Asesinato
UN AUTOBÚS ASCENDÍA LENTAMENTE por la colina hacia el barrio de arriba, desde donde las magníficas casas observaban altaneras al resto del pueblo. Solo había un camino para llegar allí, a través de la floresta, y unos largos dedos de madera arañaban las ventanillas del autobús, rayando los cristales. Lis se apartó de aquellas garras con un estremecimiento. Bajo el grueso dosel de hojas, estaba tan oscuro que apenas podía uno creerse que fuera de día.
Era absurdo, pero Lis hubiera jurado que las crujientes hojas susurraban su nombre. Estaba todo en su cabeza, por supuesto, pero se descubrió a sí misma aguzando el oído. La imaginación se le desbocaba, enloquecida… pero en aquella floresta había algo, era como si… como si quisiera atraparla.
—¿Estás bien? —le preguntó Jack.
—Sí, bien… —respondió Lis—. Es que la floresta me da un poco de miedo.
—Bueno, se lo da a todo el mundo. Con todos esos cuentos de hadas que nos contaban cuando éramos pequeños… ¡Además, es el lugar favorito de los violadores!
Lis se estremeció, aunque se lo estaba pasando bien en compañía de Jack. Lejos de sus compañeros del Instituto de Fulton, Jack no podía resultar más distinto. Apenas había cerrado la boca desde que se subieron al autobús.
—Por cierto —siguió él—, debería advertirte de que el padre de Kitty es el hombre más aterrador del mundo entero.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—¡Espera y verás!
Lis había aceptado, por supuesto, la invitación de Kitty a la fiesta de asesinato. Dio por hecho que Kitty estaba bromeando, pero eso casi no tenía importancia. El cable que le echaban era demasiado tentador para decir que no. Desde el primer instante en que había visto a los tres en el autobús, se había sentido atraída por ellos. Era verdad que aquel grupo no iba a ganar ningún concurso de popularidad en el instituto, pero tenían su propia y extraña fuerza. Ponían nerviosa a la gente, a gente como Laura Rigg. Ya solo eso le parecía a Lis bastante mérito.
—¿Cuánto hace que conoces a Kitty y a Delilah? —le preguntó a Jack para distraerse de las «voces» de los árboles.
—¡Uf, siglos! —respondió Jack—. Hicimos juntos la Primaria, pero en realidad no hablamos mucho hasta el curso pasado.
—¿Y eso…?
Jack se encogió de hombros.
—Yo les tenía miedo, ya sabes, por todos esos rumores de que eran brujas, pero un día empezamos a hablar en clase de Religión. Y después de eso ya no quise más que estar con ellas todo el tiempo. Me atraparon, ¿te das cuenta? Supongo que era el destino o algo así.
A Lis le parecía admirable aquel entusiasmo propio de televisión infantil. Se rió para sí.
—¿Qué es lo que encuentras tan divertido?
—Nada. Solo tú.
—¿Divertido o marciano?
—¡Las dos cosas!
Él se rió con ganas, y le dio un golpecito en las costillas.
La floresta se aclaró, y el autobús entró en el acomodado vecindario de Kitty. Las casas allí eran más nuevas y más grandiosas; las vallas más altas. Algunas de las más ostentosas hasta tenían estatuas en la explanada de césped delantera, medio ocultas tras las bien cerradas cancelas de hierro. A Lis no le cabía en la cabeza que nadie pudiera realmente necesitar verjas en Hollow Pike, pues aquel debía de ser el rincón más tranquilo y seguro de toda Inglaterra.
—Esta es nuestra parada —anunció Jack apretando el botón.
Los dos bajaron del autobús a la mojada acera. Lis siguió a Jack, intentando orientarse.
—Rigg, «cara de perro», vive por allí, y justo doblando la esquina está la casa de Danny…
El corazón le dio un vuelco a Lis con la sola mención de aquel nombre. Mentalmente, se dio unas bofetadas a sí misma en pleno rostro.
—Y esa es la de Kitty… —Jack señaló con un gesto un callejón sin salida flanqueado por árboles.
A la casa de Kitty le faltaba muy poco para llegar a la categoría de palacio. La propiedad entera estaba cercada por una enorme tapia, aunque Lis podía vislumbrar el largo camino que llevaba desde la entrada a una casa de tamaño importante.
—¡Hala!, ¿es que los padres de Kitty pertenecen a la familia real?
Jack se rió con ganas.
—¡Casi! El padre de Kitty es comandante de policía o algo así.
—¿Qué…?
—¡En serio! Es el jefe de policía de toda la zona, que es como ser el pez más gordo de un estanque muy pequeño… pero no deja de ser el que más manda.
—¿Por eso da tanto miedo?
—¡Espera y verás!
Jack le cogió la mano, la llevó casi a rastras hasta la enorme cancela de hierro forjado, y apretó el botón.
Tras una breve pausa, respondió una tímida voz de mujer:
—¿Sí…?
—Hola, somos Jack y Lis, venimos a ver a Kitty.
Con un espantoso chirrido, la cancela se abrió.
—¿Era la doncella? —preguntó Lis.
—Su madre, que no da miedo.
Los dos bordearon la cuidada explanada de césped que se extendía por dentro del semicírculo que dibujaba el camino.
—La casa me da un poco de miedo —confesó Lis.
—Bueno, no dejes que se te note.
Kitty apareció en la puerta. Aquella era una versión más casera de su nueva amiga: llevaba una camiseta que caía suelta, y un par de vaqueros ceñidos y recortados de color negro.
—Hola… Venga, entrad. Bienvenida a la mansión de los Monroe.
El interior era por todas partes tan lujoso como el exterior. Kitty atravesó la planta baja arrastrando los pies, como si le avergonzara la grandiosidad de la mansión familiar. Desde luego, la mansión contrastaba con la propia Kitty.
Desde el salón principal, una voz atronadora dejó a los tres clavados en su sitio:
—¿Más amiguitos, Catalina?
Kitty respiró hondo y Lis torció el cuello tratando de ver al padre de Kitty, pero lo único que vislumbró fue la parte superior de una cabeza entrecana que superaba el respaldo de un enorme butacón de cuero.
—Solo somos cuatro, papá —le respondió Kitty.
—Nada de música rara.
—Vale.
Puso los ojos en blanco y les mostró el camino por la escalera.
—Si alguna vez me llamas Catalina —le susurró a Lis—, amistad acabada.
—¡No te preocupes, tu secreto estará a salvo conmigo!
Después de varios kilómetros interminables de escaleras cubiertas con mullidas alfombras, Kitty les hizo pasar a un desván remodelado. Aquel sitio sí que estaba en consonancia con Kitty. No había cama; era una especie de estudio. Kitty había colgado telas rojas transparentes sobre las claraboyas para crear un espacio oscuro y cálido, semejante a una crisálida. Una alta lámpara antigua cubierta con un mantón dorado se alzaba orgullosa en una esquina, añadiendo cierto embrujo al espacio.
Delilah ya estaba allí, sentada ante el ordenador portátil de Kitty, eligiendo un poco de música tranquila. Le dirigió a Lis una sonrisa cordial y un pequeño gesto hecho con los dedos. El suelo estaba cubierto con una alfombra vieja, y todo tipo de libros, desde pequeños y desvencijados ejemplares de poesía a enormes volúmenes de gran formato de fotos de fotógrafos de los que Lis no había oído hablar. Entre vacías tazas de café había montones de papeles de deberes escolares. Las paredes estaban recubiertas de cientos de imágenes realmente llamativas. Había desnudos sorprendentes, modelos glamurosas de estilo cadavérico, y una pared exhibía a una enorme Hello Kitty que saludaba a los presentes con la mano. Una amplia sonrisa apareció en el rostro de Lis. Aquello era como estar dentro de la mente de Kitty.
Jack se echó sobre un sofá de cuero estropeado, mientras Kitty se acercaba a Delilah y la abrazaba por la espalda.
«¡Dios mío, es verdad que son lesbianas!», comprendió Lis. La cabeza le hizo chiribitas: había dado por hecho que los rumores sobre su lesbianismo eran tan falsos como los rumores sobre su brujería. «Pero, bueno, al fin y al cabo, esto no es nada que no hayas visto ya en la tele», se dijo. Una vez más, Lis hizo un esfuerzo para no mirar, y se sentó junto a Jack en el sofá. Era la primera vez que conocía a una pareja lesbiana, pero eso no era necesario que lo supieran. Jack, mientras tanto, se afanaba en sacar de su mochila una selección de tablillas y bolígrafos.
—¿Para qué demonios es eso? —preguntó Delilah, muy a gusto en los brazos de Kitty.
—Bueno, si vamos a tramar la muerte de alguien, deberíamos diseñar un plan de modo eficiente —le respondió Jack—. No debemos cometer errores. —Desenrolló una gran hoja de papel blanco y la clavó en la pared.
—Si planeamos matar a alguien, ¿por qué tenemos que escribir nada? —repuso Delilah.
Kitty resopló:
—Bien dicho.
Jack hizo un mohín que duró solo un segundo.
—Vale. Observación aceptada. ¡Ninguna nota de ningún tipo! —Apartó las tablillas—. Lis: nuestra regla es que lo que se dice en el desván de Kitty no sale del desván de Kitty.
—Eso parece razonable. —Lis miró a Kitty, y esta le sonrió de modo cariñoso. El aire amenazante que Kitty tenía en el instituto no se encontraba por ningún lado tras la transformación experimentada en el cómodo desván.
—Eso también vale para ti —prosiguió Jack—. Puedes decir lo que quieras, que no diremos nada en el instituto.
—De hecho, no tendríamos a quién decírselo, puesto que nadie nos habla —añadió Kitty.
Lis sonrió con comprensión.
—Quiero que sepáis que yo no soy como Laura y las otras. Nunca he hablado mal de vosotras.
—Lo sabemos —dijo Delilah con una sonrisa—. No te habríamos invitado a venir si no fuera así.
Lis se inclinó hacia delante, sintiéndose más segura.
—Dejé el anterior instituto porque me acosaban. Lo pasé realmente mal. Yo no le haría eso a nadie.
Jack subió los pies al sofá.
—¿Te acosaban? ¡Pero si eres muy guapa! ¡Y yo que creía que solo acosaban a los maricas gordos!
Los cuatro se rieron a mandíbula batiente, y Lis cayó en la cuenta de que hacía mucho que no se reía de aquel modo.
Unas horas después, los cuatro estaban sentados en círculo sobre la raída alfombra. La noche había caído hacía rato, y los cuatro se afanaban trazando el plan para asesinar a Laura Rigg.
Las primeras propuestas de Jack fueron cómicas y estrafalarias, e incluían la construcción de diversos aparatos mortales para que Laura cayera en ellos, un poco al estilo innecesaria y cómicamente alambicado de las máquinas Goldberg. Kitty y Delilah llevaron la conversación hacia ideas más realistas.
—Pero ¿cómo podríamos hacerlo? —preguntó Delilah—. ¿Cómo podríamos asesinar a la chica más popular del insti y escaparnos de rositas? Tiene que haber un medio.
—Podríamos proporcionarnos coartadas unos a otros —sugirió Lis.
—Podríamos. Pero tendrían que ser muy buenas —razonó Kitty—. Tal vez tendríamos que esperar a que los padres de alguien estuvieran de vacaciones, o algo así, y así sería creíble que estuviéramos en determinado lugar en el momento de la muerte, y asegurarnos de que podíamos ir y volver sin que nadie lo supiera.
Jack se pasó la mano por su pelo de ratón.
—Mi madre y Amber siempre pasan la noche fuera, por los concursos de baile de Amber, así que eso podría valer.
Delilah parecía distraída, dibujando diminutos e intrincados garabatos en un cuaderno, y sin embargo seguía concentrada en la conversación:
—Desde luego, no podemos matarla cerca de ninguna de nuestras casas.
—Y no podemos seguirla por ahí, esperando a que se encuentre sola en un callejón oscuro —dijo Jack riéndose—. Porque no es que nosotros pasemos precisamente desapercibidos.
—Mmm… Tal vez podríamos conseguir que viniera ella a buscarnos a algún sitio… —sugirió Delilah sin dejar de dibujar garabatos.
A Lis se le pasó una idea por la cabeza:
—Estoy casi segura de que tengo la dirección electrónica de Laura…
Kitty se rió.
—Venga, aunque lo enviáramos desde una cuenta falsa, podrían averiguar dónde se escribió el email.
—¿De verdad? Entonces no he dicho nada.
—No: esa es una buena idea. Pero podríamos escribir una carta en vez de un email. Una carta impresa en el insti no nos acusaría a ninguno de nosotros siempre y cuando tuviéramos cuidado de no tocar el papel —dijo Kitty.
—¡Deberíamos escribir toda la nota desde el ordenador de Danny! —señaló Jack con entusiasmo, levantándose sobre las rodillas.
Lis se sintió un poco rara ante la idea de incluir el nombre de Danny en aquello. Aunque él tuviera su propia coartada, se vería metido en un auténtico infierno.
—No —dijo Delilah para alivio de Lis.
—¡Claro que no! —corroboró Kitty—. Danny es un tío majo. No tengo nada en contra de él.
—Mejor lo hacemos en el ordenador de Nasima Bharat —musitó Delilah.
—¡Bien pensado! —Jack se echó otra vez sobre el sofá. Era un manojo de nervios y entusiasmo, apenas capaz de quedarse sentado por un instante—: Esa zorra se lo merece, reconozcámoslo.
Lis se vio inmersa en aquello que, esencialmente, era un problema intelectual: ¿Cómo podía uno controlar todas las variables que rodean un asesinato? La policía, el cuerpo, las armas… Eso era más difícil que cualquier pregunta de examen. Se echó el pelo para atrás y entrecerró los ojos para concentrarse.
—¿Qué me decís del veneno? Así no habría arma…
—Sí —dijo Kitty—. Eso podría funcionar, pero ¿cómo hacemos que se lo tome?
—Es una típica adolescente borrachuza: ¡no hay más que echárselo en un vaso! —dijo Jack riéndose.
—¡Estupendo, Jack! ¿Tienes un poquito de cianuro? —preguntó Delilah sonriendo.
—No, sabihonda, pero seguro que una pequeña dosis de desatascador de cañerías haría el mismo efecto.
Lis se echó hacia atrás sobre la alfombra, mirando al techo.
—Lo notaría enseguida. Jamás se lo bebería.
—No estoy tan segura… —dijo Kitty sin inmutarse—, ¿habéis probado alguna vez el alcopop que bebe ella? ¡El desatascador de cañerías no puede ser mucho peor!
Una vez más, el grupo estalló en risas incontroladas.
—¡Vale, vale! —exclamó Kitty, exigiendo a los demás que la escucharan—: Entonces, ¿qué tenemos hasta ahora? Le enviamos una carta, tal vez desde el ordenador de Nasima, pidiéndole que vaya a algún sitio…
—De acuerdo —confirmó Jack.
—Y luego… ¿Y si hiciéramos que pareciera un accidente que ha tenido lugar en la floresta, o algo así…? Podríamos hacer que pareciera producto de la bebida. Un golpe en la cabeza podría pasar como una caída, y ni siquiera tendríamos que pensar cómo colocamos el cadáver.
El cadáver. Lis se estremeció. Qué palabra tan fría, tan inhumana. Estaban hablando de un cuerpo humano. Un cuerpo humano muerto. El cuerpo humano de Laura muerta. «No es más que un juego», se recordó.
—Me gusta. ¡Eres una genia! —exclamó Delilah, abandonando por fin sus garabatos y besando a Kitty en la frente.
—¿La policía no se daría cuenta de que no fue un accidente? —preguntó Lis.
—Seguramente no. No existe el CSI: Hollow Pike —dijo Jack con una sonrisa.
Lis se rió. Pese a aquel contexto gore, no recordaba la última vez que se había divertido tanto. Había un ambiente tan agradable en aquel desván… A juzgar por el tiempo que había pasado con Laura y sus chicas, Lis dudaba de que nunca se divirtieran de aquella forma desinhibida. Estando con ellas, se había mostrado siempre tan cautelosa, tan temerosa del juicio de las demás, que no se había relajado un segundo. En el desván de Kitty, sin embargo, Lis no se sentía juzgada por nada: ni por su ropa, ni por su pelo, ni por quién le pudiera gustar o dejar de gustar…
—Si vamos a fingir un accidente, entonces seguramente no deberíamos dejar ninguna nota, porque Nasima negará haberla enviado, y la policía empezará a sospechar —señaló Jack—. Tal vez podríamos ponerle un SMS, y después quitarle el móvil al cadáver de las manos…
—Eso podría funcionar, aunque la policía seguramente se daría cuenta de que le había desaparecido el móvil —respondió Kitty—. Por supuesto, no hay razón para que uno de nosotros no pueda ir con ella a la floresta mientras los otros esperan ya allí.
—¿Una trampa? —preguntó Lis.
—Sí —siguió Kitty—. Tú podrías fingir que la perdonas por el asunto del email, y que quieres seguir siendo amiga suya. Ella te seguiría al interior de la floresta, sin duda.
Lis no se había esperado un papel tan central en la trama. Se puso rígida, sin saber cómo reaccionar. Los demás la miraron con expectación, casi como si aquello fuera algún tipo de prueba iniciática de la que ella no sabía nada.
—Sí, supongo que sí —dijo por fin—, aunque no tengo muy claro que fuera capaz de convencer a Laura de que viniera conmigo. Soy muy mala actriz.
—En cualquier caso —empezó a decir Jack—, golpearle en la cabeza no me parece bastante. Yo quiero que sufra…
Como un puñal, el término «sufrir» le retorció a Lis las entrañas.
—Creo que deberíamos hacerlo en las vacaciones de mitad de trimestre. Sería más fácil convencerla entonces de que entrara en la floresta —sugirió Kitty.
—Todo el mundo sabe que es ahí donde esconden la bebida y el tabaco —añadió Jack—. No sería difícil hacerla entrar.
Delilah se acurrucó en el regazo de Kitty.
—El problema es, querido, que los que pasean a su perro y tal van a la floresta hasta después de que oscurezca. Alguien podría vernos… a menos que usáramos el viejo vertedero de basura, ¿no?
Lis se sintió mareada. Lo que había comenzado como un juego estaba empezando a parecerle un poco mórbido.
—Esa es una idea magnífica —dijo Kitty—. No tenemos más que arrojarla por el borde, y el pueblo entero se pensará que la estúpida borracha se ha caído en un trágico accidente mortal.
Lis recordó algo que le había ocurrido hacía tiempo, un día en que ella y Sarah habían ido caminando por Anglesey[9]. Mientras corría por las dunas de arena, llena de energía, se había encontrado con una cría de gaviota que estaba malherida. Aún podía oír sus agudos chillidos que imploraban la salvación a su madre ausente. Recordó que Sarah, mayor y más inteligente que ella, se adelantó para librar de su sufrimiento a la indefensa criatura, completamente segura de que no había para ella curación posible. Aun sabiendo que Sarah actuaba movida por la bondad, Lis había sido incapaz de soportar la idea de acabar con la vida de aquella pobre criatura, y se dio la vuelta, negándose a mirar.
Laura Rigg no era ninguna criatura indefensa, pero Lis sabía que cuando llegara el instante de empujarla por el borde, seguiría acordándose de aquella gaviota. No mataría a ningún ser vivo.
—¿Qué sucede? —preguntó Jack.
Sin necesidad de mirarse al espejo, Lis sabía que se había quedado pálida como un fantasma.
—No puedo matar a Laura.
Las palabras se le agarraron a la parte de atrás de la garganta, y salieron casi como una confesión. Qué irónico: ¡confesar que no quería matar a nadie! Hubo un instante de silencio, y a continuación los demás prorrumpieron en carcajadas incontenibles.
—¡Ah, pobre Lis! —logró decir Kitty por entre lágrimas de risa—. ¡Por supuesto que no podemos realmente matar a Laura! ¿Te imaginas…?
—«Perdona, Laura, ¿podrías estarte un momento quieta mientras te golpeamos hasta matarte?» —preguntó Delilah con exagerada cortesía.
Jack le dio a Lis un fuerte abrazo.
—¡Nosotros nos pasamos el tiempo haciendo estas cosas!
—¡Diseñando planes diabólicos! —anunció Delilah con una profunda voz teatral.
—Lo siento mucho, Lis —dijo Kitty con una sonrisa—. Bienvenida a nuestro retorcido tipo de diversión. ¿Ha sido demasiado siniestro?
Se sintió inflada de puro alivio. Lis negó con la cabeza, preguntándose en qué momento había empezado a olvidarse de que todo era una broma. Esperaba que los demás no la tomaran por idiota integral. Parecía que, estuviera uno en el grupo de amigos que fuera, siempre había una serie de normas diferenciales que había que comprender.
—¡En serio! —dijo Jack riéndose—. ¿Me imagináis en la cárcel? ¡No sobreviviría ni una hora!
Delilah empezó a juntar cuatro tazas, dispuesta a servir un té recién preparado. Entonces habló con suavidad, sin mirar a nadie:
—Bromas aparte, ¿lo haríais? Si tuvierais la ocasión, ¿mataríais a Laura Rigg?
El desván se quedó en silencio. Lis miró a los demás. Como era la recién llegada, no pensaba ser la primera en ofrecer a los demás su opinión, y ya sabía su respuesta: no.
Kitty se incorporó, bien recta.
—Si yo estuviera completamente segura de que no me iba a pasar nada, la mataría sin dudar.
—Yo también —dijo Jack—. Le haría un favor al mundo.
Los tres miraron entonces a Lis. Ella se quedó un instante callada, tratando de encontrar una respuesta diplomática:
—El instituto sería un sitio mejor sin ella —dijo.
Una sensación de culpa la invadió de inmediato. Por alguna razón, sentía como si acabara de firmar la condena a muerte de Laura.