El Instituto de Fulton
«DEBERÍA HABERME RESTREGADO POR EL BARRO», pensó Lis. Su inmaculado uniforme brillaba a una legua. Era como si se hubiera grabado la palabra «NUEVA» en la frente con un bisturí. Le escocían los ojos dentro del cráneo, y aunque sabía que aquella sensación pasaría al cabo de unas horas, no había previsto lo mal que podía sentirse. Al subirse al autobús se sentía tan fresca y segura de sí misma como una pasta de dientes en un anuncio, y, sin embargo, tras cinco minutos de viaje, sus sensaciones eran otras.
El tiempo había comprendido perfectamente que era el primer día del trimestre otoñal, y ofrecía a los alumnos una llovizna fina e incesante para acompañarlos en un día ya de por sí deprimente. El mundo entero había cobrado el color de la pizarra. Aún peor, a medida que el autobús se llenaba de empapados estudiantes, se iba pareciendo más a una sauna. Al mirar por la ventanilla cubierta de vaho, surgió del agua, al lado de la carretera, una figura aislada. Lis limpió en el cristal una pequeña mirilla para poder ver, pero la silueta siguió envuelta en oscuridad.
Con un silbido, el autobús frenó y se detuvo, y la silueta subió a bordo. Se hizo un elocuente silencio antes de que recorriera todo el autobús una pequeña descarga de risitas apagadas, de murmullos y de significativas miradas. La recién llegada no pasaba desapercibida. Fascinada, Lis observó a la nueva pasajera recorrer el pasillo central hacia los asientos de atrás.
Era una espléndida amazona de un metro ochenta, y llevaba una mata de pelo negro y morado en punta que aún conseguía alargarla unos centímetros más. A Lis no se le ocurría ni una palabra capaz de describir su estilo futurista: la falda era la más corta que Lis había visto que nadie se hubiera atrevido a llevar como parte de un uniforme, y unas enormes botas negras de obrero remataban sus piernas interminables. Ah, y los imperdibles se sucedían en fila por el borde de las orejas. Pero, con mucho, lo más llamativo era el rostro. Lis se consideraba guapa a sí misma, pero aquella extraña chica era hermosa, de una belleza mestiza, con impecable piel morena y brillantes ojos azules.
Lis sabía que debería dejar de mirarla, pero se sentía hipnotizada. Girando el cuello, vio a la chica sumarse a otras dos rarezas que ya se habían arrinconado al fondo del piso inferior del autobús. ¿Cómo podía no haberlos visto antes? La segunda chica era mucho más baja que la primera, aunque igual de asombrosa: una muñequita china dotada de vida. Lis no había visto jamás semejante abundancia de rizos rojos y brillantes. Le llegaban casi a la cintura. La pelirroja había logrado también, como por arte de magia, reinterpretar el código indumentario, cambiando la falda reglamentaria por otra larga y suelta que le llegaba casi hasta el suelo. Llevaba zapatillas de ballet en los pies, y unas gruesas gafas de la Seguridad Social en equilibrio sobre su naricilla.
Su compañero masculino constituía un marcado contraste: era un joven de piel pálida que se acurrucaba en la esquina, junto a la salida de emergencia, con un uniforme casi tan inmaculado como el de Lis. Había hundido las manos en los bolsillos de la trenca, y no apartaba los ojos de su propio regazo. No era ni guapo ni feo, pero al lado de sus extravagantes compañeras, su neutralidad resultaba igual de llamativa.
Lis puso la oreja y, aunque los comentarios se perdieran en el estruendo del autobús que arrancaba, captó alguna palabra del tipo «frikis» o «gay».
Lis se sintió de pronto angustiada por un terror que le resultaba conocido. La misma sensación contra la cual había luchado cada mañana en el autobús del anterior instituto, cuando Bronwyn y sus compañeras cuchicheaban sobre ella. Ay, ¿y si Fulton no fuera distinto? El terror fue en aumento, y Lis se agarró al borde de su asiento.
«Llegará el día», pensó, «en que estaré viviendo en Nueva York o en París, y nada de esto tendrá importancia. Ahora hay que aguantar».
Se aventuró a mirar otra vez, y se sorprendió de ver que los «frikis» la estaban mirando a ella. Aparentemente, nadie más se fijaba en la nueva. El tímido joven le dirigió una sonrisa desganada que significaba «ya entiendo». La pelirroja sonrió más abiertamente y susurró algo al oído del chico, ofreciéndole a Lis un leve gesto hecho con la mano. Lis le devolvió una sonrisa. En Hollow Pike, estaba decidida a sobreponerse a las ridículas jerarquías que le habían amargado la vida en el instituto anterior. Aquel instituto había tenido su propio grupo de frikis marginados. Se burlaban de ellos y los acosaban, eran el chivo expiatorio, un saco de arena en el que el colegio entero podía descargar puñetazos. Había habido un tiempo en que había pensado que ellos mismos se lo habían buscado, vistiendo tan raro. Ahora tenía otra opinión.
Volviéndose hacia delante, Lis se encontró de frente con una delicada rubia de rasgos levemente afilados.
—No se te ocurra ir a hablar con ellos —le dijo en voz baja, pero realmente preocupada.
—¿No?
—No. La chica alta es una lesbiana de las auténticas. Intentará violarte. Eso le pasó a nuestra amiga Laura.
—Vale, gracias por el consejo —respondió Lis con sarcasmo. La primera chica rubia (rubio platino) y su igualmente rubia compañera (rubio miel) asintieron con toda seriedad, retirándose de delante de los ojos unos pelitos rectos como palos.
—¡Bienvenida! Todas hemos sido nuevas.
De acuerdo, las rubias parecían completamente superficiales, pero al menos se habían dignado a hablar con ella. Lis sabía que seguramente no debía rehuir posibles amigas en un estadio tan temprano. En cualquier caso, era verdad que daba la impresión de que la chica alta podía atacar a quien fuera. Desde luego, resultaba intimidante.
—Yo soy Fiona, y esta es Harry —dijo la rubio platino.
—Pero no como Harriet, sino como Debbie Harry[3] —explicó la rubio miel.
—¡Hala, qué nombre más guay! —dijo Lis sonriendo—. Yo me llamo Lis, Lis London. Y es el primer día que vengo.
Fiona y Harry se dirigieron una a la otra una sonrisa de oreja a oreja, entendiéndose sin necesidad de palabras.
—Fulton te va a encantar. ¿Estás en undécimo? —preguntó Harry con su fuerte acento de Yorkshire. Llevaba tanta base de maquillaje que su piel presentaba un aspecto mate.
—Sí, efectivamente. —Sin darse cuenta, lo dijo imitando su acento. Cuando quiso evitarlo, ya era demasiado tarde.
—Estupendo —dijo Fiona asintiendo con la cabeza, sin darse cuenta de la imitación.
—Te lo enseñaremos todo. Nuestros amigos son guays, muy guays. Encajarás bien.
—¡Gracias! Me encantaría. —Lis se vio enseguida tratando de encajar con sus nuevas guías—. ¡Estoy flipando con lo de empezar en un instituto nuevo!
—No te preocupes. —Harry se le acercó y le apretó el brazo—. ¡Te cuidaremos!
¡Gracias a Dios por Harry y Fiona! Mantuvieron su promesa e hicieron que resultara relativamente fácil lo que más miedo le daba a Lis. Las chicas la acompañaron a la secretaría a recoger su horario, en cuyo reverso Fiona incluso le dibujó un útil mapa del instituto. Lis no pudo evitar lanzar un suspiro de alivio cuando Harry le anunció que pertenecían a la misma tutoría.
El Instituto de Fulton recibía alumnos de los pueblos de los valles cercanos, y por tanto había crecido en los últimos años, debido a que el desarrollo rural había aportado nuevos alumnos. En aquellos días, era una rara mezcla de grandilocuentes torres de aspecto gótico y anexos completamente nuevos añadidos a los lados. A Lis le dio pena el edificio. En algún momento tenía que haber resultado imponente, pero en la actualidad daba la impresión de que le habían hecho una de esas lamentables operaciones de cirugía plástica.
En muchos aspectos podría tratarse también de su anterior instituto: los mismos armarios, el mismo olor a orina en los aseos, los mismos chillidos y gritos de júbilo resonando por los pasillos, los mismos pósteres de la Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad contra los Niños, y las mismas caras compungidas. Lis imploraba para sus adentros que en el nuevo instituto hubiera algo que fuera mejor que en el viejo. O, al menos, distinto.
Harry la llevó por un interminable pasillo revestido de azulejos, llamado «corredor G», que claramente pertenecía a uno de los bloques originales: tenía aspecto de asilo victoriano. Harry tenía muchos conocidos: sonreía y saludaba con la mano a un montón de chicas de pelo muy liso, y coqueteaba con un número aún mayor de chicos de undécimo curso. Indicaba cuáles le gustaban, cuáles no le gustaban, y cuáles eran sencillamente «perdedores» (auténticos marcianos solitarios) o «capullos» (tipos que no caían mal, aunque ninguna chica que se respetara a sí misma pensaría en darse el lote con ninguno de ellos).
—Bueno, esta aula es la G2, nuestra tutoría —explicó Harry, deteniéndose cerca del final del corredor—. Nuestro tutor es el señor Gray. Es realmente majo, y además es joven. Si no fuera profesor, estaría bien.
Lis y Harry entraron en un aula de techo alto, que por supuesto formaba parte del edificio antiguo y tenía unos ventanales largos y estrechos que casi comprendían toda la altura de la pared. Como en su anterior instituto, el mobiliario había pasado por mejores épocas, pero su nuevo tutor se preocupaba bastante por tener las paredes bien cubiertas de pósteres y cosas. Aparentemente, el aula era parte del departamento de idiomas: saltaban a la vista varias banderas del mundo y frases en idiomas extranjeros.
El aula estaba muy animada, con los alumnos de undécimo saludándose unos a otros tras las gigantescas vacaciones de seis semanas. Las chicas se lanzaban besos al aire, y los chicos se saludaban con masculinas palmadas en la espalda o con un apretón de manos.
«Puede que todo sea siempre igual», pensó Lis.
En el rincón más apartado del aula estaban sentados la pelirroja y el chico del extraño trío del autobús. La chica había metido la cabeza en un enorme libro llamado El arcoíris de la gravedad[4], mientras el chico pasaba las hojas de una tonta revista de televisión.
Sin previo aviso, Harry soltó un chillido agudo. Lis se giró pensando que alguien la había atacado, pero lo que encontró fue que simplemente Harry se había emocionado al ver aparecer a alguien en el aula. Lis miró con todo descaro, sin poder evitarlo: la recién llegada era una chica asombrosa, con gruesos rizos castaños que le caían por la espalda. Morena y delgada, tenía un aire de confianza tan intenso que casi se podía palpar. Lis sintió una extraña mezcla de envidia y admiración. El tiempo parecía pasar más despacio en torno a aquella chica al entrar en la G2, mientras curvaba el brillo de sus labios en una sonrisa leve y sexy. Parecía perfecta, como algo que uno pudiera encontrarse en el Vogue.
Harry corrió hacia la recién llegada y la rodeó con los brazos.
—¡Hola, chicas! —Le lanzó a su amiga un beso por el aire—. ¿Cómo estuvo Tailandia?
—Fabulosa, guapísima. Quisiera seguir allí.
Ella y su compañera, que era una chica asiática alta y delgada, se sentaron enseguida en asientos vacíos, cruzando las piernas en perfecta sincronía.
Harry arrojó literalmente a Lis sobre ellas.
—Laura, Nasima: esta es Lis London. ¡Viene de Gales y es nueva!
Lis sintió que la sangre le subía a las mejillas. Aquella Laura era obviamente una especie de famosa en el Instituto de Fulton: irradiaba la misma seguridad en sí misma que una reina, y Nasima la seguía un paso por detrás, casi como si fuera una subordinada. Lis comprendió que habían transcurrido unos tres segundos sin que dijera nada. Si dejaba pasar más tiempo, se creerían que era retrasada mental: «¡Rápido, di algo, lo que sea!».
—Hola. Sí, soy Lis. Me alegro de conoceros. —No era gran cosa, pero al menos era una forma de empezar.
—Hola, Lis. Yo soy Laura y esta es Nasima.
—Hola. —Nasima la miró con recelo a través de una gruesa capa de rímel.
—Le he dicho que le enseñaría un poco esto —dijo Harry, deslizándose en la fila, enfrente de Laura—. ¿Puede sentarse con nosotras y tal?
Lis observó que en aquel instante Harry parecía muerta de miedo. Tal vez ella y Fiona hubieran cometido un terrible error social al permitir que una forastera entrara en su colmena sin pedirle antes permiso a la abeja reina.
—Por supuesto, Harry, Lis se puede sentar donde quiera —dijo Laura riéndose—. No le hagas caso a Harry, Lis: es un poco friki a veces.
—Gracias.
De nuevo, Lis no sabía muy bien qué decir en presencia de aquella top model.
—Me gusta tu cinta del pelo. Es muy bonita.
—Gracias. —Lis se quedó callada—. No paro de dar las gracias. Pero si me dejas un minuto, verás que también soy capaz de decir otras cosas.
Laura se rió con un sonido dulce y musical que parecía darle permiso a Nasima para decirle también algo a Lis.
—En casa tengo una igual —terció Nasima—. Me gustaría habérmela puesto hoy.
Lis decidió aprovechar la oportunidad. No vendría mal halagar un poco a aquellas chicas:
—Tu pelo está precioso sin cinta. El mío nunca caería tan liso.
—Mi padre me compró una plancha increíble. Te alisaré el pelo alguna vez —se ofreció Laura.
A Lis no le hizo gracia la idea de que la peinara Laura, pues se imaginaba a sí misma postrada ante aquella chica como un perrito faldero en el regazo de su dueña, pero sí que le alegraban aquellas pequeñas muestras de aceptación social.
En aquel momento, el tercer miembro del grupo friki entró en el aula con aire despreocupado. Mostraba casi la misma arrogancia que Laura, pero, mientras que la de Laura era de pura confianza en sí misma, la seguridad de aquella chica era tan desafiante como una marcha militar. Al pasar, le arrojó a Laura una mirada mortífera.
—Ajj, ¿te importaría no mirarme, por favor? —le pidió Laura en voz alta—. No quiero que me contagies el lesbianismo.
Una risilla malvada recorrió el aula. El chico tímido se escondió completamente detrás de su revista, mientras la pelirroja ponía los ojos en blanco, en un gesto de aburrimiento.
La chica alta y punki se paró, se volvió y miró a Laura directamente a los ojos, sin respeto alguno por su rango social.
—Claro, Laura —le respondió igual de alto—: has comprendido muy bien cómo se propaga la homosexualidad. Deberías ponerte condones en los ojos.
Eso provocó una carcajada aún más fuerte. Por una décima de segundo, Lis vio que un oscuro destello pasaba por el hermoso rostro de Laura, y pensó que se iba a levantar para enzarzarse en una pelea con todas las de la ley. Pero Laura se limitó a volverse hacia los suyos:
—Menuda friki —dijo en voz baja.
La punki sonrió y cruzó el aula para ir con sus amigos. Había salido victoriosa de aquella.
—¿Quiénes son esos tres? —preguntó Lis inocente, ardiendo de curiosidad por dentro.
—La tortillera larguirucha es Kitty Monroe —dijo Laura, fulminando con la mirada a su enemiga.
—Y la zanahoria es Delilah Bloom. Y el mariquita, Jack Denton —añadió Nasima.
—Hice la Primaria con ellos —explicó Laura—. Eran… bueno, eran bastante normales entonces, pero cuando llegaron aquí empezaron a volverse cada vez más frikis.
Lis se sentía decepcionada: chismorreos, apodos ofensivos… ¿Había regresado a Bangor? Se retorció en su asiento, sintiendo ganas de alejarse de allí. Preferiría morirse que sentarse sola, pero… ¿tendría que soportar tres años así? Desde luego, no pensaba esforzarse en hacerles comprender: la harían trizas.
Laura prosiguió:
—Hay quien dice… no, ¡no importa!
Nasima ocultó la risita tras una mano.
—¿Qué? —preguntó Lis, intrigada y con el ceño fruncido.
—Bueno —Laura se le acercó tanto que Lis casi podía saborear su perfume—, hay quien dice que son brujas…
—¡Ah! —Lis no pudo evitar reírse—. ¡Bueno, pues vale!
—Lo dice en serio —susurró Nasima—. ¡Se van a la floresta y hacen hechizos y cosas de esas!
—¡Me apuesto a que no es lo único que hacen en la floresta! —exclamó Laura, riéndose groseramente.
—¡Por supuesto! —añadió Harry—. No hace falta ser un genio para darse cuenta de eso. Hollow Pike es famoso por sus brujas. Lo hemos visto en Historia.
—¡Podemos jurarlo! —exclamó Laura, con un destello en los ojos—. Cuando yo era pequeña, mi madre me contaba todas esas historias de miedo sobre brujas que robaban niños para llevárselos a la Floresta de Pike. ¡Ese lugar me pone los pelos de punta! Supongo que la tradición de las brujas sigue viva, ¡solo que ahora en vez de llevarse niños, van a pegarse el lote y tal!
Lis se alegró al ver entrar en el aula a un hombre atractivo de treinta y pocos años. El profesor Gray, imaginó. De inmediato le gustó su alegre manera de andar y el pelo que se le movía al paso. Pese a la corbata y camisa arrugadas, Lis lo encontró decididamente atractivo, una idea que prefirió guardarse muy bien para sí, teniendo en cuenta lo que hasta el momento sabía del «equipo Laura».
A regañadientes, la clase obedeció y se dejó caer sobre las sillas de plástico al tiempo que el profesor Gray se colocaba delante de la mesa central.
—Buenos días —dijo en español—. Y bienvenidos. ¡Vamos a hacer una prueba para ver quién tiene menos ganas de estar aquí!
La clase se rió, y algunos chicos levantaron la mano, y lanzaron exclamaciones.
—Vale. Vamos a llenar los papeles primero. Se supone que tenemos a una nueva alumna… ¿Está aquí presente una tal Elisabeth London?
Maravilloso. Aquel rubor que tan bien conocía regresó a sus mejillas al tiempo que toda la clase volvía su mirada hacia ella. Lis levantó el brazo con timidez.
—Me suelen llamar Lis.
—Muy bien. Vamos a darle la bienvenida a Fulton a nuestra compañera Lis.
—¡Hola, Lis! —canturreó la clase sin entusiasmo.
El señor Gray le dirigió una amplia sonrisa.
—Todos los días son fiesta en el Instituto de Fulton, te encontrarás bien —dijo, y la clase se rió—. Pero si necesitas algo, dímelo. Estoy disponible las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana… bueno, en realidad, siete horas al día, cinco días a la semana. Como mucho.
Lis dio las gracias con un gesto mudo de la cabeza, y Harry la rodeó con el brazo, como para proclamar su propiedad sobre la recién llegada. Ese gesto no le gustó, y menos al ver que la miraba la chica alta: Kitty levantó socarronamente una ceja que parecía decir «elige un bando…».
Después de que pasaran lista, los alumnos de undécimo llenaron los pasillos y se reunieron en un antiguo salón de la parte vieja del instituto. Cuando Lis entró en el salón, notó que el marco de la puerta, como el de cada puerta del edificio viejo, estaba decorado con un intrincado motivo floral. Era bello y de aspecto muy, muy antiguo. Pasó los dedos por la talla, palpando los suaves contornos.
—Es muérdago —le explicó Harry—. Antiguamente, evitaba que entraran las brujas, porque esto era un colegio de la Iglesia. Ya te dijimos que Hollow Pike ha tenido mucho que ver con brujas, pero no te lo creías.
—¿Lo dices en serio?
—Sí —dijo Harry, asintiendo con la cabeza—. Y si sigues sin creerme, mira arriba.
En el salón, las vigas se doblaban en lo alto hasta alcanzar la inquietante pintura del techo. Los tonos eran rojos oscuros, fuertes, terrosos, no muy diferentes del color de la sangre. Lis no estaba segura, pero le parecía que la pintura trataba de una cosa realmente infernal: calderos y brujas deformes que se encogían de miedo ante gloriosos ángeles vengativos.
—¡Increíble!
—Sí, ¿verdad? —dijo Harry con una risita.
Estando allí todos los estudiantes, Lis aprendió cómo se sentía una teniendo doscientos cincuenta pares de ojos que la miraban fijamente, y se dio toda la prisa que pudo en sentarse. Había demasiado ajetreo aquella mañana, necesitaba un minuto de descanso. Por el contrario, Laura disfrutaba claramente de toda la atención que le prestaban, pues los estudiantes casi caían unos sobre otros para saludarla, para hablar con ella, para tocarla, para adorarla.
Un espeso silencio se hizo en el salón al abrirse la parte de atrás del estrado. Salió arrastrando los pies una mujer pequeña y extraña que llevaba una especie de chal largo de punto, casi arrastrándolo por el suelo. Llevaba las gafas más gruesas que Lis hubiera visto nunca, y un pelo que solo podía describirse como cabello gris de figurita de Lego. Aunque estaba harta de chismorreos de instituto, no pudo evitar pensar que aquella mujer no podía tener muy buen aspecto cuando se le apreciaba el bigote desde la parte de atrás de un auditorio amplio y concurrido como aquel.
—Bienvenidos de nuevo al Instituto de Fulton, damas y caballeros —dijo la señora desde el estrado. Aguardó a que se hiciera el silencio—. En secretaría me informan que este verano no ha fallecido nadie, y que solo una persona ha ingresado en el hospital. Magnífico. Son noticias magníficas.
Lis se quedó con la boca abierta: ¿Quién era aquella mujer?
—Para nuestros alumnos nuevos o desmemoriados… —hizo una pausa para reírse de su propio chiste—, yo soy la señora Dandehunt, ¡la intrépida directora!
¿Quién había sido capaz de poner al mando del instituto a aquella señora? Tal vez anduvieran cortos de personal…
—¡Undécimo curso! No hace falta que os diga que este será un año muy importante para vosotros. Para algunos será vuestro último curso, y para todos será el año del examen. Este es un curso que decidirá vuestro futuro. En cualquier caso, el examen dirá si os aceptamos o no en el Bachillerato de aquí, o si tendréis que hacer el Bachillerato en Holmdale que, os lo aseguro, jovencitos, ¡es un lugar muy siniestro!
Una risita de gente que sabía de qué se hablaba recorrió el salón, y Lis decidió no olvidarse de que tenía que googlear Holmdale en cuanto llegara a casa. Pese a su apariencia, Lis notó que los alumnos parecían respetar a la señora Dandehunt. No era la profesora más autoritaria del mundo, pero irradiaba buenos sentimientos, y llenaba la sala de calidez y actitud positiva. A su propio modo, realmente curioso, la señora Dandehunt se los había ganado. A Lis le gustó.
—He decidido, undécimo curso, que este será un año guay —prosiguió la diminuta directora—. Sí, un año «guay». He aquí una palabra muy mal vista que ningún profesor de Lengua os animará a emplear, pero yo la emplearé a pesar de todo. Quiero que vuestro instituto sea un santuario de aprendizaje y de amor.
Estalló otra risita.
—No, Jason Briggs, no me refiero a ese tipo de amor, sino a un amor que haga que todos los estudiantes se respeten unos a otros y trabajen juntos en armonía. Aquí no habrá sitio para la maldad, los celos, los prejuicios ni el odio. Quiero que cada día vengáis a este instituto y me hagáis la pregunta: «¿Estoy haciendo todo lo que puedo por ser… guay?». Y si vosotros mismos podéis responder que sí, ¡entonces entrad en el Instituto de Fulton, porque seréis muy bienvenidos!
Cuando hizo oscilar con un movimiento de la cabeza su cuadrada melena gris, los estudiantes empezaron a aplaudir su caluroso discurso: un digno comienzo para un nuevo curso escolar.
—Y ahora, vamos a nuestro «pensamiento del día…».
—Ni caso a esa vieja chocha. —La voz de Laura Rigg cayó en el oído izquierdo de Lis con líquida suavidad—. Todo el mundo sabe que quien manda en el Instituto de Fulton soy yo. ¡Bienvenida a mi instituto!