Venganza
LA RABIA LE ESTUVO REVOLVIENDO el estómago a Lis durante toda la primera clase, que era de Lengua y Literatura. Le daba vueltas al lápiz, y dejaba que los monótonos laberintos intelectuales de la profesora Osborne sobre el personaje de Abigail en Las brujas de Salem le entraran por un oído y le salieran por el otro. Veía que Delilah tomaba notas detalladas, y contó con que su amiga las compartiera más tarde con ella.
¿Cómo había podido ir tan mal su encuentro con Laura? Se suponía que iban a ser conversaciones de paz. Lis no estaba segura de si su deseo de hacer las paces con ella surgía de la pura bondad humana, o era más bien la última manera de vencer a Laura en su lucha por el control de todo, de demostrarle a Laura que, pese a todo, ella era la mejor persona de las dos. En cualquier caso, su fracaso había sido mayúsculo.
A mitad del campo de rugby, se había jurado solemnemente no volver a hablar con Laura Rigg. Ella era tan cruel que hundía a todos y a todo con ella. Lis nunca había sentido una cosa así hasta entonces. Odio es una palabra muy fuerte, pero en este caso ella estaba segura de que era la palabra exacta: Lis odiaba a Laura Rigg.
Solo había una persona en el mundo con la que quisiera compartir aquella nueva amargura: Kitty, la única persona que se le ocurría que seguramente odiaba a Laura tanto como ella.
—Entonces, ¿qué piensas —le preguntaba Kitty—, que Jack es homo o hetero? Él es muy cauto sobre eso, y nosotras no nos atrevemos a preguntarle…
Por segunda vez en dos semanas, Lis había faltado a una clase, la de Educación Física, que era la última del día. Lo había hecho a sugerencia de Kitty.
Kitty le aseguró que no había ido a las clases de Educación Física desde noveno curso, y que nadie se había dado cuenta de su ausencia. Así que se metieron por la floresta, recorriendo todo el camino a pie hasta la mansión de Kitty. Jack y Delilah tenían clase de Ciencias para toda la tarde, y por una vez estaba bien disponer de Kitty para ella sola. Con un sol de miel que se colaba por entre las ramas, y con los pájaros piando alegremente, la floresta ya no parecía hecha del mismo tejido de las pesadillas.
—No estoy segura —respondió Lis, encantada de que apareciera un tema que la distrajera de Laura y sus preocupaciones—, ¡pero creo que una de dos, o es homo o está enamorado de Delilah!
Esta vez Kitty se rió.
—¡Sí, seguramente tienes razón! Me gustaría que se diera un poco de prisa en salir del armario. ¿Qué está esperando, una invitación por escrito?
Lis se encogió de hombros.
—Supongo que espera el momento adecuado. No creo que sea fácil. ¡No es que Hollow Pike tenga un ambiente gay deslumbrante!
—Ya, y su madre es un poco psicópata.
Lis se mordió el labio para no comentar nada sobre el severo padre de la propia Kitty.
—¿Qué pasa entre Delilah y tú? —le dijo entonces—. Hasta ahora no me he atrevido a preguntar.
Sonriendo con añoranza, Kitty llegó al vertedero ilegal situado en el centro de una hondonada rocosa de paredes verticales, y se dejó caer sobre un sofá roto. El agua del arroyo caía en un hilito por el borde del precipicio, creando una cascada de cuento de hadas.
—Para ser sincera, no hay mucho que contar. Somos amigas desde los diez años más o menos. Todo cambió en sexto. Delilah se volvió a Hollow Pike, desde el sur, y la cosa fue rara… Supe enseguida que yo quería ser su mejor amiga. Fue al instante, algo como… ¡pumba! No sé qué era realmente lo que nos hacía distintas a todos los demás, pero la gente empezó a tratarnos como a una barraca de circo.
—Puede que sea algo de la pubertad —dijo Lis, sentándose a su lado en el sofá lleno de manchas de humedad.
—Puede, ¿quién sabe? Sea lo que sea, nos hemos quedado muy enganchadas una a la otra. Al principio fue algo emocional, porque lo otro parecía demasiado horrible, pero el aspecto físico como que llegó por sí mismo. Parece el paso lógico, cuando alguien te gusta de verdad.
—Bueno, me parece que hacéis una pareja encantadora.
—Gracias, pero no sé si realmente somos una pareja. Nunca hemos tenido necesidad de clarificar lo que éramos. A las dos nos gustan los chicos tanto como las chicas, y ella puede ser una auténtica pesadilla. Siempre está ligando, nunca llega a tiempo, es poco independiente… Pero es la única persona que realmente me atrapa.
Lis le dirigió una tímida sonrisa.
—¡Pues a mí eso me suena a AMOR!
Kitty volvió a reírse.
—¡Calma, no te desboques! El tiempo dirá. Yo no sabría qué hacer sin ella, eso es verdad. Estaría perdida. Lo estaríamos las dos.
Lis respiró hondo, embriagándose con los aromas dulces, fuertes y terrosos del bosque. Kitty había ampliado los límites de la conversación, y ahora le tocaba a ella:
—Kitty…
—¿Sí…?
Lis se preguntó por dónde empezar:
—Me parece que estoy pasando por algo actualmente… —Las palabras se le pegaban a la parte de atrás de la garganta.
—¿Algo? ¿Piensas que tú también podrías ser lesbiana? —preguntó Kitty con una sonrisa—. ¿Es que todo el mundo en Hollow Pike es homo o qué?
—¡No, no se trata de eso!
—¿Entonces de qué?
—¿Cómo sabe una si se está volviendo loca? —preguntó Lis con un suspiro.
Kitty levantó una ceja socarrona.
—¿Qué…?
—Lo digo en serio. Esto es como una enfermedad mental…
Kitty puso mala cara.
—¿Qué te hace pensar que te estás volviendo loca? —preguntó—. Creo que eres muy valiente al hablar de ello, pero a mí no me parece que tengas nada de loca.
—Varias cosas —dijo Lis sin atreverse a mirar a los ojos a Kitty—. Tengo unas pesadillas terribles. Llevo varias noches sin dormir.
Kitty arrugó el ceño.
—¿Qué es lo que sueñas?
—Vas a pensar que estoy de atar… pero mis pesadillas son sobre Laura. Se me ha metido en la cabeza completamente, no puedo dejar de pensar en ella. Esta mañana me acerqué para intentar arreglar las cosas entre las dos, pero al final me siento peor.
—Bueno —dijo Kitty con autoridad—, supongo que tienes dos opciones. Puedes hacer como hace mi madre, o como hace mi padre.
—Vale: explícate.
—La sorprendente estrategia de mi madre consiste en meter la cabeza bajo tierra y actuar como si no pasara nada. Se retira hacia su interior, y espera que el problema se solucione por sí solo.
—¿Y le funciona?
—¿No has conocido a mi madre? Tiene los nervios destrozados.
—Bueno, y ¿qué me dices de tu padre?
—Pega con la porra.
—¿Cómo dices? —preguntó Lis riéndose.
—¡En serio! ¡Mi padre ha sido el jefe de los antidisturbios durante años! Su filosofía es que o te quedas esperando a que alguien te arroje una botella o pegas primero con la porra.
—¿Eso funciona mejor?
Kitty asintió con la cabeza.
—Sí… Puede que disgustes a gente al hacerlo, pero al menos estás afrontando los problemas. Los estás afrontando de manera activa. Mi madre se esconde, pero sus problemas no desaparecen por sí solos. Y tú no puedes permitir que Laura Rigg gobierne tu vida.
—Pero yo ya me he plantado delante de ella, Kitty, y mira de lo que me ha servido —dijo Lis con un suspiro. Había escapado de Gales y ahora se refugiaba en los brazos de su hermana y de sus amigas cuando las cosas iban mal—. ¿Qué crees que debería hacer?
—Lo he dicho antes, y lo repetiré: matarla.
—¡Kitty! —Lis tiró de una hoja de una rama que llegaba hacia ella—, ¡eso no me sirve de nada!
—Tú solo piénsalo —dijo Kitty con una sonrisa—: te desharías de ella de una vez por todas.
—Olvídalo.
Kitty se rió y empezó a tararear con la boca cerrada, pensativamente.
—¿Qué? —preguntó Lis.
—Vale, ¿qué me dices de esto? No podemos matar a Laura, pero podemos darle un poco de su propia medicina. Haz algo para que te deje en paz para siempre. —Kitty le dirigió a Lis una sonrisa malvada.
Sonaba prometedor: ¡una vida en Hollow Pike sin Laura y con sus nuevos amigos y Danny! Eso sería el paraíso.
—Me parece bien, pero… ¿qué es lo que has pensado?
Kitty le sonrió.
—No te arrepentirás de esto, guapa…
Ese mismo día, avanzada la tarde, Lis se encontraba a la puerta de un establecimiento de comida rápida en Hollow Pike, con las manos metidas en los bolsillos. Trataba de mantenerse bien alejada de un grupo de chicas de noveno curso que pretendían convencer a algún viandante de que les comprara cigarrillos. Gente con clase.
El sol se había ocultado muy temprano, y aunque las calles seguían llenas de gente, todo el mundo tenía prisa por llegar a casa antes de que oscureciera del todo. Lis saltaba de un pie al otro, tratando de no quedarse helada. Justo a la hora, Laura Rigg descendió del autobús y cruzó la calle en dirección a ella. Conservaba puesto su uniforme escolar, excepto por las botas Ugg que se había calzado.
—¿No captaste el mensaje esta mañana? —le gruñó Laura cuando se encontró lo bastante cerca.
—Hola. Sí, lo siento. Quería intentar arreglar las cosas.
Lis trató de dirigirle a Laura una dulce sonrisa, aunque no le salió natural. Laura hizo un mohín que duró solo un segundo.
—Vamos, pues. Tu SMS decía que querías hablar sobre Danny. ¿Le has dicho algo? No me ha contestado a mis mensajes de hoy.
Lis vio que Laura parecía nerviosa por eso.
—No, no he hablado con Danny en todo el día. ¿Quieres venir a mi casa? Aquí hace un frío que pela.
Laura se encogió de hombros.
—Lo que quieras. ¿Dónde vives?
—Justo atravesando la floresta.
Laura asintió con la cabeza.
—¿De qué querías hablar? Tengo que estar en casa a las nueve y media. Mi madre está muy pasada últimamente.
Al lado de la tienda de la esquina salía un callejón que olía a orines que llevaba al aparcamiento. Lis fue delante. En la parte de atrás del aparcamiento estaba la cancela que daba al campo de juegos. Había algunos estudiantes de Fulton subiendo a los columpios, riendo y bromeando mientras bebían cerveza barata.
—Me alegra que hayas venido. Quería dejar atrás las rencillas —dijo Lis mientras evitaba el parquecito de juegos infantiles y se dirigía hacia los oscuros árboles de la Floresta de Pike—. Yo nunca pretendí reñir contigo, y te juro que no pasó nada entre Danny y yo.
Laura la miró con disgusto.
—Lo sé. Si te prendieras fuego, Danny no se rebajaría a mearte encima.
Aquello era bastante ofensivo, pero Lis conservó la calma. Todo el reinado de terror de Laura podía acabar de una vez por todas si Lis conseguía mantener su actuación durante unos minutos más.
—Laura, estoy intentando arreglar las cosas. Me gustaría volver a ser amiga tuya. Tú eres sin duda más lista que Nasima y todas esas. Pensé que por lo menos escucharías.
Laura pareció ablandarse ante aquel cumplido. Resultaba fácil, mucho más fácil de lo que se había imaginado Lis.
—Lo que quieras. Mira, yo solo he venido a hablar sobre Danny. Tendrías que meterte en tu cabezota que no va a haber nada entre él y tú.
Las burlas y risotadas de los niños del parquecito ya no eran más que susurros lejanos, y el cuchicheo del viento entre los árboles era de repente mucho más fuerte. La negra floresta se alzaba ante ellos. Por el día los árboles no eran más que árboles, pero al anochecer constituían una sola entidad que se balanceaba ante ellas.
—Eso es lo que quería decirte —dijo Lis, conteniendo la rabia que la quemaba por dentro—. Las amigas son más importantes que los tíos. No me acercaré a Danny si tú dejas de martirizarme.
Laura pensó en ello un momento.
—Vale, pero si vuelvo a verte con él, te corto por la mitad, te lo juro. ¡Ah, y tampoco puedes andar con esa tortillera de Monroe! Ya sabes, una vez intentó tocarme con la lengua. En serio. Está obsesionada conmigo.
Lis tuvo que contener las ganas de darle un puñetazo allí mismo. Kitty era el doble de amiga de lo que había sido Laura.
—¡Ah, te lo prometo, palabra de scout!
—¡Sí, apuesto a que tú también eras de los scouts! —dijo Laura sonriendo.
Llegaron a unos escalones que había en la tapia que se subían para acceder a la floresta. Lis pasó primero. Laura se quedó atrás, en el otro lado, como si no se atreviera a poner el pie en el bosque.
—¿Qué pasa? —preguntó Lis.
—Nada. Solo que odio la floresta cuando se hace de noche.
—¿Tienes miedo? —Lis sabía muy bien que Laura lo tenía. Recordaba su primera conversación en la G2 sobre la madre de Laura y los cuentos de antes de dormir que la habían aterrorizado de niña.
—¡Ah, sí! Has oído los rumores, ¿no?
Lis podía ver que Laura no estaba bromeando. Sus labios se habían convertido en una triste raya.
—¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a la brujería y esas cosas? —preguntó Lis a la ligera—. ¡Son tonterías, nada más! Además, eso pasó hace cientos de años… como en la Edad de las Tinieblas.
Laura subió los escalones de la tapia.
—Tú no eres de Hollow Pike, no conoces las historias. Yo crecí con ellas, como todos los habitantes de este lugar.
—Laura, la casa de mi hermana está a cinco minutos. ¡Allí estaremos bien!
—Como quieras. —La hermosa muchacha miró a su alrededor con aprensión, inspeccionando el serpenteante camino que se internaba en el bosque—. Pero ve tú delante.
Lis tomó el camino. Sobre su cabeza, en algún punto en lo alto de las copas de los árboles, un cuervo graznó fuerte. Unas formas negras, aladas, atravesaron como dardos el techo de hojas. En la penumbra, era fácil confundirlos con murciélagos. Lis se daba cuenta del miedo que tenía Laura, pero se prohibió sentir ningún tipo de compasión. Aquel miedo le venía bien. Le ayudaría a caminar.
—Entonces, ¿de qué historias debería tener miedo yo? —le preguntó Lis.
—Cuando yo era pequeña, mi padre solía contarme historias de niños que entraban en la floresta y no salían nunca. Simplemente desaparecían —explicó Laura.
Las ramas crujían bajo los pies, mientras los árboles se cerraban en torno a ellas, tapando los últimos restos de la moribunda luz del día.
—Pero tú no te crees esas cosas, ¿no?
—No… quizá, no sé. Todo el mundo conoce esas historias. Todo el mundo sabe que no hay que entrar en los bosques cuando oscurece.
Lis se rió.
—¡Laura Rigg, la chica grande y malvada, asustada de los…! —Se paró y se dio la vuelta, oyendo un ruido tras ella. Desde las sombras, había salido al camino una figura negra. Un par de brazos fuertes agarraron a Lis. Gritó. Y Laura gritó también mientras otra figura surgía de detrás de un árbol. Ambos atacantes llevaban una túnica larga, marrón, tosca, con capucha de monje. Un tercer encapuchado corría por el camino, hacia ellas.
—¡Laura! —gritó Lis, y su grito desgarró el bosque—. ¡Huye!