pálida de lo normal. Parecía realmente alterada.
—No deberíamos haberlo hecho —dijo Lis en voz baja, mientras una lágrima le caía por la mejilla.
—¿Cómo íbamos a saber…? —respondió Kitty, demasiado alto—. ¡No era más que una broma!
—Espera —dijo Jack, inclinándose sobre su hombro—: ¿Puedes dar un poco hacia atrás? ¿Hasta el punto en que echa a correr Laura?
Lis se volvió hacia el ordenador y desplazó el cursor hasta la barra que indicaba el transcurso del vídeo, y la corrió unos dos centímetros hacia atrás.
—¿Aquí?
—Sí. Dale.
Lis le dio al «play», y volvió a ver a Laura cayendo torpemente en las sombras.
—¡Pausa! —le pidió Jack.
—¿Qué? —Kitty estaba irritada, lo que Lis interpretó como una señal de que se sentía culpable.
—Mirad… —Jack posó el dedo en la pantalla para señalar un árbol que estaba justo a la derecha del camino que había llevado Laura en su huida.
—¿Qué se supone que tengo que mirar? —preguntó Delilah en nombre de todos.
—¿Nos cambiamos el sitio? —Jack levantó a Lis de la silla del ordenador, y tomó el control—. No perdáis de vista ese árbol.
Le dio hacia atrás unos tres segundos al vídeo, y apretó «play». Aunque la definición era muy pobre, se podía ver que algo se movía en la corteza del árbol, una pálida araña que salía a la vista. Si uno se fijaba bien, parecía que podía tratarse de una mano: una mano humana.
Lis se alejó un poco de la pantalla mientras Jack volvía a pasar el vídeo. Tal vez no fuera nada. Tal vez fuera solo una hoja que recibía el último destello de luz. Observó a los demás. Había una mirada de terror en los ojos de Delilah, y de desconcierto en los de Kitty. Cuanto más veían el vídeo, más parecía aquella araña una mano pálida que se apoyaba en el árbol. Y eso solo podía significar una cosa…
Que había alguien más en el bosque aquella noche.