DICEN QUE SOY EL TÉCNICO PSICÓPATA…
Eso dicen, y no sé por qué. Quizá es por mi sonrisa inexistente, por el poco tacto que tengo al decir las cosas, la mirada asesina que soy capaz de poner o por los gritos que pego en mitad del programa. Supongo que va por ahí la cosa, y si no que se lo pregunten a Marc Mayolas, uno de los productores de Onda Cero con los que compartimos redacción y que un miércoles de enero se llevó un buen susto.
En mitad del programa en directo, a falta de treinta segundos para acabar la canción que estaba sonando, me di cuenta de que me faltaba un corte de voz. Corriendo, salí del control y muy nervioso fui hasta la redacción donde estaba Fani. A gritos desde la otra punta de la sala le pedí que lo cargara en el sistema urgentemente. En ese momento recuerdo ver la mirada de Marc y de buena parte de la redacción clavada en mí, pero la verdad es que no le hice ningún caso.
Al acabar el programa, entre risas, Fani me contó que Marc se había acercado a ella para decirle que si necesitaba hablar y desahogarse él estaba allí para ayudarle. Fani, que ya está acostumbrada a la tensión del directo, le dijo que no había que preocuparse de nada, que el técnico del programa era un loco psicópata y que no había que hacerle mucho caso. Desde aquel día, me hace mucha gracia pasar por la redacción con cara de mala leche y ver cómo Marc y todos los demás se van escondiendo como pueden detrás de las pantallas de sus ordenadores.
Y es que eso de técnico psicópata viene de muy lejos, quizá desde que intento matar a sustos a Alejandra. Sí, es así. Pero lo curioso es que cada día a la misma hora y en el mismo lugar le pego el mismo susto. Te cuento: a los pocos minutos de empezar el programa, Alejandra se sienta delante del ordenador a mirar noticias, y es tan simple la cosa como que yo voy por detrás y le digo «¡Uhhhh!», y entonces pega un grito que hace que las señoras de la limpieza vayan hacia ella para preguntarle si se encuentra bien. ¡Cada día la misma escena! Después está el otro gran susto que es esconderle el teléfono móvil, y ya sabes que ella por su iPhone ma-ta. Con este la cosa puede llegar a subir bastante de tono, tanto que una vez me llevé un bofetón. Y solo por esconderle el teléfono dentro del frigorífico de redacción y yo irme a desayunar. Cuando volví a Alejandra se le salían los ojos y la bronca que me pegó —con bofetón incluido— aún no la he podido olvidar. Creo que es la bronca más grande que me ha pegado nunca nadie, ¡ni mi madre!