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¿Qué es entonces Enric Marco? ¿Quién es Enric Marco? ¿Cuál es su enigma último?

En las charlas y entrevistas de su época de la Amical, mientras contaba su falsa vida heroica, emocionante y aventurera, Marco se presentaba a sí mismo como una encarnación de la historia de su país, como un símbolo o un compendio o, mejor, como un reflejo exacto de la historia de su país; tenía razón, aunque por razones exactamente opuestas a lo que él pensaba.

Marco fue un joven obrero anarquista en la Barcelona de la Segunda República, cuando la mayor parte de los jóvenes obreros de Barcelona eran anarquistas, y siguió siéndolo en la Barcelona del principio de la guerra, cuando triunfó en la ciudad una revolución anarquista. Marco fue un soldado cuando la mayoría de los jóvenes españoles eran soldados, durante la guerra civil. Marco fue al final de la guerra civil un perdedor que, como la inmensa mayoría de los perdedores, aceptó a la fuerza la derrota y trató de escapar a sus consecuencias disolviéndose en la multitud, escondiendo o enterrando su pasado bélico y anarquista y sus ideales juveniles. Marco escapó al servicio militar, que era lo que casi todos los jóvenes de su edad deseaban hacer, y durante la segunda guerra mundial se marchó a Alemania, que por entonces era un país de oportunidades, el país que, según decía todo el mundo en aquellos años, iba a ganar la guerra. Marco volvió de Alemania cuando ya todo el mundo estaba seguro de que Alemania iba a perder la guerra. Marco vivió el franquismo como lo vivió la inmensa mayoría de los españoles, creyendo que el pasado había pasado, sin rebelarse contra la dictadura, aceptándola implícita o explícitamente, aprovechándose en lo posible de ella para llevar una vida lo mejor posible, a ratos la vida de un marido y padre de familia común y corriente, a ratos la vida de un pícaro y un vividor, a ratos pasando apuros económicos y a ratos, sobre todo a partir de los años sesenta, disfrutando de la prosperidad burguesa de coche, casa propia y apartamento en la playa de la que entonces tanta gente empezó a disfrutar. Como casi todo el mundo, Marco comprendió en los años sesenta que el franquismo no iba a ser eterno y que el pasado no había pasado del todo, y empezó a explotar, inventándola, su olvidada o aparcada o enterrada juventud republicana, y a la muerte de Franco, cuando rondaba los cincuenta años de Alonso Quijano, celebró como la mayoría de la gente el retorno de la libertad y se dispuso a disfrutar de ella y se politizó a fondo y se reinventó por completo falsificando o maquillando o adornando su pasado, se dio un nuevo nombre y una nueva mujer y una nueva ciudad y un nuevo trabajo y una vida nueva. Y en los años ochenta, como tanta gente una vez pasada la transición de la dictadura a la democracia, Marco se despolitizó y sintió de nuevo que el pasado había pasado y que ya no podía explotar el suyo y, mientras la democracia se asentaba y se institucionalizaba, regresó como tanta gente a la vida privada y canalizó su actividad o sus inquietudes sociales y políticas no a través de un partido político sino de una organización cívica. Por fin, en la primera década del siglo, el pasado volvió con más fuerza que nunca, o al menos lo pareció, y, como mucha gente, Marco se lanzó a la llamada recuperación de la llamada memoria histórica, se sumó con entusiasmo a ese gran movimiento, usó la industria de la memoria y la fomentó y se dejó usar por ella, buscando en apariencia afrontar su propio pasado y el de su país, exigiéndolo en realidad, cuando en realidad no estaban haciendo, él y su país, más que afrontarlo solo en parte, lo justo para poder dominarlo y no afrontarlo de verdad y poder usarlo con otros fines. Así que, en el fondo, Marco tenía razón al decir en sus charlas que la historia de su vida era un reflejo de la historia de su país, pero no la tenía porque la historia de su vida guardara la más mínima relación con la historia que él contaba —una historia poética y rutilante, llena de heroísmo, de dignidad y de grandes emociones—, sino porque era sobre todo la historia que él ocultaba —una historia prosaica y vulgar, llena de fracasos, indignidades y cobardías—. O, dicho de otro modo, si Marco hubiera contado en sus charlas su historia verdadera, en vez de contar una historia ficticia, narcisista y kitsch, hubiera podido contar con ella una historia mucho menos halagadora que la que contaba, pero también mucho más interesante: la verdadera historia de España.

Así que eso es lo que es Marco: el hombre de la mayoría, el hombre de la muchedumbre, el hombre que, aunque sea un solitario o precisamente porque lo es, se niega por principio a estar solo y siempre está donde están todos, que nunca dice No porque quiere caer bien y ser amado y respetado y aceptado, y de ahí su mediopatía y su feroz afán de salir en la foto, el hombre que miente para esconder lo que le avergüenza y le hace distinto de los demás (o lo que él piensa que le hace distinto de los demás), el hombre del profundo crimen de siempre decir Sí. De modo que el enigma final de Marco es su absoluta normalidad; también su excepcionalidad absoluta: Marco es lo que todos los hombres somos, solo que de una forma exagerada, más grande, más intensa y más visible, o quizás es todos los hombres, o quizá no es nadie, un gran contenedor, un conjunto vacío, una cebolla a la que se le han quitado todas las capas de piel y ya no es nada, un lugar donde confluyen todos los significados, un punto ciego a través del cual se ve todo, una oscuridad que todo lo ilumina, un gran silencio elocuente, un vidrio que refleja el universo, un hueco que posee nuestra forma, un enigma cuya solución última es que no tiene solución, un misterio transparente que sin embargo es imposible descifrar, y que quizás es mejor no descifrar.