La directora

LIS CASI SE QUEDA DORMIDA en los brazos de Danny: un raro momento de perfección. Era reconfortante saber que tales momentos aún eran posibles, y que le podían suceder a ella. Había empezado a temerse que solo ocurrieran en la tele. Ella no estaba dispuesta a pronunciar la palabra que empezaba por a y terminaba por r, pero sí que pensaba en ella.

Sin embargo, Lis no cambió su decisión: tenía que irse de Hollow Pike. Ya no había duda de eso. Había habido alguien en su terraza. Se había sentido a salvo con Danny, pero no lo iba a tener siempre a su lado. Él no podía ser su guardaespaldas.

Se fue andando sola hacia el instituto, sintiendo su soledad intensamente.

«Las brujas no existen, las brujas no existen», se repetía, como si fuera un mantra propio. Observando la espesura de los árboles, envueltos en la niebla matutina, la idea de las brujas casi parecía plausible. Las escenas de Las brujas de Salem no estarían fuera de lugar en aquellos bosques: chicas danzando en torno a las llamas, espíritus oscuros que emergían del fuego… A Lis le pareció que casi podía oír las salmodias canturreadas en voz baja.

En un intento de pensar en algo distinto, Lis no tardó en llenarse la cabeza con ideas sobre la Navidad. En el suelo brillaba la escarcha y en el aire quedaban suspendidos un instante jirones de niebla luminosa salidos de sus pulmones. Si podía sobrevivir a las últimas semanas del trimestre, se vería libre de aquel pueblo. Quién sabía lo que le estaría esperando en Bangor, pero Bronwyn y sus arpías no podían ser peores que la turbia silueta que la vigilaba, invadía su habitación y le enviaba siniestras amenazas.

Las carreteras parecían aquella mañana más tranquilas de lo habitual. ¿Por qué no había nadie por allí? Cada vez que crujía una hoja, Lis volvía la cabeza para mirar. No se atrevía a conectar el iPod por si acaso no le dejaba oír posibles pisadas a su espalda. No podía desprenderse de aquella sensación de que había ojos observándola. Era como si los propios árboles estuvieran mirándola, expectantes.

Muy tensa, Lis llegó por fin al Instituto de Fulton. Al entrar por la cancela principal vio a Nasima y Fiona que andaban zumbando alrededor de Harry, que se había convertido en la nueva abeja reina. Debía de haber habido una coronación a mitad de trimestre más o menos, porque Harry había tomado el lugar de Laura. Su melena era más amplia, su piel estaba más bronceada. Sin tener cerca a Laura para rebajarle la categoría, ella hasta parecía más alta, aunque Lis se imaginó que eso era puramente psicológico.

—¿Todo bien, London? —le preguntó Harry con sorna—. Bonitos zapatos, ¿dónde te los has comprado? ¿En el rastro?

Lis no se podía molestar aquel día con aquello.

—No, Harry: se los robé a un vagabundo después de follármelo. ¿Satisfecha?

Harry no encontró respuesta para aquello, y Lis se sintió de pronto muy pagada de sí misma. Kitty se hubiera sentido orgullosa de ella. No había que molestarse, pero tampoco que ignorarlas, sino guardar el terreno. Al fin y al cabo, tal vez volviera a Gales fortalecida.

Jack, Kitty y Delilah ya estaban en la G2. Lis se sentó en su sitio, junto a Jack, y esperó a que pasaran lista.

—Eh, ¿cómo no has venido en el autobús? —le preguntó Jack.

—Volví a perderlo.

Evidentemente, Kitty no se iba a disculpar por haberse puesto borde el día anterior, pero actuó como si nada hubiera ocurrido, cosa que le pareció bien a Lis.

—Buenas… ¿Qué hiciste anoche? —le preguntó Kitty.

—Nada —mintió Lis. No pensaba contarles todavía su conversación con Danny, y menos el hecho de que le había contado su secreto más inconfesable—. ¿Y vosotros?

—Pasar el rato en casa de Jack —dijo Kitty sin pensarlo mucho.

—¿Los tres? —Lis no quería dar la impresión de que los estaba interrogando, pero tenía que enterarse.

—Sí —respondió Jack—. Te envié un SMS, pero no contestaste.

Eso era verdad, había recibido una invitación de él. Tenían coartada.

El profesor Gray, a quien seguramente le caía mucho peor Lis después de lo sucedido el día anterior, entró torpemente en la clase, ostentando una gran mancha de té en su camisa de rayas. Posó una taza en su mesa, y observó a la clase hasta que sus ojos dieron con ella.

—Ah, Lis… ¿serías tan amable de ir al despacho de la señora Dandehunt? —Lis debió de poner una cara tan larga que le llegaba hasta el suelo, pues el profesor se apresuró a añadir—: Creo que no tienes de qué preocuparte.

—Ah, vale —respondió Lis, y sin embargo, le dirigió a Jack un gesto de preocupación y nerviosismo.

Delilah le hizo un gesto admonitorio con el dedo.

—Buena suerte, amiga mía —le dijo, y le guiñó un ojo.

Jamás en su vida le habían hecho ir al despacho del director. Ese privilegio, ¿no estaba reservado a terroristas y gente así? Incluso cuando las cosas iban realmente mal en el instituto de Gales, siempre había tratado con sus profesores. Saliendo del aula, Lis se encaminó por el corredor del ala G. A mitad del pasillo, se detuvo ante el despacho de la directora y vio que tenía la puerta abierta.

—Ah, Lis —le dijo la directora—. Por favor, entra y siéntate. No te importa que me termine mis cereales, ¿verdad?

—No —respondió Lis, entrando en el despacho y tratando de ignorar el extraño espectáculo que ofrecía una mujer hecha y derecha comiéndose aquella papilla en un plato de plástico. El despacho era una habitación sencilla, cuadrada, con una estantería en la pared que exhibía una envidiable colección de esferas de nieve.

«Envidiable si eres una loca que colecciona adornos chabacanos», pensó Lis.

Colgando de las paredes, había fotos de la señora Dandehunt en compañía de diversos alumnos del instituto. Algunas parecían tan viejas que podrían estar en una tienda de antigüedades. ¿Cuánto tiempo llevaría trabajando en Hollow Pike la señora Dandehunt?

Lis tomó asiento ante la gran mesa central, mientras la directora engullía la última cucharada de papilla.

—¡Mmm, qué rico! —declaró, dejando caer la cucharilla en el plato.

—El señor Gray me ha dicho que quería verme usted…

—Sí, pero no tienes de qué preocuparte —dijo la directora, calcando las palabras del profesor Gray—. Es que me ha llamado tu hermana.

Eso lo explicaba todo.

—Ya. ¿Qué le ha dicho?

La señora Dandehunt apoyó la regordeta barbilla en las manos.

—Me ha dicho que estabas completamente decidida a dejar el instituto. ¿Es cierto?

—Sí. Me vuelvo a vivir con mi madre.

—Comprendo. Me imagino que la echas muchísimo de menos.

—Sí, me resulta duro.

—Y supongo que el instituto tampoco te habrá puesto las cosas fáciles, ¿verdad? —La señora Dandehunt miró a Lis con unos ojos sabios de búho. Lis recordó que el profesor Gray le había dicho, semanas atrás, que los profesores siempre escuchaban. ¿Qué sabría la señora Dandehunt?

—Lo siento, no sé a qué se refiere —dijo Lis con cuidado. La señora Dandehunt le dirigió una sonrisa cómplice.

—Bueno, primero fue el problema con Laura Rigg, que en paz descanse. Me enteré de lo de aquel pequeño rumor de Internet.

—Bueno, eso no fue nada.

—¡Cómo que no! Fue algo muy cruel, contra una chica nueva en el instituto —insistió la señora Dandehunt—. Y después has caído con las señoritas Monroe y Bloom, y con ese jovencito tranquilo que anda con ellas. Unos alumnos majos y listos, pero… quizá no los amigos más llevaderos del mundo.

—A ellos no les pasa nada, de verdad. —Aquello resultaba atroz, peor que las pequeñas conversaciones con el profesor Gray.

—Bueno, eso espero, porque no me gustaría nada pensar que tu decisión ha tenido nada que ver con problemas en este instituto. Querría decir que el instituto no es el tipo de centro que queremos tener —dijo muy seria la señora Dandehunt.

De pronto, las matemáticas de la primera clase parecían más apetecibles que nunca.

—Mis amigos son estupendos, de verdad.

La señora Dandehunt se dirigió a la estantería y agitó una de sus esferas de nieve, haciendo que el polvillo girara y lanzara destellos al caer en torno al gatito que había dentro.

—No hemos hablado del pájaro que había en tu taquilla, ¿verdad?

—¿El cuervo?

—El corvus.

—¿Qué?

Corvus, cielo. Era un corvus. No es lo mismo. Los cuervos son un tipo de corvus, pero no todos los corvus son cuervos. ¿Comprendes?

Lis asintió con la cabeza, aunque no estaba completamente segura de comprender.

—Eso fue algo muy raro, ¿no? Ya sabes que, hace cientos de años, el corvus tenía un significado mayor que el que tiene hoy. Era un símbolo muy importante. Y un augurio, además.

De repente, Lis se dio cuenta de que tenía húmedas las palmas de las manos.

—Ajá…

—Ya sabes, muchas brujas tenían aves como espíritus familiares. ¿Sabes lo que es un espíritu familiar, Lis?

Lis sintió pánico de repente. No podía mirar a los ojos a la señora Dandehunt, así que se fijó en la mesa atestada de cosas que tenía delante. Había allí más esferas de nieve, una foto de la señora Dandehunt con un peludo gato negro, y unas cien carpetas rebosantes de impresos.

—No, yo… —Lis se calló, con la boca apretada de horror, porque debajo de algunos impresos, que solo había quedado visible porque sin querer había desplazado una carpeta con la mano, había un cuaderno de tapa dura estampada con flores de albaricoque y atado con una cinta amarilla: el último diario de Laura.