Al día siguiente

A LAS OCHO Y DOCE DE LA MAÑANA, Lis vio el primer coche de la policía. Pasó a su lado a toda velocidad, con la sirena encendida mientras ella iba a coger el autobús escolar. Su trinchera roja era la única nota de color en una mañana por lo demás monocroma.

Se había levantado y vestido para ir al instituto con mucho brío. ¿Se atrevería Laura a enseñar el morro en el instituto aquel día? Para entonces debía de haber comprendido que la habían filmado. Sonriendo para sí, Lis se fue de camino a la parada del autobús. Laura merecía todo lo que le pasara. Lis sabía que Laura se había recreado en el miedo de ella en el instituto. Pues bien, la noche pasada habían quedado en tablas. A Laura le había tocado su propio turno de tener miedo.

Por una vez, Lis llegó al autobús a tiempo. Aquel día subió al vehículo con más confianza que ningún otro, lista para comerse el mundo. Vio a Harry y a Fiona cuchicheando al pasar ella, pero ni siquiera se le pasó por la cabeza meterse a discutir. Se preguntó qué les habría dicho Laura. Cuando habló la noche anterior con Kitty, esta le dijo que nadie había llamado a la policía.

Se sentó al lado de Jack, en la parte de atrás del autobús. Stephen y Cameron hicieron un breve comentario cuando ella pasó a su lado.

—¿Es que no se van a cansar nunca? —dijo Jack.

Lis sonrió, nada dispuesta a permitir que la incordiaran.

—Probablemente no. No van a cambiar. Pero ¿sabes qué? Ya no me preocupa. No me pueden hacer daño si yo no me dejo.

Jack se rió.

—¡Muy bien dicho, señora!

—¡Jack, hoy es día uno! ¡Un nuevo comienzo!

—¡Amén!

A las 10.15, a mitad de clase de Lengua y Literatura, Lis pidió permiso para ir al aseo, aunque en realidad solo quería mirar el móvil para comprobar si tenía algún SMS de Kitty o de Jack. O incluso de la propia Laura.

Tras pedir permiso para salir de clase, y recorriendo los pasillos, observó una fila tras otra de compañeros del instituto. Toda aquella gente… Tras la noche pasada, sentía que había encontrado un lugar entre ellos. Ya no era una forastera, era alguien de allí. Pertenecía a aquel sitio con Kitty, Delilah y Jack. Volvió a darle la risita al recordar la cara de Laura. ¿Dónde estaría? Se moría de impaciencia por rematar la broma: cuando Laura la viera, vivita y coleando. El móvil se encendió, pero no aparecieron nuevos mensajes en espera de ser leídos.

Dejando el aseo de las chicas, Lis se volvió hacia su aula, pero se quedó asombrada de ver a un oficial de policía que entraba en el despacho de la señora Dandehunt. La chaqueta amarilla fluorescente era inconfundible. Decidió dar un rodeo: un largo camino para volver a la B8 pasando por el despacho de la directora. Caminando despacio para poder curiosear, vio a dos agentes de policía, a la señora Dandehunt, al subdirector y al recepcionista del instituto reunidos en torno a la mesa gigante que había en el centro del despacho. Lis no podía oír lo que se decía, pero a través del grueso cristal pudo ver que la señora Dandehunt había perdido el color. Al empujar su silla para retirarla del escritorio, golpeó una maceta y la tiró al suelo.

Teniendo miedo de que la pillaran, Lis se dio prisa en volver a la clase, y a ocupar su asiento. Se acercó a Delilah y le susurró lo más bajo que pudo:

—Pasa algo. Hay dos policías en el despacho de la señora Dandehunt. No será por lo que hicimos, ¿no?

—No, seguramente no es nada —respondió Delilah encogiéndose de hombros—. ¡El instituto se coordina con la policía para tratar con los chicos malos!

—No, esto parecía más serio. Vi la cara de la señora Dandehunt: tenía aspecto de enferma.

—Mmm… Bueno, teniendo en cuenta cómo corren los chismorreos por aquí, estoy segura de que todos nos enteraremos de lo que sea antes de que termine el recreo.

Lis sonrió, sin fijarse en el majestuoso pájaro negro que estaba posado justo al otro lado del ventanal del aula. Estaba siendo observada.

A las 10.38, justo antes de que sonara el timbre del recreo, el conserje del instituto hizo salir a Nasima Bharat de la clase de Lengua y Literatura. Aparentemente confusa y algo preocupada, salió del aula y la acompañaron por el pasillo.

—¡Nasima! —exclamó Stephen Mangano—. ¿Conque has sido una mala chica, eh?

—Gracias, Stephen, ya es suficiente —bramó la señora Osborne.

Esta vez fue Delilah la que se volvió hacia Lis para decirle:

—¡Esto me parece cada vez más raro!

A las 10.47 se paró en una fuente. Al cabo de un momento, comprendió que se encontraba en medio de una fila de profesores y personal del instituto que se dirigía a la sala de profesores. Si bien no había nada de sorprendente en que los profesores usaran la sala de profesores, era extraño verlos entrando todos a la vez. Algo importante estaba ocurriendo, lo notaba. Y ni siquiera los profesores parecían estar al corriente. Lis intuía que tenía algo que ver con la salida de Nasima de la clase de Lengua y Literatura. Nasima no había regresado a la clase.

Rachel Williams, una chica maja y estrafalaria, compañera de Lis en las clases de Arte, se detuvo también en la fuente.

Lis la saludó sin levantar la voz:

—¿Qué crees que pasa? —le preguntó.

—¡Bueno! —exclamó Rachel, disfrutando claramente del chismorreo—. Danielle Chung me ha dicho que el padre de Nasima Bharat tiene cáncer o algo así. Pensamos que ha podido morirse.

Lis frunció el ceño.

—Eso es triste, pero me pregunto si se tratará de eso.

Mientras lo decía, vio a los mismos agentes de policía que estaban antes en el despacho de la señora Dandehunt, y que ahora seguían al profesor Gray a la sala de profesores.

«¿Tendría que venir la policía aquí si se hubiera muerto el padre de Nasima?», se preguntó. Sí, la muerte del padre de Nasima sería una noticia triste, pero seguramente no sería motivo para la presencia de los policías.

—No creo que se trate de eso —le farfulló a Rachel, pero esta ya iba por la mitad del pasillo.

A las 10.53 la inquietud estaba empezando a revolverle el estómago a Lis. No encontraba a Jack, ni a Kitty ni a Delilah por ningún lado. Había acudido a su punto de encuentro habitual, debajo de la marquesina, y no solo no los había visto allí, sino que tampoco los había visto nadie en todo el recreo. A veces Jack acudía a la parte de picoteo del bar, así que merecía la pena echar un vistazo.

Para entonces, el instituto entero era un hervidero de rumores que se extendían como el fuego. Todo el mundo había visto a la policía, o sabía de alguien que la hubiera visto, y todo el mundo tenía su propia idea de lo que ocurría. Ni siquiera hacía falta escuchar a escondidas, pues los rumores corrían por todos lados. Habían pillado a Jason Briggs con… Por lo visto, ella le dijo a la policía que él la asaltó, ¡en serio! Lis hacía todo lo posible por desconectar.

Un rayo escindió el cielo, levantando exclamaciones en los atemorizados alumnos. Resulta extraño ver rayos cuando no llueve. Debía de estar preparándose una tormenta. Como estaba observando el cielo, Lis no se dio cuenta de que Danny se acercaba a ella. Chocaron los hombros, y Danny casi derriba a Lis al suelo. La cogió a tiempo de evitar que cayera, y ella se desplomó en sus fuertes brazos.

—¡Ay! —La exclamación surgió más como reflejo que por efecto del dolor. Entonces se incorporó.

—¡Lo siento! —dijeron los dos a la vez.

La cara de Danny estaba blanca como la leche, con un color que no era natural, un color de muerte. Se apartó para continuar su andar febril, pero Lis le cogió la mano.

—Eh, ¿estás bien?

—No, no estoy bien. —Bajó los ojos, evitando la mirada de ella—. Tengo que irme.

Pero Lis no le soltó la mano.

—¿Qué sucede, Danny? Tienes un aspecto horrible.

Danny levantó la mirada y, al ver el dolor en sus ojos habitualmente tranquilos, Lis le soltó la mano. Él abrió la boca, pero no llegó a proferir ningún sonido.

—¿De qué se trata? —repitió ella.

Danny frunció el ceño, y una lágrima solitaria le asomó a un lado de la nariz. Se la quitó con el dorso de la mano antes de que pudiera caerle por la mejilla.

—Cameron ha recibido una llamada de su madre —dijo Danny, controlando con mucho cuidado su voz temblorosa—. Esta noche asesinaron a Laura.

—¿Qué…? —preguntó Lis casi sin voz. Sintió como si se acabara de romper la barrera del sonido. No, no era posible. Oía cosas. Ah, espera un minuto, ¿era aquello la venganza de Laura?—. ¿Estás seguro? —le preguntó a Danny.

—Esta mañana han encontrado su cadáver en la floresta.

—No, eso es una broma, ¿verdad? —susurró, aunque no necesitaba más prueba que la cara de Danny. Laura estaba muerta. El patio entero del instituto le pareció un carrusel que daba vueltas enloquecido. No podía ser cierto. Despertaría en un segundo. Pero no despertó. ¿Por qué no despertaba? Lis alargó la mano, y se apoyó en la pared más próxima para no caerse.

Cayó la primera gota de lluvia, que golpeó el cemento haciendo «¡paf!». Era como una gota de sangre.

—Mira, tengo que ir a buscar a Harry y a Fiona, no saben nada todavía. —Danny se volvió y echó a correr.

Lis trató de recuperar el aliento. Kitty. Jack. Delilah. No podían haber… ¿Qué habían hecho? ¡Se suponía que no iba a ser más que una broma! Tenía que encontrarlos.

Se levantó un viento feroz, y la lluvia empezó a caer con fuerza para unirse al granulado de las losas del suelo. Más rayos atravesaron el cielo, que parecía haber descendido más de lo que era posible, encerrando el instituto entre densas nubes. Lis echó a correr, derecha hacia el bar, chocando contra un montón de chicos de octavo que le llamaban de todo, aunque ella se movía demasiado rápido para oír lo que decían. Lis se había convertido en la propia tormenta, que arrasaba lo que encontraba en su camino.

Entonces empezaron a llegar los SMS. A su alrededor, los tonos que anunciaban un SMS sonaban ante caras que sufrían el impacto del horror y la incredulidad. Incontrolable, el fuego prendía, se extendía, lo arrasaba todo.

Cayendo casi por la escalera, Lis entró a trompicones en el comedor, y examinó el océano de estudiantes que engullía bocadillos y patatas fritas. No había ni rastro de su grupo. Su propio pelo, empapado, se le había quedado pegado a la cara. Un par de chicas de noveno se rieron al verla así, pero Lis no tenía tiempo de prestarles atención. Se fue hacia la puerta. ¿Dónde podían estar?

Para sus adentros, Lis tenía esperanzas de haber entendido mal. No había sido más que una broma, nada más que un juego tonto. Pero ahora Laura estaba muerta de verdad.

Se quedó quieta un segundo, dejando que la lluvia le diera en la cara. El agua le pasaba por encima, y sintió como se le pegaba la camisa a la piel caliente. Respiró hondo varias veces, tratando de evitar la evidente posibilidad de vomitar en un lugar público. Abriendo los ojos, tuvo un levísimo vislumbre de Kitty, que entraba en el viejo bloque G por donde estaban los lavabos de los chicos.

—¡Kitty! —gritó, sin hacer caso de las miradas de soslayo de los estudiantes que tenía alrededor—. ¡Kitty!

Sus gritos se perdieron en el ávido trueno, y empezó a correr por el hormigón lo más aprisa que le permitían las piernas. Al pasar empujó a un grupo de chicos de séptimo que querían resguardarse de la lluvia, y entonces vio a Kitty, que subía la escalera a toda prisa hacia el pasillo superior.

—¡Kitty! —gritó.

No quería perderla por nada del mundo, pero a juzgar por la mirada oscura y decidida de su amiga, también ella iba en busca de algo. ¿Habría oído también ella la noticia? ¿O habría sido Lis la primera en saberlo? El caso es que Kitty no se detuvo.

—¡Moveos! —exigió Lis a las niñas que se cruzaban en su camino. Pasó por entre ellas con dificultad, y llegó a la escalera, pero entonces ya no vio a Kitty por ninguna parte.

El viejo timbre de alarma que anunciaba un mensaje general empezó a sonar por todas las aulas estruendosamente. Lis se tapó rápidamente los oídos con las manos.

—¡Atención a todos los alumnos! Os habla el señor Raynor. —Era el subdirector del instituto—. Dentro de diez minutos habrá una reunión de todo el instituto en el gimnasio nuevo. Cuando suene el primer timbre, entrarán en el gimnasio los alumnos de séptimo, octavo y noveno. Cuando suene el segundo timbre, entrarán los de décimo, undécimo y Bachiller.

Empezó a repetir aquellas sencillas instrucciones, pero Lis ya iba de camino al gimnasio. Sus amigos tenían que estar allí.

11.17 de la mañana. Por desgracia, nadie parecía haber hecho caso de los dos turnos de entrada. El gimnasio era un caos. Los profesores intentaban desesperadamente poner algún tipo de orden entre las clases, colocando a los más jóvenes delante, y a los de Bachillerato atrás del todo.

Era la primera vez que Lis entraba en el gimnasio. Estaba completamente nuevo, y todavía conservaba aquel prístino olor a abrillantador aunque, a medida que se llenaba de empapados estudiantes, predominaban el aroma de la lluvia y del sudor.

En medio de la locura, Lis pudo ver claramente, al otro lado del gimnasio, a Jack y a Delilah que estaban sentados ya en el suelo, con las piernas cruzadas. Les hizo gestos con la mano, frenéticamente, pero ellos no consiguieron verla entre las hordas de alumnos que pululaban por allí. Observando la sala, Lis no encontraba a Kitty por ninguna parte. A aquella chica de un metro ochenta, mestiza y con una cresta morada en la cabeza, se la veía sin esfuerzo en donde quiera que estuviera. Así que estaba claro que no estaba allí.

—¡Lis! —exclamó el profesor Gray, que parecía más alterado que nunca—, ¿puedes sentarte junto a Millie, por favor?

Ella abrió la boca para protestar: tenía que alcanzar a Delilah y a Jack.

—¡He dicho que te sientes, Lis!

Era inútil. Conteniendo el impulso de chillar de pura rabia, Lis se dejó caer junto a Millie Carpenter.

Laura Rigg había muerto. Había estado pensando en aquella chica hora tras hora desde que la viera el primer día en la G2. Ahora ya no volvería a verla nunca. ¡Laura Rigg! Lis cerró los ojos con fuerza y apretó las manos contra la cara. La oscuridad en sus ojos osciló, intercalada con truculentas imágenes que ella misma había evocado durante la reunión asesinatoria que había tenido lugar en el desván de Kitty: Kitty, con una piedra en la mano, cerniéndose sobre el cadáver de Laura y riéndose como una loca; Jack metiendo su cabeza bajo las negras aguas del riachuelo; Delilah riéndose con risita tonta mientras Laura se ahogaba en alcopop envenenado.

—¡Ya vale! —dijo la señora Dandehunt con voz de trueno, subida a una mesa de gimnasia delante de toda la sala, y justo debajo de un aro de baloncesto. Los agentes de policía estaban a su lado, junto con el señor Raynor. La señora Dandehunt se llevó el micrófono a los labios:

—Silencio. Ya sabéis que no me gusta gritar.

El gimnasio quedó rápidamente en silencio. En aquel momento, todo el mundo estaba impaciente por oír las noticias.

—Me temo que os hemos convocado aquí para daros una noticia terrible. Un profesor no debería tener que decir esto nunca, y ni siquiera sé por dónde empezar. Con gran pesar, tengo que deciros que esta noche una alumna del undécimo curso ha fallecido en circunstancias muy trágicas.

Un grito ahogado recorrió el gimnasio. Algunos se volvieron a sus amigos, con una pregunta en los labios. Eso quería decir que los SMS aún no habían llegado a todo el mundo.

—Para evitar los chismorreos y más aflicciones de las necesarias, os diré ya que esa alumna es Laura Rigg.

El gimnasio despertó con un rugido colectivo. Lis permaneció sentada, muda e inmóvil mientras todo el mundo a su alrededor prorrumpía en exclamaciones de sorpresa y horror. Lis se llevó las manos a los oídos. Entre el ruido que tenía en la cabeza y el ruido del gimnasio, aquello era más de lo que podía soportar.

—¡Silencio todo el mundo, por favor! Esto es algo muy serio. —El rostro de la señora Dandehunt era de mármol, completamente distinto al de la encantadora persona que Lis había conocido en anteriores reuniones—. No quiero que se extiendan rumores ni especulaciones. Sé que muchos de vosotros estáis afectados por la pérdida de vuestra querida compañera. Laura era muy apreciada por muchos de vosotros.

Lis observó a Delilah y a Jack. Con los ojos fijos en la señora Dandehunt, eran estatuas que ni hablaban ni se movían.

—Nunca habíamos sufrido una tragedia semejante en el Instituto de Fulton. Me temo que no cuento con palabras de consuelo, nada que alivie la pena. Todos nosotros necesitaremos apoyo en este sórdido día. —Su voz se ablandó entonces—. Hoy hemos sufrido una gran pérdida. Algunos de nosotros hemos perdido a gente antes, otros quizá no. Pero ahora, más que nunca, nos necesitamos unos a otros para darnos fuerza, consuelo y cariño. Este es un día muy, muy triste. Os pido que dediquéis un momento a pensar en los amigos y en la familia de Laura. Por respeto a ellos, este será un día de serena reflexión, y el instituto cerrará sus puertas.

Ninguno de los presentes, ni siquiera los más detestables chicos de noveno, profirió un sonido al oír aquella noticia. Hasta los adolescentes más indomables sabían dónde estaba el límite.

—Pasad el día con vuestra familia y vuestros amigos. Reflexionad sobre la suerte que tenéis. O pensad en Laura y en lo especial que era. El Instituto de Fulton no será el mismo sin ella.

«El instituto sería un sitio mejor sin ella», eso era lo que había dicho Lis en el desván de Kitty, y ahora sus palabras la atormentaban.

—Pero antes de que volváis a vuestra aula, hay gente importante de la Policía del Norte de Yorkshire que os pide unos minutos de atención.

La señora Dandehunt le pasó el micrófono a una agente que se subió a la mesa de gimnasia y se puso a su lado.

—Buenos días, alumnos del Instituto de Fulton. Soy la agente Jacqui Briggs, coordinadora entre la policía y el instituto. Muchos de vosotros ya me conocéis porque en algún momento he estado presente en alguna clase.

Lis volvió a mirar a Delilah y a Jack, que esta vez trataban sutilmente de atraer su atención. Jack parecía formar con los labios las palabras «DIOS MÍO». Delilah separó las manos y movió los labios articulando: «¿DÓNDE ESTÁ KITTY?». Lis se encogió de hombros.

—Lo siento mucho, chicos y chicas —prosiguió la agente Briggs—. Esto tiene que ser para vosotros un golpe terrible. No hay nada peor que la muerte de alguien, pero siempre resulta especialmente doloroso cuando se trata de alguien tan joven. Sé que muchos de vosotros conocíais a Laura, y querréis hablar con vuestros padres y amigos sobre ello, pero hay un par de mensajes que quiero transmitiros antes de que os vayáis.

Lis notó que Delilah parecía en aquel momento muy agitada, y que Jack trataba de calmarla. Quería acercarse a ellos y saber qué decían. ¿Tenían aspecto de culpables? No estaba segura.

—Necesitamos que ahora seáis especialmente prudentes y tengáis cuidado. Habrá una investigación policial, y necesitaremos que nos ayudéis en ella. Durante los próximos días hablaremos con algunos de vosotros para recabar información. Estoy segura de que haréis todo lo que podáis para cooperar. También será de gran ayuda que no os acerquéis por la Floresta de Pike. Muchas gracias, eso es todo por ahora.

El gimnasio volvió a sumirse en el caos, mientras los alumnos pasaban unos por encima de otros para llegar hasta sus amigos. Los profesores hacían todo lo que podían por restablecer la calma, pero con escasos resultados. Lis vio que algunas chicas de undécimo se desplomaban en los brazos de otras. Cierto número de compañeros de clase miraban a su alrededor aturdidos, sin saber qué hacer ni qué decir. Lis simplemente se quedó allí, en pie, petrificada. De pronto sintió como si hubiera demasiados colores en la sala.

Vio que Delilah se apresuraba a salir del gimnasio, seguida de cerca por Jack. El cerebro le decía que fuera tras ellos, pero los pies no se le movían. Y solo entonces se dio cuenta de que las lágrimas le caían libremente por las mejillas.