31

—Soy Bruce Mannheim otra vez, doctor Hoskins.

Hoskins contempló el teléfono como si se hubiera transformado en una serpiente. Era la tercera llamada de Mannheim en menos de tres semanas. Intentó aparentar despreocupación.

—¡Hola, señor Mannheim! ¿Cómo está usted?

—Sólo quería informarle de que había comentado los resultados de nuestra cordial conversación de la semana pasada con mi gabinete de consejeros.

—¿De veras? —dijo Hoskins, sin tanta despreocupación. La conversación no le había resultado tan cordial como a Mannheim, sino más bien inquisitiva, impertinente y, en general, ofensiva.

—Les dije que usted había respondido a mis preguntas preliminares de una forma muy satisfactoria.

—Me alegro.

—Puedo decirle que, de momento, no emprenderemos acciones respecto al niño neandertal, pero controlaremos la situación muy de cerca, mientras finalizamos nuestro estudio sobre el problema global. Le llamaré la semana que viene para comunicarle una nueva lista de puntos que nos gustaría aclarar. He pensado que le gustaría saberlo.

—Eh… Sí —balbuceó Hoskins—. Gracias por avisarme, señor Mannheim.

Cerró los ojos y se obligó a respirar con calma.

«Gracias, señor Mannheim. Es muy amable al permitirnos continuar nuestro trabajo durante un tiempo más. Mientras finaliza su estudio sobre el problema global, quiero decir. Gracias. Muchas gracias. Muchísimas gracias».