En casa de Laura

—¡O SEA QUE ES ESO! —Kitty arrojó un álbum de fotos desvencijado en el centro de la alfombra que cubría el suelo de su desván. Las páginas desvaídas tenían color de té allí donde les había dado la implacable luz del sol. Pasando las acartonadas hojas, Kitty se detuvo ante una página en la que había una sola foto.

Lis, Delilah y Jack se inclinaron para observarla mejor. La imagen mostraba a dos niñas. La primera tenía un bonito pelo afro que enmarcaba un rostro de angelito. No había duda de que se trataba de Kitty. Se encontraba junto a una niña regordeta de densos rizos castaños.

—¡Dios mío, mirad cómo estaba Laura de gordita! —chilló Jack.

—¿Esa es Laura? ¡Manda narices! —En su interior, Lis reprimió un sentimiento de alegría al descubrir que Laura había sido gordita. No era un sentimiento ni bondadoso, ni que viniera al caso.

—Bueno, esa foto debió de hacerse en la época en la que ella no había roto relaciones con cualquier tipo de comida sólida —dijo Delilah bromeando.

Kitty se rió.

—Vale, pero ¡mirad lo que tiene en las manos!

Olvidándose de los personajes y mirando los detalles del entorno, Lis reconoció los elementos de una fiesta de cumpleaños: banderitas, tarjetas de felicitación y papeles de regalo. En la mano regordeta de Laura había un bonito cuaderno estampado de flores y atado con una delicada cinta rosa.

—¿Su diario? —preguntó Lis.

—¡Sí! —Kitty se recostó en el raído sofá de cuero, y cruzó sus piernas increíblemente largas—: Lo sé porque se los compré yo.

—¿Hay más de uno? —preguntó Jack con el ceño fruncido, examinando la foto.

—Sí: era un conjunto de cinco volúmenes, pensados para cinco años. Cada diario tenía un color diferente y un dibujo diferente. Os lo creáis o no, a los diez años Laura y yo éramos muy buenas amigas.

De repente, aquello cobró sentido para Lis. La enemistad entre Kitty y Laura siempre había parecido algo muy personal, y ahora resultaba que lo era. Lis recordó cuando ella y su mejor amiga, Bronwyn, habían sido unas despreocupadas niñas de doce años, allá en Bangor. Eso había sido antes de que Bronwyn se volviera contra ella de aquel modo terrible. Los amigos pueden hacer el doble de daño que los enemigos.

—Dios, ya me acuerdo de esa fiesta —dijo Delilah en voz baja—. Yo fui la única chica de la clase que no estaba invitada.

—Sí, ahí fue cuando empezó a joderse todo —respondió Kitty.

Las sonrisas de la foto no auguraban los años de tormentos y perrerías que iban a seguir. Laura parecía tan suave, tan inocente…

—Dijiste que sabías dónde guardaba ella los diarios… —soltó Jack, interrumpiendo los pensamientos de Lis.

Kitty sonrió.

—¡Bueno, sé dónde los guardaba hace cuatro años!

—Vale… ¡suéltalo!

—¡En el cuarto de baño de su dormitorio!

—¡Qué cutre! «Querido diario: hoy no ha habido acontecimientos intestinales…» —dijo Jack riéndose.

—Eh… bueno. El panel de una pared de su bañera se baja. Estaba tan orgullosa de su genial escondite que me lo enseñó.

Lis se apretó la gruesa chaqueta de punto. A altas horas de la noche, el desván se quedaba helado.

—¿Crees que seguirán allí?

—No sé por qué no. Es un escondite muy bueno.

Los cuatro se miraron unos a otros, en silencio. Todos sabían lo que había que decir, pero nadie quería ser el primero en decirlo.

—En fin… —empezó Jack.

—En fin, habrá que ir a ver si siguen allí —terminó Lis.

Delilah pasó la mirada, insegura, de Lis a Kitty.

—¿De verdad queremos hacer eso? Si nos pillan nos veremos metidos en un problema muy, muy gordo.

Lis se puso en pie y caminó por el desván. Estaba más decidida que nunca.

—¡Sí! —declaró—. Sería maravilloso pasar desapercibida y hacer como que nada de esto me incumbe. Me encantaría no hacer otra cosa que ir a clase y pasar el tiempo con vosotros y darme el lote con Danny… ¡pero eso no va a ser así! No mientras haya alguien jugando conmigo. Y no creo que esa persona vaya a desaparecer por las buenas.

—Tienes razón —dijo Kitty asintiendo con la cabeza—. Primero Laura, después el cuervo, luego alguien que entra en casa de Lis… No sabemos quién podría ser el siguiente. Los diarios son una posibilidad muy remota, pero es lo mejor de lo que disponemos para encontrar una pista sobre quién puede estar detrás de todo esto.

—¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Lis mirando a su alrededor.

Delilah asintió con la cabeza en un gesto sincero, y aunque no se mostraba emocionado, también Jack movió la cabeza de arriba abajo.

—Guay —dijo ella—. Bueno, entonces supongo que necesitamos un plan.

—Un plan, eso suena bien… —Jack logró esbozar una leve sonrisa de ánimo.

—Tenemos que entrar en el baño de Laura de algún modo… —Lis dejó la frase en suspenso, porque no conseguía imaginarse cómo hacerlo.

Desde su situación central en el sofá, Kitty tomó la palabra:

—Escuchadme: esto es lo que vamos a hacer…

La calle arbolada con plátanos en la que vivían los Rigg era tan tranquila, tan silenciosa, que parecía un cuadro. Un cuadro que se titularía: El sueño de la clase media. El asesinato no tenía nada que ver con aquel callejón sin salida. Por aquel día habían terminado las clases en el instituto, y empezaba a anochecer. El cielo adquiría un color morado desvaído al apagarse el sol de finales del otoño.

—Asegúrate de que me dejas el camino libre —le dijo Jack a Lis.

—¡Deja de hablar! —le respondió Lis—. ¿Te vas a esconder o no?

Jack hizo un mohín y se metió en el acebo que había delante de la puerta principal, y se agachó hasta volverse invisible.

—¡Ay, esto se me ha metido en el…!

—¡Shhh!

Lis caminó hasta la puerta e hizo sonar el impresionante timbre. Un carillón retumbó en el salón. La casa de Laura solo estaba a un paso de la de Kitty, y era tan imponente como la suya: una explanada de césped verde brillante se extendía detrás de ella por un espacio que parecía comprender más de una hectárea.

—A lo mejor no hay nadie en casa —susurró Jack.

—¡Shhh! —repitió Lis más fuerte, mientras los pasos se acercaban a la puerta.

El plan era sencillo, pero no por ello invitaba a la confianza. Lis, que era nueva en el pueblo y desconocida para los padres de Laura, llevaría unas flores a la casa como gesto de pésame e intentaría que la invitaran a entrar y tendría que apañárselas para enzarzarse en una conversación con quien hubiera dentro. Mientras tanto, Jack, más pequeño y más ligero de pies que Kitty, se deslizaría al interior de la casa, echaría un vistazo en el baño de Laura y cogería los diarios, si es que se encontraban allí. Kitty y Delilah estarían cerca por si las necesitaban. Fácil. ¿Qué podía ir mal?

La puerta chirrió al abrirse. La señora Rigg apareció en el umbral, con una impenetrable expresión en el rostro e inmaculadamente vestida. Lis se preguntó si no estaría a punto de salir, pues ¿quién se calza zapatos de tacón para estar en casa?

—Hola, ¿la señora Rigg? —preguntó Lis sonriendo—. Usted no me conoce… Soy Lucy, del instituto de Laura. Éramos buenas amigas, y simplemente he querido traerle a usted estas flores. No sabe cómo me entristece su pérdida.

La señora Rigg frunció el ceño. Era una mujer deslumbrante, pero ¿cuál era la palabra? ¿Severa, tal vez?

—¿Lucy? No recuerdo que Laura tuviera ninguna amiga llamada Lucy.

—Soy nueva aquí —explicó Lis—. Laura se encargó de mostrarme Fulton. Era una chica maravillosa. —Parecía que las mentiras podían escaldarle la lengua, pero Lis se alegró de la facilidad con la que fluían. El corazón le palpitaba, pero siempre y cuando pudiera seguir con la conversación normal, estaría bien.

—Ya veo. Bueno, me alegro de conocerte, Lucy. Yo soy Jennifer, la madre de Laura. Gracias por las flores, son muy bonitas. Siento no haberte invitado al velatorio. Hicimos todo lo posible por decírselo a todas las amigas de Laura. —Su actitud se relajó un poco. Era muy seria, estrictamente formal. Hizo ademán de coger el ramito de las manos de Lis.

Aquella era su única oportunidad. Era el momento.

—Perdone, pero ¿podría utilizar el aseo ahora que estoy aquí? Tengo que coger el autobús para volver a Fulton…

La apenada madre no se mostró encantada, pero asintió con cortesía y se hizo a un lado.

—Por supuesto, cielo, pasa.

La señora Rigg la acompañó por el pasillo. Lis se volvió para cerrar la puerta tras ella, pero bloqueando antes el pasador para que Jack pudiera entrar sin problemas. Ahora lo único que tenía que hacer era perder todo el tiempo posible. ¿Cuánto necesitaría Jack para encontrar los diarios?

Se encontró de repente en un magnífico vestíbulo embaldosado, con una preciosa escalera en curva que subía a un rellano. Afortunadamente para Jack, todas las puertas que daban a aquel rellano parecían abiertas. Se quedó con la boca abierta al ver una asombrosa araña de luces que colgaba del centro del techo.

—¡Vaya, señora Rigg, tiene usted una casa preciosa!

—Gracias. Trátame de tú, por favor. Todas las amigas de Laura lo hacen. Lo hacían.

Pero ella no era realmente una amiga de Laura. Se sintió un poco culpable.

«Mantén la calma», se dijo.

—Está por aquí, cielo. —El acento de Yorkshire que tenía Jennifer era muy cortado, como si hubiera hecho esfuerzos por perderlo.

Lis la siguió por un breve pasillo que llevaba a una gran cocina familiar. Justo antes había una pequeña puerta que daba al aseo de la planta de abajo.

—Aquí lo tienes. Estaré en la cocina, buscando un jarrón para poner el ramo —dijo Jennifer, haciendo un leve movimiento con las flores.

Lis se encerró en aquel lavabo rosa rococó, se sentó en el inodoro y sacó el teléfono. Llamó enseguida a Jack: era la señal para que entrara. Entonces aguzó el oído y creyó oír cómo se abría la puerta de la calle, así que tiró de la cadena e hizo todo el ruido posible, para lo cual abrió los grifos a tope y hasta se puso a tararear mientras se secaba las manos. Pero todavía tenía que proporcionarle más tiempo a Jack.

Tras salir del pequeño aseo, Lis se dirigió a la cocina, donde encontró a Jennifer, que estaba colocando las flores en un alto jarrón de color negro. Lis se preguntó cuántos jarrones de flores habría colocado aquella pobre mujer en las últimas semanas.

—¿A que están preciosas? —dijo Jennifer con una sonrisa—. Gracias de nuevo, Lucy.

Lis se frotó las manos en el uniforme del instituto.

—Me imaginé que usted seguramente tendría ya montones de flores, pero no sabía qué otra cosa traerle.

—Ha sido muy amable por tu parte —respondió Jennifer—. La primera tanda de flores se ha secado ya, así que estas son muy bienvenidas.

Lis se acercó a la isleta que había en el centro de la cocina, tratando de encontrar algo más que decir.

—¿Quieres un vaso de agua, o alguna cosa? —preguntó la señora Rigg. Era, obviamente, una experta anfitriona.

—Eh… eso estaría bien, gracias. —¿Qué estaba haciendo Jack? ¿Se había perdido? Se suponía que tenía que llamarla en cuanto volviera a salir.

Los ojos de Lis se posaron en una enorme foto en blanco y negro, enmarcada, que había en la pared. Era uno de esos retratos familiares llenos de brillos que hacían en las tiendas de fotografía. Sarah se había pasado semanas intentando convencer a Max de que eran elegantes, y no de mal gusto.

En la foto, los padres de Laura aparecían en una disposición graciosa, con los brazos alrededor de Laura. Una familia espléndida.

—Es una foto asombrosa, ¿verdad? —dijo la señora Rigg, sonriendo levemente mientras seguía la línea visual de Lis. Le entregó un vaso de agua antes de atravesar la cocina de camino a la fotografía. Lis la siguió—. Nos la hicimos en las vacaciones de verano. Es la última foto que tenemos de ella. Por supuesto, a ella le molestó posar para esta foto. Habría dado cualquier cosa por estar con sus amigos en vez de con sus viejos y aburridos padres. ¡Tuvimos que amenazarla con retirarle la asignación que le dábamos! —Dejó de sonreír—. ¿Te habló alguna vez de nosotros? ¿Era muy infeliz?

La pregunta pilló a Lis desprevenida. Abrió y cerró la boca como una carpa.

—Yo… creo que no. Ella… eh, nunca me dijo nada.

—Ya sabes, Lucy, tú te pareces mucho a ella… —La señora toqueteó con los dedos, sin pensar en lo que hacía, una delicada cruz de plata que llevaba alrededor del cuello, mientras observaba a Lis.

—¡No, Laura era mucho más guapa que yo! —exclamó Lis sorprendida.

La señora Rigg alargó la mano y le apartó el pelo de la cara.

—El mismo pelo… ¡Tan espeso, y con ese brillo…!

Parecía como si mirara más allá de Lis, a otra época, zambulléndose en recuerdos de Laura. Con un estremecimiento, Lis se apartó de aquella mano.

Sin previo aviso, un golpe fuerte sonó en el techo, justo encima de ellos.

—¿Qué demonios ha sido eso? —Jennifer dejó caer de inmediato el pelo de Lis, y salió de la cocina.

¡Jack! La mente de Lis se aceleró mientras ella seguía instintivamente a Jennifer. Tenía que evitar que la madre de Laura subiera la escalera, a toda costa. ¿Qué hacía Jack? ¿Se habría herido? ¿Lo descubriría la señora Rigg?

«Piensa rápido, piensa rápido…».

—¿No habrá sido su gato? —preguntó.

—No tenemos gato, así que lo dudo —espetó Jennifer atravesando el majestuoso vestíbulo, con sus tacones de aguja martilleando en las baldosas. Lis la siguió, intentando encontrar algo más que decir.

—¡Deténgase, señora Rigg! —le dijo a la mujer, cogiéndola por el brazo.

En el rostro de Jennifer apareció una expresión de ferocidad, que le recordó a Lis cómo se ponía Laura cuando había pelea.

—¡Suéltame ahora mismo! —le dijo con frialdad.

—¡Pero, señora Rigg, si ha entrado alguien en el piso de arriba, podría ser peligroso! —Lis sabía que podía parecer una loca, pero que encontraran a Jack en casa de Laura Rigg podría tener consecuencias devastadoras. El inspector Monroe los encerraría a todos y no haría nada por ellos.

—Tienes toda la razón, cielo. —Jennifer entró en el salón contiguo: otro amplio espacio inmaculado, de revista, en cuya chimenea abierta ardía un fuego crepitante—. ¡Será mejor que coja esto!

Con un único y fluido movimiento, la madre de Laura sacó de la chimenea un atizador de hierro. Un segundo después se encontraba de nuevo al pie de la escalera, armada y lista. Lis la miró sin poder hacer nada, esperando tener una inspiración antes de que la señora Rigg alcanzara a Jack.

Jennifer ascendió por la escalera blandiendo el atizador. Mientras Lis la seguía vacilante, oyó más golpes en el piso de arriba. ¿Llegaría la señora Rigg a darle a Jack con el atizador? Se dio cuenta del desastroso estado en que se hallaba su plan infantil. ¿Cómo se les había podido ocurrir tal cosa? Se habían metido en un lío tremendo, e iban a verse con el agua al cuello, ¡menudo desastre!

—¡Por favor, señora Rigg, tenga cuidado! —Lis corrió a su lado. Tal vez pudiera evitar que golpeara a Jack, llegado el caso.

—A mí no me pasará nada, cielo. Tú no te acerques.

Las dos alcanzaron el rellano en curva del final de la escalera. Lis estaba a punto de contar toda la verdad. Tal vez si lo dijera todo, si explicara la historia entera, ¿les perdonaría la señora Rigg? ¡Era muy difícil!

Un espeso silencio se cernía sobre ellas al aguzar el oído para escuchar al intruso. Nada: el rellano estaba en calma.

—Creo que el ruido procedía de la habitación de Laura —dijo Jennifer entre dientes—. ¡Periodistas! ¡Ya me pareció horrible cuando se metieron en los cubos de la basura, pero esta vez se han pasado! ¡Escoria!

—Señora Rigg, ¡salgamos! ¡O llamemos a la policía! —le rogó Lis.

La señora Rigg le lanzó una fría mirada que la mandaba callar de una manera muy rotunda. Entonces empujó con suavidad la puerta de la habitación de Laura. Chirriando, la puerta se abrió.

La luz del crepúsculo se filtraba hasta el rellano cuando Jennifer entró en el dormitorio. Respirando hondo, Lis entró tras ella.

Parecía un lugar arrasado por las bombas. Debía de estar tal como Laura lo había dejado la última vez que salió, cuando se fue al encuentro de su asesino. El edredón estaba arrebujado sobre la cama, cosas de maquillaje y accesorios se extendían por un magnífico tocador, y un bolso había sido vaciado entero sobre el suelo. Había pósteres en las paredes y fotos en el espejo. Era un típico dormitorio de adolescente, solo que este se había quedado sin adolescente ya para siempre.

Jennifer observó la habitación, volviéndose desconcertada en todas direcciones. Vio la puerta interior que tenía que dar al cuarto de baño. ¿Cómo podría evitar que la madre de Laura entrara allí?

—Qué extraño. Juraría que había sonado aquí… —dijo la señora Rigg, bajando por fin el atizador.

—A lo mejor fue fuera de la casa —sugirió Lis.

La señora Rigg parecía a punto de asentir con la cabeza, pero entonces posó los ojos en la puerta que daba al cuarto de baño. A Lis se le habían agotado las ideas. La señora se encaminó al baño. Estaban perdidos.

Sonó el timbre: aquel timbre carillón tan ostentoso. Y volvió a sonar. Alguien estaba llamando a la puerta con insistencia, y el carillón inundaba la casa con su sonido.

—¿Quién demonios mete tanta bulla? —dijo la señora Rigg, y salió corriendo de la habitación.

Lis esperó hasta que oyó los pasos de la señora Rigg en la escalera, y entonces entró en el cuarto de baño. Era pequeño, nada más que cabía una bañera, un lavabo y la taza del váter. Vio al instante que el panel de una esquina de la bañera estaba suelto.

—¿Se ha ido? —preguntó Jack desde debajo de la bañera. Hizo a un lado el panel de plástico y salió de su escondrijo. Era una suerte que fuera tan pequeño, porque de lo contrario no hubiera cabido allí. En las manos tenía cuatro preciosos cuadernos estampados de flores, cada uno atado con una cinta.

—¡Los has encontrado!

—Sí, pero se me cayó el panel de la bañera. ¡Pesa un quintal! Llamé a Kitty enseguida para pasar al plan B. ¡Lo siento!

—No importa —susurró Lis, disponiéndose a salir al dormitorio de Laura—. ¡Tenemos que salir de aquí, ya!

Lis corrió al rellano. Vio a la señora Rigg ante la puerta de la casa. En el umbral de la puerta estaba Delilah, con sus rizos rojos embutidos en su vieja gorra de repartidora de pizzas.

—Esta es la dirección que me han dado —estaba diciendo con los brazos llenos de cajas de pizza.

—¡Le aseguro, jovencita, que yo no he pedido ninguna pizza!

—¿No es este el número 32 de Cedar Drive?

—¡Sí!

—Bueno, pues entonces es la dirección que me han dado… —insistía Delilah.

Lis volvió corriendo al dormitorio de Laura.

—Vale, bajaré e intentaré llevármela a la cocina. Tendrás dos minutos para salir, ¿vale? —le dijo a Jack.

Jack estaba delante de ella, ya escondido, aguardando tras la puerta del dormitorio, con los diarios en la mochila.

—Vale, y si no puedo salir por ahí, lo haré por la ventana: hay un árbol por el que podría bajar.

—Jack, cuando esto termine, tendrías que apuntarte a los GEO, en serio.

Jack sonrió como si aquel fuera el mejor cumplido que hubiera oído en su vida. Lis lo dejó solo y se volvió a la planta baja, preguntándose qué mentiras le soltaría a la señora Rigg. Ella no se merecía entrar en los GEO: se merecía un Oscar. Pero tenían los diarios. Si Laura había tenido alguna pista sobre quién era su asesino, todo acabaría pronto.

Misión cumplida.