La solución
AQUELLAS PALABRAS ERAN COMO FEOS tajos rojos cortados en la carne del papel. Los ojos de Lis se llenaron de lágrimas al tiempo que retrocedía torpemente alejándose de la mesa del profesor.
—¿Y bien? —preguntó el profesor Gray.
—¡Yo no lo hice! —exclamó Lis. Apenas daba crédito a lo que veía. Era horrible, y sin embargo era incapaz de apartar la mirada. Las palabras eran una clara amenaza: «YA FALTA POCO», no tardaría en llegar su hora.
—No estoy diciendo que lo hicieras tú. Lis, ¿hay algo que esté haciendo que lo pases mal? Si es así, puedes contármelo.
—Alguien debe de haber… Alguien ha…
—¿Alguien ha qué? —Su expresión seria resultaba insoportable—. ¿Lis…?
Ni podía decirle la verdad ni se le ocurría ninguna mentira plausible. Solo quería salir del aula.
—No es nada. Nada —dijo Lis con voz ronca.
—Pues no da la impresión de ser nada. «Ya falta poco». ¿Qué significa eso, en cualquier caso?
—Mire, ha sido una broma tonta entre Kitty y yo. Lo siento —mintió con torpeza, con un nudo en la garganta. Necesitaba respirar aire fresco para quitarse el amargo sabor de bilis de la boca—. ¿Puedo irme?
El profesor Gray no parecía ni remotamente convencido.
—Esto no tiene nada de gracioso, Lis. Me preocupé por ti.
—Lo siento —repitió ella, sin despegar los ojos de la alfombra.
—Esta noche repetirás el ejercicio, ¿queda claro?
—Por supuesto. —Prácticamente arrancó el cuaderno de ejercicios de las manos de él, y a continuación salió del aula, sin detenerse siquiera a despedirse.
De repente todo quedaba muy claro. Lis estaba sentada en los peldaños de la puerta de la biblioteca, con las rodillas levantadas hasta la barbilla. La luz era algo más brillante allí, e incluso el aire de la mañana parecía más suave. Había calma. Había sentido la necesidad de escapar del bullicio del instituto para poner sus pensamientos en orden. Era hora de afrontar la realidad. Aquello no era ningún juego. Y si lo era, no lo estaba ganando. Lis ya tenía suficiente. Aquellas malvadas palabras en rojo eran la gota que colmaba el vaso. Acababa de tomar una decisión: tenía que irse de Hollow Pike.
Al cabo de unos minutos, u horas (no estaba segura), oyó pisadas que crujían en el suelo al acercarse a la biblioteca.
—¡Ahí está! —anunció Jack—. ¿Qué sucede, Lis? Te hemos buscado por todas partes.
—¿Qué quería de ti el profesor Gray? —preguntó Kitty, preocupada.
Con un gesto justificadamente dramático, Lis le entregó el cuaderno de ejercicios abierto por la página en la que se había plasmado la amenaza. Los tres miraron las letras de sangre, y se quedaron callados.
—Dios mío, Lis —dijo Kitty, levantando lentamente los ojos del lúgubre mensaje—: ¿Quién hizo esto?
—¿Quién crees que sería?
Estaba casi temblando, en parte de miedo y en parte de rabia. En aquel momento salía todo junto.
—Ha tenido que ser el asesino. Brujas, no brujas, hadas malditas… ya me da igual. ¡Me vuelvo a casa! Regreso a Gales… con mi madre.
Siguió un instante de silencio. No tenía pensado contar tan pronto su decisión, pero era el único modo. Si no podía ir a la policía, y sabía que no podía, entonces tenía que abandonar el pueblo. Todo había empezado cuando decidió irse a vivir a Hollow Pike. Tal vez también terminara todo en cuanto se fuera de allí. Tal vez en un mundo paralelo, en el que Hollow Pike contuviera a sus amigos y a Danny, pero no asesinos, todo hubiera sido distinto. Pero no era aquel el momento de ponerse a jugar a «Cómo sería si…».
—¡No puedes irte! —exclamó Jack, aunque casi no le salió la voz.
Una risa exasperada, de absoluta derrota, escapó del cuerpo de Lis.
—¡Jack! ¡Mi llegada aquí sirvió de petardo para una explosión de mierda! Desde el mismo instante en que llegué, mi vida se convirtió en una pesadilla. Lo de Laura no fue más que el comienzo. Estoy harta de tener miedo.
Delilah se inclinó hacia delante, en actitud razonable.
—Lis, todos lo estamos pasando mal con este asunto. No estás sola. Todos estábamos allí aquella noche.
—Pero ninguno de vosotros recibe amenazas de muerte —protestó Lis.
La voz de Jack empezaba a cascarse:
—Lo sé, pero ¿y nosotros? Tú nos encontraste aquí. No estaría tan mal la cosa.
—Por supuesto que no —dijo ella, reprimiendo sollozos—. Pero creo que si vuelvo a mi casa, al menos estaré a salvo. Las cosas pueden volver a ser como eran antes.
—¿A qué te refieres? ¿A volver a ser desgraciada y acosada? —preguntó Kitty, implacable contra la resolución de Lis.
—No veo cómo podría ser peor de lo que es ahora.
—¿Qué me dices de Laura? —preguntó Delilah.
—¿Qué pasa con ella? ¿Por qué sigue mandando en nuestra vida? ¡Está muerta! He cambiado de opinión, ahora pienso que la policía puede encargarse de encontrar al asesino, ¡no pienso seguir jugando a los detectives! Podéis seguir vosotros si queréis, pero yo abandono. Ya no es asunto mío. No pienso que merezca la pena morir por ello.
—Pero estamos muy cerca, Lis. ¿Y si el último diario está en algún lugar del instituto? Solo tenemos que pensar en un plan para encontrar el sitio —dijo Delilah.
Kitty se levantó.
—Esto es una porquería. Tú estás asustada, simplemente eso. ¿Adónde vas a huir la próxima vez, Lis? —Y diciendo eso, se marchó enfadada.
—No te preocupes por ella, solo está molesta. Es su respuesta típica, pero nosotros no queremos dejarte ir —dijo Delilah, paciente como siempre.
Jack asintió con la cabeza, totalmente de acuerdo.
—Lo siento. —Lis notó que se le empapaban los ojos. No quería llorar—. Voy a hablar con mi madre esta noche. Va a venir a casa de mi hermana por Navidad, y regresaré con ella. No diré nada de lo que hicimos. Guardaré el secreto.
—Pero te echaremos de menos —dijo Jack sonriendo y frunciendo el ceño al mismo tiempo—. Ha estado todo mejor desde que estás aquí.
Los amigos se abrazaron en un abrazo que los comprendía a todos. Lis sabía que los echaría de menos, más que a ningún amigo que hubiera tenido antes, pero estaba decidida a no cambiar de idea.
—¿Y qué nos dices de Danny? —preguntó Jack, secándose la nariz con la manga.
Oír aquel nombre le afectó como un puñetazo en plena cara. Pero Lis ya había desaprovechado bastante de la vida de aquel pobre chico. Era hora de soltarlo.
Los gremlins de su mente luchaban entre sí mientras Lis se dirigía al campo de rugby. Sabía que no podía irse de Hollow Pike y conservar a Danny, y tan solo pensar en él le entraban ganas de echarse atrás. Tenía que hablar con él antes de que se derrumbara.
Tenía que irse. La razón le decía que ese era el único modo de seguir con vida, pero algo dentro de ella, algo que estaba más allá de la razón, quería a Danny. Esa simple idea amenazaba con vencer a cualquier otra cosa que tuviera en la cabeza. Además, no parecía justo. Ella había abandonado prácticamente la esperanza de enamorarse de alguien a la manera en que otras chicas parecían hacerlo cada semana, y cuando por fin le había ocurrido, no tenía más remedio que dejarlo.
«Sé fuerte, Lis», se dijo. «Hazlo, y se acabó».
Apretándose bien al cuerpo la trinchera roja, penetró con vacilación en el campo de rugby. Las bailarinas se le iban hundiendo en el barro. En el otro extremo del campo estaban entrenando. ¿Estaba siquiera segura de que Danny estaba allí? Entonces lo vio.
Un nuevo gremlin apareció de un salto en su mente. Este era especialmente feroz, y reaccionó a la vista de Danny vestido con su equipo de rugby: musculoso, manchado de barro y con aquellos ojos imposibles que Lis encontraba completamente irresistibles.
Viendo el final del partido, Lis comprendió que había llegado al final del plan. Solo había pensado hasta aquel punto de ver a Danny después del entrenamiento. No tenía ni idea de qué era lo que iba a decirle realmente.
Un silbato hirió el aire. El señor Coleman, que era profesor de Educación Física y antiguo soldado, se quedó en pie en el centro de aquella ciénaga, con las manos en jarras.
—¡Chicos! ¿Qué os tengo dicho sobre las animadoras? —gritó. A Lis le costó un rato comprender que se estaba refiriendo a ella.
—¡Es la de Marriott, señor! —le respondió un joven de enorme corpulencia.
Desde su alejado rincón, Danny miró al cielo.
Maravilloso, ella le estaba avergonzando delante de su equipo.
—¡Marriott, líbrate de ella, ahora mismo!
Con la cara colorada, Danny se fue corriendo hacia Lis. Al acercarse, ella no pudo dejar de notar la curva de su pecho bajo el jersey de rugby. Se apresuró a levantar la mirada, porque cuando eran los chicos los que le miraban de esa forma el pecho a ella, le reventaba.
Danny llegó hasta donde estaba Lis, y ella olió su sudor por un instante. Era embriagador. Lis separó los fríos labios, pero se dio cuenta, con consternación, de que no salía ni un sonido por ellos. Nada.
—Hola, Lis, ¿qué pasa? ¿Habíamos quedado, o algo?
Se la llevó con gentileza hacia el camino, alejándola de la vista de sus risueños compañeros.
—Tenía que verte… —empezó a decir Lis.
Danny sonrió, comprobó que no hubiera nadie mirando, y le dio un beso de improviso.
—¡Estupendo, pero será mejor que te des prisa, o el señor Coleman me arrancará una parte de mi anatomía a la que me siento muy unido!
Los labios no le respondían:
—Yo, yo… tenemos que hablar —logró balbucear.
—¿Ahora?
—Sí… Dios mío, lo siento. No tendría que haber venido. Soy una tonta.
—Lis, me preocupas. ¿Qué es lo que ocurre?
—Danny, no sé cómo decir esto…
El rostro de él se entristeció hasta recordar la expresión que tenía el día en que le habían contado lo de la muerte de Laura.
—¿Vas a romper conmigo?
¿Era demasiado tarde para cambiar de opinión? La expresión del rostro de él era dolorosa. Lis sintió como si estuviera pegándole patadas a un cachorrillo.
«No seas cobarde», pensó.
—No… eh… sí, tengo que hacerlo —respondió.
—¿Qué…? —El tono de su voz ascendió diez octavas.
Lis le agarró la mano, pero él se soltó.
—El problema no eres tú, es que… —empezó a decir Lis.
—¡No te atrevas a terminar esa frase! —espetó Danny. Daba la impresión de que podía echarse a llorar.
«Por favor, no», pensó Lis, «no podría soportarlo».
—Lis, pensé que había algo.
—No había, Danny: hay algo.
—Entonces, ¿qué sucede?
—Que me vuelvo a casa. Regreso a Gales, con mi madre.
Los brillantes ojos de Danny le taladraron los suyos, pero no dijo nada.
—¿Danny?
—Lo siento, pero no puedo soportarlo —dijo al fin—. ¡Me destroza la cabeza!
Levantó las manos, se volvió, y empezó a marchar por donde había llegado, dejando a Lis desolada y sola.
—¡Danny, por favor, no te vayas! —le gritó.
—¿Para qué quieres que me quede?
—¡Tenemos que hablar de esto!
Danny miró atrás con cara sombría.
—Si ya has decidido que te vas, entonces no hay nada que decir, ¿no te parece?
—¡Danny, no puedo quedarme en Hollow Pike! —Esta vez no pudo contener las lágrimas—. Me gustaría poder explicártelo, pero no puedo. Tú eras mi última razón para seguir aquí.
—¿Se supone que eso tendría que hacerme sentir bien? —preguntó—. ¡No seas infantil!
—Lo digo en serio, Danny.
—¿Sabes qué? —le interrumpió él furioso—. Tal vez esté bien que te vayas a Gales. Todo era más fácil antes de que llegaras. —Se volvió hacia el campo de rugby, igual que un lobo herido busca a la manada.
Lis empezó a llorar en público, sin importarle quién la viera.