Marco alcanzó a entrar en el congreso de la CNT como secretario general del sindicato, pero salió de él prácticamente expulsado. «En la comisaría de policía me trataron mejor», declaró por entonces a la revista libertaria Bicicleta. Esta vez tampoco exageraba, o no demasiado. El congreso se celebró a principios de diciembre de 1979 en la Casa de Campo de Madrid, y fue una batalla campal —la última o la penúltima batalla de aquella última o penúltima guerra entre anarquistas— donde los participantes vieron de todo, desde trampas e irregularidades de procedimiento hasta gritos, insultos, amenazas, palizas y gente con pistola. Previsiblemente, los jóvenes anarcosindicalistas, que en gran parte ya habían sido expulsados o se habían marchado del sindicato, acabaron derrotados; Marco también: no pudo ser el candidato de consenso ni encarnar la alternativa intermedia y, a pesar de que se presentó a la reelección, no obtuvo ni de lejos los votos necesarios para seguir en el cargo. Teledirigidos desde Toulouse por la indestructible Federica Montseny, arrasaron los viejos puristas del exilio, que nunca se habían fiado de Marco y que impusieron su criterio y a su candidato, José Buendía.

El resto de la historia también es triste, o todavía más, tanto para Marco como para la CNT, quizá más para la CNT que para Marco. Durante los años siguientes, nuestro hombre se aferró a su prestigio y su ejecutoria de líder sindicalista a fin de recuperar su lugar preponderante en la CNT, o en el movimiento sindical. Apenas terminó el congreso de la Casa de Campo, fundó la CCT (Confederación Catalana del Trabajo), adherida a la CNT, y, junto con otros perdedores del congreso, trató de impugnar sus resultados, pero lo único que consiguió fue que a finales de abril de 1980 le expulsaran por «su destacada actividad escisionista en contra de la Confederación», según declaraba a principios de junio en Solidaridad Obrera la secretaría de organización de la CNT, así como por intentar socavar el prestigio y destruir el sindicato con la ayuda del gobierno, según había denunciado a finales de mayo la secretaría de coordinación del sindicato, también en Solidaridad Obrera. Fruto de los brutales enfrentamientos de aquellos años en la CNT y de sus paranoias fratricidas, estas acusaciones calumniosas de traidor, infiltrado y colaboracionista han perseguido a Marco hasta hoy, pero, poco después de que empezaran a difundirse, él ya había abandonado cualquier esperanza de volver al primer plano del trabajo sindical. El abandono ocurrió en 1984, cuando sus viejos socios, los jóvenes anarcosindicalistas derrotados como él en el congreso de Madrid, crearon la CNT-Congreso de Valencia con los demás grupos escindidos de la CNT y, sin duda recordando que Marco se había apartado de ellos cuando más lo necesitaban, prescindieron de él.

Marco se quedó solo: ahí acabó su carrera de sindicalista. Es verdad sin embargo que, para ese momento, también el sindicato de su vida estaba casi acabado. En 1989, tras perder un pleito por las siglas de la organización, los jóvenes anarcosindicalistas, que ya empezaban a no ser tan jóvenes, pasaron a llamarse CGT (Confederación General del Trabajo), un sindicato que es ahora mismo el tercero en implantación en toda España, mientras la CNT se halla instalada desde hace años en una situación de casi perfecta irrelevancia. En cuanto a Marco, a principios de los ochenta su presencia ralea en la prensa y él vuelve a su vida privada, a su mujer y a sus hijas y a su carrera de historia, que termina en estos años; mientras tanto, sigue trabajando en su taller de reparaciones, si bien por poco tiempo, porque en 1986 le llega la edad de jubilarse. Es posible que esté un poco dolido tras su paso turbulento por la CNT, un sindicato al que entró en un momento de caos eufórico y del que salió en un momento de caos depresivo, cuyo gobierno tomó cuando el sindicato parecía dirigirse hacia el éxito total y cuyo gobierno abandonó cuando se arrojaba en picado hacia el fracaso total. Es indudable que, además de la miel de la vida pública, en estos años Marco ha conocido la hiel, pero lo cierto es que, después de haber salido en todas las fotos y haber sido escuchado y querido y admirado y considerado un líder, ya no puede pasarse sin ella. De manera que, poseído por la energía juvenil que todavía atesora a sus sesenta y cuatro o sesenta y cinco años, inmediatamente se pone a buscar el modo de volver a ese tipo de vida.

Y no tarda en encontrarlo.