Haciendo las paces

SARAH INTENTABA COMPORTARSE como la hermana mayor, dura como una piedra, pero le apareció en los ojos una mirada llena de emoción.

—Pero ¿por qué, Lis? Aquí parecías mucho más feliz. ¡Cuando te vi la Navidad pasada, estabas tan delgada que parecías enferma!

Incapaz de mirar a Sarah a los ojos, Lis pasó los dedos por la veta de la madera de la mesa de la cocina.

—Lo sé, pero es complicado.

—Entonces, por el amor de Dios, ¡explícamelo! —le rogó Sarah.

Lis hubiera querido contarle toda la historia a Sarah, pero tenía miedo de que aquel que iba tras ella pudiera ir también detrás de los que ella quería, si sabían demasiado. Hasta la idea de que alguien merodeara alrededor de la casa mientras Logan dormía en su cuna le ponía la carne de gallina.

—No hay nada que explicar —mintió Lis—. Solo quiero irme a casa. Echo de menos a mamá.

Esto solo era una parte minúscula de la verdad, pero era más fácil que contar la verdad completa.

—¿Tiene que ver con Laura? ¿O con Danny? Sea lo que sea, me lo puedes contar —insistió Sarah.

Lis negó con la cabeza, triste. Tenía que ver con todo eso, efectivamente, y también con muchas cosas más.

—Te pasa algo, Lis. No soy tonta.

Lis se quedó callada. ¡Sarah le había concedido una libertad tan maravillosa desde que llegó a Hollow Pike! Tal vez el período de gracia había terminado, y ahora su hermana estuviera esperando que se derrumbara en el interrogatorio y empezara a largar.

Cuando la tensión se hacía insoportable, Max entró en la cocina con toda tranquilidad.

—¿Quedan frosties? —preguntó, mirando en el armario de arriba.

—En el armario de abajo —le dijo Sarah, sin apartar los ojos de Lis.

—Estáis un poco serias aquí —murmuró Max, cogiendo la caja de cereales—. ¿Pasa algo?

Lis aprovechó la oportunidad:

—Nada. Pero me vuelvo a Bangor. Echo de menos a mi madre.

Su cuñado se quedó callado, mostrando una expresión de genuina decepción. Posó los frosties en la mesa y se sentó con ellas. Sarah siguió mirando a Lis con escepticismo.

—Lis, me da mucha pena —le dijo Max—. Nos gusta tenerte aquí. No pensarás que molestas, ¿verdad?

—No, no es eso. Solo quiero volver a casa —repitió Lis.

Él puso de broma una cara triste.

—¿Significa eso que tendremos que empezar a pagar a canguros?

Como siempre, Max consiguió ablandar a Sarah.

—¡Max! —le soltó, pero aquella expresión de dureza había abandonado sus ojos, y se calmó ante los ojos de Lis—. Piensa en ello un poco más, Lis. La casa no será la misma sin ti.

Si su estancia en Hollow Pike no hubiera consistido más que en aquello, en Sarah y Max sentados en torno a la mesa de la cocina, con el bebé Logan dormidito en su cuna, entonces Lis no tendría que irse. Pero no era así. Alguien la perseguía.

Sonó el timbre de la puerta, y Sasha atravesó la casa como un bólido ladrando en modo «alerta visitantes».

—¿Quién llama? —preguntó Max. Por lo visto, debía de pensarse que Lis y su hermana eran adivinas.

Sarah cogió a Sasha por el collar para quitarla de delante, y abrió la puerta del porche. Desde la calle llegó una voz que a Lis le resultaba familiar:

—Hola, soy Danny. ¿Está Lis en casa?

Lis se quedó paralizada. Danny estaba en su casa.

—¡Ah, sí! —dijo Sarah, sonriendo—. Vamos, entra.

Como hacía con cualquier visita, Sasha saltó para llenar de lametones a Danny, que no parecía en absoluto molesto por aquella bestia pelirroja que se le echaba encima mientras él trataba de entrar en la cocina.

Lis, insegura de cuál sería la actitud de él tras la conversación previa que habían mantenido, se quedó quieta, de pie junto a la silla, delante de la mesa. Tenía todos los ojos puestos en ella, pero ella no se sabía ninguno de los pasos de aquel baile.

—Hola, Lis —dijo Danny, y sonrió con torpeza—. ¿Podemos hablar?

—Sí, claro… Eh… vamos a mi habitación.

Con la cabeza gacha, ella lo condujo a través del salón, y lo hizo subir al piso de arriba.

—¡Qué casa tan bonita! —comentó Danny, tratando de ser cortés.

—¿A que sí? La hizo Max desde los cimientos —le respondió Lis.

—Admirable.

Lis se detuvo un instante antes de abrir la puerta de su habitación. ¿Habría dejado bragas, sujetadores o tampones a la vista? No estaba segura, pero pensó que tenía un noventa y nueve por ciento de posibilidades de que no resultara demasiado vergonzoso dejar entrar a Danny en su sanctasanctórum. Así que contuvo el aliento y abrió la puerta.

—Entra.

Solo una lámpara de mesita de noche iluminaba la habitación, proyectando en el suelo sombras y formas alargadas. De modo muy consciente, Lis se sentó ante su mesa, segura en su propio espacio personal. Danny se sentó incómodamente sobre la chaise longue, sin apoyar la espalda en el respaldo.

—Bien —empezó Danny—, quería venir a pedirte perdón a la cara. Antes me porté como un gilipollas.

Lis sintió que una llama volvía a encendérsele, como por ensalmo, en el interior del estómago.

—No te tienes que disculpar. Yo no debería haberme presentado de ese modo en el entrenamiento.

—Claro que tengo que disculparme. Yo no debería haber dicho que quería que te fueras. Porque no quiero que te vayas.

Por un lado, Lis necesitaba oír aquello, y por otro era lo que menos necesitaba.

—Me gustaría poder quedarme —admitió—. Tal vez si las cosas fueran distintas… pero son como son.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué no te puedes quedar? ¿He hecho algo? —preguntó Danny, acongojado.

Lis se rió, pero la pena que transmitían sus palabras le afectó como por sorpresa.

—¡Por supuesto que no! No tiene absolutamente nada que ver contigo.

Danny sonrió con tristeza, pegando con la puntera de la zapatilla en el borde de la alfombra.

—Sabía que iba a ocurrir algo así. Tenía que estropearse antes o después. Nunca he salido con una chica que me gustara tanto como tú. ¡Era demasiado bueno para ser verdad!

—Pero ¡es verdad! Lo juro. —Lis no había querido a nadie más que a él. ¿Cómo podía alguien tan hermoso tener tan poca autoestima?—. No quiero que parezca que estoy loca, pero yo me siento… ¡estoy colada por ti, Danny! Estas no han sido las mejores semanas de mi vida, pero tú lo has hecho todo mucho más agradable.

Danny sonrió mientras asimilaba sus palabras.

—Ah… no sabía si yo te gustaba o no.

—¿Me tomas el pelo? —le preguntó Lis—. Lo que todo el mundo se pregunta es qué demonios has visto tú en mí. El instituto al completo piensa que soy una friki total. Y tienen razón.

Danny se puso en pie, cogió a Lis por la mano y tiró de ella para levantarla. Se quedaron a solo unos centímetros de distancia.

—Bueno, entonces yo me debo de estar volviendo friki también —respondió Danny—, porque tengo una fijación friki. —Sonrió, y le retiró el pelo del rostro—. ¿No podemos olvidar lo que pasó antes? —siguió diciendo—. Tú no eres como las demás chicas del instituto, Lis. Eres fuera de serie, y eso me encanta.

—Sí, vale. —Volvió a esconderse bajo su pelo. La cara le ardía.

—Me encanta. Eres increíble. Lo digo en serio, mírate, ¡eres preciosa!

Ella resopló un poco al oír aquella insensatez.

—Vamos, lo eres… Bueno, a mí me lo pareces. Y eres lista, realmente lista y divertida, más divertida incluso que mis compañeros. Y no dejas que la gente te cambie la manera de pensar. Me encanta cómo cuidas a tus amigos. Podría seguir… ¡hay una larga lista de cosas que me gustan de ti!

Lis lo miró a los ojos, sabiendo lo peligroso que podía ser hacer tal cosa.

—No quiero que te vayas, Lis. Dije eso solo porque me enfadé. Quiero que seas mi novia. Me refiero en serio.

Esta vez no necesitó ninguna invitación para besarla. Cogió su rostro en sus cálidas manos y se inclinó hacia ella. Como si fueran dos partes de un todo, sus labios se cerraron sin esfuerzo. Danny besaba de manera hábil y suave. Había un calor sumamente agradable que salía de las yemas de sus dedos y le penetraba por las mejillas, irradiando hacia su interior. Lis deseó que él la reconfortara, limpiándole todo lo malo que había sucedido en Hollow Pike.

Con la mano libre, Danny cogió a Lis por la parte baja de la espalda y la acercó a él, apretándola contra su cuerpo. Ningún otro pensamiento le nubló la mente a ella, demasiado consciente del contacto de Danny, del magnetismo de cada punto de contacto entre ellos. Lis siguió las líneas de sus hombros, y después bajó las manos por el pecho hasta que encontró la suave piel, justo por encima del cinturón.

Él sonrió, agarrándole la muñeca.

—¡Qué chica tan mala!

—¿Quieres que pare?

—No.

Se volvieron a besar, con más ímpetu esta vez. Lis nunca en su vida se había sentido tan viva como en aquel momento. Enmarañado cada uno en los brazos del otro, cayeron en la cama.

«Así es como sucede», comprendió Lis. «Sin planes, sin juegos, solo el instante».

Se tendió en la cama mientras Danny le besaba el cuello. Ella prácticamente no percibía otra cosa que la presencia de él, y sin embargo algo le llamó la atención: ¿Por qué estaba encendida la alarma de fuera?

Abrió los ojos de repente al tiempo que volvía a la realidad. Miró las puertas acristaladas de la habitación. Al otro lado de las finas cortinas de muselina, pasó por la terraza la silueta de un encapuchado. El movimiento fue preciso, simple, fluido, como una aleta de tiburón al cortar las olas. Y tan mortífero como el tiburón.

Danny notó que Lis se quedaba congelada. La confusión apareció en su rostro, al tiempo que ella se ponía rígida. Incapaz de encontrar las palabras, Lis apuntó un dedo hacia la silueta, que se apresuraba a desaparecer de la vista. Danny se levantó y se fue hacia las puertas en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué dem…? —Miró por la ventana y se volvió hacia Lis, cuyos ojos seguían encendidos.

—¡Hay alguien ahí fuera!

Danny empezó a abrir las puertas, pero Lis lo agarró por el brazo.

—¡Alto! —dijo casi sin voz.

—¡Déjame, se va a escapar! —gritó Danny.

Imágenes y palabras se mezclaron en la cabeza de Lis, mientras el cerebro asimilaba lo que sucedía en su habitación.

—¡No puedes salir, Danny!

—¿Por qué no? Va a enterarse ese…

—¡Porque te matará! —soltó Lis apretando los dientes. No sabía quién estaba allí fuera, pero estaba convencida de que había cometido un asesinato, y de que ella era la siguiente en su agenda.

Danny seguía tirando hacia las puertas, y ella necesitó toda su fuerza para impedírselo.

—¿Por qué no me dejas? —le preguntó—. No serán más que unos niños tontos, y ahora se están escapando.

No era el momento de actuar como un héroe.

—Ya me gustaría, pero no es así. ¡Siéntate, Danny!

Él dejó de tirar, y ella lo soltó. Con las manos en las caderas, Danny aguardó una explicación.

—Siéntate —le repitió Lis. Danny le lanzó una mirada sombría, y se sentó en la cama, esperando la explicación.

Lis se sentó a su lado, con los hombros caídos.

—¿Te has dado cuenta de que a veces estoy algo rara?

—Lo he notado, sí.

Se metió el pelo tras las orejas, intentando mostrarse todo lo desapasionada posible.

—Bueno, todo tiene que ver con la muerte de Laura.

De inmediato, Danny se puso tenso y se apartó un poco de ella.

—Sigue…

—Danny, nosotros estábamos allí —musitó Lis. Las palabras le temblaban en los labios.

—¿Qué? —Un frío ártico invadió la habitación.

—No es lo que piensas. ¡No hicimos nada! —exclamó Lis. Lis lamentó la distancia que había en la cama entre ellos, y que parecía aumentar. Solo quería volver a sentir el cuerpo de Danny contra el suyo.

—Entonces, ¿qué pasó? —preguntó Danny.

—Estábamos en el bosque aquella noche —siguió Lis. Decidió omitir algunos detalles vitales, pues no se veía capaz de permitir que Danny la juzgara como un monstruo—. Vimos a Laura, pero había alguien más allí, y creo que nos vio.

Todo el color se fue de la cara de Danny al procesar lo que ella le decía.

—Tú piensas que…

—Pienso que esa persona va ahora por mí. Quienquiera que sea.

Sabía que no debería estar contando nada de aquello, y que si Kitty se enteraba, la mataría.

Danny apartó la mirada, frunciendo el ceño como si estuviera tratando de responder al problema matemático más difícil jamás planteado.

—¿Quiénes estabais?

—No te lo puedo decir —respondió con firmeza, aunque ella sospechaba que resultaría más que evidente—. ¿Ahora comprendes por qué tengo que irme?

Él no dijo nada por un rato que pareció un mes.

—Creo que sí, pero ¿por qué no vas a la policía?

—Porque estábamos allí… Y todo el mundo sabe que Laura y yo nos odiábamos. ¡La cosa no tiene buena pinta! No puedo contárselo, Danny. Simplemente no puedo.

De nuevo, Danny se quedó callado.

Lis prosiguió:

—Pero Laura tenía unos diarios: cinco diarios con estampado de flores. Pensamos que podría haber escrito en ellos algo sobre su asesino.

—¿De verdad? —Danny parecía intrigado—. ¿Dónde están ahora los diarios?

—Ese es el problema. Sabemos dónde están varios de ellos, pero el último no lo sabemos. Pensamos que podría encontrarse en algún lugar del instituto. Si pudiéramos encontrarlo y averiguar quién va detrás de mí, las cosas resultarían distintas, pero… —No quería darle falsas esperanzas.

—Deberías haberme dejado ir tras ese. ¡Esto podría haberse acabado! —le dijo Danny.

Lis se acercó a él por encima del colchón. Le cogió las manos entre las suyas.

—No. Porque si algo te sucediera, yo ya no querría seguir en este mundo, ya no digamos en este pueblo, ¿lo has comprendido?

Danny se puso colorado y asintió con la cabeza. Lis le quitó una pelusa que tenía en el pelo, y se concedió un momento para tratar de grabar en la mente su increíble rostro. No iba a tardar en dejar de verlo para siempre, y no quería olvidarlo nunca.

—Me voy de Hollow Pike. Es el único modo de permanecer a salvo.

Danny no dijo nada más, la tendió en el colchón y la agarró en un fuerte abrazo. Después la abrazó por detrás, y Lis sintió el cálido aliento de él en su pelo. Cerró los ojos para guardar cada segundo en su memoria.

Desde los enredados arbustos del final del jardín, una silueta observaba la casa atentamente. Los pálidos dedos apartaron las hojas, buscando el mejor modo de observar el edificio. Solo había una luz encendida.

A través de las delgadas cortinas que tapaban las puertas de cristal, la silueta vislumbraba una joven pareja que se abrazaba tiernamente.

«Disfruta mientras dure. ¿Sabes lo que va a pasar? ¿Sabes lo poco que te queda?».

La silueta echó una última mirada antes de fundirse en la infinita oscuridad de la floresta.