Capítulo X

—Señorita Fellowes —dijo Timmie—, ¿cuándo empezaré a ir al colegio?

La pregunta, surgida de la nada, la golpeó con la fuerza de un rayo.

Contempló aquellos ansiosos ojos castaños alzados hacia ella y acarició su grueso y áspero cabello, mientras involuntariamente intentaba desenredarlo. El cabello de Timmie siempre estaba enmarañado. La señorita Fellowes lo cortaba, mientras el niño se movía bajo las tijeras. La idea de que viniera un peluquero le desagradaba y, en cualquier caso, su tosca técnica servía para disimular la frente huidiza y la protuberante parte posterior.

—¿Quién te ha hablado del colegio, Timmie? —preguntó con cautela.

—Jerry va al colegio.

«Por supuesto. ¿Quién, sino?».

—Jerry va a la guar-de-ría. —Timmie pronunció la larga palabra con lentitud e inusual precisión—. Sólo es uno de los muchos sitios a los que va. Va a la tienda con su madre. Va al cine. Al zoo. A muchos sitios que hay fuera. ¿Cuándo podré ir fuera, señorita Fellowes?

Un leve dolor estrujó el corazón de la señorita Fellowes.

Era inevitable que Jerry hablara con Timmie del mundo exterior, y ella lo sabía. Se comunicaban con libertad y facilidad; dos niños pequeños que se entendían sin la menor dificultad. Y Jerry, el emisario del mundo misterioso y prohibido que empezaba al otro lado de la puerta de la burbuja, tendría ganas de hablarle a Timmie sobre él. No había forma de evitarlo.

Y era un mundo en el que Timmie nunca podría entrar.

—¿Y por qué quieres salir fuera, Timmie? —preguntó la señorita Fellowes, con una estudiada desenvoltura que pretendía distraerle de la angustia que debía de sentir—. ¿Por qué quieres ir? ¿Sabes el frío que hace en invierno?

—¿Frío?

Una mirada inexpresiva. No conocía la palabra.

¿Cómo iba a molestar el frío a ese niño, que había aprendido a caminar por los campos de nieve de la Europa glacial?, pensó ella.

—El frío es lo que hace en la nevera. Sales fuera y al cabo de pocos minutos la nariz y las orejas empiezan a hacerte daño, pero eso sólo ocurre en invierno. En verano hace mucho calor fuera. Parece un horno. Todo el mundo suda y se queja del calor que hace, También hay lluvia. Agua que cae del cielo, que te empapa la ropa, que te deja hecho un asco…

Era una línea de razonamiento cínica, y ella lo sabía y se despreció por lo que intentaba hacer. Decir a un niño que jamás podría salir de esas reducidas habitaciones, que el mundo de fuera tenía ciertas incomodidades de poca importancia, era como decir a un niño ciego que los colores y las formas eran aburridos, distracciones enojosas, que en realidad no había nada interesante que ver.

Timmie hizo caso omiso de sus piadosas mentiras.

—Jerry dice que en el colegio hay muchos juegos que yo no tengo. Hay cintas de imágenes y música. Dice que en la guar-de-ría hay muchos niños. Dice… Dice… —Un momento de reflexión, y después, levantó ambas manitas con aire triunfal, con los dedos extendidos—: Dice que tantos como éstos.

—Tú tienes cintas de imágenes —dijo la señorita Fellowes.

—Pero muy pocas. Jerry dice que en un día ve más cintas de películas que las que tengo yo.

—Tendrás más cintas de películas. Muy bonitas. Y también musicales.

—¿De veras?

—Te las traeré esta tarde.

—¿Me traerás Los Cuarenta Ladrones?

—¿Es un cuento que Jerry ha oído en la guardería?

—Hay ladrones en una cueva, y tinajas… —Hizo una pausa—. Tinajas grandes. ¿Qué son ladrones?

—Los ladrones son… gente que coge cosas que no le pertenecen.

—Oh.

—Te traeré la cinta de Los Cuarenta Ladrones. Es un cuento muy famoso. Y hay más. Simbad El Marino, que viajó por todo el mundo, que vio… todo. —Su voz desfalleció un momento, pero Timmie no captó ninguna implicación deprimente—. Y Los Viajes de Gulliver, también te traeré ésa. Fue a un país de gente diminuta, y después a un país de gigantes, y después… —La señorita Fellowes enmudeció otra vez. ¡Tantos viajeros, tantos devoradores omnívoros de experiencias! Pero tal vez sería positivo suavizar el encarcelamiento con emocionantes relatos de lejanos viajes. No sería el primer cautivo que se deleitaba en tales fantasías—. Después, hay la historia de Ulises, que luchó en una guerra y pasó diez años intentando volver con su familia.

Una nueva punzada. Su corazón sufría por el niño. Como Gulliver, como Simbad, como Ulises, Timmie era un extranjero en tierra extraña, y ella nunca debía olvidarlo. ¿Acaso todos los grandes relatos del mundo versaban sobre viajeros arrastrados a lugares extraños, que se esforzaban por regresar a sus hogares? Timmie tenía los ojos brillantes.

—¿Me los traerá ahora? ¿Me los traerá?

De momento, se quedó consolado.