Brujas
AQUEL SUEÑO SUPERABA A TODOS los demás. ¡Esta vez, Lis había allanado el instituto fuera del horario, había visto cómo secuestraba a su compañera un encapuchado, y después había tirado a su novio por la escalera dándole una patada!
—¿Qué podía significar todo aquello?
«No, espera…».
Sus ojos parpadearon y se abrieron para ver largos rectángulos blancos que pasaban por delante de ellos. ¿Dónde estaba? La nariz le dolía de modo atroz, y en la boca tenía sabor a sangre.
«Dios mío, eso no era un sueño. Danny… el señor Gray… Todo había ocurrido realmente. Todavía estaba ocurriendo».
Lis comprendió que tenía las piernas en el aire. Los rectángulos alargados que había observado eran tubos de neón. La estaban llevando a rastras. Empezando a moverse, Lis se retorció como una anguila, soltando un lastimero grito de socorro.
—¡Cállate, Lis! —dijo el profesor Gray, que era quien la llevaba a rastras. Le juntó los pies para impedir que propinara patadas—. Ya casi hemos llegado, así que no armes tanto jaleo.
Empleando los brazos, Lis trató en vano de empujar en la dirección opuesta, clavando las uñas en las baldosas del suelo, pero no conseguía agarrarse a nada. Gray podía hacer lo que quisiera con ella.
—Lis, ¿te vas a calmar? ¡Solo conseguirás hacerte daño!
Ella soltó un improperio, y trató de liberarse a base de patadas. Empezó a llorar de rabia y miedo.
—Por favor, no llores. Los hombres somos físicamente incapaces de tratar con chicas que lloran. Eso es un hecho de la vida.
Lis soltó otro improperio, esta vez más fuerte. ¿Por qué se estaba comportando el profesor Gray de manera tan absurdamente amable? ¿Por qué no podía terminar el trabajo de una vez?
De repente, la sensación táctil que notaba en la parte de abajo de la espalda cambió, cuando un fuerte empujón de Gray la hizo atravesar el hueco de una puerta y la arrastró hasta una alfombra. Las delicadezas terminaron entonces, cuando él la agarró por el pelo y tiró de ella para ponerla en pie.
Estaban en la G2, que se encontraba abarrotada de gente. La mente de Lis giró desaforadamente en todas direcciones. Percibió el fuerte olor a pimienta de la estancia. Le costó un momento amoldarse a la nueva postura.
Vio primero a Kitty y a Delilah, que estaban ambas atadas a sendas sillas en el centro del aula. El resto de las sillas y mesas estaban esparcidas por el perímetro del aula. Lis ahogó un grito: le alegró ver vivas a sus amigas, pero eso también le infundió terror. Kitty y Delilah estaban terriblemente atadas con cinta de embalar marrón, y no podían mover ni los brazos, ni las piernas, ni la boca. Aquello era algo que uno esperaría ver en el vídeo casero de un terrorista, pero no en la vida real.
Lis se giró en busca de Jack, siempre sujeta por el profesor Gray. No estaba allí. Pero sí había mucha otra gente. Reconoció de inmediato a Jennifer Rigg, la madre de Laura, que permanecía de pie en un rincón, en una postura elegante, y tan pulcra como la había visto en su propia casa. Sentada a su lado y sosteniendo una pila de libros de aspecto antiguo estaba la vieja Daphne, la de la biblioteca.
Aquello era demasiado raro. ¿Por qué no la socorrían? ¿Por qué se quedaban allí todos sentados?
—¡Socorro! —gritó Lis, tambaleándose mientras Gray la empujaba hacia una silla—. ¡Por favor!
Al menos la señora Rigg tuvo la gentileza de apartar la mirada. Aparentemente, Daphne encontraba divertida su exclamación.
—Bienvenida a la clase de español para adultos —se burló el profesor Gray. La empujó contra una silla y, con un rollo de cinta en la mano, Jennifer Rigg se paseó ufana hasta ponerse a su lado. En unos segundos, a Lis le ataron las manos a la espalda.
—Déjale la boca —le pidió Gray—. Ahora, vamos a hablar.
—No comprendo —rogó Lis—. Por favor, suéltenos. ¡Nosotras no hemos hecho nada malo!
Gray la miró, mostrando en los ojos auténtica compasión.
—¿Sabes qué, Lis? —musitó, acercándose tanto a ella que casi le tocaba el cuello con los labios—: Siento muchísimo que seas tú, lo digo de verdad. Imploré que se tratara de cualquier otra persona, pero no… Tenías que ser tú.
—¡No sé lo que quiere decir! —gritó Lis. Vio que a Delilah le caían lágrimas de los ojos. Hasta la dura Kitty tenía los ojos desorbitados de terror.
—¿De verdad que no lo sabes? —dijo Gray sonriendo—. Eso no es cierto, ¿a que no? ¡Bruja!
¿La estaba llamando bruja a ella? ¿No tendría que ser al revés? Observó toda el aula a su alrededor, asimilándolo todo. Había velas encendidas en los alféizares y en la mesa del profesor, donde habían colocado un cuenco de bronce en el que se quemaba incienso, cosa que llenaba el aire con el aroma impactante que Lis ya había percibido. Era como si hubieran vuelto atrás en el tiempo, cientos de años, hasta los días tenebrosos, los más tenebrosos, de la historia de Hollow Pike. Lis recordaba los viejos grabados de antorchas y cuerpos encendidos, y los rostros atormentados de brujas atadas al poste y rodeadas por ansiosas multitudes que las contemplaban con regocijo.
Y entonces lo comprendió. Las brujas de Salem. El rompecabezas estaba completado, ¡y no se trataba de una bonita estampa!
—¿Quiénes sois vosotros? —preguntó en voz baja.
—¡Bueno, eso es exactamente lo que iba a preguntarte yo! —repuso sonriendo—. Nosotros somos los Rectos Protectores. Dudo que hayas oído hablar de nosotros, porque no estamos realmente en la misma onda que los jóvenes. Ni siquiera tenemos página en Facebook.
Pero Lis sí había oído hablar de ellos. De repente lamentó no haberse tomado el tiempo de leer por sí misma el libro de Dandehunt.
—Sí que he oído hablar —repuso.
Los adultos presentes en el aula se pusieron tensos. Jennifer Rigg se quedó completamente pálida.
—Lo sabía. Han estado al tanto de nosotros todo el tiempo.
—Tranquila —le ordenó Gray—. ¿Y qué es lo que has oído?
Lis se quedó un momento callada. ¿Sería mejor callar o decir la verdad? Se imaginó que ya era demasiado tarde para actuar de modo inocente. Al fin y al cabo, eran profesionales.
—Son una especie de grupo religioso… De hace mucho tiempo. ¿Protegen ustedes Hollow Pike? Creo que se dedican a cazar trasgos y fantasmas.
Los adultos se rieron, salvo Gray, cuyo rostro, ensombrecido, amenazaba tormenta.
—¿Crees que se trata de una broma? —gruñó—. ¡Nuestros ancestros fundaron la sociedad de los Rectos Protectores hace casi cuatrocientos años para purgar este pueblo de gente como tú! Aquellos vecinos del lugar llamados «sanadores», o «sabias mujeres», eran pecadores. Danzaban con el demonio, y así pasó lo que pasó: niños que empezaban a desaparecer, enfermedades que se extendían… Las brujas convirtieron este lugar en un pueblo maldito. Nosotros purificamos Hollow Pike.
Se metió la mano por el cuello de la camisa y sacó una delicada cruz de plata que era idéntica a la que Lis le había visto puesta a Jennifer en su casa.
—Nuestras familias han continuado la Obra de Dios durante cientos de años —siguió diciendo.
—¿Están ustedes emparentados?
—No todos. Los nombres cambian con los años, pero todos somos Sterne, como mi primo y mi abuela, aquí presentes. Los Sterne estuvieron ahí desde el comienzo, fueron los más orgullosos cazadores de brujas. Hasta ayudamos a traducir el Malleus Maleficarum. Vosotras no sois las primeras brujas con las que tratamos.
—¡Nosotras no somos brujas! —exclamó Lis con sinceridad.
De nuevo, la pequeña congregación se rió con ganas.
—Entonces ¿cómo os llamáis a vosotras mismas, cielo? —preguntó Daphne desde su silla.
—¡Nada! ¡Yo solo soy una chica!
—¡Lis! —la reprendió Gray—. ¡Tienes la autoestima muy baja! ¡Tú eres mucho más que una simple chica! —El profesor se arrodilló ante ella, para examinarla detenidamente—. ¿No has tenido nunca sueños, Lis…? ¿Sueños en los que ves cosas que aún no han sucedido? ¿Nunca has tenido una sensación de déjà vu que no acababas de comprender? ¿Nunca has notado el modo en que parecen seguirte los pájaros?
Una lágrima le asomó a Lis a los ojos, y le cayó por la mejilla. Él la conocía mejor de lo que se conocía ella misma. Tiró de sus ataduras por probar, pero la habían atado demasiado fuerte.
—No sé lo que quiere decir.
El profesor Gray le secó las lágrimas, y ella se estremeció al notar su contacto.
—Esto es curioso. En el pasado las brujas no lloraban al ser torturadas, ese era un medio de distinguir a un ser maléfico. Tú debes de tener muchísimo poder. Hemos estado observando y escuchando muy atentamente, Lis. ¿Te dice algo el nombre de Rushworth?
Sin contestar nada, asintió con la cabeza. Su abuela, la madre de su madre, se llamaba Vida Rushworth, eso era cierto.
—Todo cambió cuando llegaste tú —le soltó Jennifer—. Empezaron los sueños de Laura…
—Por favor —imploró Lis—. ¡No sé lo que quieren decir!
Gray lanzó un suspiro de impaciencia.
—Bien, supongo que tenemos tiempo para una pequeña lección de Historia. ¿Estás cómoda? Bueno, pues nuestros ancestros, los Rectos Protectores, llegaron a este lugar infernal hace casi cuatrocientos años. El lugar tenía ya reputación, como estoy seguro de que sabéis. Los Rectos Protectores entraron en los bosques y sacaron a las brujas de sus casas. De acuerdo con la ley de Dios, las brujas fueron juzgadas, condenadas y ejecutadas.
—¿Quiere decir que las torturaron hasta que confesaron? —preguntó Lis, enojada.
Al profesor Gray le temblaron las aletas de la nariz, pero no respondió a su provocación.
—Por desgracia —prosiguió—, algunos de sus bastardos sobrevivieron. Algunas gentes del lugar sentían compasión por ellos, ¡parece increíble…! Veían a las brujas como sanadoras y ese tipo de cosas. Aquellas gentes compasivas se enteraron de que llegábamos y decidieron esconder a los retoños de las brujas.
De pronto Lis comprendió adónde quería llegar él. Pero era imposible. Lo habría sabido. Alguien se lo habría dicho, su madre o su abuela…
—La familia Rushworth es una de las sospechosas de haber adoptado aquellos niños demoniacos y de haberlos criado como si fueran propios. Sin embargo, nosotros no hemos podido demostrarlo… hasta ahora. Laura era una bruja de los Rushworth. Igual que tú.
—¿Qué? —preguntó Lis suavemente.
Jennifer habló en voz muy baja. La luz de la vela titilaba en sus rasgos faciales.
—Era adoptada. Yo… yo no podía tener hijos.
Daphne se acercó a Jennifer.
—Eso no fue culpa tuya, Jennifer. No podías saber que estabas adoptando una bruja.
Gray agarró a Lis por los hombros, y dijo con una voz repentinamente profunda y terriblemente seria:
—¿Cómo pudimos ser tan tontos? La más antigua familia de los Rectos Protectores de Hollow Pike y nosotros hemos estado a punto de consentir que nuestra estirpe quedara manchada. —De pronto regresó aquel extraño tono ligero—. Así pues, Lis, tu abuela fue la tía abuela de Laura. ¡Solo que ninguna de ellas lo supo, porque la verdadera madre de Laura no le dijo a nadie que estaba embarazada!
Y entonces, con un grandilocuente movimiento del brazo, Gray sacó el diario de Laura del bolsillo interior y se lo enseñó a la audiencia.
«Debe de haberlo cogido en la secretaría después de pegarme a mí», pensó Lis. Percibió un estremecimiento en la señora Rigg.
—Jennifer, ¿quieres encargarte de esta parte, o lo hago yo? —le preguntó el profesor Gray.
—No, por favor, Simon —respondió ella con su acento falso y cortado.
Gray sonrió.
—No sabemos cómo lo hicisteis, pero de algún modo conseguisteis los otros diarios de Laura, ¿no? Pero el que estabais buscando era este, me parece. ¡Y es lógico! Es una lectura apasionante: el diario en el que Laura averigua por fin que ella es una bruja.
Lis apretó los labios. Intentó establecer contacto visual con Kitty, preguntándose si sus ataduras serían más fáciles de romper que las de ella, pero Kitty era la que estaba más cerca de Daphne, y sobre el regazo de Daphne yacía un cuchillo muy adornado y de pésimo aspecto. Era una especie de daga ceremonial con empuñadura de cuero y una hoja larga y ondulada. Lis estaba demasiado lejos para verlo, pero sabía que el cuchillo tenía una primorosa inscripción en la hoja. Y lo sabía porque lo había visto anteriormente: en sus sueños.
—Así que supongo que Laura era la que llevaba la voz cantante en vuestros aquelarres, ¿no? —le preguntó a Lis el señor Gray—. Ella no hubiera permitido que fuera de otro modo.
Lis estaba a punto de negarlo cuando notó que a Kitty le temblaba la cabeza. ¿Tendría un plan? Lis no estaba segura, pero pensó que mientras el profesor Gray estuviera hablando no estaría utilizando la daga, así que sería mejor seguirle la corriente. Y ¿dónde estaría Jack? ¿Y Danny? ¡Ay, Dios, pobre Danny! Si alguno de ellos hubiera llamado a la policía, todo lo que ella tendría que hacer sería asegurarse de que Gray no paraba de hablar. Al mismo tiempo, ella seguía rozando una muñeca contra la otra, intentando aflojar la cinta que la ataba.
—Lo que usted diga —dijo Lis con toda la convicción posible.
—Cuatro brujas hacen un aquelarre. Un nuevo aquelarre en Hollow Pike. Eso no lo podemos consentir. De Kitty y Delilah sospechábamos hacía tiempo. Kitty, tú eres bruja por tu abuelo, claro está, y en cuanto a la madre de Delilah, todos la conocemos…
Aunque amordazada, a Kitty se la vio claramente desconcertada, evidentemente ignorante de su supuesta ascendencia brujeril, mientras que los ojos de Delilah lanzaron un destello de rabia.
El profesor Gray continuó:
—Sumasteis cuatro cuando tú llegaste aquí, Lis, y entonces fue cuando Laura empezó a tener sus sueños y empezó a hacerle preguntas a su padre. Él le dijo que era adoptada, y fue solo cuestión de tiempo que empezarais las cuatro a practicar la magia negra. Teníamos que terminar con eso.
A Lis se le partió el alma. Pobre Laura, sufriendo aquellas pesadillas ella sola. Ella había pasado por lo mismo que Lis, pero sin nadie a quien contárselo. ¡No tenía nada de raro que sus últimos meses hubieran sido tan tumultuosos! Lis sabía perfectamente cómo era eso, pero al menos ella había podido contar con los otros al final. Si Laura se hubiera abierto aquel día en el campo, las cosas habrían ido de otra manera. Pero los Rectos Protectores la habían matado, igual que ahora iban a matarla a ella y a sus amigas.
Una lágrima ardiente le cayó por la mejilla. Ahora lo entendía todo. Estaban conectadas, todas ellas. En su primer día en Fulton, Lis se había sentido atraída hacia Laura, tanto como hacia sus futuras amigas. Tal vez se tratara de una especie de magnetismo debido al parentesco. Pero Lis había llegado demasiado tarde para ayudar a Laura. Demasiado tarde.
Sus ojos se posaron en la señora Rigg, y Lis vio brotar en ella una sensación desconocida: la rabia.
—¡Usted mató a su propia hija! —exclamó aterrada.
—No era mi hija, ya no —respondió con frialdad la señora Rigg—. Pertenecía a Satanás. Como vosotras. Cuando me contó lo de los sueños, lo de los pájaros, comprendí que estaba ligada al demonio. Yo no podía hacer nada por ella. Laura tenía que morir.
—¡Bueno, siga engañándose de ese modo! —le soltó Lis, sin poder contenerse.
La señora Rigg cruzó el aula. La cara le ardía de la rabia.
—¡Eres una perra! —Echó el brazo para atrás, dispuesta a golpear con él, pero intervino Gray, que le cogió la mano.
—No te acerques mucho —le dijo—. Podría ser un truco. Recuerda con quién estás tratando.
—Nos dijiste que el incienso nos protegería de los hechizos —repuso Jennifer, señalando el recipiente de la mesa del profesor.
—Con las brujas todas las precauciones son pocas…
«¡Me tienen miedo!», comprendió Lis. «¿Podría servirme de algo?».
Intentó dirigirles una mirada persuasiva, pero seguramente solo resultó hosca. La cinta que le ataba las muñecas se estaba aflojando, sin embargo. Lo más disimuladamente que pudo, intentó desprender los dedos retorciéndolos una y otra vez.
«Hay que ganar tiempo», se dijo.
—O sea que usted mató a Laura… —volvió a comentar—. Muy bonito. Ella no había hecho nada malo.
—Sabíamos que erais cuatro, así que empezamos a buscar enseguida —le dijo Gray—. Estudiamos los árboles genealógicos. Vosotras tres, las tres procedentes de antiguas familias de Hollow Pike, uña y carne las tres. Para ser sincero, no costó mucho adivinarlo. Desde entonces, os hemos estado vigilando.
—¡Fue usted el que se asomó a mi habitación anoche! —comprendió Lis de repente—. ¡Pervertido!
Gray le guiñó un ojo.
—Montaste un buen espectáculo con el señor Marriott, por cierto. Fue tan fácil… Te oí decirle que estabas buscando el diario en el instituto, así que solo tuvimos que esperar aquí a que fuerais lo bastante tontas para entrar. Pero hubiera preferido que fueran otras personas diferentes, no vosotras. ¡Vosotras sois estupendas! ¡Todo instituto necesita sus bichos raros!
—Bueno, ¡pues entonces suéltennos! Nosotras no hemos hecho ninguna brujería. Ni somos malvadas.
Él permaneció allí, alto, serio, implacable. El fuego del odio ardía en su interior.
—Lo siento, Lis, pero ¿no te das cuenta de la responsabilidad que conlleva ser un Recto Protector? La nuestra es una misión sagrada, un deber encomendado por Dios. Los Rectos Protectores somos los que nos interponemos entre el bien y el mal. Estamos en todas partes, Lis, guardando al mundo de los de vuestra especie para que esté a salvo.
—Vuestro poder es malévolo —intervino Daphne—. Lleváis el mal en la sangre.
—¡Eso no es cierto! —exclamó Lis—. ¿Le parezco malvada?
—Lo siento, Lis. No es así la cosa. No importa lo que parezcas, pues el mal toma muchas formas distintas. —Gray se volvió hacia los otros—. Bueno, ¿cómo hacemos esto? ¿Cuál va primero?
—¡Un momento! —rogó Lis—. Kitty y Delilah no tienen nada que ver con esto… Ellas no son brujas… ¡solo lo soy yo! ¡Suéltenlas a ellas!
Daphne negó con la cabeza.
—¡Siempre sois cuatro! —chilló antes de sonreír burlonamente—. ¡Tú, Laura, Kitty y Delilah!
Y entonces, de la nada, salió un objeto plateado que brilló a la luz de las velas… un par de tijeras que se aproximaron al cuello del profesor Gray como la más letal de las culebras.
Una mano delgada agarraba la hoja y la pegaba contra la garganta del profesor.
—¡Y Jack! —dijo este.