EXPERIMENTO: HABLAR DEL TIEMPO EN EL ASCENSOR
A lo largo de mi vida, he ido a cuatro colegios distintos antes de ir a la universidad. Da igual al colegio que vayas y la procedencia y edad de cada profesor. Hay ejemplos que siempre son y serán los mismos. En todos los colegios del mundo. Uno de esos ejemplos infalibles es la conocida función fática y su relación directa con las conversaciones de ascensor. Los profes de lengua nos explicaban que la función fática consistía en romper el hielo, hablando con un desconocido en una situación de obligada conversación. Los lingüistas no calcularon nunca que el móvil invadiría nuestras vidas y que, ahora, basta con no levantar la vista de la pantalla del celular para no tener que saludar a un desconocido en el ascensor ni hablar del tiempo con él. Lo cierto es que los profes tenían razón. Es algo comúnmente aceptado que si alguien coincide en un ascensor contigo, puedas saludarle en primer lugar, y preguntar o comentar algo sobre el tiempo en segunda instancia. La verdad es que la charla se acaba en cuanto uno de los dos pone el primer pie en la calle. En ese momento se deja de hablar. Da igual que te hayas quedado a medias. Y a mí eso siempre me daba rabia.
Una vez un señor me preguntó si iba a llover. Se subió en un primero y bajábamos los dos solos. Dio la casualidad de que ese día había visto en las noticias que llovería durante toda la semana. Estaba empezando a contarle a ese desconocido todo lo que sabía al respecto de la climatología cuando llegó a su destino, de un solo piso de trayecto, y se despidió sin más dejándome con la palabra en la boca. ¿Si sabía que solo era un piso por qué me preguntó algo tan largo? Estuve todo el día de mala leche.
Se lo conté a un par de amigos y noté cómo pasaban de mí, dejándome, ellos también, con la palabra en la boca. Lo cierto es que pensé que era imposible aplicar la función fática con el ejemplo de hablar del tiempo, en cualquier sitio que no fuera un ascensor. De hecho, ya has visto cómo se pone la gente cuando lo hago. Son varias las veces que, armado con un micro oculto, he empezado a hablar del tiempo con una desconocida dentro de un ascensor y, al intentar acabar la charla fuera del habitáculo, o han estado a punto de pegarme o me han amenazado con llamar a la policía.
Por culpa de este experimento pasé por uno de mis peores momentos en Levántate y Cárdenas. Una chica intentó gasearme con un espray. Afortunadamente, antes de accionar el dispositivo pude explicarle que era una broma para el programa de Cárdenas. Me libré, nunca mejor dicho, por los pelos. La culpa no la tenía yo, sino los cansinos y monótonos profesores de lengua castellana. Ellos me inculcaron un único ejemplo para explicar la función fática y ese es el origen de este clásico del programa.