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En la primavera de 2012, cuando llevaba ya muchos años negándome a escribir este libro pero faltaba poco para que dejara de hacerlo, el diario Le Monde nos pidió a un grupo de escritores que eligiéramos la palabra que mejor definía lo que escribíamos; también nos pidió que razonáramos en una página nuestra elección. Inmediatamente elegí mi palabra: No. Inmediatamente escribí lo que sigue:

«¿Qué es un hombre rebelde? —se preguntó Albert Camus—. Un hombre que dice No». Si Camus tiene razón, la mayoría de mis libros trata de hombres rebeldes, porque trata de hombres que dicen No (o que lo intentan y fracasan). Esto, en algunos de mis libros, no es muy visible; en otros resulta imposible no verlo: Soldados de Salamina gira en torno al gesto de un soldado republicano que al final de la guerra civil española debe matar a un jerarca fascista y decide no matarlo; Anatomía de un instante gira en torno al gesto de un político que, al principio de la actual democracia española, se niega a tirarse al suelo cuando los últimos golpistas del franquismo se lo exigen a tiros. Las palabras de Dante (Infierno, III, 60) que sirven de epígrafe a Anatomía de un instante podrían quizá servir de epígrafe a la mayoría de mis libros: «Colui che fece […] il gran rifiuto». Aquel que dijo el gran No: Dante se refería al papa Celestino V, que renunció al papado, pero siglos más tarde Constantin Cavafis entendió que podía referirse a todos los hombres. «A cada uno le llega el día —escribe Cavafis— de pronunciar el Gran Sí o el Gran No. De eso trata la mayoría de mis libros: del día del Gran No (o el Gran Sí); es decir, del día en que uno sabe para siempre quién es […]».

¿Y en este libro? ¿Qué pasa con este libro que durante tantos años no quise escribir y ya estoy terminando de escribir? ¿No hay en este libro nadie que diga No (o que lo intente y fracase)? ¿Es solo la historia de un hombre que siempre dice Sí, de un hombre que siempre está con la mayoría y en medio de la muchedumbre, un hombre que no es nadie o que al menos nunca conoce el día en el que sabe para siempre quién es? En sus charlas y declaraciones públicas, Marco aseguraba con énfasis que los héroes no existen, pero ya sabemos lo que pasa con los énfasis (y sobre todo con los énfasis de Marco), y también sabemos ya que, al decir que no existen los héroes, lo que Marco quería decir es que el héroe era él. Ahora bien, ¿no hay en este libro que habla de un falso héroe ningún héroe de verdad?

Claro que lo hay. Todos sabemos que siempre hay hombres capaces de decir No. Son poquísimos, y además los olvidamos o los ocultamos en seguida, para que su No estrepitoso no delate el silencioso Sí de los demás; pero todos sabemos que los hay. Ahí están, en este libro, Fernández Vallet y sus compañeros de la UJA, ese puñado de chavales del extrarradio barcelonés que a principios de 1939, cuando los franquistas ya habían entrado en la ciudad y la guerra estaba perdida y todo el mundo dijo Sí, dijeron No, no se conformaron, no dieron su brazo a torcer, no se resignaron al oprobio, la indecencia y la humillación común de la derrota, y de esa forma supieron para siempre quiénes eran. Ahí están. Aquí están, por última vez, tras más de setenta años de ocultación y olvido. Honor a los valientes: Pedro Gómez Segado, Miquel Colás Tamborero, Julia Romera Yáñez, Joaquín Miguel Montes, Juan Ballesteros Román, Julio Meroño Martínez, Joaquim Campeny Pueyo, Manuel Campeny Pueyo, Fernando Villanueva, Manuel Abad Lara, Vicente Abad Lara, José González Catalán, Bernabé García Valero, Jesús Cárceles Tomás, Antonio Beltrán Gómez, Enric Vilella Trepat, Ernesto Sánchez Montes, Andreu Prats Mallarín, Antonio Asensio Forza, Miquel Planas Mateo y Antonio Fernández Vallet.

¿Quién más? ¿Hay alguien más que haya dicho No en este libro? Por supuesto: Benito Bermejo. El malvado secreto de esta historia es en realidad su héroe secreto, o uno de sus héroes. Aunque la palabra «héroe» quizás es inexacta; más que un héroe, Bermejo es un justo: uno de esos hombres que hacen su trabajo en silencio, con modestia, probidad y testarudez, uno de esos tipos a quienes, llegado el momento decisivo, su sentido del deber infunde valor suficiente para decir No, si es necesario metiendo el dedo en el ojo y convirtiéndose en aguafiestas, como hizo Bermejo denunciando a Marco en plena fúnebre fiesta de la memoria, con la fúnebre industria de la memoria funcionando a pleno rendimiento.

¿Alguien más? Vuelvo a Albert Camus. La frase más citada del escritor francés no la escribió él; la pronunció el 12 de diciembre de 1957 en Suecia, poco después de recibir el premio Nobel. En su versión más difundida (y concluyente), dice así: «Creo en la justicia, pero, entre la justicia y mi madre, elijo a mi madre». Aunque fue atacado a muerte por decir eso, lo que en realidad dijo Camus no fue exactamente eso, y no tenía exactamente el sentido genérico que sus enemigos le atribuyeron. Pero me da lo mismo, como mínimo hoy. Como mínimo hoy, me atengo a esa frase; lo que es más importante: cuando estalló el caso Marco, la mujer y las dos hijas de Marco, que debieron de sufrir tanto o más que Marco, a su modo se atuvieron a ella: entre un principio abstracto y un ser de carne y hueso, eligieron a un ser de carne y hueso. En aquellos días de fin del mundo para Marco, las tres mujeres permanecieron junto a él, las tres lo arroparon, ninguna de las tres le pidió más explicaciones que las que él quiso darles. Más aún: al día siguiente del estallido del caso, Ona, que entonces tenía veintiún años, intervino por teléfono y por sorpresa en un programa matinal de la televisión catalana en el que estaban atacando a su padre, y poco después volvió a defenderlo con un artículo publicado en El País en respuesta a una carta abierta que le había dirigido un antiguo miembro de la junta de la Amical, reprochándole su intervención televisada en defensa de Marco. Entre la verdad y su padre, Ona Marco eligió a su padre; entre la verdad y su padre, Elizabeth Marco eligió a su padre; entre la verdad y su marido, Dani Olivera eligió a su marido. Ninguna de las tres se arrugó entonces y ninguna se ha arrugado después, durante todos estos años en los que Marco se ha convertido en el gran impostor y el gran maldito, y en los que nadie les ha oído dirigirle un reproche, ni hacerle un ademán de desafecto. A la mierda con la verdad: honor a las valientes.

¿Esto es todo? ¿No hay ningún otro héroe por ahí? Un momento: ¿y nuestro héroe? ¿Y Enric Marco? ¿Es solo un falso héroe? ¿Nunca dijo No (o al menos lo intentó y fracasó)? ¿Nunca ha sabido para siempre quién es? ¿No se puede ser al mismo tiempo un falso héroe y un héroe verdadero, un héroe y un villano, igual que don Quijote es al mismo tiempo ridículo y heroico, o está loco y cuerdo a la vez? ¿Es posible que el gran villano visible de este libro sea al mismo tiempo su gran héroe invisible? ¿Es posible que el hombre del gran Sí sea al mismo tiempo el hombre del gran No? Y, hablando de don Quijote, que a los cincuenta años se rebeló contra su destino de hidalgo sin gloria y, para no conocerse o no reconocerse a sí mismo y no morir como Narciso ante las aguas resplandecientes de su propia imagen espantosa, se dio un heroico nombre nuevo y una nueva identidad heroica y una nueva vida heroica y se reinventó por completo para vivir las heroicas novelas que había leído, ¿no hay en Marco una grandeza de algún modo parecida? ¿No se rebeló Marco también y no es su rebelión contra la insuficiencia y la estrechez y la miseria de la vida una forma máxima de rebelarse como el rebelde de Camus, la rebelión total del hombre que dice No y que, pasada ya la cumbre de la vida, quiere seguir viviendo cuando ya no le corresponde vivir, o que más bien quiere vivir todavía, contra todo y contra todos, todo lo que no ha vivido hasta entonces? ¿No es la mentira de Marco una mentira vital nietzscheana, una mentira épica y totalmente asocial y moralmente revolucionaria porque pone la vida por encima de la verdad? ¿No tuvo que elegir Marco entre la verdad y la vida y, contraviniendo todas las reglas de nuestra moral, todas nuestras normas de convivencia, todo aquello que a nosotros nos parece sagrado y respetable, eligió la vida? ¿No es ese enorme Sí un enorme No, un No definitivo?