El expediente de Laura

JACK SE RASCABA LA CABEZA, confuso.

—Entonces, ¿no había brujas?

—No estamos seguros —dijo Delilah—. Algo hacían las chicas en el bosque, pero negaron que fuera brujería.

Kitty sonrió.

—Podría tratarse de juegos normales del siglo XVII, algo así como hacer girar la botella y al que le toque, que diga lo que no ha hecho nunca.

Jack arrojó a un lado su ejemplar de Las brujas de Salem.

—Entonces, ¿por qué se arma tanto jaleo?

—Ahí está el quid de la cuestión. Cuando enferma la pequeña Betty, todo el mundo quiere echarle la culpa a alguien. Así que se la echan a las llamadas brujas. Es algo que tiene que ver con el miedo a lo desconocido —dijo Delilah, mordiendo su lápiz.

—Esto me pone enfermo —dijo Jack suspirando—. ¿De verdad tenemos que hacer esto ahora? ¿No podemos ver una peli o algo así?

Estaban todos en el desván de Kitty. Los cuatro, metidos en sacos de dormir, acurrucados como orugas entre cajas de pizza vacías.

—Yo tendría que estar escribiendo mi trabajo sobre Las brujas de Salem… —dijo Lis preocupada, desde su posición de privilegio en el sofá de piel. Habían transcurrido dos semanas sin nuevos incidentes. El aburrimiento no había sido nunca tan bienvenido, pero sabía que en algún momento tendría que ponerse a hacer los deberes.

Jack se rió a carcajadas al oír eso.

—No, gracias. Tenemos helado y tenemos pelis, ¿por qué tendríamos que ponernos a trabajar? ¡Nos merecemos un poco de relax!

—Me parece que tienes razón —aceptó Lis—. Tomaré otro plato entonces —dijo levantando el envase de la mano de Delilah.

—¿Y si volvemos a ver Chicas malas? —sugirió Jack.

—¡Sí, voto a favor! —exclamó Delilah, dando una palmada.

Llegaron murmullos de aprobación parecidos por parte de Kitty. Jack metió el disco en el aparato y se sentó junto a Lis en el sofá.

«Qué maravilla», pensó Lis. Después de horas interminables de preocupación, era un gran alivio encontrarse haciendo lo mismo que hacía cualquier otro quinceañero del planeta. Naturalmente, en cuanto la casa estuviera en reposo, empezarían a hacer algo completamente distinto: jugar a los detectives.

—¿Qué hora tenemos? —preguntó.

—Pasa un pelín de las once —respondió Delilah.

—¿A qué hora crees que se dormirán tus padres?

Kitty meditó la pregunta:

—Mmm. No tardarán. Pero tenemos que estar seguros, porque si nos descubrieran…

Lis asintió con la cabeza.

—¿Y estás segura de que eso estará aquí?

—Mi padre se ha estado trayendo trabajo a casa desde la muerte de Laura. Ahora hay una tonelada de material en su estudio.

—Vale.

—Iremos en cuanto acabe Chicas malas —sugirió Jack—. Para entonces tendremos el terreno despejado.

—A ver si conseguimos concentrarnos en la peli —dijo Delilah tendiéndose bocabajo. Jack le dio al «play», y Lis intentó no pensar en el destino que había corrido su propia «chica mala».

Hacia la una y media, la casa estaba a oscuras y en silencio, y los cuatro amigos salieron del desván. Kitty mostraba el camino con una linterna, y los demás la seguían de puntillas por la casa en reposo. Seguramente tendrían un aspecto cómico, como salidos de Scoob Doo, pero no estaban de humor para bromas. Lis se sentía realmente mal, pese a que los ronquidos de Keith Monroe, resonando a través de las paredes, le proporcionaban una cierta seguridad.

Unidos unos a otros en un tren humano, dejaron atrás el piso de los dormitorios y bajaron la escalera. Kitty les advirtió que se saltaran un peldaño que crujía antes del siguiente rellano.

No tardaron en hallarse ante la puerta del estudio. Kitty accionó la manilla, y la abrió muy suavemente y muy despacio. Pese a todo el cuidado, chirrió, y Kitty lanzó un taco que solo pudo oír el cuello de su camisa. Renunció a seguir abriendo la puerta en cuanto el hueco fue lo bastante grande para que pudieran pasar por él.

Una vez dentro, volvió a cerrar la puerta y encendió una alta lámpara de esquina. El despacho parecía un santuario dedicado al golf, con palos, trofeos y otros objetos de interés que abarrotaban el lugar.

—Vale, tendremos que hablar en voz muy baja —dijo Kitty siguiendo su propio consejo.

—¿Dónde está lo que buscamos? —preguntó Jack en un susurro.

En el centro de la habitación había una gran mesa de caoba en la que se amontonaban las carpetas.

—Aquí —dijo Kitty, cogiendo una de las carpetas—. Esto es el expediente del caso.

Por lo visto, Keith Monroe había estado trabajando en la investigación hasta bien entrada la noche. Rodeaban sus notas tres tazas en las que quedaban posos de café.

—No descoloquéis nada —advirtió Kitty—. Si después colocamos las cosas en orden incorrecto, estamos perdidos, y si se enterara alguien, mi padre perdería el trabajo.

Delilah levantó una carpeta del montón y se la pasó a Lis.

—Con esto tendrás bastante, amiga mía.

Lis encontró un rincón vacío en el suelo, donde podía sentarse a examinar la carpeta. ¿Realmente quería saber lo que contenía? ¡Sí! Respirando hondo, abrió la carpeta de repente. Error: lo primero que encontró fue la cara de Laura muerta. Un primer plano: la piel blanca azulada, los ojos completamente abiertos, mirando a la nada… Barro y piedrecitas le tachonaban el rostro como joyas de suciedad.

Lis no dijo nada, no hizo nada, se quedó paralizada ante la imagen. No supo cuánto tiempo se quedó mirando la foto. Parecían horas. Laura era dolorosamente hermosa, aun de muerta. Haciendo acopio de fuerzas, Lis pasó a la foto siguiente. Aquella era una foto tomada de más lejos, y resultaba menos personal pero más informativa. Estaba claro que el cuerpo de Laura había sido colocado en el suelo, no tirado sin más. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, las piernas estiradas y juntas. Estaba tendida en el centro de un círculo grabado en la tierra. Dentro del círculo, alguien había dibujado una estrella de cinco puntas, una de las cuales se hallaba bajo los pies de Laura. Un pentagrama.

Lis se quedó con la boca abierta.

—¡Dios mío…! Venid… tenéis que ver esto.

Los demás estaban examinando sus propias carpetas: Delilah sentada a la mesa, y Kitty y Jack en el suelo, como Lis.

—¡Baja la voz! ¿De qué se trata? —Kitty se arrodilló para mirar mejor.

Lis levantó la foto.

—¡Joder! —exclamó Jack entre dientes—. ¿Quién le hizo eso?

—Qué asco lo que le hicieron —comentó Kitty.

—Laura fue una ofrenda —dijo Delilah, mostrando una imagen aún más gráfica de la autopsia de Laura—. Le arrancaron el corazón.

Lis se dio cuenta de que estaba temblando.

—¡No!

Delilah asintió con la cabeza.

—Brujería.

—Eso no lo dijeron en la televisión —comentó Jack, con los ojos como platos.

—¿Se lo vas a reprochar? —susurró Kitty—. ¿Qué querías que dijeran: «Traten de no asustarse, porque una estudiante ha sido asesinada en un sacrificio satánico»?

Lis negó con la cabeza, furiosa.

—¡Esto es una mierda! La mataron, no hay más. Si vamos a la policía y les decimos «lo hicieron las brujas», nos mandan al manicomio.

—Sí —dijo Kitty—. Pero al menos ahora sabemos por qué lo hicieron. Fue una especie de ofrenda.

Lis volvió a posar los ojos en la foto de la cara de Laura. No era justo. El hecho de que alguien pensara que tenía poderes mágicos no hacía más que empeorar las cosas. Pero ¿era así? ¿Se trataba de una bruja, o de alguien que había querido que pareciera cosa de brujas? Le iba a estallar la cabeza.

—Eh, oíd esto —dijo Jack, hojeando papeles que crujían entre sus dedos—: «¡El padre de Laura no cuenta con una coartada sólida!».

—¡No es posible! —exclamó Delilah.

—Siempre los padres… —reflexionó Kitty.

—¿Qué…? ¿Creéis que su padre es un brujo? ¿Existe tal cosa? —preguntó Lis.

—No lo sé —contestó Jack, y prosiguió—: por lo visto, él dice que estaba en un hotel de Birmingham la noche que murió ella, pero el hotel no ha podido confirmar nada porque pagó en efectivo. O eso dice. Están esperando a que las cámaras de seguridad demuestren su inocencia.

¿Podía ser así de sencilla la cosa? ¿Que el padre de Laura la matara? Tal vez fuera la mejor explicación. La riña de aquel día, en la calle, parecía muy fuerte, pero la cosa no acababa de encajarle. Lis recordó a aquel padre fuerte y robusto en aquel llamamiento público que había hecho, con la policía. ¿Cómo iba a sentarse alguien delante de una cámara de televisión sabiendo que había robado una vida?

—Hay más —siguió Jack—. La madre de Laura no apoya la coartada del padre. Él dice que la llamó por teléfono esa noche, desde Birmingham, ¡pero la madre dice que es mentira!

—Si la madre piensa que él mató a su hija, ¿por qué iba a mentir por él? —dijo Delilah, pasando las hojas.

—Tengo aquí la declaración de Nasima —dijo Kitty, levantándola para que la vieran—. Vaya, por lo visto Laura escribía en su diario religiosamente, cada día. La policía está convencida de que si su padre estuviera abusando de ella, o algo así, estaría ahí escrito. Han contactado con los padres de Laura, pero ellos no saben dónde está el diario, y por lo visto la señora Dandehunt también dice que no está en el instituto.

—Mmm, Laura podría haber escrito sobre el asesino… —dijo Delilah levantando una ceja—. «Querido diario, me parece que mi padre podría matarme esta noche…».

Lis se puso de pie de un salto, y atravesó el despacho para mirar el documento de Kitty.

—Es posible… El día que fui a ver a Laura en el campo de rugby, me acuerdo de que estaba escribiendo en un cuaderno muy florido. Entonces no pensé en ello, pero puede que sea importante. ¿Y si Laura supiera que alguien iba tras ella, y escribiera al respecto? ¡Tenemos que encontrar ese diario!

—¿Qué? ¿Estás loca? —dijo Jack con una mueca.

—Nunca he hablado tan en serio. Laura tenía miedo a la floresta, y en el instituto se portaba de manera rara, ¿no? Tal vez supiera algo. Y tal vez lo contó en el diario.

Kitty levantó los ojos.

—Lis —dijo—. Yo sé dónde está el diario de Laura.