Preguntas y respuestas

LIS SE FUE A CASA y durmió el resto del día. Se hizo oscuro. Oía que su hermana y Max hablaban en voz baja cerca de la puerta de su habitación, pero ella siguió hibernando bajo el edredón. Algo más tarde, Sarah llamó a la puerta y entró con una taza de té y un sándwich de queso caliente, pero Lis seguía escondida bajo el edredón. Allí dentro, el asesinato de Laura no era real.

Durmió toda la noche, y cuando la luz de vainilla del alba traspasó las cortinas, se dio la vuelta hacia la pared, y siguió con los ojos cerrados.

Dormitó, soñando que Laura estaba vivita y coleando, y que su muerte no había sido más que una pesadilla. Eso era un dulce alivio, pero cada vez que despertaba, Lis experimentaba la desgarradora perspectiva de que uno de sus mejores amigos podía ser un asesino a sangre fría. Era una agonía.

Su mente repasaba una y otra vez la conversación que Laura y ella habían tenido al borde de la floresta. Recordaba los ojos angustiados de Laura, tan llenos de secretos. ¿Había sabido algo? ¿En qué se había visto atrapada? Fuera lo que fuera, el resultado había sido su muerte. Y lo peor de todo: ¿tenía las respuestas alguno de sus amigos? Demasiadas preguntas. Era como si le desgarraran el cerebro en trozos.

La propia Lis había deseado la muerte de Laura: había que tener cuidado con los propios deseos.

Era casi mediodía cuando despertó, hambrienta. Una lluvia fuerte aporreaba las puertas del patio, y de vez en cuando retumbaba el bramido del trueno.

¿Había alguna posibilidad de escapar de aquel día? Lis refunfuñó y retiró el edredón con los pies. No: aquel día tenía que ver a sus amigos. Había preguntas difíciles que exigían respuesta imperiosamente.

Se puso una bata de felpa y recorrió el pasillo. Desde lo alto de la escalera oyó voces que procedían de la cocina. Sarah le decía cosas a Logan, y Logan le respondía con balbuceos. Resultaba tan normal, tan real, tan reconfortante…

Sorprendida al ver entrar en la cocina a Lis, Sarah levantó la vista del periódico que estaba leyendo.

—¡Dichosos los ojos que te ven! —le dijo sonriendo cálidamente—. ¿Qué tal estás?

Logan estaba jugando feliz en el suelo, con unas tazas de plástico. Sus manitas y su mechón de pelo rubio y suave quebraron el cascarón de Lis. Cruzando la cocina, recogió en los brazos a su sobrino y lo apretó contra ella.

—¿Lis? —dijo Sarah con dulzura.

—Estoy bien, de verdad. Solo necesitaba dormir.

—A mí me pasa lo mismo cuando estoy depre. Pero todo parece mejor por la mañana.

Lis sintió que le caían lágrimas por los ojos, y besó a Logan en la cabecita, aspirando el aroma a talco y a loción de bebé.

—¿Quieres comer algo? —preguntó Sarah.

—Sí, porfa —respondió Lis—, ¡me muero de hambre! ¿Hay fruta? Tengo antojo de fruta, helado y tortitas.

—Concedido, concedido y concedido. —Sarah se levantó de la silla—. Tú pon la tetera.

Lis posó a Logan, que estaba empezando a moverse para escaparse, y llenó enseguida la tetera de agua. Al inclinarse contra la encimera, vio el periódico de Sarah. Le costó un segundo comprender que el rostro de la primera página era el de su antigua mejor amiga y peor enemiga.

Sarah se dio la vuelta desde la nevera, con las manos llenas de huevos y de helado. Se quedó parada, comprendiendo por qué Lis había dejado de hacer lo que estaba haciendo.

—¡Ay, Dios! ¡Lis, lo siento! ¡No mires eso!

Lis negó con la cabeza.

—No, no pasa nada. Todo esto ha ocurrido de verdad. Tengo que asimilarlo, ¿no? —Se sentó en una silla ante la gran mesa de la cocina, y respiró hondo antes de empezar a leer.

La Policía del Norte de Yorkshire prosigue hoy las pesquisas más importantes de su historia con la búsqueda del asesino de la estudiante de Hollow Pike, Laura Rigg, de quince años de edad, cuyo cuerpo fue encontrado en la Floresta de Pike, cerca de Fulton, ayer por la mañana. Un portavoz rehusó hacer comentarios sobre el creciente rumor de que se ha tratado de un asesinato ritual. La policía está interrogando a muchos testigos, incluyendo los padres de Laura y amigos del instituto, aunque han aclarado que no se ha realizado hasta el momento ningún arresto.

—Es triste que la gente siempre piense que son los padres —comentó Lis, leyendo entre líneas—. ¿No es enfermizo?

Sarah se sentó a su lado y le frotó la mano.

—Lo sé, pero así es el mundo en que vivimos. Tendrías que haber oído ayer las conversaciones en la oficina de correos. Cuánto chismorreo.

Lis recordó la discusión que Laura y su padre habían tenido en público en el pueblo. Seguramente eso no quería decir nada, ¿no? Seguramente no era más que una rabieta de niña creída.

—¿Qué crees que quieren decir con lo de «asesinato ritual»? —murmuró Lis.

—No tengo ni idea, cielo. No quiero ni pensarlo.

La noticia proseguía en la tercera página. No se ofrecía más información de cómo había muerto Laura y, aunque Lis no quería conocer los detalles más truculentos, las palabras «asesinato ritual» le habían despertado sus propios terrores. Los rituales podían incluir capas con capucha y puñales de ceremonia: el tipo de cosas que ella y sus amigos habían utilizado aquella noche, inspirados por lo que había visto Lis en el libro de la señora Gillespie.

Lo que resultaba más deprimente eran los alumnos que ofrecían sus loas a Laura, sin duda con dinero de por medio, en aquel periodicucho de mala muerte. Había una foto de Laura con Poppy Hewitt-Smith, la víctima de la cola de caballo. Lis sabía que Poppy y Laura se odiaban una a la otra, y sin embargo allí estaban, sonriendo para la inmortalidad: «Como hermanas», decía el pie de foto. La foto parecía ser de unos dos años atrás. Puaj, Poppy era un vampiro que se alimentaba de la muerte de Laura. Lis cerró el periódico de golpe y lo tiró al otro lado de la cocina, donde cayó en el cubo de reciclado de papel.

—¿Estás bien? —preguntó Sarah.

—Sí. Supongo que no será fácil.

Sarah sirvió el té.

—Bueno, hay otra cosa, Lis…

—Dilo.

Posando la taza de té al lado de Lis, Sarah empezó a mezclar la masa de los crepes.

—Bueno, mientras dormías, hemos recibido una llamada de la policía.

—¿Qué? —estalló Lis, y casi se le cae el té.

—¡No te preocupes! —se apresuró a decir Sarah—. Están hablando con casi todos los de tu clase. Solo quieren reunir información sobre los últimos días. Dijeron que no había nada de lo que preocuparse.

«¡Ah, si fuera así de verdad!», pensó Lis.

Dos horas después, Lis se encontraba mirando hacia el otro lado del aparcamiento. Una cortina de agua caía sobre el asfalto, tras la cual se podía distinguir la silueta de la comisaría de policía.

—De acuerdo, estoy lista —dijo con un suspiro.

—¿Estás segura? —preguntó Max con su cerrado acento de Yorkshire. Mientras Sarah se quedaba con Logan, Max había dejado su trabajo para acompañar a Lis—: Ya sabes que no tienes por qué entrar hoy. Dijeron que «cuando nos viniera bien».

Lis se volvió hacia él y trató de sonreír.

—¿Para qué vamos a esperar? Es mejor decidirse y pasar el mal trago cuanto antes.

Max abrió un enorme paraguas de golf, tapó con él a Lis y a sí mismo, y echaron a correr bajo el aguacero. Lis nunca había visto llover de aquella manera. Incluso aquella breve carrera fue suficiente para empapar a los dos antes de que llegaran a las puertas automáticas.

La comisaría de policía de Fulton era pequeña, de pueblo, pero tenía aquel extraño aire de ayuntamiento, con carteles viejos doblados por los bordes y folletos que cubrían rasgadas sillas de vinilo. Lis se sentó, tirando del material de relleno del asiento, que estaba expuesto al aire, mientras Max hablaba con el agente que estaba en información. Aquel lugar era casi tan caótico como había sido el gimnasio. Estaba claro que la comisaría de aquel sitio se veía desbordada al tener que manejar un asunto como aquel.

—Lis, tenemos que esperar aquí. —Max le hizo una seña para que pasara a través de una puerta de seguridad, y Lis se encontró en otra sala de espera casi idéntica. Se preguntó si la comisaría entera no sería como un grabado de Escher, en la que podría empezar a atravesar puertas solo para descubrir otra nueva sala idéntica detrás de cada puerta.

—Tengo que ir al aseo —dijo Lis, que se sentía cada vez más nerviosa.

—Vale, cielo, yo estaré aquí.

Lis dejó la sala de espera y recorrió el largo pasillo buscando el aseo de señoras. Dobló una esquina y vio los aseos junto a una alta máquina de café de color marrón. De repente, oyó una voz familiar.

—¿Tienes idea de lo embarazoso que resulta esto? —Era el padre de Kitty. Tenía un pelo gris cortado cortísimo, y barba a juego, además de una piel de color caoba muy oscura. Puede que fuera incluso más alto que Max, y eso era decir mucho. Él se alzaba por encima de una aterrorizada Kitty, que estaba puesta contra la máquina expendedora. Su amiga había estado llorando, y no llevaba puesto el maquillaje que era tan característico de ella. Parecía de menor edad. Rápidamente, Lis volvió a esconderse en la esquina, pero se quedó allí, donde podía oír.

—Lo siento mucho. Pienso que tendría que habértelo dicho antes —dijo Kitty. Los dos hablaban en voz muy baja.

—¿Ah, sí? —repuso su padre, furioso—. ¿O sea que piensas?

—¿Qué más puedo decir? ¡Lo siento! —En la voz de Kitty no había ni asomo de su habitual frialdad.

—Catalina, ¿crees que recibirás un trato especial por ser hija mía?

—¡Claro que no! —respondió ella con amargos sollozos.

—¡No te creas tan lista, jovencita! —le gruñó—. Y ahora ¿estás segura de que no quieres añadir nada más antes de irte? Porque si averiguo que has «olvidado» algo, te haré arrestar, ¡te lo prometo!

Lis se estremeció al oír aquello. Era algo doloroso de escuchar desde fuera, así que no podía imaginarse cómo sería recibir en carne propia aquellas amenazas. Jack tenía razón: el padre de Kitty era el hombre más aterrador del mundo.

—Eso es todo —dijo Kitty—, tuvimos una pelea en la fiesta de Danny. Ni siquiera una pelea de verdad. Laura se estaba burlando de Delilah, así que le di una bofetada y las dos caímos por la escalera. Eso es todo, papá, te lo prometo. ¡No tuvo nada que ver con lo que ha sucedido!

Su padre se quedó un momento callado.

—Vale, desaparece de mi vista.

Lis oyó acercarse los pasos de Kitty. Acto seguido empezó a andar, tratando de parecer lo más indiferente posible. Kitty y su padre casi se chocan con ella.

—¡Lis! —exclamó Kitty muy sorprendida—. He intentado llamarte cien veces. Tenías el teléfono apagado. Yo…

—¡Suficiente! —espetó su padre—. Vete a casa, Catalina. Ya hablaremos más tarde.

Kitty pasó la mirada de Lis a su padre, y prefirió no discutir.

—Me llamas después, ¿vale? —le dijo a Lis, y salió a toda prisa.

El padre de Kitty se dirigió entonces a Lis:

—Bien, tú eres Elisabeth London, ¿no? Yo soy el inspector Keith Monroe. Te tengo apuntada como mi próxima entrevista.

Lis y Max fueron conducidos a un despacho que ostentaba el letrero «Entrevista 1». Una agente estaba tranquilamente sentada ante una mesa, en el cuarto húmedo y caluroso. Lo único que se oía allí era el aguacero golpeando contra la ventana de un solo cristal.

—Esta es mi colega Alison Price, que tomará notas mientras nosotros hablamos —explicó el inspector Monroe, haciéndoles un gesto para que se sentaran—. Intenta relajarte, Elisabeth, tú no estás metida en ningún lío. —Ahora el inspector estaba imbuido del encanto de los nativos de Yorkshire, pero Lis no podía olvidar la manera en que había tratado a Kitty.

—Todo el mundo me llama Lis —farfulló ella.

—De acuerdo. Bueno, Lis, nosotros necesitamos reunir tanta información como sea posible sobre los últimos días de Laura. Hemos hablado con todos sus amigos en el instituto, y ha salido tu nombre a relucir. Por eso queríamos hablar contigo.

Lis asintió moviendo lentamente la cabeza de arriba abajo. Bajo la mesa, Max le cogió la mano y se la apretó para infundirle valor.

—Ahora necesitamos saber todo lo que nos puedas contar. Hay cosas que pueden parecer intrascendentes, pero nunca se sabe cuándo algo podría ser la pequeña pieza que faltaba en el gran rompecabezas, ¿me comprendes?

—Claro —dijo ella en poco más que un susurro. Se aclaró la garganta con fuerza—. ¿Qué quiere saber? —El corazón le palpitaba en el pecho tan fuerte que Lis pensó que el inspector podría oír los latidos, retumbando: «soy yo, soy yo, soy yo». ¿Habrían confesado su pequeño juego Kitty, Jack y Delilah? Recordó que Delilah había insistido en que no escribieran nada para no dejar pruebas. ¿Por qué iban luego a ir y contárselo todo a la policía? Claro que entonces todo había sido hipotético, al menos para ella. Ahora era algo real. Tan solo respondería a las preguntas, decidió.

—Bueno. Algo que se ha comentado unas cuantas veces es que Laura había molestado a bastantes personas en el instituto. ¿Es verdad? Sé sincera. Y ve al grano.

—Bueno, sí. Laura podía ser realmente mala, me parece.

—¿De qué manera?

—Bueno… era grosera con mucha gente. Y cruel. Realmente cruel.

—¿Fue cruel contigo?

Santo Dios, ya veía adónde quería ir a parar. Max volvió a apretarle la mano.

«Sé sincera, nada más», se dijo Lis. Ella no había hecho nada malo. No tenía nada que ver con la verdadera muerte de Laura. La muerte hipotética era otra cuestión completamente distinta.

—Sí. Le dijo a todo el mundo que yo vivía con mi hermana porque había dado a mi bebé en adopción, o algo así. Es mentira, pero me dio mucha vergüenza.

—¡No nos dijiste nada de eso, cielo! —Max se mostró asustado.

—No es el tipo de cosa que me encanta compartir, Max.

Él exhaló una gran cantidad de aire por la nariz, y volvió a quedarse callado.

—¿La cosa acabó ahí? —preguntó el inspector Monroe.

—Sí. Hablé con el señor Gray, el tutor de mi clase. Dijo que la señora Dandehunt se estaba encargando del asunto. Laura se estaba metiendo con la mitad del instituto, ¡no era solo conmigo! —La rabia empezó a despertar en su interior. ¿Pensarían que podría haber matado a Laura por una diablura tonta? Por supuesto, había sido aquel correo electrónico el que había provocado que planearan la muerte de Laura, pero eso no tenía nada que ver.

Monroe se relajó en su silla. Era una especie de gesto de disculpa.

—Lis, no tratábamos de insinuar que hubieras hecho nada. Simplemente necesitamos conocer cada lado de la historia. Ya hemos charlado con el señor Gray, y nos dijo exactamente lo mismo que nos has dicho tú.

Lis asintió con la cabeza, ya más tranquila.

—¿Sabes de alguien que quisiera hacerle daño a Laura?

«Cualquiera que la conociera», pensó, pero dijo:

—No. —Y se quedó callada un momento—. No sé.

—¿Cómo es eso?

Lis miró a Monroe fijamente a los ojos, sin pestañear.

—¿Laura era desagradable? Sí. ¿Molestaba a un montón de personas? Sí. ¿Se me ocurre alguien lo bastante malo para querer matarla? No.

Con la última palabra, su voz se quebró en un sollozo. Era verdad. ¿Pensaba de verdad que Kitty, Jack o Delilah podrían haber asesinado a Laura? No, tenía que creer que ellos eran inocentes. Pero ¿y si no lo eran? Sintió como si un ácido le quemara las entrañas.

Monroe la observó por un momento con mirada astuta, y Lis contuvo el aliento. Al final el inspector apartó la mirada, aceptando, al menos en apariencia, hasta la última palabra que ella había pronunciado.

Empapada y fatigada, Lis subió la escalera hasta la puerta lateral. El regreso a casa había sido misteriosamente silencioso, sin un ápice de la conversación chistosa que solía mantener con Max. Tan pronto como entraron en la casa, Lis se dirigió a su dormitorio, deseosa de volver a refugiarse bajo las mantas. Solo tenía que atravesar el salón.

—Elisabeth May London, ¿se puede saber qué ocurre? —¡Ah!, Sarah hablaba en serio cuando hasta le ponía su segundo nombre. También Logan la miraba de modo acusador… ¿qué sabía él? ¡Ni siquiera tenía un año cumplido!

Lis se dejó caer sobre el sofá.

—Ha sido horrible, Sarah. —Apenas podía encontrar las palabras.

—¿Por qué? —preguntó Sarah.

—Lo ha hecho muy bien —dijo Max desde la cocina—. Has sido muy valiente, pequeña.

—Entonces, ¿qué pasa? —quiso saber Sarah.

—Yo… yo… —¿Podía contárselo a su hermana? ¿Y si la metía en problemas? ¿Y si sus amigos no eran inocentes? ¿Acaso quería poner a Sarah en el disparadero?—. Yo solo… es que… ¡ha ocurrido un asesinato! ¡El asesino podría ser cualquiera!

—¡Serás tonta! Lo que le pasó a Laura no tiene nada que ver contigo.

En ese momento, un sollozo incontrolable sacudió el cuerpo de Lis. Y empezó a temblar, como si el sollozo tratara de encontrar la salida.

Sarah la miró con el rostro lleno de preocupación.

—Si está pasando algo, Lis, tú sabes que puedes contármelo, ¿no? Puedes contármelo todo, cielo.

Lis asintió con la cabeza, sin atreverse a hablar, por miedo a que todos los sucesos de las últimas semanas empezaran a salirle por la boca.

—Solo soy yo, tu hermana. No necesitamos contarle nada ni a mamá ni a Max —prosiguió Sarah, en un leve susurro.

Pero Lis no podía hacer tal cosa, a Sarah no.

—Estoy bien. Es que todo eso de Laura… es como las pesadillas. Solo que esta vez no me despierto. —Le falló la voz.

Con mucho cuidado, Sarah posó a Logan en la alfombra, se fue hacia ella y la envolvió en sus brazos.

—No eres demasiado grande para recibir un abrazo, so boba.

Lis se acurrucó entre los brazos de su hermana, y se llenó los pulmones con su reconfortante aroma.

—¿Qué quieres hacer, cielo? —le preguntó Sarah con suavidad—. ¿Quieres que veamos una película? ¿O quieres que vayamos de tiendas? Soy toda tuya. ¡Te tengo mal atendida!

Lis se puso derecha y se metió el pelo detrás de las orejas. ¿Cuánto podía arriesgarse a contarle a Sarah sobre Laura, los bosques, los rituales, los rumores de que sus nuevas amigas eran brujas? ¿Y qué le podía contar de aquellas pesadillas o, tal como le habían dicho, «advertencias», visiones de lo que estaba por llegar?

—Sarah… ¿conoces las historias sobre Hollow Pike? —empezó Lis.

Sarah se encogió de hombros.

—¿Qué historias?

Lis se retorció en la butaca.

—Ya sabes… sobre la floresta y… las brujas.

Sarah se rió con ganas, echándose para atrás su pelo rubio. Pero viendo la preocupación en el rostro de Lis, enseguida se volvió a poner seria.

—Lo siento, cielo, pensé que estabas bromeando.

—No.

—¡Eso es una cosa muy vieja, mi niña!

Eso no era suficiente.

—Pero ¿has oído esas historias?

Sarah arrugó el ceño. Se arrodilló al lado de Lis, tomando sus manos entre las suyas.

—Lis, mírame: ¡las brujas no existen!

Lis asintió con la cabeza, pero otra lágrima le cayó por la pálida mejilla.

Abrió los ojos. Estaba teniendo un sueño cálido y satisfactorio, pero de repente se había despertado. ¿Por qué? Incorporada en la cama, Lis se retiró el pelo del rostro y miró la luna que brillaba a través de las cortinas.

Podía oírles hablar a lo lejos. ¿Sarah y Max? Una rápida mirada al móvil confirmó que era la una y cuarto de la madrugada. Tal vez el pequeño Logan estuviera pasando una mala noche. Aguzó el oído tratando de entender la conversación.

Y entonces se dio cuenta de que no era la voz de Sarah. Ni tampoco la de Max. El que hablaba lo hacía en un susurro bronco, y Lis no podía entender lo que decía.

De repente, algo golpeó contra la puerta de la terraza: tres golpes breves y secos en el cristal. Se echó hacia atrás y se subió el edredón hasta la cara, mientras pegaba la espalda al colchón. Una vez más, había sombras extrañas en la terraza, y esta vez no era posible que estuviera imaginándoselo, ni de que se tratara tan solo de un pájaro.

Se desplazó lentamente en la cama hacia el lado de la puerta, consciente de que cualquier movimiento un poco apresurado alertaría a quien fuera de su presencia.

—Lis… —La palabra sonó esta vez con toda claridad, y dejó a Lis paralizada. No se atrevió ni a parpadear—. ¡Lis! —El tono fue más serio ahora. Amenazador.

La manilla de la puerta crujió cuando una mano escondida intentó accionarla por el otro lado. Oscilaron unas sombras, seguidas de frenéticos forcejeos contra el cristal.

—¡Déjanos entrar! —siseó una segunda voz, más enfadada que la primera. Lis reconoció aquella voz: era Kitty.

Habían venido.

La mano de Lis vaciló ante la manilla de la puerta, temblorosa e indecisa. ¿A quiénes estaba a punto de dejar entrar en su dormitorio? ¿A unos amigos o a unos asesinos?