Sombras

PESE AL GENEROSO CALOR que desprendía la estufa de madera, la terraza a la que daba el dormitorio de Lis estaba decididamente helada al caer la noche. Lo ocurrido al comienzo de la tarde pesaba en su mente. Lis le había dado muchas vueltas en la cabeza, y comprendía que no podía por ningún medio haber evitado el ataque lanzado contra Poppy. Ni siquiera sabía lo que iba a ocurrir, y a la malvada y vengativa Laura no había quien la detuviera.

Aparte de eso, sin duda sería mejor estar con Laura que contra ella. Siempre y cuando mantuviera la cabeza gacha e hiciera lo que le dijera, Lis se imaginaba que la abeja reina no tendría motivo para clavarle el aguijón. No le gustaba admitirlo, pero estar al lado de Laura aquel día le había hecho sentirse especial, más bella. Y después de todo lo que había pasado en Bangor, estaba necesitada de este tipo de reafirmación.

Sarah salió a la terraza con dos copas y una botella de vino.

—¡Arriba ese ánimo, Lis! Has sobrevivido al primer día. A partir de aquí ya todo será más fácil. —Sarah le sirvió a Lis una copa de pinot gris[6]—. Esto solo te lo permito porque es tu primer día. No se lo digas a mamá.

Lis se rió, y levantó las rodillas hasta el pecho.

—Lo prometo.

—Venga, guapa, cuéntamelo todo sobre esa pesadilla.

En cuanto le mencionó a Sarah lo de sus sueños, Lis se arrepintió. ¿Qué clase de blandengue de quince años admite que tiene pesadillas aterradoras? Lo que le había ocurrido había sido un regreso a la época en que tenía once años y Sarah era su principal confidente. En aquel entonces, ellas dos veían películas antiguas en la habitación de Sarah mientras su madre dormía. Sarah, doce años mayor, había tenido siempre las respuestas que necesitaba ella, y las sesiones de cine inevitablemente se convertían en sesiones de terapia.

—Es una tontería.

—No, no lo es. Me acuerdo cuando tenías seis años y soñaste lo de meter todos los animales de granja en un barco. Al día siguiente, ¡se inundó la mitad de Bethesda! «Una niña de sueño inquieto», dijo el médico…

Lis lanzó un hondo suspiro y sorbió un largo trago de vino. No le gustó especialmente, pero parecía el tipo de cosa que debería gustarle.

—Bueno, vas a pensar que estoy chiflada de verdad.

—¡Eso ya lo pienso, así que no te preocupes! —respondió Sarah riéndose.

—¡Serás…! —repuso Lis con una sonrisa—. Bueno, la primera vez que tuve ese sueño fue como hace un mes.

—Sigue…

—Es siempre igual. Me encuentro en un bosque… que tal vez sea la Floresta de Pike, no estoy segura —prosiguió Lis—, y voy por un arroyo, avanzando a gatas. Estoy cubierta de sangre, y hace mucho frío. Es como si intentara escapar de alguien, pero no sé de quién. Y siempre termina de la misma manera… alguien me agarra del pelo…

Lis explicó con detalle cada aspecto del sueño. Ya no se acordaba de lo bien que escuchaba su hermana, cuyos ojos sabían sufrir con las interminables noches de sueño imposible de Lis. Sarah escuchó asintiendo con la cabeza, sin interrumpir ni burlarse de nada, hasta que Lis se lo hubo contado todo, incluyendo el extraño incidente ocurrido en la vida real con la urraca de la Floresta de Pike.

Cuando acabó, Sarah se reclinó en su silla de jardín, procesando la información.

—Un arroyo de sangre, ¿eh? ¿Estás segura de que no vas a tener la regla? —le preguntó, aguantando una cara muy seria durante todo el tiempo que pudo antes de estallar en carcajadas.

—Pues no, so insolente —respondió Lis, balanceándose en su silla, y riéndose también. Sarah tenía la habilidad de tomarse con humor incluso las situaciones más serias.

—Vale, ahora en serio, Lis. Estoy segura de que no es más que un sueño que responde a algo que te está angustiando. Estabas pasándolo mal en el instituto, y entonces tomaste la importante decisión de dejar a mamá y venirte a Hollow Pike. Cuando me vine yo para cuidar a la abuela, me sentí fatal durante meses, por haberos dejado allí a mamá y a ti. Pero lo superé. Las pesadillas no son más que la manera que tiene el cerebro de tratar con todo eso.

Con la mente en Babia, Lis utilizó el dedo para limpiar el brillo de labios que había quedado en el borde de la copa. Lo que decía su hermana parecía sensato.

—Seguramente tienes razón. En realidad, no he vuelto a tener el sueño desde que estoy aquí.

—¿Lo ves? Intenta no preocuparte, porque eso solo empeoraría las cosas. Apuesto a que las pesadillas desaparecerán a medida que te vayas adaptando a esto. —Sarah esbozó una luminosa sonrisa—. Dormir bien por las noches lo cambia todo.

Aunque tenía la mente muy llena de cosas, la charla con Sarah apaciguó sus pensamientos. Esa noche, acostada en su cama y un poco atontada por el vino, el recuerdo de Laura, Poppy, Kitty y Danny fue apagándose poco a poco. Y se fue apoderando de ella un sueño espeso y vacío.

Abrió los ojos de repente. Por un instante, se encontró desorientada, esperando encontrar su viejo dormitorio de Gales. Le parecía que llevaba décadas dormida, y, sin embargo, fuera seguía completamente oscuro, como si faltaran horas para que rayara el alba. ¿Por qué se había despertado? Completamente despejada, miró más allá de los pies de la cama, a las puertas que daban a la terraza.

La perlada luz de la luna brillaba sobre la crujiente ropa blanca de la cama, y comprendió que había olvidado correr las cortinas para tapar las puertas de cristal. Por algún motivo, se sentía ahora expuesta y vulnerable, con los ojos de la noche sobre su cuerpo. Casi sin fuerzas, apartó el edredón y salió de la cama para ir a correr las cortinas, pero se quedó paralizada al distinguir una sombra alta y angulosa que cruzaba la terraza. Se echó hacia atrás, apretando la espalda al frío yeso de la pared. ¡Allí fuera había alguien! Si no se movía, no la verían. Cerró con fuerza los ojos y contuvo el aliento. Y escuchó, tratando de captar un movimiento, una pisada. Nada…

Se atrevió a abrir un ojo. Las sombras de los árboles se estiraban hacia su puerta, pero nada se movía. Hay un motivo para que las películas muestren siempre las ramas como dedos de esqueletos, y es que eso es lo que parecen exactamente en las silenciosas horas de la madrugada. Pero aquella sombra no había sido una mera sombra de árbol, de eso Lis estaba segura. Se había movido demasiado rápido. Alguien había pasado de un lado al otro de la terraza. Solo entonces empezó a tener dudas: ¿y si lo hubiera soñado? No sería el primer sueño que le parecería real…

Buscó el móvil. La pantalla mostraba un 12.54. Aún era la hora de las brujas. La cabeza parecía que iba a estallarle al recordar las patrañas que contaban Harry y Laura sobre las brujas de Hollow Pike. Era curioso, pensó Lis, cómo cualquier cosa parecía posible en medio de la noche. Aquellos cuentos de hadas resultaban casi cómicos en el instituto, y sin embargo a aquellas horas ya no eran tan divertidos.

No conseguiría dormir con las cortinas abiertas. Así que hizo un esfuerzo y se acercó a las puertas acristaladas. Volvió a observar la terraza. El corazón se negaba a latir con calma. El jardín estaba en silencio, quieto, sereno. ¿Qué le estaba pasando? Estaba demasiado nerviosa. ¿Es que había tomado demasiado Red Bull, o algo así? ¿Era el vino?

De pronto algo se movió, y Lis volvió a echarse hacia atrás. Agarrada al recio armazón de la cama, comprobó que no era más que un pájaro. ¡Otro puñetero pajarraco! Este era enorme, completamente negro y bien acicalado, como hecho de terciopelo. Un cuervo o un grajo… ¿eran el mismo pájaro? No estaba segura. Se había posado en el respaldo de una de las sillas de la terraza, y la miraba con los ojos fijos en ella, mientras Lis se acercaba a las puertas. Como la urraca, aquel ave se mostraba descarada, no se cohibía ante su presencia.

Nunca había visto un cuervo tan de cerca. Tenía una belleza extraña, y la curva del pico era en cierto sentido elegante. Por un instante, ella y él se midieron uno al otro, el ave ladeando socarronamente la cabeza. Tal vez el cuervo, al posarse, hubiera proyectado aquella sombra que había cruzado la terraza. Eso tenía que ser. Esta idea vino a darle la razón y a tranquilizarla: de ser así, no habrían sido solo imaginaciones suyas, al fin y al cabo.

Corriendo las cortinas, se volvió a la cama, pero caminando hacia atrás, sin apartar los ojos de las puertas. Por si acaso.