HERMANO MAYOR
Me meto en la piel de Pedro García Aguado y pretendo ayudar a jóvenes «rebeldes». Voy a un parque y cuando veo a una pareja o a un joven disfrutando de un libro, escuchando música o fumándose un canuto, me acerco a él y le animo a buscarse un trabajo y dejar de holgazanear todo el día. Además, lo trato como si fuera un bulto sospechoso en la sociedad, un maltratador de padres, un alcohólico o un drogadicto.
Esta quizá sea mi broma favorita. Imagínate que estás en tu día de fiesta del trabajo o que, como muchos, trabajas a tiempo parcial por las tardes, y que en tu rato libre, donde puedes relajarte y disfrutar de una buena compañía o de tu soledad, viene un desalmado y empieza a tratarte como un vividor, un fiestero y que vives de lo que les robas a tus padres. Las caras que ponen son para grabarlas. Te voy a contar alguna anécdota o experiencia que he tenido grabando bromas de hermano mayor.
Me encaminé una mañana soleada al parque habitual y localicé a una pareja que tranquilamente estaba sentada en la hierba charlando de sus cosas. Ella era morena, delgada, más o menos como las chicas que salen en el programa de Pedro G. Aguado. Él era algo rechonchete, moreno, con barba de varios días. Pensé que el muchacho sería incapaz de alcanzarme si se fuera detrás de mí. No quiero pecar de falsa modestia, pero uno es deportista y se mantiene en forma. Lo malo es que, en esas fechas, todavía arrastraba la maldita artrosis de cadera.
Me dirigí a ellos y les pregunté que qué planes tenían para ese día. Ellos me miraron como diciendo «¿Y este tío quién es?». Me contestaron que sus planes eran estar un rato ahí sentados y ponerse al día, porque eran amigos y hacía tiempo que no se veían. Y ahí comenzó la artillería por mi parte. Que si ya era hora de trabajar, que si tenían que dejar la vida que llevaban, que si sus frustraciones las pagaban en casa con sus padres, que si tenían que abandonar las drogas, que si tenían a sus padres atemorizados, que si a ver si paraban de destrozar los muebles de su casa… En fin, una cantidad de sandeces dignas de análisis.
Después de que él me pidiera en varias ocasiones que los dejara en paz y que me fuera, la chica se levantó y empezó a gritarme que ella era madre soltera, que tenía que matarse a trabajar para mantener a la hija y que como no me fuera al momento me iba a canear. Todo había llegado a un punto de extrema violencia que ya me estaba empezando a preocupar. Ella se dirigió hacía mí, y no precisamente para presentarse. Yo fui esquivándola como si fuera un mal boxeador. Y él ya me estaba amenazando. Pensé que era suficiente, que tenía buen material y decidí descubrirme.
Les dije que pararan porque era una broma para la radio. Creo que esto al chico le sentó peor que todo lo que le había dicho hasta ese momento. Quizá porque se vio ridiculizado por haberse tragado la broma, se me acercó y me pidió que le diera la grabadora. Pero la grabadora es mi instrumento de trabajo. ¿Te imaginas que a un taxista, porque no me ha gustado el recorrido que ha elegido para llevarme, le pidiera el taxi? Así que ni corto ni perezoso salí pitando como si fuera Usain Bolt. Pensaba que era imposible que el gordito me cogiera… Pero el gordito corría que se las pelaba. Fígurate la escena. Un parque con perros y niños a pleno día y dos tíos corriendo como si no hubiera un mañana. Y un gordito gritando:
—¡Ven, hijo de p…!
Y otro con artrosis hablando a la grabadora:
—¡Que me coge, Javier. Que me cogeee!
Cada vez que giraba llevaba al gordito a rebufo. Cómo corría el tío. Decidí entonces correr en zigzag, de un lado a otro por si llevaba los neumáticos gastados. Como en la Fórmula 1. Al final el chico desistió. Superé el récord de la carrera más larga del programa y grabé una broma brutal.