EXPERIMENTO SOBRE HERENCIAS:
TODO UN MARRÓN HEREDAR, A VECES
Tengo un amigo de la infancia al que aprecio y quiero, a pesar de sus aires de grandeza desmedidos. A los siete años, mientras cambiábamos cromos en el patio, el chico nos taladraba hablando de sus orígenes nobles. Siempre nos contaba que tenía un tío que era vizconde en Segovia y que poseía varios castillos. Nos describía con todo lujo de detalles la morada de su noble familiar. Cada año nos prometía que su tío nos invitaría en verano a su casa y que tenía pistas de tenis y un campo de fútbol de césped natural. Pertenezco a esa generación que ni por asomo jugó un partido de fútbol en una superficie que no fuera tierra reseca.
Soñábamos con que llegara ese día. Teníamos calculados los veintidós chicos que debíamos ir para hacer dos equipos. El muy mamón mantenía la esperanza viva hasta el último minuto. Recuerdo que un verano me avisó el día antes del supuesto viaje. Mis padres ya me habían comprado el billete de autobús y, como cada año, un suceso trágico impedía que viajáramos a Segovia. Aunque él no lo recuerde, llegó a matar dos veces a su pobre abuelo, con cinco años de diferencia. Siempre nos contaba que cuando su tío muriera, su padre y él serían los herederos de todo ese patrimonio porque su pariente no tenía otros familiares vivos. Está mal decirlo pero cada año preguntábamos si le quedaba mucho a su tío. Hay que entender que un partido en un campo de fútbol de césped natural era lo más. La cuestión es que cambié de colegio y no volví a saber de mi amigo.
Pasados más de diez años me lo encontré un día por la calle. Primero vinieron las preguntas de rigor sobre estudios, trabajo y vida en general. Hasta que, lógicamente, le pregunté por su tío de Segovia. Su cara se transformó, su semblante quedó totalmente desencajado y en ese mismo instante me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. Con voz tímida le pregunté si había muerto. Me sentí superculpable porque de pequeño todos lo habíamos deseado para que mi amigo lo heredara todo y, de ese modo, poder jugar el puñetero partido. Me dijo que sí. Noté que estaba a punto de llorar. Ya sabes qué pasa con estas situaciones. Le dije que lo sentía y demás pero tampoco pude evitar hacerle la siguiente pregunta. Quería saber si habían heredado los castillos. Me dijo que sí y en ese momento se derrumbó del todo. Me contó que su padre también había muerto y que él era el heredero universal. Pensé que estaba mal por la muerte de su padre, pero nada más lejos de la realidad. Me contó que firmó rápidamente la aceptación de herencia y que, cuando revisaron las deudas del tío, estas superaban en mucho a lo heredado.
Tenía bastante patrimonio embargado y acreedores por todas partes. Mi amigo no solo no había disfrutado de los castillos de su tío, sino que tenía deudas con mucha gente distinta de por vida. Nunca antes había pensado que una herencia pudiera ser algo tan malo. Desde ese día tengo claro que la gente debería saber que cuando heredas te comes lo bueno pero también lo malo del fallecido, y si no estás seguro de que el balance te va a favorecer, lo mejor es no aceptar la herencia.
La ambición de mi amigo le llevó a un terreno sin retorno. Este es el origen de todos los experimentos sobre herencias que he hecho en Levántate y Cárdenas. Nunca jugué al fútbol en Segovia, pero al menos he ganado un dinerillo basándome en esa ilusión nunca satisfecha.