Primera cita
EL CINE MÁS CERCA QUE HABÍA de Hollow Pike se encontraba en un decaído «complejo de ocio» a las afueras de Fulton. Caía una leve llovizna mientras Lis aguardaba a la puerta del vestíbulo, ataviada con su trinchera roja y con la vieja bufanda de Sarah.
Tal vez fuera la perspectiva de una semana sin instituto, o tal vez el tiempo que pasaba con sus amigos, el caso es que Lis dormía aquellos días sin problemas. Ni Laura ni la señora Gillespie turbaban sus sueños. El cansancio estaba dejando de dominarla, y se sentía mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Se encontraba en la mejor de las condiciones posibles para afrontar su primera cita con Danny.
La gente que no tiene edad legal para conducir, ¿cómo consigue quedar para una cita de las de antes? La idea de encontrarse en el autobús simplemente les había parecido tosca, así que ella había accedido a verse con él a la puerta del cine.
Max la había dejado allí pronto, Danny se retrasaba, y Lis empezaba a sentirse expuesta y vulnerable.
¿Y si aquella cita solo fuera una especie de broma muy planeada? Entonces empezó a pensar que la oferta de salir una noche con el adonis del equipo de rugby, Danny Marriott, tal vez fuera demasiado buena para ser cierta. ¿Estaban Danny y sus amigos escondidos entre los arbustos, filmándola con el móvil, y preparados para subirlo a YouTube?
Qué gran error había cometido. Qué tonta había sido al creer que era una chica normal, merecedora de las primeras citas y primeros besos y de novios. Mirando el teléfono por milésima vez, Lis decidió conceder a Danny otros diez minutos antes de asumir que la habían dejado incluso antes de la primera cita.
—¡Lis! —Danny dobló corriendo la esquina, aturullado y con la cara roja—. ¡Cuánto lo siento, llegar tarde!
«Lis, eres una paranoica», se dijo a sí misma mientras Danny llegaba hasta ella, a la entrada del cine.
—No te preocupes, no llegas tarde —mintió ella, lo cual confirmaba cuánto le gustaba él.
Danny vaciló a su lado, tal vez inseguro de si besarla. Inclinándose hacia su cara, le hizo una caricia en el brazo, y después dio la impresión de que se reprendía a sí mismo y volvía a acercarse para darle un sencillo beso en la mejilla.
—Me olvidé la cartera en casa. ¡Tuve que regresar! Bueno, ¿estás bien?
—Sí, estoy genial —respondió ella, y enseguida se preguntó si «genial» seguía siendo un término aceptable—: Vamos, o nos perderemos los tráileres.
—¿Te gustan los tráileres?
—Sí. ¡A veces son mejores que la peli!
Danny sonrió con aquella sonrisa, y el corazón de Lis empezó a palpitar. Ahora que él estaba allí, el nerviosismo de ella alcanzaba niveles épicos.
—¡Qué chiflada! ¡Vamos entonces! —dijo Danny.
Pasaron por la doble puerta y recibieron un asalto olfativo de palomitas de maíz, olor corporal y perritos calientes de lata. Hacía mucho que aquel lugar no veía una mano de pintura. Cruzaron el vestíbulo alfombrado de chicles hasta la desordenada cola que salía de la taquilla.
Lis tenía de verdad muchas ganas de ver la continuación, excepcionalmente sanguinaria, de Sierra de metal, que se titulaba Sierra de metal: el segundo trozo. La primera parte había resultado cómica sin pretenderlo, pero también había tenido sus momentos escalofriantes. Antes, Jack había planteado la pregunta de si era aquella una película adecuada para una primera cita, especialmente teniendo en cuenta que había una chica asesinada y un asesino suelto por allí, pero Lis había pensado que Danny estaría encantado de ofrecerle un hombro en el que esconder la cara.
Una imagen en dos dimensiones y tamaño real del payaso satánico de la película, Mister Jinkie, dominaba el vestíbulo. Un escalofrío le recorrió la columna a Lis. Parecía irónico que buscara recibir sustos después de lo que había pasado últimamente.
—¿Te invito, vale? —dijo Danny, invistiéndose de seguridad masculina, para ver qué tal le quedaba.
—Perfecto caballero. Estoy impresionada —dijo Lis, y sonrió—. ¡Pero yo compro las palomitas, y no admito peros! ¿O eres de los que prefieren una bolsa de chuches?
—¿Aquí…? ¿Te imaginas todos los dedos que las han tocado? ¡No, gracias!
Lis se rió con una risa franca y plena. Hasta allí la cosa iba bien. De hecho, estar con Danny era sorprendentemente fácil. Parecía bastante natural.
—¡Entonces palomitas! —decidió Lis.
La cola avanzó rápidamente, y llegaron ante una cabina cerrada de plexiglás, en la que estaba un chico gordo, lleno de granos y con el pelo grasiento metido en una gorra de béisbol de la cadena de cines a la que pertenecía aquel y una tarjeta de identificación en la que indicaba que él era «Gary».
—Hola —dijo Gary con un rostro desprovisto de todo entusiasmo.
—Hola, amigo —respondió Danny—. ¿Nos puedes dar dos para Sierra de metal, por favor?
La expresión de aburrimiento de Gary vaciló un poco.
—El carné.
La sonrisa se borró de la cara de Danny. Todo el mundo sabía que aquel cine venido a menos dejaba entrar a los estudiantes a la película que les diera la gana. Era el único motivo para ir a aquel estercolero en vez de coger el tren a Leeds.
—¿Cómo? —preguntó Danny.
Gary se inclinó ligerísimamente hacia delante.
—¡He dicho el carné! Tengo que ver el carné. Sierra de metal es para mayores de dieciocho, amigo.
La película tenía que empezar en tres minutos, y todavía había una cola de clientes que esperaba para entrar. Lis oyó que la pareja de detrás lanzaba un notorio suspiro de impaciencia.
—Tenemos dieciocho los dos. Lo siento, pero me he dejado el carné en casa —dijo Danny sin perder la calma.
—No he dicho que ella necesitara el carné. He dicho que lo necesitas tú.
—Ah, bueno. Tengo dieciocho, en serio.
—¿Fecha de nacimiento?
Farfulló su fecha de nacimiento al de la taquilla.
«Dios mío, me alegro que sea bueno en Ciencias, porque para Mates parece negado».
—Muy bien, tío. Entonces tienes diecisiete años —calculó Gary.
—¡No! Yo tengo… —Danny hizo el cálculo demasiado tarde—. ¡Vale, ah! —Se puso colorado y no fue capaz de mirar a Lis a los ojos, ni siquiera cuando ella le cogió la mano. Ella vio con toda claridad su ego herido.
Se acercó un poco más al de la taquilla.
—Mira tío, has dejado entrar a la mitad de mi instituto, ¡no seas capullo!
—¿Me estás diciendo cómo tengo que hacer mi trabajo?
—¡En absoluto!
—Espero que no, listillo. —Lis se estremeció al oír aquello—. Tienes tres opciones: o me enseñas el carné, o te das el piro, o sacas dos entradas para Castillo de la fantasía. ¿Cuál eliges? —Castillo de la fantasía era una nueva película de animación en 3D que trataba de unicornios. Mejor no.
—Creo que nos daremos el piro —dijo Lis antes de que Danny pudiera responder—. No tenías necesidad de ser tan desagradable. Veo que te llamas Gary. Puede que llame mañana a tu jefe. Gracias.
Sonrió con dulzura, y arrastró al afectado Danny hacia la salida.
—Me he querido morir de la vergüenza —refunfuñó Danny sin atreverse a mirar a Lis a los ojos—. Debes de pensar que soy el mayor fracasado de la historia.
—No, pienso que el mayor fracasado de la historia es ese tío. Tú lo único que necesitas es mejorar tu agilidad con las matemáticas.
Danny logró sonreír ligeramente mientras salían al fresco del parking.
—Sí, ¿qué demonios le ha pasado a ese tío?
—Seguramente, que sigue virgen a los veintidós años y vive con su madre —dijo Lis riéndose. Soltó la mano de Danny y se volvió de cara a él—. No dejes que te afecte, él solo te tiene envidia. —Y haciendo acopio de confianza en sí misma, se puso de puntillas y le dio a Danny un beso suave, nada más que un roce en los labios. Dio la impresión de que aquello era lo que Danny necesitaba. Una amplísima sonrisa se extendió por su rostro: ¡misión cumplida!
—Bueno, si me tiene envidia, será solo porque estoy con una chica tan guapa —le dijo Danny.
Lis se echó a reír.
—Bueno, eso es un buen piropo.
—Gracias. —Él se rió también, y esta vez le cogió la mano—. El plan de ver la peli ha fracasado, así que ¿qué te parece ir a cenar? Nada más salir del parking hay una churrasquería excelente. ¡Es la mejor comida del mundo!
Lis frunció el ceño, como sintiendo pena.
—Danny… ¡soy vegetariana!
Él se dio con la palma de la mano en la frente. ¿Te llamo a un taxi?
—¡No! —sonrió Lis—. No tenías por qué saberlo. Tengo una idea mejor…
—¿Queréis pan de ajo, o pan de ajo extragrande? —preguntó la hosca camarera, que Lis reconoció como una estudiante de Bachillerato del Instituto de Fulton.
—Para mí, me parece que el extragrande. Lis, ¿crees que podrás enfrentarte a un pan de ajo extragrande? —preguntó Danny sonriendo.
—Extragrande es mi segundo nombre, querido.
—¡Extragrande para los dos!
La camarera puso los ojos en blanco y se fue de la mesa arrastrando los pies. Una fiesta de jovencitos, integrada por al menos diez chavales de noveno curso, ocupaba el siguiente reservado, y los niños no paraban de pasar al lado de Lis y Danny intentando llegar a la máquina de helados. Pizza Factory era un lugar con clase: Delilah había trabajado allí el verano anterior, por lo visto, pero había abandonado al cabo de una semana porque no podía soportar los chillidos de los niños.
—Lo siento mucho —dijo Danny inclinándose sobre la mesa de formica—. No es esta la noche que yo tenía en mente.
—Está bien —le dijo Lis por decimoquinta vez—. En realidad, tal vez es mejor así.
Danny se rió.
—¡Eso lo dudo!
—Pues lo digo en serio. Aquí podemos hablar. Eso no lo podríamos haber hecho en el cine.
—Es verdad. Entonces ¿de qué quieres hablar? —preguntó, mientras sus ojos de zafiro brillaban más que nunca. Lis se tomó eso como señal de que él mismo estaba disfrutando pese al fluorescente restaurante.
—Sobre ti —respondió ella con sinceridad. Era la primera vez en lustros que no estaba preocupada por chicas muertas ni por pesadillas.
—¿Sobre mí?
—Sí. Todo el mundo lo sabe todo sobre mí: yo soy la nueva, la rara, la galesa… y eso ya antes de la que me hizo Laura. —Dejó de hablar en cuanto el nombre de Laura salió de sus labios. No era aquel el momento ni el lugar para hablar de ella—. Pero ¿qué me dices de ti?
—¿Qué te digo de mí? No hay realmente nada que averiguar. —Levantó las manos en forma de libro abierto, poniendo los ojos como platos—. O casi.
—¡Como si eso fuera posible! No hay nadie tan franco.
—¿De verdad? ¿Cuál es tu secreto?
Lis frunció el ceño sin querer, y por un segundo se preguntó si él sabría algo. No, no era más que paranoia otra vez.
—No cambies de tema. Estamos hablando de ti —le reprendió.
—Vale, pero no hay realmente mucho que saber… Tengo cuatro hermanas y yo soy el único chico.
—¡Vaya, tu casa debe de ser una fiesta hormonal! —dijo Lis riéndose.
—¡Si lo sabré yo! Y encima soy el menor, así que soy el blanco constante. Pero mola. Helena y Abby se acaban de emancipar, así que la casa ya no tiene tanto de manicomio como antes.
—¿Crees que tus padres pensaban seguir insistiendo hasta que tuvieran un niño?
—¡Sí, justamente! —dijo riéndose—. ¡Yo soy el bendito varón! Debo de haber sido una gran decepción…
Lis sintió que las paredes se acercaban un poco. Hasta aquel momento, Danny había estado en plan divertido, como un presentador de televisión o algo así, ahora de repente parecía más real.
—¿Por qué dices eso? —preguntó.
—No lo sé. Simplemente no estoy seguro de que yo sea lo que mi padre quería en un hijo —farfulló—. Dios mío, esto es deprimente. ¡Vámonos!
—No, ya sé lo que quieres decir. Yo tampoco estoy segura de que mi madre me entienda.
Hubo un momento de silencio, y de repente ellos pasaron a ser las únicas personas del mundo entero, mientras el ruidoso restaurante se desvanecía.
—Supongo que ese es el problema con los hijos… —dijo Danny—, nunca sabe uno lo que se va a encontrar.
—¿Por eso te metiste en el equipo de rugby? —preguntó Lis en voz baja, confiando en no estar siendo demasiado atrevida—. ¿Para agradar a tu padre?
—¡Por supuesto! Lo hice porque él me prometió que, si lo hacía, me dejaría ir a ese macrocongreso de Star Wars en Londres.
—¡Espera un segundo, es demasiada la información que tengo que procesar! —dijo Lis riéndose.
Él respondió afablemente:
—Ya, ya lo sé. Pero, de todas formas, el rugby se me da bien y me gusta. ¿Casualidad?
—Creo que es solo casualidad, pero es una suerte que os venga bien a los dos, a tu padre y a ti.
—Eso crees, ¿verdad? ¡No, él simplemente encontró algo más con lo que mortificarme! —Danny frunció el ceño—. ¡No estoy haciendo gran cosa para impresionarte esta noche!, ¿no?
—¡Danny, yo me he desplazado trescientos kilómetros para vivir con mi hermana! Mi vida familiar tiene poco de idílico. Si ni siquiera he visto a mi padre desde que tenía once años.
—¡Suerte la tuya!
Los dos se rieron, regodeándose en aquel espacio común que habían encontrado. Y en el momento en que Danny tendía la mano por encima de la mesa para coger la suya, la camarera le plantó el súper de ajo encima del brazo.
Hubiera sido mucho más fácil para los dos coger el autobús de regreso a Hollow Pike, pero eso habría supuesto pasar menos tiempo juntos, así que se volvieron andando. Fueron paseando todo el camino. Después de pasar cuatro horas juntos, no habían agotado las cosas que decir. Lis ya estaba imaginándose su vestido de novia, algo que se guardó mucho de confesarle a Danny. Aparte de eso, se moría de impaciencia por llamar a Jack y contarle todo lo que había pasado aquella noche.
—El caso es —comentó Danny sonriendo abiertamente— ¡que ni siquiera me gustan las pelis de miedo! ¡Propuse ir a ver Sierra de metal porque sabía que tú querías verla!
—¿Qué tienen de malo las películas de terror? ¡Son divertidas!
—A mí me parecen… desagradables. Quiero decir… ¿a quién le apetece ver a gente que asesinan y cortan en pedazos? —Sin ninguna intención, le cogió a Lis la mano, mientras serpenteaban la colina hacia la casa de Sarah.
—A mí. ¡Es emocionante! —respondió Lis.
—¿Te gusta que te asusten? —preguntó con incredulidad.
—Me estoy acostumbrando a eso… —¿Habría sonado demasiado raro? Se reprendió a sí misma por hablar antes de pensar.
—Bueno, conmigo estás a salvo de todo —dijo Danny, irguiéndose todo lo que podía.
Lis lo miró. ¡Tenía una cara tan bondadosa! No podía quitar los ojos de ella, ni dejar de examinar el subir y bajar de su estructura ósea.
—Esta es mi casa —dijo ella cuando llegaron ante el camino particular para el coche. Estaba muy nerviosa. Era el momento de decirse adiós, y pese a todo lo que le fastidiaba hacerlo, ¿quién sabía lo que vendría como gesto de despedida?
Danny se volvió hacia ella y le cogió las dos manos en las suyas.
—¡Dios mío, tus manos son como cubitos de hielo!
—Lo siento. —Sonrió lo más dulcemente que podía, ladeando su cabeza hacia la de él.
—Lis, he pasado una noche estupenda, ¡aunque todo saliera mal! Te prometo que en cuanto Sierra de metal salga en DVD…
—¡Olvídalo! Yo también he pasado una noche estupenda —dijo acercándose un centímetro más a él.
—Creo que eres impresionante —farfulló—. Si quisieras volver a salir la semana que viene o algo así…
—Sí, eso me encantaría.
La cosa estaba resultando difícil. Lis desplazó la punta de su zapato alrededor del pie de Danny, poniendo mucho cuidado en tocarlo.
—¡Genial! Bueno, nos veremos en el insti, claro, así que podremos pensar en algo.
—¿Danny?
—¿Sí?
—Es ahora cuando me tienes que dar un beso de buenas noches.
—¡Ah, bueno, me estaba preguntando cuándo era el momento!
Sonrió con una sonrisa amplia y magnífica, y entonces, por fin, se acercó, buscando con sus labios los de ella.
Lis sintió la boca cálida, húmeda y hermosa de Danny presionando contra la suya. Cerró los ojos, y fue como si todos los sentidos de su cuerpo se hubieran desplazado a sus labios para sentir hasta el último detalle del beso. Él bajó las manos hasta su cintura. Una corriente eléctrica le recorrió la columna vertebral con la ternura de su contacto. Incluso a través de su trinchera, ella pudo notar aquel calor magnífico de sus manos, y no pudo evitar imaginarse cómo serían en contacto con la piel.
Él la apretó contra él al tiempo que ella le pasaba los brazos por el cuello. El beso se hizo más intenso. Hubiera querido seguir y seguir y seguir.
—¡Anda! —dijo una potente voz con acento galés—. ¿No hace falta licencia para ese tipo de comportamiento?
Danny se retiró de inmediato, y Lis alzó los ojos y vio a Sarah, que estaba en la terraza de delante, saludándolos con la mano y con una sonrisa traviesa en la cara. Afortunadamente, Danny vio la cosa por el lado divertido, y soltó una carcajada, mientras correspondía con un tímido gesto de la mano.
Sarah le guiñó el ojo ostentosamente a Lis, antes de entrar en la casa.
—Danny, lo siento mucho. —Lis notaba que las mejillas se le encendían—. Es mi hermana.
«Y la voy a matar», añadió para sí.
—Ah, vale… Parece maja. Además, yo me estaba dejando llevar…
Lis sintió su propio corazón golpeándole contra las costillas, y amenazando con salirse del pecho. ¡Hasta él lo iba a oír!
—Yo también —farfulló ella—. Creo que tendría que entrar… y matarla.
Danny se inclinó una vez más y le dio un beso mucho menos osado, apretando sus labios brevemente contra los de ella.
—Buenas noches, Lis. Mañana me pasaré el día pensando en ti.
—Sí, ¡está bien!
La besó una última vez, sonrió como un loco, y después se volvió y se alejó caminando, dejándola a ella sonriente y feliz en el camino que llevaba a la casa.
—¿Por dónde andas, Sarah Harvey? —gritó Lis, entrando en casa a la carrera y dando un portazo tras ella—. ¡Qué vergüenza me has hecho pasar! ¡Quería morirme!
Sarah fingió despreocupación, haciendo como que hojeaba una revista en el salón, sentada en el sofá.
—¿O sea que ese era Danny?
Lis se paró delante de ella, con los brazos en jarras, intentando enfurecerse, pero no lo consiguió. La noche había resultado demasiado maravillosa para gastar el tiempo enfadándose. Sarah levantó los ojos de la revista, con una sonrisa que Lis no pudo resistir.
—¡Ah, Sarah! ¡Ha sido una noche espléndida!
—Lo sé, ya lo vi.
Lis se echó sobre el sofá, junto a su hermana.
—Me refiero antes de eso. Fuimos a cenar algo y simplemente hablamos y hablamos sobre su familia y su vida y… sobre… todo. Ha sido impresionante. Vamos a volver a salir la semana que viene.
—Solo un consejo, Lis, cielo… ¿Ajo en una primera cita? ¡Qué error de novata!
—¿Huelo?
—¡Apestas, cielo! Espero que él tomara alg… —Sarah se quedó callada de repente.
—¿Qué?
Sarah se inclinó hacia delante, cogiendo el mando a distancia de la tele que estaba en el brazo del sofá. Lis se retorció para ver la ancha pantalla, que retrasmitía la última edición del telediario. Laura ocupaba la pantalla.
Una locutora de mediana edad hablaba a la izquierda de la apabullante imagen de Laura: era la misma foto que había presidido tan orgullosamente su homenaje en el instituto.
—Los padres de la estudiante asesinada, Laura Rigg, han hecho hoy un emotivo llamamiento a los posibles testigos para que hablen. Desde North Yorkshire, Gita Nersessian.
La imagen se desvaneció para dar lugar a uno de esos partes de la policía que se ven todos los días en las noticias. Un panel de gente con aspecto cansado estaba sentada delante de una pantalla que mostraba un logo regional de la policía. Había esporádicos flashes y disparos de cámaras fotográficas, y periodistas que apuntaban con los micrófonos. En el centro estaba sentado el padre de Kitty con los padres de Laura.
Sarah se estiró hacia el otro lado del sofá, y le cogió la mano a Lis.
—¿Quieres que lo quite? —preguntó con gentileza.
—No —respondió Lis, cogiendo el mando y subiendo el volumen.
—Ha pasado una semana desde que el cuerpo de una adolescente de Hollow Pike, Laura Rigg, fue encontrado en este pintoresco lugar, pero la policía no ha llevado a cabo ningún arresto. Hoy los padres de la víctima, Ian y Jennifer Rigg, han hecho su sentido llamamiento…
Se vio un primer plano de una consternada mujer de cuarenta y pocos años. Era Laura, solo que veinticinco años mayor: el mismo pelo, cara, ojos… El parecido producía escalofríos.
—Hemos perdido lo que más queríamos en el mundo —dijo con voz temblorosa.
Junto a ella estaba un hombre robusto y apuesto, del tipo George Clooney. Sin lugar a dudas, era el mismo hombre al que había visto Lis en la calle, riñendo con Laura. Pasó un brazo en torno a su mujer, en ademán protector.
Jennifer Rigg prosiguió:
—Necesitamos saber qué le sucedió a nuestra hija. No descansaremos hasta que lo sepamos. Seguro que hay alguien que sabe algo, que está protegiendo a alguien. Esto ya dura demasiado… Por favor, atrévase a ponerse en contacto con la policía. ¡Por favor!
Lis apretó el botón rojo y la pantalla quedó en negro. Toda su emoción se la había tragado la tele.
Sin decir una palabra, se levantó y se fue a la cama. Sarah la miraba, muda.
Una vez en el dormitorio, Lis se quitó la trinchera y se echó sobre la chaise longue. En la cama, se encogió en una bola. Se sentía culpable. Aquella sensación de culpa que le resultaba ya bien conocida regresaba.
Aquella noche había experimentado con Danny algo muy raro: un primer beso perfecto. Ya no habría más primeros besos para Laura Rigg: hacía semanas que había dado su último beso, sin siquiera saberlo. Habría pensado que tenía por delante una larga vida, repleta de besos. Pero ya no.
Lis comprendía toda aquella filosofía de «la muerte es parte de la vida», pero en aquellas circunstancias no significaba nada. No sabía por qué tenía que tener una sensación tan mala sobre la vida por el hecho de estar muerta Laura, pero así era. Las noticias de la noche habían supuesto un recordatorio en el momento preciso en que ella estaba a punto de sentirse feliz.
Procedente de las entrañas de su bolso, oyó un leve tono. Suspiró y se inclinó sobre el borde de la cama, acercó el bolso, y metió la mano para buscar el teléfono.
Un nuevo mensaje. Era de Danny:
«T lo dije en serio: no puedo dejar de pensar en ti! Dulces sueños D xxx».
Había dicho en serio cada palabra: ella estaría a salvo con él. Aunque sabía que eso era un poco egoísta, Lis no pudo evitar sentir un cierto alivio por dentro. El corazón se le aceleró y, cerrando los ojos, sonrió y repitió el beso en su mente.