SEXO EN LOS DIRECTOS
Nos vamos hasta Valencia, una cita ineludible cada año para ir a hacer el programa en directo. Esto que te voy a contar tiene como protagonistas a Langui, Javier y yo. Acabamos el programa y, como hacemos de forma habitual cuando salimos fuera del recinto, nos quedamos dos horas más firmando autógrafos y haciéndonos fotos con los soñadores. Al acabar, los tres nos fuimos al hotel a cenar, ya que allí nos reuníamos todo el equipo después del directo. Pero al llegar al hotel, sentarnos en la mesa del restaurante y tomarnos la primera cerveza notamos que teníamos una baja: un miembro femenino del equipo no estaba allí con nosotros, esto no es que fuera algo extraño, pero ese día estábamos bastante revoltosos y decidimos preguntar la habitación de nuestra compañera para darle una sorpresita.
Habitación 317, nos confirmaron en recepción, y allí que nos dirigimos. La estampa era tremenda, subiendo de incógnito por el ascensor con Langui y Javier, además sabiendo lo que íbamos a hacer. Langui se caía por la moqueta, y entre eso y la risa tardamos veinte minutos en cruzar cuarenta metros de pasillo hasta que conseguimos llegar a la puerta de la habitación.
Javier empezó a grabar con su móvil la escena, Langui y yo poniendo la oreja en la puerta para intentar escuchar lo que sucedía dentro, Javier azuzándonos para que entráramos de golpe a liarla… Éramos como niños haciendo gamberradas. Dentro de la habitación se escuchaba cómo dos adultos también hacían gamberradas; los muelles sonaban como te puedes imaginar… Y a nosotros aquello aún nos hacia tener más ganas de liarla. Decidimos aporrear la puerta con manos y pies —cuando escribo «aporrear» es que sacudimos la puerta de tal forma que no sé cómo no se vino abajo—. Tras esos golpes los muelles de la cama se silenciaron de golpe… Desde dentro se escuchó:
—¿Quién es?
—Servicio de habitaciones. Le traemos una botella de cava, cortesía del hotel —respondí, cambiando la voz para no ser reconocido.
La puerta tardó varios segundos en abrirse, y cuando finalmente lo hizo, entramos los tres a toda prisa arrollando todo lo que nos encontrábamos. Aún recuerdo al chaval metido en la cama, viendo cómo tres hooligans entraban como si se hubiera acabado el mundo y gritando como locos. Nos tiramos encima de la cama, mientras el chico buscaba su ropa interior lo más rápido posible…
Cómo estaba «vestida» nuestra compañera no te lo voy a contar, pero creo que puedes hacerte una idea. Hicimos que se arreglaran y se vinieran a cenar con nosotros. La cara del muchacho era un poema; le acabábamos de fastidiar el que tal vez iba a ser el mejor polvo de su vida. En ese momento ganamos una anécdota, pero perdimos un oyente.