EL TAXI CON CARLA
Una de las cosas que jamás imaginé que haría es meterme en un taxi con Carla. Bueno, eso sí; lo que no pensé es que iríamos con una grabadora y que tendríamos que hacer creer al taxista que éramos forasteras que buscaban guerra en la Ciudad Condal. Pero así fue, nos pusimos como locas a hacer bromas y hasta le pillamos el gustillo.
Uno de los momentos más divertidos ocurrió un día cuando empezamos a intimar con el taxista:
—¿De dónde eres? ¿Tienes pareja? ¿Nos enseñas la ciudad esta noche? ¿Vamos directamente al hotel W Barcelona? —le aporreábamos a preguntas.
Hasta ahí todo bien. Pero aquel día la broma fue a más y el taxista nos acompañó de verdad hasta el hotel. La situación se nos estaba yendo de las manos, pero la verdad es que el conductor no estaba nada mal y, oye, entre tanto trabajo, un poco de diversión nunca viene nada mal.
El caso es que bajamos del coche, seguimos nuestro camino hacia la recepción del hotel y subimos a la habitación… Pero lo que ocurrió allí es que nos fuimos a tomar algo a la piscina del hotel. El conductor era todo un amor y muy guapo. Estuvimos una horita aproximadamente, y al salir, ¡sorpresa! Una chica se la acercó, le dio una bofetada y le dijo que hasta ahí habían llegado.
Pero «¡Yo a esta chica la conozco!», pensé. Era nada más y nada menos que una de mis compañeras de la universidad, y este chico era —al menos hasta ese momento— ¡su novio! Ella me miró y me dijo:
—¡No me puedo creer lo que me acabáis de hacer!
Creo que terminaron cortando. La cuestión es que al día siguiente Carla y yo teníamos un nuevo amigo en Facebook —¡el taxista!—. Al chico en ningún momento le dijimos que todo se trataba de una broma, pero la escuchó al cabo de unos días. Le hizo mucha gracia oírse, pero nos dijo que le debíamos una. Tuvimos que ir a hablar con la que era su novia, convencerla de que todo había sido una broma y que realmente en el hotel no había pasado nada… Aunque a Carla y a mí no nos habría importado.