Chicos
—VEAMOS, ¿QUIÉNES FUERON LAS BRUJAS? —preguntó la señora Osborne, con cierto regodeo.
Lis sabía la respuesta, pero no iba a levantar la mano el primer día en el instituto para mostrarse ante todo el mundo como una chica que lee libros. Después del acto en que pasaban lista, la reunión en el salón de actos y la primera clase de Matemáticas la habían dejado casi agotada. Había escuchado con toda cortesía los problemas que presentaba el novio de Harry durante el recreo matinal, y ahora se hallaba en clase de Lengua y Literatura, oyendo hablar a la profesora sobre una obra teatral que ella había leído hacía años. Le costaba imaginar de dónde sacaría fuerzas para superar la hora de comedor. Si su vida fuera un libro, aquel capítulo tendría que titularse «La ordalía».
—¡Vamos, por Dios! —gemía la señora Osborne, blandiendo ante ellos su ejemplar de Las brujas de Salem[5]—. ¿Es que nadie se ha leído el libro durante el verano? ¿Alguna idea, Chloe?
—Eh… aquella esclava, ¿Tituba…? —respondió Chloe Wriggley con el ceño fruncido.
—¿Quién, Tetaza? —preguntó en voz baja Jason Briggs, que casi se cae de la silla intentando contener la risita.
Desde el último rincón del aula, levantó la mano la muñequita Delilah Bloom.
—¿Delilah…?
—No había brujas en Salem.
—Eso tiene que saberlo ella de buena tinta —susurró alguien por detrás de Lis.
—Explícate, Delilah.
Lis se irguió bien para seguir el nuevo rumbo que tomaba la clase.
—Lo importante de Las brujas de Salem es que las brujas, en caso de que hubiera alguna, no representaban ninguna amenaza para la comunidad. El verdadero peligro era la histeria que se apoderó de todo el mundo —explicó Delilah.
La señora Osborne sonrió y asintió con la cabeza, aunque Lis notó que muchos en la clase habían perdido el interés.
—Muy bien dicho, Delilah, gracias. Me alegro de saber que alguien lo ha entendido. —Se dirigió a la clase entera—: Las brujas de Salem fue una metáfora del modo en que Estados Unidos estaba tratando en aquel momento a los sospechosos de comunismo, que era una moderna caza de brujas. ¿A alguno se le ocurren ejemplos recientes de que algún grupo de la sociedad pueda inspirar las mismas sospechas o terror?
Terror. Algo sabía Lis sobre eso. Pensó en aquella pesadilla recurrente suya. Sus sueños eran siempre igual, primero iban de algo que no tenía nada que ver, como por ejemplo los nervios ante el compromiso de preparar una tarta gigante de Navidad, y después, de repente, sin ninguna posibilidad de despertar, la cosa descendía en picado, y sus manos aparecían sumergidas en las cobrizas aguas del arroyo del bosque. Entonces la acometía aquella sensación de «aquí estoy otra vez», pero ya era demasiado tarde, pues ya había retomado aquella fatídica huida a rastras por el bosque, acompañada por el sonido de sus propios gritos.
Obligándose a regresar al momento presente, Lis se concentró en ordenar meticulosamente su material escolar completamente nuevo. Alineó por orden de longitud los lápices, pasando el dedo por las afiladas puntas de grafito. Sabía que en el instituto no habría manos asesinas que pudieran alcanzarla. Intentó volver a concentrarse en la clase: la señora Osborne estaba sugiriendo que la islamofobia y los prejuicios xenófobos eran paralelos modernos de la caza de brujas de Miller. Y de repente notó que Delilah la miraba desde el otro lado del aula. ¿Se había quedado pálida? Lo último que necesitaba era convertirse en «la nueva a la que le dan mareos en la clase de Literatura». Una cosa así tardarían en perdonársela.
Lis respiró hondo. Tranquila, serena… La nueva Lis volvía a la carga. Se puso bien derecha, y empezó a tomar notas de lo que decía la profesora Osborne.
Mientras la clase abandonaba en fila el aula de literatura, buscando todos como locos posibles mensajes en el móvil, Lis aprovechó la ocasión para extender sus redes sociales. En un momento en que iba caminando al lado de Delilah Bloom, le dijo:
—¡Me parece que somos las únicas que nos hemos leído Las brujas de Salem!
Delilah respondió con una cautelosa sonrisa, como si desconfiara un poco:
—Esa puede ser una suposición muy acertada, sí.
—Bueno, a lo mejor alguien ha visto la peli de Winona Ryder —sugirió Lis con una sonrisa.
—Esa versión es irreprochable, amiga mía. ¡Tiene un estilo perfecto!
A Lis le hizo gracia la manera de hablar de Delilah. Resultaba intencionadamente excéntrica, como si fuera el personaje de una obra de Oscar Wilde o algo así.
—Bueno, lo reconozco: cuando era pequeña, yo quería ser Winona y casarme con Johnny Depp. ¡En el vídeo me veía Eduardo Manostijeras una y otra vez!
Delilah se rió con ganas.
—Otra película con estilo. ¡Tiene usted un gusto excelente, joven!
Como cuando se abrieron las aguas del Mar Rojo, la muchedumbre de alumnos al otro lado del pasillo se separó para dejar paso a Laura Rigg y sus acólitos.
Con toda tranquilidad, Delilah le quitó a Lis el lápiz más largo, que esta tenía entre los dedos, y lo utilizó para sujetar su salvaje pelo en un moño.
—No es buena cosa que te vean hablando conmigo, Lis. No te va a granjear favores.
Antes de que Lis tuviera ocasión de responder, Delilah bajó la escalera dándose aires, y salió del edificio.
Para su sorpresa, a Lis le dio pena que Delilah se fuera. ¿Es que le caía realmente bien Delilah, o simplemente temía pasarse la hora de comedor con aquellas parishilton?
No tuvo tiempo de pensar mucho en ello, pues se le acercaron enseguida ocho piernas finas y minienfaldadas. Sonrió con toda la sinceridad que pudo. Sabía que la mitad de las chicas de undécimo serían capaces de matar para entablar amistad con aquellos animalillos de pedigrí, y, sin embargo, a ella le producían un nudo en la garganta.
—Holita, ¿cómo te va? —preguntó Harry, deslizando el brazo por detrás del de Lis.
—Vienes a comer con nosotras. —La entonación de Laura tenía más de orden que de ofrecimiento.
—Bueno, si está bien… —respondió Lis.
—Por supuesto que está bien —dijo Laura—. Hay alguna gente a la que tienes que conocer.
El día se había despejado al final, y un sol brumoso calentaba las zonas de cemento al aire libre del Instituto de Fulton, cuyos edificios se agrietaban al secarse al calor. Llevaron a Lis por varios patios comunales llenos de alumnos que mordisqueaban bocadillos y manzanas. Cada rincón se había convertido en territorio de una camarilla diferente: uno estaba ocupado por los infantiles chicos de séptimo; otro, por los maniacos de la música, que mantenían el equilibrio sobre fundas de violonchelo mientras afinaban guitarras. Bajo una marquesina, vio al trío de Delilah cerca de un grupo de empollones. Estaban a su lado, pero no con ellos.
Pasaron los edificios del instituto y empezaron a cruzar el campo de rugby, dejando atrás la cafetería. Lis empezó a temerse que, al igual que ocurría en su anterior instituto, aquellas chicas delgadas como palos prescindieran también de cualquier tipo de alimento durante la hora del almuerzo. No quiso decir nada, pero se juró reservar los últimos diez minutos de recreo para tomarse un sándwich.
—¿Adónde vamos? —se atrevió a preguntar.
—A sentarnos donde los árboles —explicó Nasima—. Los tíos ya deberían de estar allí.
¡Ah, qué estupendo! Tenía que haberse imaginado que habría chicos de por medio. A Lis no le hizo ninguna gracia la idea de ser «carne fresca».
—En el bosque se puede fumar, si quieres —dijo Fiona—. Los profes se dan una vuelta por allí, pero nunca miran entre los árboles.
Asomando sobre el muro medio derruido que limitaba los terrenos del instituto, los árboles en cuestión eran en realidad el comienzo de la Floresta de Pike, que tanto le recordaba a Lis el bosque de sus sueños. Parecía que no había manera de escapar de su pesadilla en aquel pueblo.
Oyó la estridente risa de «los tíos» desde la mitad del campo de rugby. Sonaba igual que la isla de los asnos de Pinocho. Eso no la hizo sentirse muy segura, aunque muchos de sus mejores amigos en Bangor habían sido chicos. Así que decidió darles una oportunidad.
Las chicas bajaron por un terraplén ante la aprobación, expresada con toda claridad, del grupo que descansaba junto a los árboles. Fiona se encontró al instante con un joven alto y delgado con demasiado gel en el pelo, y le ofreció una calurosa muestra de afecto con mucha lengua de por medio.
Laura se acercó a Lis sigilosamente y le agarró la mano, y tiró de ella para hacerla sentarse en el terraplén cubierto de hierba.
—¡Tienen que ser ellos los que vengan, eso está claro! —le susurró al oído.
No tuvieron que esperar mucho para lograr su atención. Tres jóvenes dejaron a un lado el balón de rugby y echaron a correr hacia donde estaban sentadas las chicas.
Laura se acercó más a ella.
—El del pendiente es Cameron. A ti te iría perfecto.
Lis apenas pudo disimular la cara de horror antes de que los chicos llegaran.
—¿Cómo te va, Riggsy? —preguntó el que Laura había identificado como Cameron. Tenía los hombros más anchos que Lis hubiera visto nunca en un chico de dieciséis años, y el primoroso pendiente de la oreja hacía poco por suavizar su exterior.
Laura le dedicó a Cameron una tímida sonrisita.
—Me va bien. ¿Qué le ha pasado a tu pelo?
Él sonrió de oreja a oreja mientras retorcía puntas con los dedos.
—¡Un experimento que estoy haciendo!
—Pues es una cagada —contestó Laura antes de señalar a Lis con un movimiento de la cabeza—. Esta es Lis, la chica nueva que te comenté en el SMS.
El chico examinó a Lis de arriba abajo antes de volverse para sonreírles a sus compañeros.
—¡Esta es para mí! —dijo él. Y lo dijo, a propósito, lo bastante alto para que lo oyera Lis—. Me alegro de conocerte, Lis. Eres una dama muy sexy.
Lis contuvo una risotada. ¿Cómo responder a eso?
—Vale, gracias. Creo.
—Yo también soy muy sexy. Tú y yo deberíamos hacer el amor.
Sus compañeros se rieron muy alto, tirándose sobre la hierba.
—¡Cameron! —Laura le lanzó un puñetazo al brazo, inflado como un globo—. ¿Por qué tienes tantísima mierda en el cerebro? ¿No puedes quitarte una poca en el cuarto de baño, como todo el mundo?
Al oír eso, Lis se rió bien alto. Laura era feroz. Trataba a los chicos como si fuera uno de ellos, y eso a Lis le pareció bien. De hecho, había algo completamente masculino en Laura. No en su físico, desde luego. Pero era casi como si no le resultara suficiente ser la reina del instituto, y quisiera ser también el rey.
—¿Por qué eres tan dura siempre, Riggsy? —preguntó Cameron.
—¡Porque tú eres muy soso, y alguien tiene que echarte sal! —Le dirigió entonces una amable sonrisa—: Ahora, Cameron, vuelve a intentarlo con mi nueva amiga Lis. Y recuerda que no es un filete de buey.
Lis sonrió, sintiéndose segura bajo la protección de Laura. No podía dejar de mirar a su nueva aliada. Era como si Laura representara de modo perfecto su ideal de belleza, y como si el mero hecho de estar a su lado le hiciera sentirse más atractiva.
—Discúlpame, Lis. Bienvenida a Fulton. Yo me llamo Cameron, y estos son Stephen y Bobsy. ¿Está mejor así?
—¡Muchísimo mejor! —respondió Lis, estrechándole la mano que le tendía.
Cuando los chicos se unieron al círculo, a Lis le llamó la atención otro que bajaba a grandes zancadas por el terraplén. Era alto y delgado, y se le presentían levemente bajo la camisa las curvas de firmes músculos. Pero fue su rostro de mandíbula recta y labios carnosos, con unos ojos azules como el océano que asomaban bajo unas cejas morenas y bien pobladas, lo que atrajo la atención de Lis: a Lis siempre le había atraído la combinación de ojos azules con pelo moreno. Tenía algo de irreal.
—Ese es Danny Marriott —susurró Harry.
Se murió de vergüenza al comprender que Harry la había pillado in fraganti devorando al chico con los ojos. Hizo un esfuerzo por tragar saliva, y se dio cuenta de que tenía la garganta irritada.
Danny se acercó al grupo.
—Está para comérselo, ¿verdad? —añadió Harry, sin esperar contestación—. Antes no. Era una especie de empollón rechoncho, hasta que de repente entró en el equipo de rugby y se puso así de bueno. ¡Alucina!
—¡Eh, Danny, tío! ¡Posa aquí el culito! —le pidió Laura.
El chico sonrió, y su sonrisa resultó tan perfecta que Lis dejó de respirar. Se acercó a ellas arrastrando los pies.
—¿Qué tal? —El chico tiró la mochila al suelo y se sentó con las piernas cruzadas junto a Nasima—. No puedo quedarme, tengo que hacer los deberes para la clase de Física. No me acordé en casa. Bobsy, ¿has traído el libro?
Bobsy revolvió en su bolsa, mientras Lis se esforzaba en cerrar la boca y no mirar a Danny.
—¡Menudo empollón que eres, Marriott! —comentó Laura, y sonrió—. No te imaginas lo poco sexy que es eso.
—Si la cago este curso, no va a haber coche cuando cumpla los diecisiete, ¿recuerdas que te lo dije?
—¡Ah, sí, qué plasta! —dijo Bobsy entregándole un libro de texto con las esquinas dobladas.
Danny fijó en Lis su mirada azul turquesa. Fue como una ola del Caribe pasando por encima de ella.
—Hola, no nos conocemos. Me llamo Danny. —Tenía una voz muy profunda, pero tan suave que tuvo que hacer un esfuerzo para entenderle.
—Yo me llamo Lis. —Las palabras le salieron embarulladas de la boca.
Laura se le acercó y le acarició el brazo.
—Hemos traído a Lis de Gales para adoptarla. Quedarías como Dios si la invitaras a tu fiesta…
Lis se retorció de vergüenza bajo la mirada de Danny. Eso no le solía pasar por estar rodeada de chicos. Era ridículo. Ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos, por si se le escapaba un suspiro de los labios.
—Por supuesto, Lis, tienes que venir. Es dentro de unas semanas. Mis padres se van de finde, y yo voy a llamar a alguna gente —explicó Danny.
—Genial, me parece que estoy libre —respondió Lis, sin atreverse aún a mirarlo directamente a los ojos.
—¡Por supuesto que estás libre! —dijo Laura—. Todavía no conoces a nadie más, ¿no?
Las chicas se rieron, y Lis consiguió reírse también un poco, muerta de vergüenza. Danny puso los ojos en blanco mientras se ponía en pie.
—Genial, os veo después, entonces. Ha llegado el momento de que haga los deberes.
Sin perder el tiempo, volvió a subir por el terraplén de regreso al instituto.
En actitud conspiratoria, Laura se acercó a Lis y a Harry.
—Esto es estupendo —susurró—, ¡podrás ligarte a Cameron en la fiesta!
Lis arrugó la frente.
—¿Tengo que hacerlo?
—¡No, tía, no soy una alcahueta! Pero deberías hacerlo, es un tío realmente majo.
—¿Qué me dices de ti, Laura? —preguntó Nasima—. ¿Danny?
Laura se rió, echándose sus rizos hacia atrás.
—Puede. ¡Te mantendré informada!
Así estaba la cosa. Juego concluido. Si Laura hundía en Danny sus garras, entonces la partida estaba perdida antes de empezar. No llegaría a pasar nada. Y, por algún motivo, Lis sintió ganas de llorar.
Acechar es una palabra muy fuerte, pero al sonar en todo el Instituto de Fulton el timbre de las tres y veinte, Lis se descubrió acechando a Danny Marriott. Él bajaba con Cameron y Bobsy por la cuesta que llevaba al lugar del que salía el autobús. El sonido de su alegre camaradería llegaba hasta donde ella se encontraba, a unos diez metros por detrás de ellos.
Estudió cada centímetro de él: la manera en que la mochila le colgaba justo por encima de su perfecto trasero, sus hoyuelos, su risa casi tímida… Sabía que lo que estaba haciendo estaba realmente mal. Lis se había sentido siempre por encima de aquellas actitudes sin sentido. De hecho, estaba convencida de que carecía del «gen de la chifladura». Pero por lo visto lo único que pasaba era que ese gen se desarrollaba en ella tardíamente. ¡Danny Marriott era divino!
A cierta distancia por delante, vio el pequeño círculo formado por Kitty, Jack y Delilah, que salían del carril del autobús para dirigirse a la carretera principal. Lo más interesante eran las reacciones a su presencia. Kitty iba delante, y la gente casi se salía de su camino por evitarlos, como si tuvieran la lepra o algo así. A las curiosas les daba una risa nerviosa al verlos pasar y, desde la distancia a la que se encontraba, Lis solo podía imaginarse los comentarios que se cuchicheaban unas a otras. Pero había una cosa que era segura: el Instituto de Fulton le tenía miedo a aquellos tres.
De repente, unas manos la agarraron de los hombros y Lis, asustada, soltó un grito.
—¡Adivina quién soy! —chilló Harry.
—¡Por Dios, casi me matas del susto!
Laura, Nasima y Fiona estaban justo detrás de ella, pero atentas a algo que sucedía más lejos.
—Aprisa —dijo Laura—, no te puedes perder esto.
Laura cogió por el brazo a Lis y se la llevó hacia la parada del autobús.
—¿Qué es lo que no me puedo perder?
—¿Ves a esa chica de la coleta larga? —Laura apuntó a una chica de aspecto aristocrático que aguardaba el autobús—. Esa es Poppy Hewitt-Smith.
Laura hizo detenerse al grupo al llegar a la cancela.
—La veo, ¿y…? —preguntó Lis.
—Esa es la bruja que se chivó de que introduje vodka en su fiesta de barbacoa, antes de que me fuera a Tailandia. ¡Su madre se lo dijo a mi madre y me castigaron sin salir en todo el fin de semana!
—Es de lo más estirado, además. Y solo porque su hermana se ha casado con un jugador del Leeds United —dijo Nasima, echándose hacia atrás sus sedosos cabellos.
—Bueno… —dijo Lis, confusa.
—No dejes de mirar —le recomendó Harry con una risita—. ¡Está a punto de empezar el espectáculo!
—¿Cómo…? —preguntó Lis.
Laura abrió bien unos ojos que irradiaban falsa inocencia.
—Esta tarde, en Química, le informé a Connor O’Grady de que Poppy le había chivado a Dandehunt quién prendió el fuego en el aseo de los chicos. La verdad es que no se puso muy contento.
Lis empezaba a comprender. El corazón empezó a latirle un poco más aprisa y las mejillas se le pusieron coloradas. Volvió a experimentar aquella sensación de terror, y se le apretó el nudo que tenía en el estómago. Algo estaba a punto de ocurrir. Laura clamaba venganza, y Poppy, que estaba charlando con sus amigas, no tenía ni idea. Lis se sintió mal.
—¿Quién es Connor O’Grady?
—El psicópata del insti —dijo Laura con total naturalidad—. No te metas nunca con él. En serio.
Fiona avanzó un poco, levantando el móvil puesto en modo de cámara.
—¡Ahí llega, ahí llega!
Un joven de aspecto de bruto, con el pelo cortado al cero, bajaba corriendo la cuesta en dirección a la parada del autobús. Llevaba la mano extendida, sujetando en ella algo que brillaba bajo la persistente luz del sol. Pasando a la carga a través de la fila de estudiantes que esperaban el autobús y apartando a golpes a los curiosos que estaban en su camino, el joven se abrió paso hasta Poppy. Entre las protestas de sus sorprendidas amigas, él agarró la gruesa cola de caballo de Poppy y, con un destello metálico, se la quedó en la mano.
Lis avanzó mientras Laura y las chicas se desternillaban con risas de hiena. Desde la segura distancia a la que se encontraban, Lis vio a Connor arrojar el pelo cortado de Poppy al terreno lleno de hierbajos, al otro lado de la parada del autobús.
Una de las compañeras de Poppy lo apartó de un empujón, pero él ya se retiraba de allí, con un feo gesto de odio en el rostro.
—¡Eso por soplona! —le soltó a Poppy antes de salir corriendo del recinto del instituto.
Poppy soltó un grito. Se llevó las manos a la cabeza para palparse con horror el pelo que le quedaba. Al comprender lo que había ocurrido, empezó a llorar.
Lis se quedó con la boca abierta:
—¡Jod…!
—Vamos, tranquila… Ya le volverá a crecer. Esa guarra necesitaba un corte de pelo. —Laura se secó una lágrima que le había salido de tanto reírse—. ¿Lo has pillado todo bien, Fi?
—¡Cada segundo! ¡Prepárate, YouTube, que vamos a la carga!
—¡Dios mío! —exclamó Lis, viendo llorar a Poppy.
—¡Hay que reconocerlo, esto ha sido una obra de arte! —dijo Laura sonriendo, satisfecha.
Harry negaba con la cabeza.
—Qué mala eres. ¿De verdad acusó Poppy a Connor?
—¿Cómo voy a saberlo? —Laura se echó el pelo sobre el hombro—. Pero puede que la próxima vez se lo piense dos veces antes de abrir su boca de caballo para acusarme a mí.
Mientras las otras subían a la parada del autobús dándose aires, Lis se quedó junto a la cancela, casi mareada. En Bangor había visto muchas cosas, pero aquello alcanzaba un nivel superior de crueldad. Sus nuevas amigas eran unos monstruos.