El espía
ESA NOCHE, LIS SE ENCONTRÓ SOLA en el salón de casa. Agotados por su trabajo de padres, Sarah y Max se habían acostado temprano, dejando a Lis a solas con la ancha pantalla de televisión. Estuvo zapeando sin ton ni son, rehuyendo las noticias sobre la investigación del asesinato de Laura. Según el comunicado de aquel día, la culpa la tenía Internet.
Lis se había zambullido en la bañera durante más de una hora, pero estaba convencida de que el olor del apartamento de la señora Gillespie seguía allí, en su piel. Se sentía sucia, y no era solo por el apartamento. Los hechos y la ficción estaban empezando a desdibujar sus fronteras. Los hechos: Laura estaba muerta; alguien había afanado un libro de la tienda de la señora Gillespie; Lis tenía pesadillas. La ficción: había habido brujas en Hollow Pike, en otro tiempo; el asesinato de Laura guardaba relación con la brujería; los sueños de Lis eran un mensaje del Más Allá. Tenía que desprenderse de la ficción, que estaba amenazando con volverla tan loca como la señora Gillespie.
Lis bajó las piernas del sofá de cuero y se fue hacia las puertas correderas que daban a la terraza de delante. El helado aire de la noche era punzante, pero ella lo aceptó con gusto, esperando que ayudara a despejarle la cabeza. Sentía la frustración en todo su ser.
¿Cuándo se había vuelto todo tan confuso? Hacía muy pocos años, la vida de Lis había consistido nada más que en clases de ballet y en presentar su cobaya al premio a la mejor mascota de la feria de Bangor. Se suponía que Hollow Pike iba a ser un nuevo comienzo, y aunque había conocido a algunas de las personas más interesantes del pueblo, nunca había tenido tanto miedo. Cada vez que cerraba los ojos veía aquella mano plateada en el árbol de la floresta.
Todo cuanto había sucedido en Bangor, aquella punzada cotidiana de terror que sentía de camino al instituto, todo parecía de pronto leve e intrascendente. No era más que el acoso típico del instituto: burlas, motes, escupitajos… Casi le daban ganas de regresar a todo aquello. Desde luego, odiaba al instituto entero, pero al menos allí podría hacer como que nada de aquello había sucedido. En Gales no habían matado a nadie.
Algo que se movió abajo en la calle llamó su atención. Era una silueta agazapada en el callejón cubierto de grava, al otro lado de la carretera. Era un callejón privado, estrecho, que llevaba a la vieja casita donde vivían los vecinos.
La silueta se detuvo aparentemente, mirando a la terraza de ella. Lis le hizo un alegre gesto con la mano, pensando que sería tan solo el señor Carruthers, el anciano que vivía en la casita, que habría salido a sacar alguna bolsa para los contenedores de reciclado o algo así. Pero la silueta no devolvió el gesto. Por el contrario, se quedó entre las sombras, lejos de las farolas, sin moverse, observando.
Lis se apoyó en la barandilla, entrecerrando los ojos para aguzar la vista. El espía estaba tan protegido por la oscuridad que era imposible saber siquiera si era un hombre o una mujer. Quienquiera que fuera estaba quieto como un maniquí, con la cabeza levemente ladeada, como si la estuviera evaluando. Observándola. Observándola tal como la había observado la urraca de la floresta.
Algo se restregó contra su piel, y ella lanzó un grito. Al volverse, vio que Sasha había salido, apretándose, por la rendija que había dejado en la puerta.
—¡Dios mío! —chilló, agarrando con una mano el collar del perro—. ¡Me has dado un susto de muerte!
Se volvió hacia la calle. El sinuoso callejón estaba vacío. El espía se había ido.
Antes de irse a la cama, Lis comprobó que cada puerta y ventana de la casa estuviera bien cerrada.
La cafetería apestaba a patatas fritas y vinagre, y Lis estaba sentada a la mesa con sus amigos, quieta como una estatua. Se había pedido una hamburguesa vegetal, pero no conseguía ni siquiera llevársela a los labios, pues su apetito parecía huir en desbandada.
—¿Eso era todo? ¿Que alguien mangó un libro? —Jack se metió una patata en la boca.
—Sí, pero un libro de brujas… —dijo Lis entre dientes.
—Lis, tienes que relajarte, encanto… —Delilah alargó la mano por encima de la mesa y le acarició la suya.
—En serio —corroboró Kitty.
Lis se inclinó hacia ellas.
—Pero hay más. Ya sé que va a parecer que no estoy bien, pero me parece que el viernes por la noche había alguien vigilando mi casa.
Sus amigos la miraron escépticos.
—¿Estás segura? —preguntó Kitty.
—Bueno, al principio pensé que era el anciano que vive bajando por la carretera, pero luego me di cuenta de que no. Aquella… silueta… simplemente estaba allí, mirándome.
—Tú estás para que te miren, reconócelo —dijo Jack riéndose.
Lis tuvo que reírse también al oír aquello.
—¿No os importa lo más mínimo que haya un asesino suelto en el pueblo?
—No —dijo Kitty negando al mismo tiempo con la cabeza—. Cualquiera que conociera a Laura querría verla muerta. Francamente, es sorprendente que nadie la quitara de en medio antes. Y ahora, Lis, por el amorcito del niño Jesús, ¡DÉJALO ESTAR!
Un tono fulgurante proveniente del bolso de Lis anunció la llegada de un mensaje nuevo. Lis sacó el móvil y lo abrió. Era Danny. ¡Maldita sea, se había olvidado completamente de Danny!
«Eh, Lis, como t va? Aun quieres hacer algo la semna q viene? D xx».
—¿De qué se trata, Lis? —preguntó Jack mirando por encima de su hombro.
Sin separar los ojos del mensaje, Lis colocó el teléfono sobre la mesa grasienta con cuidado, como si pudiera desaparecer.
—Es Danny, que pregunta por nuestra cita. Quiere hacer algo en las vacaciones de mitad de trimestre.
Gran error. Sus tres amigos estallaron en una explosión de burlas.
—Lis y Danny sentados en un árbol… —canturreó Delilah.
—Lis Marriott… Señora de Marriott, Marriott-London… ¡ah, esto suena a nombre de hotel! —exclamó Jack entre risas.
—¡Cierra la boca! —le soltó Lis, aunque no pudo evitar que le asomara al rostro una sonrisa. Después de tantas semanas, los demás sabían perfectamente lo que ella sentía por Danny. La turbia niebla de la muerte de Laura había abandonado la cafetería.
—Lo siento —dijo Kitty riéndose—. ¡Solo nos burlamos porque nos hace gracia que armes tanto revuelo por algo tan simple!
—¡Ya, ya lo sé! No puedo explicarlo… Quiero decir, he estado con otros chicos…
—¿Ah, sí? —dijo Delilah con recochineo, provocando carcajadas en Kitty, mientras Jack hacía un gesto obsceno con la lengua.
—¡Sois asquerosos! —dijo Lis riéndose—. ¡No me refería a eso! Lo que quería decir es que nunca me había pasado esto. En Gales, o no me entusiasmaba el chico con el que salía, o no le entusiasmaba yo. Esta es la primera vez que quedo con un chico que me gusta…
—¡Y al que le gustas! —declaró Delilah, muy contenta.
Lis sonrió.
—No sé por qué, pero él parece bastante entusiasmado.
—¡Ah, no tengo ni idea de por qué le puedo gustar con mi larga cabellera cautivadora y mis ojos de Bambi y mis impresionantes tetas! —dijo Jack poniendo una sonrisa tonta y una falsa voz de niña.
—¡Vete a la mierda! —respondió Lis riéndose.
Aquel era el momento más relajado que Lis había vivido en mucho tiempo. Se sentía bien, como si las últimas semanas no hubieran tenido lugar.
—Entonces, ¿tenemos que presumir que Danny Marriott sería el primero? —preguntó Delilah de forma directa, calmando el escándalo de la mesa.
—Eh… presumiríais correctamente —Lis dijo, atropellándose un poco con las palabras—. El año pasado, en décimo, se quedaron embarazadas cuatro chicas de mi clase. No juzgo a nadie, pero no es eso lo que yo quiero para mí, así que soy bastante mirada.
—Nos parece bien —dijo Jack asintiendo con la cabeza—. El año pasado Gemma Cutler dio a luz un niño en los aseos… ¡y todo el mundo la juzgó bastante!
Los cuatro se echaron a reír a carcajadas, las chicas balanceándose sin control en las sillas.
—Vale, Jack. ¡Por esa sí que vas a ir al infierno! —dijo Lis.
Jack no respondió, sino que alargó el brazo hasta el otro lado de la mesa y le cogió el teléfono.
—¡Perdona! ¿Qué estás haciendo?
—¡Le estoy respondiendo a Danny!
—¡No!, ¡serás puñetero, no te atreverás…!
—Vale, pues hazlo tú.
Todos los rostros la miraron.
—No estoy segura de si voy a aceptar la cita o no —confesó Lis.
—Lis, ¿por qué no? —preguntó Kitty con los ojos como platos—. Has estado obsesionada con él desde que llegaste aquí. Ahora tienes tu gran oportunidad.
Lis lanzó un suspiro.
—No me entiendas mal, quiero ir, es solo que… con todo eso del asesinato…
—¡Por eso precisamente tienes que ir a la cita! —le ordenó Jack.
—¿Por qué?
—Calma y adelante, y todo eso que se dice. ¡Nadie te quita de tener novio!
Kitty y Delilah sonrieron para animarla y señalar que pensaban lo mismo que él.
Jack prosiguió:
—Tienes que salir con Danny. ¡Eres la única con posibilidades de una relación normal!
—Eh… ¿perdona? —Delilah indicó con un gesto la pareja que formaban Kitty y ella, apretujadas en el banco de la cafetería.
—¡Cierra el pico, yo no os vi a ninguna de las dos en la marcha del Orgullo! —dijo Jack con severidad.
—¿De verdad? ¿No me digas que tú si que fuiste? —contestó Kitty.
Jack le lanzó una mirada malévola con una sonrisa torcida hacia un lado.
—¡Vale, lo siento! Pero eso demuestra lo que quiero decir… solo porque nosotros seamos unos frikis, eso no quiere decir que tú no puedas tener un novio como Dios manda. Además, Danny es encantador. Y sexy.
Lis notó que las comisuras de su propia boca se le curvaban un poco hacia arriba. Nunca había tenido amigos así. Amigos que quisieran verla mejor, no peor. Sus caras de ansia eran como espejos en los que ella se podía ver con claridad.
—¿Y bien? ¿Vas a contestarle o le contesto yo? —preguntó Jack.
—¿Debo hacerlo? —preguntó Lis.
Tres cabezas asintieron con entusiasmo moviéndose de arriba abajo, y tres bocas sonreían mientras ella escribía la respuesta en el móvil. Le gustara o no, iba a quedar con Danny Marriott. Y, la verdad, le gustaba…