Cansada
LA PESADILLA REGRESÓ CON NUEVAS FUERZAS, y además había evolucionado. Comenzaba como siempre: Lis arrastrándose a gatas, exhausta, a través de la Floresta de Pike, casi sin aliento. Los árboles, los pájaros, los gritos distantes estaban todos allí, así como el instante en que su perseguidor le hundía la cara en las heladas aguas del arroyo.
Y de pronto ella despertaba, protegida en la crisálida de su cama apacible, silenciosa. Se daba la vuelta entre las sábanas para volver a conciliar el sueño, pero entonces encontraba a la señora Gillespie, que estaba acostada en la cama, a su lado. Sus dientes amarillos le lanzaban un gruñido, y unas uñas pintadas de rojo se abalanzaban contra la cara de Lis…
—¡Liiisss!
Y solo entonces Lis despertaba de verdad.
Una semana de sueños interrumpidos terminó convirtiéndose en un insomnio en toda regla.
Aunque su cuerpo estaba agotado, el miedo le impedía dormirse, y hacia el lunes siguiente Lis notó que la falta de sueño empezaba a afectar a su salud. Débil y mareada, se sentía en cierto modo separada de la realidad, como un holograma.
¿Qué había querido decir la señora Gillespie cuando le comunicó que sus sueños eran una advertencia? Lis se preguntaba si la pesadilla era solo una advertencia de cosas que tenían que pasar, pero entonces se dijo que eso era imposible. También se recordó a sí misma que la señora Gillespie era corta de luces y estaba pirada, que muy bien podía estar hablando de sus propios sueños, pues era imposible que supiera nada de los de ella.
Dios, necesitaba imperiosamente pasarse toda una noche durmiendo.
Y sin embargo se fue a rastras al instituto, esperando que el tedio exprimiera hasta la última gota de aquel extraño encuentro en la tienda. Lis tuvo suerte: recibió una fría y dura dosis de realidad en cuanto entró por la cancela. Laura no le había mentido: la estaba esperando, tal como le había prometido. Ella y sus arpías se apoyaban en los barrotes de las verjas, como monstruos que protegieran su guarida. Nasima descubrió a Lis y se volvió para susurrar algo al oído de Laura. Un asomo de sonrisa malévola apareció por los labios perfectamente pintados de Laura al mirar a Lis, y se pasó por la garganta una uña de manicura perfecta.
Adoptando una actitud clásica de víctima, Lis agachó la cabeza y pasó a toda prisa antes de que la araña pudiera arremeter contra la mosca. Lis maldijo su propia debilidad. Si ella no fuera ella, seguramente se hubiera burlado de semejante actitud. Lis lamentó no haber cogido el autobús con todos los demás, en vez de dejar que Max la acercara al instituto. Al menos en el autobús, contaba con la fuerza del número.
De algún modo, la reunión para pasar lista y la primera clase pasaron tan suaves como una vaga nube de verano. Estaba muy cansada. Tenía que dormir la noche siguiente. Había leído sobre todas las cosas que les ocurrían a los que pasaban demasiados días sin dormir: alucinaciones, ataques de ansiedad, arrebatos espontáneos de sueño, desvanecimientos… Lis sabía que no podía faltarle mucho para experimentar todo aquello. No había dormido más de treinta minutos en más de cuarenta y ocho horas.
Tenían clase de español a segunda hora. Al menos allí tenía todo un grupo que le podía ayudar a mantenerse a flote toda la clase. Se sentaron en la esquina, en la parte de detrás del aula, lo más lejos posible del profesor Gray, que estaba delante, y de Laura, que estaba junto a las ventanas. Pero la clase de práctica oral de español era aburrida, y en el aula hacía demasiado calor.
«Tal vez pudiera dormir aquí», pensó Lis. «¿Se daría cuenta el profesor?».
Al otro lado del aula, Laura había enrollado su chaqueta hasta convertirla en una almohada, y había posado encima su cabeza, haciendo como que le repetía las frases a Harry.
—Me duele la cabeza —declaró Jack en español. El español pronunciado con acento del norte de Inglaterra era algo muy original.
—«My head hurts» —repitió la traducción del CD.
—Tu turno —le dijo Jack, pero Lis seguía desplomada en su rincón, con los ojos doloridos.
—Dilo tú —farfulló.
Kitty se volvió desde la fila de delante y se arrancó los auriculares.
—¿Qué te pasa?
Lis se inclinó hacia delante. En el estado en que se encontraba, cada movimiento suponía un triunfo.
—No duermo muy bien.
Delilah se mostró preocupada, y detuvo el CD.
—¿Por qué? ¿Qué le pasa a tu cabeza?
—Nada. Supongo que soy de sueño difícil.
—Mi padre conoce algunos remedios homeopáticos contra el insomnio —dijo Delilah—. Le diré que te busque algo.
—Gracias, Delilah, pero estoy segura de que esta noche dormiré —le respondió Lis.
—Mi madre es una defensora a ultranza de tomarse tres tabletas de Nytol con una copa de chardonnay —añadió Jack, dándole a la pausa del CD.
Kitty preguntó:
—¿Pesadillas?
Lis se quedó paralizada. Por un brevísimo instante, en los ojos azules de Kitty brilló un destello que indicaba que lo sabía. Pero era imposible. Aquello volvía a ser producto de su paranoia. Kitty había hecho una pregunta completamente razonable, dado el contexto. Sin embargo, Lis no estaba lista para compartir el pleno horror de sus pesadillas con sus amigos. Aún no. ¿Alguno de ellos comprendería sus horribles sueños recurrentes? Temía que fueran demasiado monstruosos, incluso para ellos tres.
—Algo así —farfulló Lis, cortando la conversación.
Kitty la miró por un segundo con recelo, y abrió la boca para hablar.
—¡Kitty! —exclamó el profesor Gray—. Date la vuelta y sigue con el ejercicio.
Kitty puso los ojos en blanco y volvió a colocarse los auriculares. Lis se inclinó hacia atrás y Jack siguió cometiendo carnicerías contra la lengua española:
—Me duele la espalda.
—«My back hurts» —respondió el CD.
—Me duele el brazo.
—«My arm hurts».
—Me duele… —Bajó la voz.
Lis dio un respingo. Algo helado le había pasado por los pies. Tenía que ser una gotera, o una inundación… o sangre… Al bajar la vista, vio un líquido de color entre negro y morado, muy intenso, que le subía por los tobillos. El tiempo se ralentizó, y Lis se volvió hacia Jack, pero él ya no estaba. No quedaba nadie. Lis estaba sola en un aula vacía.
Un viento furioso pasaba de algún modo a través de los muros, y los pósteres y expositores del aula G2 se desvanecieron para ser reemplazados por la familiar celosía de ramas recortada contra el cielo de la noche, el follaje de los árboles encerrándola dentro de una jaula. La Floresta de Pike. Una vez más, Lis oyó las ramas que susurraban su nombre de modo monótono: «Liiisss», silbando la ese final como una serpiente.
El aula se disolvió en nada. Lis comprendió que se había quedado dormida en clase. ¡Dios mío! ¡Se había dormido en clase! Observó el bosque. Se encontraba de pie, pero hundida hasta las rodillas en un arroyo burbujeante de sangre oleaginosa. Sin embargo, aquello era diferente, nuevo… Nunca hasta aquel momento se había encontrado en pie en medio del arroyo. Tenía que despertar. Cerró los ojos con todas sus fuerzas. «¡Despierta, Lis, despierta, despierta YA!», se dijo a sí misma. Abrió los ojos pero, en vez de a Jack, vio otra cosa que nunca había visto hasta entonces en su pesadilla: a sí misma.
Unos seis metros por delante veía su propio cuerpo esbelto, apresado en aquella huida lenta e inútil por el arroyo, con el cabello castaño apelmazado sobre la empapada espalda.
—¡Lis! —gritó. Eso era extraño, llamarse a una misma—. ¡Alto!
Empezó a caminar por la sangre, o agua, o mezcla de ambas, hacia donde se encontraba su doble. Resultaba agotador, forzar sus piernas contra la corriente. Instintivamente, sabía que tenía que alcanzarse a sí misma, para avisarse sobre la inevitable conclusión que siempre alcanzaba la pesadilla. Tal vez esta vez pudiera romper el círculo.
—¡Lis! —volvió a llamar, pero su doble no respondió. Apresuró el paso, intentando correr por el arroyo. Los afilados guijarros del lecho del arroyo resbalaban bajo las plantas de los pies. Al acercarse más, vio que llevaba su uniforme del instituto. Nunca había notado tal cosa en sus visitas anteriores.
Le faltaban dos metros.
—¡Lis, por lo que más quieras…!
Tropezó y cayó de bruces en el agua helada. Al alzarse y recobrar la estabilidad, Lis vio que estaba a solo un metro de su otro yo.
Entonces su mano se movió como si no fuera suya. Ella se limitó a contemplar como los dedos avanzaban por voluntad propia, acercándose a su propio pelo empapado. En ese mismo instante, se dio cuenta de que en la mano derecha tenía un objeto sólido: sus dedos aferraban una especie de mango de cuero. Más allá del puño, había una hoja metálica de aspecto mortal, de borde ondulado, grabada con intrincados círculos y una especie de letras. Lis no pudo leer la inscripción, sin embargo. Parecía estar escrita en inglés antiguo, más allá de su capacidad de comprensión.
Su mano izquierda tomó contacto con los mechones oscuros y espesos de su otro yo, sus dedos tejiendo en las hebras goteantes del pelo. Lis suplicó a sus manos que se detuvieran, pero las manos tenían una voluntad propia y siniestra. Su mano agarró el cabello con firmeza, y tiró hacia atrás de la cabeza.
Pero ella ya no estaba agarrando su propia cabeza, sino la de Laura Rigg.
Abrió los ojos de repente, y se encontró mirando al rostro sonriente de Jack.
—Quinto, levanta, tira de la man…
Desde el otro lado del aula, interrumpieron a Jack un grito y un estrépito. Laura también había despertado dando un respingo, y se había echado completamente hacia atrás, como si despertara de la peor pesadilla imaginable. Su silla volcó hacia atrás, pegó contra la mesa que estaba detrás de la suya, y arrastró el reproductor de CD al suelo con ella.
El aula quedó muda de asombro. Lis se puso en pie, mientras Laura yacía en el suelo, aplastada entre sillas, patas de mesa y un reproductor de CD. Nadie dijo nada durante unos tres segundos, y entonces Bobsy probó a reírse.
—¡Esa ha sido buena, Riggsy!
El profesor Gray corrió hacia Laura desde el grupo con el que estaba trabajando.
—Robert, haz el favor de callarte. Laura, ¿estás bien?
Harry se apartó para dejar pasar al profesor y se agachó para ayudar a su amiga a levantarse.
—¡No me toques! —chilló Laura.
El profesor Gray retiró la mesa mientras Laura, con el pelo alborotado, conseguía ponerse en pie.
—Laura, déjame echar un vistazo a t…
—¡No me toque! —espetó ella—. ¡Estoy bien!
—Laura, simplemente déjame asegurarme de que no te ha pasado nada… —empezó a decir el profesor Gray.
Sin decir una palabra más, Laura salió corriendo del aula. Hubo otro segundo de silencio, seguido por unas feas risitas del resto de la clase, incluidos Kitty y Jack.
—¡Ya basta! —dijo el profesor Gray—. ¡Vuelta al trabajo!
Lis no se podía mover. Seguía ante su pupitre, con los ojos fijos en el punto en que se había desarrollado toda la escena. Laura había aparecido en su sueño. ¿Cómo? ¿Por qué aquel cambio en su pesadilla? Las palabras de la señora Gillespie resonaban en su cabeza: «Tus sueños son una advertencia».
—¡Oye, esa chica parece que tome crack! —dijo Jack con una risita.
Kitty apenas podía esconder tras la mano su ataque de risa.
—¿A santo de qué ha venido todo eso…?
Delilah también tuvo que reprimir una sonrisa.
—Y el premio a la mejor actriz en una escena de crisis nerviosa es para…
A Lis no le pareció tan divertido. No le pareció divertido en absoluto.
Laura, Laura, Laura. Esa chica había estado en la mente de Lis desde la primera vez que la vio. Y de pronto, ya ni siquiera podía evitarla en sueños.
Otra noche de sueño malogrado. Lis ni siquiera podía cerrar los ojos. Estaba allí, en la cama, sin moverse, contemplando por las puertas acristaladas las estrellas que brillaban en el cielo sin nubes. Era como si el demente mensaje de la señora Gillespie hubiera hecho confluir la vida real y las pesadillas. Ya no se podía librar de Laura, de eso Lis se daba muy buena cuenta. Aquello parecía la segunda parte de lo vivido en el instituto de Gales. Y no era más que el principio. El miedo: miedo de Laura, miedo de las zorras que iban con ella, miedo del instituto… Y Lis sabía que a continuación empezarían sus mentiras: mentiras para librarse del instituto, enfermedades falsas, absentismo escolar. No estaba segura de cuál sería el tercer estadio, porque ese era el punto en que ella había abandonado Gales para irse a Hollow Pike.
Pero Lis no podía dejar que volviera a suceder. Tenía que hacer algo para cambiar la trayectoria, esta vez tenía que negarse a volver a ser la víctima. Tenía que coger el toro por los cuernos. Al pensarlo, Lis sintió miedo, pero al día siguiente tenía que ir a vérselas con Laura. La pesadilla de clase tenía que significar algo. La manera en que Laura se había comportado: era casi como si ambas hubieran tenido el mismo sueño. No, eso era ridículo, otra cosa más para la lista de sucesos imposibles. Pero después de aquel comportamiento histriónico, Laura le parecía más humana, le parecía que podía equivocarse. Había quedado en ridículo. Fuera el que fuera el motivo, el caso es que Lis ya no podía tenerle miedo. Merecía la pena ir a hablar con ella.
Tal vez era ese el mensaje que trataba de enviarle su subconsciente: que agarrara el toro por los cuernos. Era hora de vérselas con Laura Rigg.
Era martes por la mañana y solo había un lugar en el que Laura pudiera encontrarse a las 8.45: al borde de la floresta, fumándose el último cigarrillo antes de que empezaran las clases.
Por supuesto, Lis la vio al atravesar el campo de rugby. Laura estaba sola, fumando, casi escondida donde empezaban los árboles. Estaba sentada, con las piernas cruzadas, en una butaca que los chicos habían llevado allí desde la escombrera ilegal que había en la floresta, y estaba escribiendo en un cuaderno monísimo estampado con primorosas flores de albaricoque.
Al acercarse, apenas podía reconocer a la chica de la butaca.
«¡Dios mío, qué cansada parece Laura!», pensó.
Pese a los meritorios esfuerzos que había hecho con su cabello y su maquillaje, unos círculos oscuros rodeaban los ojos de Laura, y tenía las mejillas chupadas. Además, se hacía raro verla sin su pandilla de compinches. Parecía frágil. Aquello que le había pasado en clase debía de haberla afectado realmente. Lis se acercó con cautela.
En cuanto Laura vio a Lis, posó el diario con un gesto de amargura.
—Mira quién está aquí: la bici de alquiler de Hollow Pike.
—Date un descanso, Laura —repuso Lis con tranquilidad—. Solo he venido a hablar contigo y a ver qué tal estás después de lo de ayer.
—Tranquila, Lis. Eso no tuvo ninguna importancia. Una regla muy dolorosa, ¿y qué?
—Ah… quería asegurarme de que estabas bien. Después de lo del email, yo…
Laura negó con la cabeza, y una sonrisa lúgubre apareció en su rostro.
—¿O sea que es eso? Bien hecho, Lis, la venganza es tuya. Hice el ridículo delante de toda la clase. Ahora, por favor, ¿serías tan amable de irte a la mierda? Tu cara me hace daño a los ojos.
Lis lanzó un suspiro.
—Mira, yo solo quería decir que sé cómo te sientes, y que espero que al menos podamos coexistir en el Instituto de Fulton. Yo me mantendré apartada de ti si tú te apartas de mí. No quiero volver a pelearme.
Laura saltó de su trono raído.
—Apáñatelas como puedas. Tú no sabes nada de cómo me siento yo. ¿Te crees de verdad que me importa un bledo lo que pasó ayer? Estamos hablando de mí, no de ti. Hasta la última chica del insti querría ser yo, y hasta el último tío querría hacerlo conmigo. Así que me parece que lo superaré. Sin embargo, puede que tú no lo superes. Te dije que iba a hacer de tu vida un infierno. Bueno, pues nada ha cambiado. ¡Tú sigues siendo la nueva de mierda, y yo sigo siendo la reina de este lugar!
Lis se cruzó de brazos, sin moverse un centímetro. Tenía que defender su sitio en aquel instituto.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Porque pareces una piltrafa.
—Gracias. Lo mismo te digo, fracasada.
A Lis empezó a hervirle la sangre.
«Respira hondo y cuenta hasta diez», pensó.
—Laura, lo creas o no, estoy haciendo todo lo posible por ser agradable y arreglar las cosas. Ni siquiera sé qué hice para molestarte. ¿Es por lo que pasó en la fiesta con Danny? Porque si es eso…
Laura no le dejó acabar. En su voz había un deje de irritación:
—Te lo advierto, no te acerques a Danny.
—¡Ah, bueno! ¿Cómo voy a hacer para evitarlo? ¡Eso es una locura! —le soltó Lis.
—¡Vete a la mierda! No hace más que un mes que te presentaste aquí… ¡tú no sabes cómo es esto, ni me conoces a mí! Apuesto a que te crees que mi vida es un lecho de rosas, ¿no? Una casa bonita, ropa bonita, amigas majas… Bueno, ¿sabes qué? ¡Es todo una mierda! Y algunas veces quiero irme y no volver nunca a esta apestosa ciudad. —Laura hizo una pausa para respirar, y Lis descubrió que estaba empezando a sentir verdadera pena por ella—. Danny y yo estábamos bien hasta que apareciste tú —siguió Laura—. Hasta hablamos de irnos juntos de Hollow Pike.
A Lis se le quedó la boca abierta de la sorpresa.
—¿De verdad? Pero yo creí que a Danny no le gust… —se calló, comprendiendo que lo que estaba a punto de decir hubiera sonado muy mal. Pero era demasiado tarde.
Laura se rió con crueldad.
—¿Qué…? ¿Y te crees que tú sí que le gustas? ¡Ja! Me ha dicho que piensa que eres una friki, igual que Kitty y Delilah. Si te crees que Danny Marriott se rebajaría a tocarte, es que eres aún más ilusa de lo que pareces.
—¡No es verdad! —Lis se quedó con la boca abierta.
—Si te acercas a Danny, te voy a dejar hecha una mierda. Prometido.
Pero a Lis se le planteó una duda:
—Si Danny no está interesado en mí, entonces ¿por qué me tengo que mantener alejada de él? —preguntó con frialdad.
Laura terminó de estallar:
—¡Porque eres una guarra! —gritó.
La pena que Lis sentía por ella estalló como la más delicada de las burbujas.
—¿Sabes qué? Estabas a punto de darme pena, pero ahora pienso que te mereces lo que te pasa.
Lis se volvió para irse. Laura se quedó un momento sorprendida, y después gritó:
—¡Lis London, eres un cadáver andante!
Un viento frío, virulento, recorría el campo de rugby cuando Lis lo atravesaba. Mientras tanto, las ramas de la Floresta de Pike se balanceaban, agachándose hacia Laura como manos nudosas.